martes, 7 de mayo de 2024

GOURRAMA. UNA NOVELA DE LA LEGIÓN EXTRANJERA


Gourrama. Una novela de la Legión Extranjera*
Friedrich Glauser (Editorial Ginger Ape Books&Films)
Fotografía: Pedro Delgado

El editor de Ginger Ape Books&Films me habló de Gourrama. Una novela de la Legión Extranjera con palabras impregnadas de misterio, y tras entregarme un ejemplar como el que entrega a un ser querido, concluyó la conversación con una advertencia: «¡Y que te mantengas alejado de la maldición del cafard!». Palabras inquietantes que volverían a mí numerosas veces durante la lectura de la novela autobiográfica del suizo Friedrich Glauser.

 Cafard... una palabra que no se puede traducir. No es nostalgia... aunque el cafard es impensable sin un chorrito de nostalgia. ¿Melancolía? Melancolía significa bilis negra... y un cafard es una cucaracha... más exactamente, una cucaracha común. Ambas cosas tienen que ver con el color negro.
 ¡Cafard! Del cafard surgen muchas cosas: deserción, insubordinación, borracheras absurdas, cuchilladas, suicidios. Si solo es uno el que tiene el cafard...
 Pero el cafard es contagioso... Más contagioso que, por ejemplo, el tifus, contra el que al fin y al cabo existe una vacuna. ¿Pero qué pasa si el cafard sacude a toda una compañía? ¿Qué ocurre entonces?

 El cuidado que ha puesto Antonio Ruiz y Rubén L. Conde al editar esta obra es mayúsculo, desde las cubiertas y el bello Ex Libris que contiene al tamaño de la letra, el tipo de papel o los mapas y planos del lugar. También destaca el atinado y esclarecedor prólogo de Carlos Fortea, traductor de la obra, cuyas palabras finales nos dejan a la entrada del puesto de la Legión francesa de Gourrama, en medio del Alto Atlas y en los años 20 del siglo pasado. Allí se despide del lector invitándonos a pasar.

 Es complicado hablar de un libro que aún no se ha leído intentando no desvelar nada, y por eso estas líneas tienen que detenerse aquí, a la entrada del puesto de Gourrama, en su edificio de administración, su enfermería y su convento. Les invito a pasar. Traten ustedes de que no se les vea. No les será difícil, entre la abigarrada población árabe. Escuchen en silencio. No saldrán iguales a como eran cuando entraron, tras haber visitado las profundidades de la humanidad.

 Antes, entre otras cosas, nos ha contado las curiosas dificultades que tuvo que sortear esta novela póstuma para ver la luz. Gourrama fue la primera obra de su autor, pero en ella ya está «todo lo que es Glauser: autobiografía, la visión descarnada de un mundo implacable en sus desafectos, la preocupación por los marginados; pero, sobre todo, lo que hace que Glauser sea Glauser: el foco en las personas, por encima de la propia narración, muy por encima de los acontecimientos». De ahí que Gourrama trate «de las personas y su lucha con el destino».

 Gourrama es la antítesis de Beau Geste: si allí el heroísmo era la línea de fuga del texto, aquí lo es el hastío, la corruptela, pero también la amistad y la necesidad de amor. Si allí había buenos y malos, aquí las fronteras se diluyen, y a veces los oficiales son insólitamente humanos y otras los soldados terriblemente crueles.
 Sin embargo, como un hilo de fuego a través del texto, lo que brilla es la pasión de Glauser por los marginados. Es difícil no sentir emoción cuando algunos de ellos relatan sus historias inventadas o reales, difícil no sentir indignación en algunos pasajes, difícil no sentir compasión en otros. Entre líneas se ve sufrir al hombre sufriente que fue Glauser, se advierte la crudeza con la que no se engaña en presencia del mundo en el que vive, pero se ve también como nunca renuncia a la esperanza puesta en la humanidad.

 Postergado durante un tiempo en la estantería, estos días del mes más cruel del año decidí por fin abrir sus páginas y alistarme en la Legión Extranjera. De inmediato, me vi en las estribaciones del Alto Atlas, cabalgando bajo un sol inclemente a la cabeza de una columna de legionarios. Leía y sentía la necesidad de pasar el pañuelo bajo el salacot para secar el sudor.

