sábado, 31 de diciembre de 2022

10 LIBROS PARA REGALAR EN REYES A LOS MÁS AVENTUREROS DE LA CASA


Stan Laurel y Oliver Hardy en una foto promocional de los años 20

El otro día oí decir a Pedro López, presidente ejecutivo de Chocolates Valor, que comer chocolate era la mejor inversión del mundo: "Por tres o cuatro euros tienes placer para una semana". También dijo que, en estos tiempos de incertidumbre, los chocolates facilitan un momento de indulgencia con uno mismo. Pues bien, todas esas palabras se pueden aplicar a los libros.

 Desde este blog comparto la selección de libros que he hecho para mí mismo, estoy seguro de que con ella ustedes también acertarán a la hora de regalar a los más viajeros y aventureros de la casa. Hay biografías, ensayos, crónicas, relatos, novelas, cómics y cuadernos de viajes que seguro nos harán más llevadero el nuevo año 2023.

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el-mirador-de-los-perezosos

la-paga-del-soldado

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edicions.ub.

mundos-paralelos

dos-sherpas

edicions.ub

 Como todos los años, lean para viajar más lejos, vivir otras vidas y otras épocas y evadirnos de estos tiempos inciertos. A ver por dónde nos sale el 2023, porque los anteriores han sido bien moviditos. Mientras tanto, brinden por seguir vivos y participar de esta maravillosa aventura que es la vida.


miércoles, 30 de noviembre de 2022

EL AZAR COMO BIBLIOTECARIO: LOS CUENTOS DE HUMOR Y DE HORROR DE HECTOR HUGH MUNRO (SAKI)


El azar como bibliotecario: los cuentos de Saki
Fotografía: Lucía Rodríguez

Hace mucho tiempo leí un artículo de Antonio Muñoz Molina en el que hablaba de cómo el azar podía cambiar el rumbo de nuestras lecturas, actuando contra lo que se lleva en ese momento. «El azar es un eficiente bibliotecario ciego», decía.

 A mí, de cuando en cuando, también me regala algunas lecturas sorprendentes a las que nunca habría llegado a través de las mesas y los escaparates de novedades de las librerías.

 Para facilitarle al azar su trabajo, hay que curiosear en los puestos callejeros y en los estantes de las librerías de segunda mano. Muchas veces, uno sale de ellas sin haberse cobrado una pieza, con las yemas de los dedos ennegrecidas por el polvo y la esperanza puesta en otra visita; pero en otras ocasiones, uno halla ese libro que no sabía que buscaba. Incluso verdaderas joyas, como los dos tomos a precio regalado de Historia de mi vida, de Giacomo Casanova (Ed. Atalanta), de los que ya les hablé en otra entrada.

 Este verano encontré una antología de relatos de Saki en Re-Read. La verdad es que no sabía quién era Hector Hugh Munro, alias Saki, pero el título (Cuentos de humor y de horror), el prestigio de la editorial (Anagrama) y el texto de la contra me hicieron retenerlo en las manos. Además, la cubierta, el lomo y las esquinas estaban impecables, como recién salido de imprenta.

Cuentos de humor y de horror, de Hector Hugh Munro, alias "Saki"
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Como decía Muñoz Molina en su artículo, «el azar no se equivoca nunca», y Saki, con esos cuentos cortos, de entre 4 y 10 páginas, me ha acompañado estos meses de estío. Los he leído a sorbos, como un buen whisky, espaciando los relatos para que me durase más tiempo el libro.

 Las historias de Saki, hiladas con perfección, ingenio y delicadeza, contienen una carga explosiva que estalla en sus últimas líneas. Son filigranas empapadas de humor negro e ironía, con finales sorpresivos. De los 20 cuentos destacaría, en orden de aparición, La reticencia de Lady Anne, Gabriel-Ernest, Esmé, Sredni Vashtar, La paz de Mowsle Barton y La penitencia, pero salvo algún que otro relato, tres o cuatro, todos están a un nivel alto, siendo cierto eso que decía Tom Sharpe: «Si empiezas un relato de Saki, lo terminarás. Cuando lo hayas terminado querrás empezar otro, y cuando los hayas leído todos nunca los olvidarás. Se convertirán en una adicción, porque son mucho más que divertidos».

Hector Hugh Munro (Saki)
Fotografía: E. O. Hoppé

 En Cura de agitación, aparece Marruecos en uno de sus diálogos:

–Lo que ustedes necesitan –dijo el amigo– es una cura de agitación.
–¿Una cura de agitación? Nunca he oído hablar de semejante cosa.
–Habrá oído usted hablar de curas de reposo, que se prescriben a las personas aquejadas de una vida en extremo preocupada y tensa. Bien, usted adolece de exceso de tranquilidad y placidez y necesita, por lo tanto, el tratamiento opuesto.
–Pero ¿dónde se dispensa un tratamiento semejante?
–Bien, podría usted presentarse como candidato orangista en el distrito irlandés de Kilkenny, o trabajar como visitador social en uno de los barrios apaches de París, o pronunciar una conferencia en Berlín para demostrar que la mayor parte de la música de Wagner fue compuesta por Gambetta; y siempre queda el recurso de viajar por el interior de Marruecos.

 Al finalizar el libro, que está traducido por Rubén Massera, recordé que había leído un relato de Saki en Viajeros, la antología de Marta Salís para la editorial Alba: sesenta y seis relatos que cubren un arco temporal de casi tres siglos de tradición viajera reunidos en un volumen que ya reseñé a principios de año.

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2022/01/viajeros-de-jonathan-swift-alan.html

 Se trataba de La docena del fraile, una sátira de la sociedad colonial británica escrita en forma de escena teatral, «una parodia de una de las constantes del género de viajes: el encuentro casual».

 En la breve semblanza que escribió Marta Salís de cada uno de los autores seleccionados, nos dice lo siguiente sobre Saki:

Hector Hugh Munro (1870-1916), más conocido por el seudónimo de Saki, nació en Akyab, Birmania, antigua colonia británica y actual Myanmar, en 1870. Tras la muerte de su madre, cuando apenas tenía dos años, fue enviado con sus hermanos a casa de su abuela en North Devon (Inglaterra), donde se crió al cuidado de dos tías solteronas, ignorantes y crueles, que dejaron una profunda huella en su carácter y le hicieron aborrecer el mundo de los adultos. La tradición familiar le empujó a alistarse en la policía militar de Birmania, pero un ataque de malaria le obligó a volver a Inglaterra, donde empezó a escribir artículos de prensa. Fue corresponsal de The Morning Post en los Balcanes, Rusia, Polonia y Francia. Macabro, ácido y divertido, Saki cultivó la sátira social. Entre sus obras destacan los volúmenes de cuentos, ejemplos de brevedad y eficacia, The Chronicles of Clovis (1912) y Beast and Super-Beats (1914). Discípulo de Oscar Wilde, Lewis Carroll y Rudyard Kipling, tendría gran influencia en P. G. Wodehouse. Su estilo se ha comparado con frecuencia al de O. Henry y Dorothy Parker. Al estallar la Primera Guerra Mundial se alistó como voluntario en la Compañía de Fusileros Reales y murió en combate cerca de Beaumont-Hamel (Francia), en 1916.

Hector Hugh Munro (Saki)
Foto: Imperial War Museums

 Me fijo en esto último, y entonces releo lo que cuenta Graham Greene en la contraportada de Cuentos de humor y de horror:

[...] en la madrugada del 13 de noviembre de 1916, en un cráter de obús cerca de Beaumont-Hamel, se oyó gritar al sargento Munro: «Apagad ese maldito cigarrillo.» Éstas fueron sus últimas palabras; inmediatamente después, una bala le atravesó el cráneo.

 Durante unos minutos me quedo perdido en la melancolía de esas trincheras y esos campos plagados de socavones provocados por los obuses, donde se dejaron la vida más de 600.000 soldados británicos, y luego pienso que los últimos segundos de Hector Hugh Munro fueron como el cierre de sus relatos, ese final sorpresa marca de la casa que hoy, más de cien años después, me produce un escalofrío, más grande aún por el hecho de que hace siete años visité esos campos de batalla en compañía de mi hijo Pedro.

Trincheras del Somme, Beaumont-Hamel (Francia)
31 de julio de 2015. Fotografía: © Pedro Delgado Fernández

Cementerio del Somme, Beaumont-Hamel (Francia)
31 de julio de 2015. Fotografía: © Pedro Delgado Fernández

 Allí podíamos sentir a cada paso la poderosa presencia de aquellos valientes. Que la tierra les sea leve.


martes, 18 de octubre de 2022

EL RIF: ENTORNO AL ZOCO

Una tarde de domingo del ya lejano mes de febrero salí del Museo Thyssen de Málaga con los ojos ahítos de fotografías y una frase anotada en la entrada, esa que rebusco ahora entre mis papeles para compartirla con ustedes. 
«Me veo a mí mismo fundamentalmente como un explorador que ha pasado su vida en un largo viaje de descubrimiento».
 Dicha declaración, expresada poco antes de su fallecimiento, resume el más de medio siglo de búsqueda creativa del fotógrafo Paul Strand (Nueva York, 1890-Orgeval, Francia, 1976).

En la exposición de fotografías de Paul Strand
Museo Thyssen de Málaga, febrero de 2022
Fotografía: Lucía Rodríguez

 En la última sala de la exposición Paul Strand. La belleza directa, dedicada al fotógrafo norteamericano, se encontraban algunas de las fotografías que este tomó en Ghana y Marruecos. Las de Marruecos ocupaban el panel del fondo de la sala.

Exposición Paul Strand. La belleza directa en el Museo Thyssen de Málaga
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Eran apenas nueve imágenes, que se siguieron proyectando en mi retina cuando abandoné el museo. Sobre todo una, correspondiente al mercado de Tahannaout, cerca de Marrakech y de los pies de la cordillera del Atlas. De vez en cuando me asalta la imagen, y me recuerda los mercados semanales con los que me topé en mis viajes por el país.

Mercado, Tahannaoute, Marruecos, 1962
Paul Strand

 A esos mercados volví hace unos días con la lectura de El Rif (Ediciones Traspiés, 2010), del melillense Mokthar Mohatar y el granadino José Antonio López.

Portada de El Rif, de Mokhtar Mohatar y J. A. López
Ediciones Traspiés

 La combinación de un Doctor en antropología y un fotógrafo convierten este librito (cabe en el bolsillo trasero del vaquero) en una pieza de colección para los que amamos esas tierras, siendo a la vez un estudio sociológico, un álbum de fotografías, un cuaderno de viaje y un testimonio donde los propios rifeños nos hablan de sus vidas y de los cambios que la modernidad les produce en ellas.

 El Rif (Ediciones Traspiés)
Fotografía: José Antonio López

 La obra, encuadrada dentro de la colección de libros ilustrados Vagamundos, cercana al libro de artista, gira en torno al zoco como espacio de trueque y lugar de encuentro. «El zoco del que nos hablan, con sus excelentes fotos y textos escogidos con inteligencia», dice el catedrático José Antonio González Alcantud en la introducción, «es un zoco rural, ciertamente. Está en el corazón de una zona rural, donde con frecuencia regular acuden los montañeses a vender, trapichear, solicitar crédito, orar juntos u obtener satisfacción a sus querellas. El morabito del santo cheik, que protege y da baraka, símbolo de un Islam más heterodoxo de lo que quisieran los ulemas de las ciudades, lo preside todo. El zoco en el Rif era y es también el lugar donde dirimir las pasiones humanas. Es sitio, asimismo, donde se intercambian noticias y el rumor se amplifica. Y en torno a él la vida montañesa alcanza densidad societal».

Corte de pelo en una barbería de un zoco del Rif
Fotografía: José Antonio López

 Desgraciadamente, y frente a la fortaleza del zoco urbano, los zocos rurales están abocados a desaparecer, debido a la continua e irremediable merma de la población campesina. De seguir así, las imágenes que guardamos en las retinas (afortunadamente también se conservan en archivos y libros), de este espacio rural de intercambio de bienes y servicios, no serán más que retazos de un pasado arrasado por la globalización.