Destacamento de la Legión Extranjera Francesa en Marruecos
Fotografía: https://en.wikipedia.org/wiki/File:Bundesarchiv_Bild

Eran solo las nueve de la mañana, pero el sol ya ardía. La Tercera Sección de la Segunda Compagnie Montée del Tercer Regimiento Extranjero había recogido en Atchana un destacamento de veinte hombres, llegados de Argelia como refuerzo. La tropa regresaba a Gourrama, un pequeño puesto del sur de Marruecos.
 La llanura era gris y estaba dividida por profundos fosos. Los bordes estaban cortados a pico, era como si el calor y la sequedad hubieran rajado la tierra durante largos trechos. Pero en invierno corrían arroyos por esas grietas; bajaban de las montañas de piedra roja que centelleaban al sol, a lo lejos. Y al este, a sus espaldas, se alzaban las cumbres nevadas del Alto Atlas, resplandecientes como plata brillante contra el cielo azul oscuro...

 A lo lejos se veían los muros blancos del puesto, brillando «al sol como nieve endurecida», y pronto entramos en él y desmontamos. Entonces supe lo que era el convento, y entendí la cita de Mallarmé que abría la primera parte del libro.

Gourrama. Una novela de la Legión Extranjera, de Friedrich Glauser
Fotografía: Pedro Delgado

 Más tarde, me acomodé como pude para seguir las celebraciones del 14 de julio.

 Peschke, el ordenanza del teniente Lartigue, había traído de su bien amueblada habitación un sillón club en el que el teniente se sentaba con las piernas bien estiradas. El blanco uniforme, bien planchado, hacía que sus robustos miembros parecieran aún más gruesos. Su rubio cabello temblaba al viento sobre la amarilla redondez de su frente; el cansancio había cavado surcos en torno a los ojos y los labios secos, blanquecinos. Por la mañana había tenido un ataque de fiebre y se había tomado dos gramos de quinina. Además, sus amigos árabes del pueblo le habían preparado una infusión de hojas de cáñamo. Por eso, sus ojos saltones brillaban al resplandor de las muchas velas que ardían sobre pequeñas repisas de madera en las paredes. Solo delante, en el escenario, se habían puesto lámparas de carburo, cuyo silbido se oía claramente en el silencio que a veces se producía.

 Conforme aparecían, anotaba los nombres y la graduación de los legionarios para no perderme. Así como algunas de sus características.

 Kainz: carnicero de la intendencia, viejo y de sonrisa desdentada. Tiene un diente suelto cuya sujeción comprueba con sus dedos a cada momento durante la conversación por lo que no se le entiende bien cuando habla.

 Adjutant Cattaneo: piamontés, obeso, bigote salpicado de gris, dientes amarillos y roídos, analfabeto, pequeño tirano.

 Capitaine Chabert: hombre tranquilo y decente, rechoncho, comanda la 2ª Compañía Montada pero no siente mucho respeto por la disciplina, uniforme caqui deslucido sin los 3 galones dorados de su rango.

 Teniente Lartigue: caballero muy elegante, rubio, ojos saltones, gran lector, ataque de fiebre que trata con quinina, manda la Sección de Ametralladoras.

 Lös: alemán, cabo, hace dos meses que ha asumido la intendencia de manos del sargento Sitnikoff. Es amigo de Chabert pero está enemistado con el adjutant Cattaneo, al que le niega el aguardiente.

(...)

Gourrama, de Friedrich Glauser
Soldados de plomo colección Miguel Ángel Ferrer**
Fotografía: Pedro Delgado

 Incluso busqué en las estanterías las cajas de soldaditos de la marca inglesa Timpo que había comprado hacía muchísimos años por tres libras en la juguetería Hamleys de Londres. Además de una de las Ratas del Desierto con Monty, tenía una de la Legión Extranjera y otra de árabes armados con espadas cuchillos y fusiles que nunca me atreví a pintar.

Soldados de plástico de la marca Timpo
Fotografía: Pedro Delgado

 Quizás por eso valoraba tanto la dedicación y el trabajo con los pinceles de mi amigo Miguel Ángel Ferrer, que tiene las estanterías repletas de soldaditos de plomo. Entre ellos, por supuesto, árabes y franceses de la Legión Extranjera; aunque lo de franceses es un decir, pues además de ellos nutrían la tropa rusos, belgas, alemanes, italianos, suizos, austriacos, húngaros e incluso turcos.