Fátima, ceramista de el Rif
Fotografía: José Antonio López

 Desde comienzos del año 2000, Mokthar Mohatar y José Antonio López visitan gran parte de los zocos de la región del Rif, intentando captar todo lo que ven. Hacen cientos de fotos y registran en una grabadora docenas de horas de conversaciones, hasta que comprenden que todo lo acumulado no refleja la realidad que están viviendo, que con un inventario no lograrían comprender lo que estaba en juego en la región del Rif. «A partir de entonces», nos apunta López, «el trabajo dio un giro importante; en vez de partir del zoco fuimos abordándolo a través de la gente que vivía de él o para él. Paradójicamente tuvimos que salir del zoco para comprender qué ocurría en el mismo».
De esta forma, los porteadores de la frontera, los artesanos o los agricultores cobraron una dimensión distinta, empezamos a verlos y a tratarlos como padres, maridos, amigos... Dejamos de centrarnos en los aspectos de su trabajo para hacerlo en sus expectativas, sus nostalgias o sus sensaciones.
 De la frontera a los zocos comienza con estas palabras:
La frontera. Una franja de escasos metros, vital para la vida de los habitantes de la zona. Lugar de paso donde sólo podemos apreciar caos, gritos, carreras, peleas, mujeres aburridas tumbadas bajo la sombra de un árbol; una franja que atravesamos infinidad de veces para visitar los zocos de la región, en un principio sin conceder importancia a lo que allí ocurre: miles de hombres y mujeres transportando grandes fardos de mercancías que, a la postre, acaban suministrando parte importante de los productos que pueden encontrarse en los zocos de los alrededores.
 Pero es a través de nuestras visitas a los zocos cuando comprendemos la importancia de la frontera, por eso cada vez nos resulta menos indiferente, hasta el punto de que ya no nos limitamos a cruzarla, sino que se convierte en parte del estudio. Ahora seguimos a los porteadores, trabajamos como ellos, fotografiamos su trabajo desde dentro; entonces nuestra percepción se transforma y lo que antes era caos ahora parece más ordenado: las peleas son los avisos a los transportistas para advertirles del momento preciso en el que tienen que cruzar, la extensión de las manos de los aduaneros es un impuesto personal que posibilita el incumplimiento de un impuesto estatal, las mujeres aburridas bajo los árboles no son sino la larga espera para poder cobrar.
 Y tras unas líneas más, las fotografías de la frontera y varios testimonios de los que se dedican al oficio.

De la frontera a los zocos, capítulo de El Rif (Ediciones Traspiés)
Fotografía: José Antonio López
«Me he levantado a las tres y media de la madrugada, y, tras tomar un té y un bocadillo de aceite, me he ido a la frontera para guardar cola, pues es importante estar muy temprano si quiero hacer varios viajes al día (...). Hoy he hecho dos viajes, por cada uno de ellos me han dado 60 dh (...). Como yo nos encontramos muchas mujeres, en cuyos ingresos se apoya la familia. Nos conocemos de vista, de hablar durante las largas esperas en la cola, son mujeres como yo, que han llegado de todas partes de Marruecos para instalarse en la zona porque era un sitio donde había trabajo».
Fadila, 48 años
Porteadora, viuda y a cargo de cuatro personas
Originaria de Fez e instalada en Benienzar en 1992
***
«Todos los que estamos aquí vivimos gracias a la frontera, al fin y al cabo es lo único que puede darnos nuestra región, ser mulos de cargas. ¿Acaso -entre risas- servimos para otra cosa? (...), es un lugar donde siempre había trabajo; venías, te presentabas frente a un patrón, y te daba un bulto. Poco a poco te vas acostumbrando a los días de lluvia y sol, a los empujones, a los gritos de los perros aduaneros y a la incertidumbre de si hoy habrá mercancía o no. La frontera es algo duro, pero qué hubiese hecho yo si no hubiera tenido la posibilidad de venir todos los días y llevarme a casa al menos 50 dh; ¿quién me hubiese ofrecido algo mejor?».
Mohamed, 51 años
Porteador, casado, y tres personas a su cargo
Originario de Nador
 «Aún celebrándose un día a la semana, es el catalizador de la economía y vida social de la región», leemos en Notas sobre los zocos. Y luego nos cuentan las transformaciones a las que se ha visto expuesto a lo largo del siglo XX, siendo la instauración del protectorado español un periodo de importantes cambios.

Pesaje en una carnicería de un zoco del Rif
Fotografía: José Antonio López

 En Notas sobre el desarraigo, leemos con tristeza:
Parece como si se hubiese fraccionado esa conciencia que los mantenía unidos, no sin conflicto y contradicción, a una tierra ruda y poco fértil. Desarraigados, las decisiones sobre sus vidas -el hecho de partir, sus elecciones matrimoniales, etc.- no son sino continuas rupturas ante un mundo del que ya no se sienten protagonistas, del que intuyen que ha dejado de tener sentido (...).
 Es en los zocos donde se manifiestan con más claridad los efectos de este desarraigo. Porque, si bien son los agricultores los primeros afectados, no dejan de arrastrar a ciertos oficios: herreros, carpinteros, ceramistas, etc., cuya dedicación principal es la de dispensar servicios y productos a estos campesinos. Paradójicamente, conversando con ellos, intentando comprender el modo en que hacen frente a unos oficios condenados a desaparecer, fue como nos dimos cuenta de la dimensión de esta crisis.
 Del mismo modo en que los campesinos comienzan a adoptar una actitud distante hacia el sentido de la agricultura como actividad, los artesanos acaban también adoptando cierto distanciamiento hacia sus oficios. Tanto unos como otros, en algún momento de nuestros encuentros, coinciden sobre lo que pasa, una frase de lo que para ellos es un nuevo descubrimiento: «lo que pasa es que esto no es un trabajo de verdad. Realmente estamos en paro».
Cuaderno de campo: Ait Wariaghel
junio 2002
Notas sobre el desarraigo, capítulo de El Rif (Ediciones Traspiés)
Fotografía: José Antonio López
«El taller está cerrado y sus fogones apagados. Lo cerré hace algunos años porque me resultaba muy costoso mantenerlo para el poco trabajo que hay que hacer. En el nuestro trabajaban tres personas de la misma familia: una encargada de mantener el fuego, un aprendiz y yo, que soy el maestro herrero (...). Que yo recuerde, tan sólo en Ait Abdellah había abiertos hace veinte años al menos seis talleres y ahora todos están cerrados (...). Paso por los zocos de los alrededores para cambiar las herraduras de los burros y poco más. En cambio, mis hijos están pensando en instalarse definitivamente en la ciudad. Allí siempre pueden trabajar como soldadores en las muchas obras de construcción que hay (...). Las cosas cambian, y esto no tiene vuelta atrás (...). Yo soy el primero que les animé a que se fueran. Esta claro, el futuro de los herreros es trabajar como soldadores en la ciudad».
Nasser, 58 años
Herrero. Ait Abdellah
***
«Llevo cuarenta años como carpintero y es en estos últimos diez años que me doy cuenta de que las cosas van cambiando muy rápido. Antes, a lo largo de la semana iba visitando los zocos de los alrededores y, en función de la temporada, había que hacer un tipo de trabajo u otro para los campesinos. En este zoco por ejemplo, Imzouren, podías ver a todos los campesinos cómo me traían sus arados para reparar (...) ahora mírame, toda la mañana aquí parado, no hay arados, porque ya no queda agricultura... Mi nieto me acompaña los días del zoco; si bien no hay mucho trabajo, hay servicios que tengo que hacer porque aun me queda «vergüenza», pues hay gente que conozco desde hace muchos años y cuentan conmigo (...) en cambio, mi nieto Ahmed pasa el tiempo en la ciudad, trabajando en las construcciones, poniendo ventanas y puertas; pero eso es otra cosa, como yo digo, es otro oficio...».
Mohamed, 62 años
Maestro carpintero. Imzouren 
Cestas en un puesto de un zoco del Rif
Fotografía: José Antonio López

 Cierra el libro Las cerámicas de Fátima, donde se anota el toque de muerte que el progreso le está dando a este oficio, y cómo esta pervierte el sentido original de la alfarería, convirtiendo las piezas de cerámica en meros souvenirs para turistas.

Las cerámicas de Fátima, capítulo de El Rif (Ediciones Traspiés)
Fotografía: José Antonio López
«Lo que está pasando es que las jóvenes se casan y se van a vivir a la ciudad y, por tanto, la cerámica no tiene sentido, ya que sólo se dan las condiciones de fabricarla si vives en el campo; además allí no la vas a utilizar (...) han pasado los años y creo que soy la única que sigo bajando las cerámicas al zoco. Ahora hay algunos intentos de una asociación para dar cursos a las chicas, pero el problema no es de aprender cómo se hace, sino que tiene menos utilidad. Cada vez hace menos falta porque ya todo (la leche, el queso, mantequilla, etc.) lo que se compra en el zoco no es producido por los campesinos, sino que viene de las fábricas ya envasado».
Fátima, 47 años
Ceramista. Roadi
***
«Hemos intentado cambiar algo los productos, y en verano le he dicho a Fátima que hay que fabricar cosas para los turistas y dejar de ir al zoco. Hay que ir a la ciudad para venderlas en la playa. Ya no tiene que ser grandes vasijas, sino cosas de decoración».
Zaid, 52 años
Ceramista. Roadi
 Al final, tras todas esas palabras, uno deja el libro en la estantería y guarda silencio, un silencio propicio para la reflexión.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

LAS VUELTAS POR EL MUNDO DE UN SANTANDERINO


Un millón de pasos, de Álvaro Machín (El Desvelo Ediciones)
Fotografía: Lucía Rodríguez

La señora se dejó caer en el asiento de al lado, se arrellanó en él e intentó darme palique hablando del calor que hacía. Yo venía de una sesión de rehabilitación, pues tengo el piramidal tocado, e iba absorto en la lectura de Un millón de pasos, del periodista santanderino Álvaro Machín, así que por educación respondí «que no era normal», aún a sabiendas de que siempre es normal que haga calor en Málaga en agosto. Como la mujer vio que yo no estaba por la labor, se dirigió con lo mismo del calor a la señora que estaba sentada al otro lado del pasillo del autobús –el de la línea 8, que es el que suelo usar para ir de casa al centro y viceversa–.

 «Ahora se ducha una, te pones fresquita y ya te quedas tranquilita toda la tarde en la casa», le respondió la mujer, más diestra en el cuerpo a cuerpo. «Uff, yo es que no puedo. Es meterme en la casa y se me caen las paredes encima. Yo tengo que salir adonde sea, pero encerrarme en la casa, eso sí que no. Aunque sea a ver escaparates...». La otra mujer asintió con una sonrisa: «Yo es que tengo aire acondicionado, y se está tan agustito...». «Yo también lo tengo, pero ni por esas. Es que si no salgo me deprimo. A mí me gustaría irme de viaje, a cualquier parte, ¿pero a dónde va a ir una como está la economía?».

 En ese punto yo me había subido al Transiberiano y estaba a punto de beberme una tetera (así es como lo sirven) de vodka con Álvaro y el gigantón campeón de halterofilia con el que compartía camarote. Íbamos a brindar con un «Nazdarovia», pero a esas alturas ya no había quien se concentrara en la lectura. Cerré el libro, y me contuve las ganas de decirle a aquella señora que por menos de lo que le costaba echarse el tinte en la peluquería podía irse de viaje con aquella lectura.

Portada de Un millón de pasos, de Álvaro Machín
El Desvelo Ediciones

 Me entretuve observando la ilustración de la portada, una acuarela de Pedro Sainz Guerra en la que plasma el interior del compartimento del Transiberiano. Luego leí de nuevo el título, Un millón de pasos, y al hacerlo pensé en la conocida frase del filósofo chino Lao-Tse, aquella que dice que «un viaje de mil kilómetros empieza con un solo paso». Ese paso poderoso de inicio lo dio el autor, Álvaro Machín, en Sri Lanka, el antiguo Ceylán. Y ese simple primer paso le proporcionó, como a tantos de los que pateamos el mundo, la confianza que necesitaba para lanzarse a recorrer el planeta.