Soldados de plomo de la Legión Extranjera
Colección Miguel Ángel Ferrer***. Fotografía: Lucía Rodríguez

Soldados de plomo de la Legión Extranjera
Colección Miguel Ángel Ferrer***. Fotografía: Lucía Rodríguez

 El propio Friedrich Glauser, nacido en Viena de madre austriaca y padre suizo, fue uno de ellos; alistado por intermediación de su padre de 1921 a 1923, probablemente para evitar una detención por drogas o para combatir su adicción a la morfina, estuvo destinado en Gourrama, de ahí la autenticidad que tienen las páginas de esta novela que retrata a «la tropa de jóvenes desposeídos y desheredados que, justo después de la Gran Guerra, terminó por refugiarse en la Legión, incapaces –tanto como él– de ejercer de ciudadanos ejemplares».

Friedrich Glauser (1896-1938)

 Hay algo en la voz y el estilo de Friedrich Glaucer que me recuerda al Louis Ferdinand Céline de Viaje al fin de la noche, que escribía como hablaba, pero también a la poesía de algunas de las nouvelles de Antoine de Saint-Exupéry.

 Fuera, la noche era lejana y distante. El viento había lijado con arena fina los tejados de chapa ondulada, de manera que ahora espejeaban cuando la luna posaba sobre ellos su luz suave.
***
 Lös abrió la puerta hacia la noche muda que se cernía sobre el puesto. Estaba agitada por un ligero viento; anunciaba la mañana, que se acercaba cautelosa por detrás de las negras montañas.

 La novela se divide en tres partes: Vida cotidiana, Fiebre y Resolución; quince capítulos durante los cuales acompañamos a estos hombres que, «rodeados siempre del olor de sus pegajosos pasados, que se adhieren a ellos por mucho que hagan por ahuyentarlos», han venido a la Legión a poner punto final. Pero no a ahogarse en la mierda.

 Como moribundos, los durmientes yacen dispersos por el puesto, sus bocas muy abiertas emiten ronquidos. Entre ellos se escucha el sonoro soñar de alguno. Un espeso hedor llena las callejas entres los barracones: sudor y carne putrefacta, y las emanaciones de las letrinas a cielo abierto.
 En un rincón de su estancia encuentra la botella con el licor de patata. Lös actúa de forma automática. Llenar la taza de hojalata, vaciar el líquido como una medicina, torcer el gesto, decir «Ah» en voz alta como si allí hubiera alguien presente que tuviera que ser tranquilizado. Luego dejarse caer como un bloque en el colchón, sacar fuerzas suficientes para envolverse en la manta porque empieza a refrescar. Y por fin, hundirse en ese profundo pozo, que es negro y frío y mudo.
 Hasta que unos rayos agudos se clavan en su rostro desprotegido, hasta que el pitido de un silbato hiere doloroso los oídos.
 Y un nuevo día empieza.
***
 Los días pasaban por el pequeño puesto y nada interrumpía su monotonía. El lunes tocaba diana, los que estaban destinados a ello corrían a la cocina a por el café y lo traían mientras su aroma ondeaba tras ellos como una bandera. Nuevo toque: los mulos se llevaban sin ensillar al río, para abrevar. El sargento de semana hacía la ronda: revista de enfermos. La hacía el capitaine, porque el médico solo venía cada tres semanas. El capitaine era benévolo. Prescribía pocos medicamentos, porque solo conocía la aspirina y la tintura de yodo. También quinina. Pero era generoso con el descanso. Dos días sin servicio, tres días sin servicio. Si no mejoraba, se le tomaba la temperatura, se le daba quinina y más descanso. Si no servía de nada, se le enviaba al hospital de Rich. Los camiones que de vez en cuando visitaban el puesto se llevaban a los enfermos. Si no se podía transportar a alguien, se llamaba por teléfono al mayor Bergeret. Venía por la tarde, a caballo, un hombre tranquilo de negra barba que examinaba al enfermo, lo consolaba, mandaba hacer una infusión, le sacudía la pereza al enfermero, se tomaba una botella de vino con los oficiales y volvía a marcharse al atardecer.
 A las nueve había revista. La compañía formaba en cuadro. El capitaine la recorría, daba unas palmaditas en alguna mejilla, pellizcaba algún brazo. Se llevaba la fusta a la placa de la gorra: «Rompan filas».