 Álvaro Machín no es ningún Indiana, tiene vértigo, le dan miedo las serpientes y lleva en la mochila una camiseta de la selección española con el número de Xabi Alonso medio despegado y una gorra del Bubba Gump, de ahí el subtítulo del libro: Las vueltas por el mundo de un tipo corriente. Quizás por eso le resulte tan fácil al lector identificarse con él.

Álvaro Machín, autor de Un millón de pasos (El Desvelo Ediciones, 2022)

 Abre el libro Moynaq. Sobornos, serpientes y barcos en el desierto. Moynaq es una ciudad del noroeste de Uzbekistán, a donde una vez llegaron las aguas del Mar de Aral.

(...) El símbolo de Moynaq es un pez de color amarillo que salta sobre las olas. Cerca hay otro dibujo. Una gaviota sobre las mismas aguas.
 Pero aquí se viene a ver, precisamente, cómo el mar se ha ido. Sólo a eso. No hay otra cosa. Lo que queda es una caricatura de ciudad, una avenida triste con trazas de mejores tiempos donde la comida y las personas dejaron atrás la fecha de caducidad. (...) Moynaq era un puerto del Mar de Aral pintado en las crónicas como un buen lugar para vivir. Pesca, algo de industria vinculada a las conserveras... Al menos eso me explicaron. El deseo de producir algodón en grandes cantidades llevó a los soviéticos a desviar el curso del Sir Daria y el Amu Daria. A construir canales por los que el agua dejara de llegar a un gran lago que es mar y acabara regando su factoría agrícola. Porque el algodón, que luego dejó de ser importante, necesita agua. Grandes cantidades de agua. El Aral era mucho más extenso y hacía su trabajo. Mantener la economía local a largo plazo, refrescar un clima duro... Pero se fue echando atrás. Los textos cuentan que alguien, en Rusia, dijo que el Aral «debía morir como un soldado en la batalla». También en una guerra química, porque se abusó de pesticidas y fertilizantes. Se evaporó el lago y se envenenó la tierra. El azul emigró de Moynaq y dejó desierto y un poblado casi fantasma. Casi, porque aún viven personas.

 Es lo bueno de la literatura, que nos alecciona. Uno lee ese primer capítulo, y a los pocos días, mientras desayunas hojeando la prensa, te encuentras con el siguiente titular: Vida y muerte de un pantano andaluz. Un pantano que está en la malagueña comarca de la Axarquía, aquí mismo, en Málaga, y que conozco bien porque mi padre, Francisco Delgado Acosta, ganó un año el certamen literario de La Viñuela, el pueblo de 2.045 habitantes que ve como el pantano se está convirtiendo en un secarral por culpa del aumento de la producción agrícola de regadío –aguacate y mango, sobre todo, que requieren mucha más agua de la que cae–, en una zona tradicionalmente de secano. Construido en 1989, con capacidad para 165 hectómetros cúbicos, apenas llega ahora a los 20 hectómetros, de los que cinco no pueden utilizarse por su mezcla con el fango. Si al regadío le sumamos el cambio climático, con una sequía latente, y el incremento de la población en verano, debido al turismo, nos encontramos con que el pantano más grande de Málaga podría morir como murió el Mar de Aral, y que algún guiri viaje hasta aquí y escriba, al modo de Álvaro, su visita al no pantano de la Viñuela. Ojalá que se haga más caso a gente como Rafael Yus, biólogo, docente, portavoz de Ecologistas en Acción en la Axarquía y coautor de La burbuja de los cultivos subtropicales y el colapso hídrico de la Axarquía que viene advirtiendo del peligro desde hace años. Hace falta un cambio de modelo de agricultura, y no sólo a nivel local, sino a nivel nacional, pues esto es algo que está pasando en toda España. Si la superficie de regadío en el país consume alrededor del 80% del agua embalsada, ya sabemos que no van a cuadrar las cuentas.

 Pero volvamos a Un millón de pasos. De Uzbekistán, pasamos a Benín, donde aparecen unas monjas que me recordaron a otras que me acogieron una tarde en Mauritania, «mujeres de bandera en África que se olvidan a menudo cuando se hace balance del papel de la Iglesia».

 Le sigue Sri Lanka, la isla adonde hubiera querido acompañar a mi primo Sergio cuando realizó aquel reportaje gráfico sobre un orfanato de elefantes.

 Luego el Transiberiano y el Transmongoliano en tres partes: Rusia, Mongolia y Pekín, capítulos con títulos tan sugestivos como Ángeles de la guarda, De paquete por la  estepa y Timadores en Tiananmén. Porque me sirve para darle las gracias a todos esos ángeles de la guarda que también se cruzaron en mi camino y a los que me habría gustado poder devolverles el favor, anoto aquí estas líneas de Ángeles de la guarda:

(...) Cuentan que todos los moscovitas han pasado alguna vez por la plaza Komsomólskaya, la de las tres estaciones y los miles de trenes en todas las direcciones. El dato sirve para hacerse una idea sobre un lugar poco idóneo para un estreno con dudas y sin experiencia. Por confuso, no por otra cosa. Y porque las estaciones, en general, se prestan a las páginas gruesas de las historias oscuras. Al menos todo eso me vino a la cabeza al ver que en la puerta del gran edificio que me señaló el conductor había un cartel enorme con letras únicamente en ruso y unas también enormes cadenas con dos candados. (...)
 Él me vio en mitad de todo aquello. Hasta los ateos saben que hay ángeles de la guarda. Sergey Barakhovic fue el mío y le debía estas líneas y la esencia de este capítulo. Iba en pantalones cortos, con gorra y al rato supe que había estudiado un máster en Alemania. Me preguntó si hablaba inglés y, después, me indicó el camino. Pero el tipo, seguramente al leer un mensaje de cierto miedo estúpido en mi rostro, decidió acompañarme. Él y los suyos. Porque Sergey no estaba solo. Tiraba del carrito en el que iba Alisa, un bebé de tres meses que Helena, su mujer, acompañaba en todo momento con la mirada. Ella tenía que comprar un billete para un viaje a primera hora. Me guiaron hasta la taquilla, compraron su billete y repasaron el mío con el operario de la compañía de ferrocarriles. Me indicaron el andén, la hora exacta, el número de tren, el compartimento (estaba todo escrito con el alfabeto ruso). Pero fue mucho más que eso. En este universo de desconfianzas la bondad no siempre tiene precio. No siempre se darán la vuelta para pedirte algo a cambio (algo que siempre parece que estemos esperando). Mi ángel de la guarda no pidió nada. Ni cuando me llevó a un supermercado tras explicarme que sería bueno que comprara agua y algunas cosas para el viaje. Ni cuando recorrió las estanterías para que no me gastara demasiado dinero al elegir los productos. Y tampoco cuando cargó con buena parte de mis trastos hacia el andén. Sergey me acompañó hasta que llegó el tren. Sin un exceso de sonrisas ni de palabras. Él buscó el vagón exacto de mi compartimento y no se marchó hasta que mi equipaje y yo estábamos dentro. En el asiento siete del vagón siete del tren número dos con destino a Irkutz. Aún quedaban algunos minutos para partir y hasta me pidió disculpas por tener que marcharse porque la niña no dejaba de llorar. Me dio un abrazo y yo pensé que el mundo necesitaba un ejército de tipos como él. Santos sin alardes. Ángeles de la guarda. Junto a su nombre y su correo escribí en el cuaderno un millón de gracias. Estuvo conmigo casi cuatro horas. No lo olvidaré.

 Después vienen Torun –la ciudad polaca en la que nació Copérnico–, Pretoria –adonde viaja el autor con unos amigos para vivir en directo el Mundial de Sudáfrica que ganamos–, Budapest –para traer a colación a Puskas y aquella selección húngara que le metió un tres a seis a los ingleses en Wembley–, Camboya –con los templos de Angkor que visité en compañía de Lucía y Pedro en el verano de 2018–, Rumanía –con Bucarest y el castillo de Bran o de Drácula, cerca de Brasov, donde una familia (otros ángeles de la guarda) nos acogió a Lucía y a mí en uno de nuestros Inter Rail de adolescentes–.

Fortalezas de Ayaz Khala en Uzbekistán
Fotografía: Álvaro Machín

 Los campamentos de refugiados saharauis próximos a Tinduf, el desierto de Atacama, México, los Balcanes y Vietnam –país que recorrí de punta a punta en compañía de mi hijo Pedro aquel verano de 2018, cuando estuvimos dos meses viajando por el sudeste asiático– completan la terna de lugares donde se desarrollan las crónicas, más que relatos, de sus viajes. Y es que se nota que Álvaro Machín es periodista. A veces viaja por trabajo, otras por placer o necesidad; en algunas ocasiones lo hace en compañía de su pareja, de sus amigos o su sobrino, y la mayoría de las veces en solitario, que es cuando te ocurren más cosas que merezcan la pena escribirse.

 Sin duda, este libro ayudará a los indecisos a dejar el miedo atrás e iniciar viajes largos, al igual que a los trotamundos como yo, que se quedaron sin viajar este año, nos permitirá coger la maleta sin tener que salir de casa.

Mi casa siempre estuvo junto a las vías del tren. Me gusta pensar que eso supone tener siempre la maleta preparada.


lunes, 5 de septiembre de 2022

CONSTRUIR CON TAPIAL, ARCILLA Y BARRO


Chimenea de tierra de uno de los dormitorios de invitados
Casa bereber en la orilla del desierto de Agafay
Reformada por Karl Fournier y Olivier Marty (Studio KO)
Fotografía: Lluis Tudela (Icon Desing/El País)

«El problema es que muchos marroquíes asocian los edificios hechos de barro y arcilla con la pobreza. Técnicas como el pisé les recuerdan a su pasado y Marruecos está en un momento de globalización, así que las rechazan. No entienden que en realidad resulta más moderno construir con tierra que con materiales comprados en China».
Karl Fournier (fundador junto a Olivier Marty de Studio KO)

 

https://elpais.com/icon-design/2022-06-04/minimalismo-afilado-pero-tradicional-asi-es-el-marrakech-de-studio-ko-los-arquitectos-del-museo-yves-saint-laurent-que-construyen-con-tapial-arcilla-y-barro.html

domingo, 21 de agosto de 2022

ESTE AÑO NO TE QUEDES SIN VIAJAR


Este año no te quedes sin viajar
Carta desde el Toubkal en el escaparate de Luces
Fotografía: Lucía Rodríguez

El otro día leí en el periódico que el ritmo de lanzamiento de libros, filmes o series condena a la mayoría de las obras a desaparecer poco después de su estreno.

Cada semana, cientos de libros, cómics, espectáculos teatrales, series o discos debutan con el preciado sello de "novedad". Detrás, suele haber años de trabajo de músicos, dramaturgos, actores, escritores o directores. Al cabo de un mes, sin embargo, la gran mayoría ha pasado al rincón del olvido, lejos de la estantería principal o de las fichas más visibles del catálogo online. Y lejos, también, de los ingresos que esa visibilidad puede representar.
 En su lugar, aparece otra marea de novedades que, a su vez, pronto se convertirá en pasado. "En el sector editorial se da una superproducción concentrada en los grandes sellos. Las librerías no pueden mantener un fondo, salvo las más importantes, y se ven obligadas a un movimiento continuo. Un libro de hace seis o siete meses muchas veces ya no se encuentra, hay que pedirlo expresamente". [...] "La vida de los libros en las librerías es cada vez más corta, con las consecuentes devoluciones".
De novedad cultural al olvido en pocas semanas.
Tommaso Koch, El País

 Por eso, agradezco enormemente el detalle a todos esos libreros que después de tantos años (Carta desde el Toubkal se editó en 2015) siguen reponiendo mi libro cada vez que se vende. Libreros que leyeron el libro y que les gustó tanto que quieren seguir teniéndolo de fondo en sus estanterías, como José Antonio, de la Librería Luces, que incluso lo pone de vez en cuando en su escaparate, esa ventana a la Alameda que invita a todo el que pasa por allí a escoger el destino para su próximo viaje.

Carta desde el Toubkal en el escaparate de Luces, mayo de 2021
Fotografía: Lucía Rodríguez

 «Para viajar lejos no hay mejor nave que un libro». Con Carta desde el Toubkal podrán viajar a Marruecos a precio de saldo.

https://www.librerialuces.com/es/libro/carta-desde-el-toubkal_525177

Escaparate de la librería Luces (Málaga, mayo de 2021)
Fotografía: Lucía Rodríguez


miércoles, 3 de agosto de 2022

EN LOS BOSQUES DE SIBERIA


En los bosques de Siberia, de Virgile Dureuil (Harper Collins Ibérica)
Fotografía: Pedro Delgado

Para huir del calor del verano, o al menos mitigarlo, me he refugiado unos días en Siberia, en una cabaña aislada a orillas del lago Baikal. Y lo he hecho de la mano de una novela gráfica, En los bosques de Siberia, del francés Virgile Dureuil, publicada por la editorial Harper Collins Ibérica en 2021; un álbum que, dado su éxito, aún se puede encontrar en las librerías.

Página 10 de En los bosques de Siberia (Harper Collins Ibérica)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

 La obra, traducida por Isabel González-Gallarza, es una magnífica adaptación de la novela La vida simple (Editorial Alfaguara, 2015), del también francés Sylvain Tesson. Un texto, a modo de diario, que Tesson escribió antes de que se pusiera tan de moda el ruralismo literario, unas páginas nada bucólicas en las que nos contaba su bautismo de soledad, cuando dejó atrás su vida cotidiana en París para instalarse durante seis meses en uno de los lugares más hostiles del planeta. Aislado en una cabaña de madera y rodeado de una naturaleza desmesurada e inhóspita, a cinco días de marcha del pueblo más cercano, Tesson afrontó, entre el final del invierno y mitad del verano, su particular viaje interior.

La vida simple, Sylvain Tesson
Ed. Alfaguara, 2013
 Mi cabaña está situada al norte de la reserva Baikal-Lena. Es un viejo refugio de geólogo construido en los años ochenta y hundido en un claro entre cedros. En el mapa, los árboles le han dado su nombre al lugar: «Punta de los Cedros del Norte». Cedros del Norte suena como un nombre de residencia de ancianos. Después de todo, se trata de un retiro.

 El cómic, al igual que la novela, empieza con una nota aclaratoria del propio Sylvain Tesson, en la que nos cuenta lo que se nos avecina.

Un retiro.
 Me había prometido que, antes de cumplir los cuarenta, viviría como un ermitaño en mitad del bosque.
 Me instalé seis meses en una cabaña en Siberia, a orillas del lago Baikal, en la punta del cabo de los Cedros del Norte. El pueblo más cercano estaba a 120 kilómetros, no había vecinos ni carretera de acceso, de tarde en tarde recibía alguna visita. En invierno, temperaturas de –30 ºC ; en verano, osos en las orillas. Un paraíso.
 Me llevé libros, puros y vodka. Lo demás –el espacio, el silencio y la soledad– ya estaba allí. En ese desierto me inventé un día a día sobrio y hermoso, llevé una vida centrada en gestos sencillos. Contemplé pasar las horas frente al lago y al bosque. Corté leña, pesqué para comer, leí mucho, caminé por las montañas y bebí vodka asomado a la ventana. La cabaña era un puesto de observación ideal para percibir el latido de la naturaleza.
 Conocí el invierno y la primavera, la felicidad y la desesperación, y, por fin, la paz.
 En el fondo de la taiga, me metamorfoseé. La inmovilidad me aportó lo que el viaje ya no me procuraba. El genio del lugar me ayudó a amaestrar el tiempo. Mi hogar se convirtió en el laboratorio de esas transformaciones.
 Todos los días consigné mis pensamientos en un cuaderno. Lo que tiene hoy en las manos es el diario de aquel retiro.
Sylvain Tesson

 No me dirán que no es tentador. ¿Quién de ustedes no ha soñado con algo así para reencontrase consigo mismo?

«Soy libre porque mis días lo son». Sylvain Tesson
Página 25 de En los bosques de Siberia (Harper Collins Ibérica)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

Página 50 de En los bosques de Siberia (Harper Collins Ibérica)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

 Silencio, soledad, largos paseos, explorar el entorno, pescar abriendo un boquete en el lago helado, patinar sobre su superficie, aceptar la hospitalidad de los escasos vecinos y leer un buen montón de libros. Al igual que Miquel Barceló llevó una maleta llena de libros al País Dogón durante su estancia en Mali, Tesson los transportó en una caja.

Maleta llena de libros en la casa de Miquel Barceló en Mali
Fotografía: Jean-Marie del Moral

 Con ellos, ese viaje a la soledad resultaría menos extremo.

Tres últimas viñetas de la pág. 12 de En los bosques de Siberia
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

 El cómic de Virgile Dureuil tan sólo nos deja ver a algunos de los autores de esos libros, pero en el diario de Tesson sí figura el listado completo de títulos y autores. Como ese dato es interesante para los que amamos los libros, he considerado compartir esa lista con ustedes.

Lista de lecturas ideales, hecha por Tesson, para su retiro en Siberia
La vida simple, de Sylvain Tesson (Ed. Alfaguara, 2013)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Listado de libros que llevó Sylvain Tesson a su retiro de 6 meses en Siberia
La vida simple, de Sylvain Tesson (Ed. Alfaguara, 2013)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Quizás también estaría bien escribir otra con los libros que yo me llevaría, pero el esfuerzo sería grande y no tengo ahora mismo espíritu para ello. Lo que sí puedo decir es que algunos de esos 65 títulos también estarían en mi lista, entre ellos los dos volúmenes de Historia de mi vida (Editorial Atalanta), de Casanova, que compré como nuevos por 5 euros (cuando cuestan 125) en la librería lowcost Re-Read (cosas así son las que te hacen volver a curiosear en sus estantes).

Historia de mi vida, de Giacomo Casanova (Atalanta)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 En la cabaña, vuelvo a hundirme en Casanova. Después de su visita al abate de Einsiedeln:  «Para ser feliz me parecía que lo único que necesitaba era una biblioteca». A propósito de una joven italiana: «Me mostré mortificado de tener que dejarla sin haberle rendido a sus encantos el homenaje principal que merecían». Casanova viaja y vive en Roma, en París, en Múnich, en Ginebra, en Venecia y en Nápoles. Habla francés, inglés, italiano y latín. Conoce a Voltaire, Hume y Goldoni. Cita a Copérnico, Ariosto y Horacio. Sus amantes se llaman Donna Lucrezia, Hedwige o Henriette. Dos siglos más tarde, los tecnócratas dicen que es urgente «construir Europa».
***
 Cierro el libro, me pongo las botas de fieltro y voy a sacar dos cubos de agua del agujero de hielo pensando en Bellino-Teresa de Roma y en Leonilda de Salerno.
 Libros de dandi y vida de mujik.

 En los bosques de Siberia tiene el poder de templar nuestro estado de ánimo. Sus dibujos y sus textos nos proporcionan cierto sosiego, y, a la vez, pueden llevar a la acción a aquellos que no se encuentran a gusto con sus vidas ajetreadas, con nuestra modernidad, a esos que sopesan salirse de la rueda, que quieren pisar el freno.

«Por cosas así he querido alejarme de este mundo». Sylvain Tesson
Página 6 de En los bosques de Siberia (Harper Collins Ibérica)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

 Es increíble cómo Virgile ha captado el paso de las estaciones en sus viñetas, y destacable el empleo que hace del color y la luz en las mismas: los naranjas de los interiores alumbrados por las estufas de leña; los filamentos rojos de los amaneceres y atardeceres; el malva que proyecta a la noche la luna...

Página 27 de En los bosques de Siberia (Harper Collins Ibérica)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

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Página 75 de En los bosques de Siberia (Harper Collins Ibérica)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

Primera viñeta de la pág. 76 de En los bosques de Siberia (Harper Collins)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

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Página 49 de En los bosques de Siberia (Harper Collins Ibérica)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

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Página 14 de En los bosques de Siberia (Harper Collins Ibérica)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

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Página 16 de En los bosques de Siberia (Harper Collins Ibérica)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

Primera viñeta de la pág. 17 de En los bosques de Siberia (Harper Collins)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

 El dibujo realista de Virgile Dureuil se acomoda perfectamente a la narrativa y a las palabras textuales de Tesson, suprimiendo las referencias a algunos días para poder condensar, casi en la mitad de páginas, las 228 de la novela original. En ella, Tesson no da voz sólo a sus pensamientos y acciones, si no también a los rusos que viven en esos parajes: pescadores, guardas forestales, y miembros de estaciones científicas o meteorológicas.

Página 9 de En los bosques de Siberia (Harper Collins Ibérica)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

Página 34 de En los bosques de Siberia (Harper Collins Ibérica)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

 En este caso, fue el cómic el que me llevó a la novela, que encontré en la biblioteca del barrio.

17 de febrero
 Esta mañana el sol se posó en las crestas de Buriatia a las ocho y diecisiete. Un rayo atravesó la ventana y cayó sobre los troncos de la cabaña. Yo estaba en mi saco de dormir. Creí que la madera sangraba.
 Las últimas llamas de la estufa mueren hacia las cuatro de la mañana. Al alba hiela en la pieza. Hay que levantarse y encender el fuego: dos gestos que celebran el pasaje del homínido al hombre. Comienzo mi jornada soplando las brasas. Después vuelvo a acostarme hasta que la cabaña ha tomado la temperatura de un huevo.
 Esta mañana, engraso el arma que me dejó Serguei. Es una pistola de cohetes como las que utilizan los marinos en problemas. El caño lanza su carga de fósforo enceguecedor que atenúa los ardores de un oso o un intruso.
 No tengo fusil, y no cazaré. En primer lugar porque la reglamentación de la reserva natural me lo prohíbe. Además, porque me resultaría una grosería injustificable matar a los seres vivos del bosque del que soy huésped. ¿A quién le gusta que lo agreda un extraño? No me molesta que seres mejor hechos, más nobles y de aspecto distinto al mío vivan en libertad en los montes.
 Esto no es Chantilly. Cuando los cazadores furtivos se topan con los guardabosques, las explicaciones se dan a puñetazos. Serguei no patrulla nunca sin su fusil. En el perímetro del lago hay tumbas con los nombres de inspectores. Una simple estela de cemento, decorada con flores de plástico y, a veces, la foto del hombre en un medallón de metal. Los cazadores furtivos en cambio no tienen sepultura.

 Y lo siguiente será ver la película, rodada por Safy Nebbou en 2016. El guión corre a cargo del propio Nebbou y de David Oelhoffen. A ver si se animan a subirla los de Filmin y les cuento.

En los bosques de Siberia
Un film de Safy Nebbou

 Como ven, las buenas historias lo son en cualquier medio.

 Ya tengo ganas de que los de Harper Collins editen en castellano la adaptación que hizo Virgile Dureuil de Berézina: En sidecar con Napoleón, otra novela del particularísimo Sylvain Tesson, en la que el autor recorre, doscientos años después, la ruta de retirada del ejército napoleónico desde Moscú a París.

 Como Tesson, me sirvo un chupito de vodka, alzo el vaso hacia el oeste y bebo. ¡Por las aventuras que nos quedan por vivir!

Última viñeta pág. 22 de En los bosques de Siberia (Harper Collins)
© Editions Casterman S.A./Virgile Dureuil

P.D. Mi agradecimiento a Mónica Sota y Rocío Isasa de Harper Collins Ibérica, y a Nolwenn Lebret y Tina Tonero, de Casterman, por facilitarme las páginas del cómic y el permiso para utilizarlas en esta reseña. Y como no, a Sylvain y Virgile por dedicarse a este noble arte.