 Goumarra. Una novela de la Legión Extranjera retrata la vida en un puesto de la legión, pero también capta cómo los hombres, huyendo del pasado, se mortifican para expiar sus culpas y purificarse.

Gourrama sobre recortables de los Spahis****
Fotografía: Pedro Delgado

 Tan impresionado quedé con su lectura, que quise preguntarle a Antonio Ruiz, uno de los editores de Ginger Ape Books&Films, cómo había sabido de esta joya y le había ganado la partida a otras editoriales más poderosas que han publicado algunas de las novelas policiacas de Glauser, y esto fue lo que me contestó:

 «Compré En la oscuridad a los editores de Mármara en un evento relacionado con los libros que se celebró en La Térmica allá por 2016 o 2017, intuyo que no más allá porque la fecha de edición del libro es de 2016 y creo recordar que por la época era una novedad o casi. Empecé su lectura al día siguiente, pero no lo terminé en ese día porque no quería que se acabara.

marmaraediciones.es/en-la-oscuridad

 El libro me arrebató, y empecé a buscar lo que se había traducido de Glauser al español. Di con la novela El té de las tres viejas (en realidad su ópera prima, aunque póstuma), publicada por Amaranto editores en 1998. La misma editorial posteriormente había publicado una novela del ciclo del inspector Studer (a Glauser se le considera el padre de la novela policial alemana), titulada El chino, en 2014. Con eso ya me bastaba para saber que quería editar un libro suyo, así que seguí investigando en su bibliografía en alemán y decidimos en la editorial que la novela que elegiríamos sería Goumarra, tanto por su alto contenido autobiográfico (rasgo que comparte con En la oscuridad y en menor medida con El té de las tres viejas), como por su temática y motivos, y también por su intrincada historia editorial (una de nuestras pasiones y especialidades). Después contacté con Carlos Fortea para su traducción, porque había sido el traductor para la edición de Mármara, aquel librito del principio y que tanto me había deslumbrado. Y el resto, como se dice es historia... de la edición... invisible».

 Pues aquí está esta reseña para darle visibilidad a la editorial, al autor y a Gourrama, una novela impactante que me ha encantado. Lo malo ahora es ese deseo vehemente de viajar a Gourrama que se ha instalado en mí, un anhelo persistente y excesivo que trataré de espantar con otras lecturas. Imagino que del puesto militar no quedará nada, pero me gustaría comprobar qué queda del viejo ksar.

Puerta de entrada del Ksar de Gourrama. Fotografía: Cl.Muste

 Por último, quisiera cerrar este artículo con dos ruegos: que alguien haga la película y que algún devoto de mi querido Paul Bowles se acerque a su tumba, en el cementerio Lakemont de Yates County, Nueva York, y le lea el pasaje de la novela que les copio a continuación. Aunque allí sólo estén sus cenizas, su espíritu se va a relamer de gusto.

 Llegaron al ksar. Los altos muros de adobe sin ventanas brillaban en un amarillo ocre, iluminados por el sol, que ya estaba bajo. Entre el polvo jugaban los niños, con las caras cubiertas de costras y muchos ojos pegados por el pus. Miraban la figura desconocida vestida de caqui y con polainas y salían corriendo. Un oscuro pasillo conducía al interior del pueblo, que era una única construcción, un gigantesco termitero; a su lado pasaban figuras oscuras, irreconocibles en el sucio crepúsculo. Lös pensó en la prohibición, en los relatos que circulaban sobre ataques de ladrones, pensó en el dinero que llevaba encima. Pero no tenía miedo. Había tenido más miedo al besar los hombros de la muchacha.
 Una empinada escalera de madera llevaba hasta una habitación en la que había un olor asfixiante. Zeno abrió un postigo, y los haces de luz atravesaron un humo azul. En un rincón yacía una chiquilla sobre un montón de paja, por encima de ella había varios pollos posados sobre barras. La repentina claridad los despertó, revolotearon hasta el suelo y echaron a correr cacareando.
 Y entonces Zeno empujó una puerta alta, que dejó ver una amplia terraza. En esferas transparentes, el humo se deslizó hacia el exterior, pero los rayos que iban de la ventana al suelo permanecieron como inamovibles vigas inclinadas.
 En medio de la terraza, en una estera de esparto, se sentaba un hombre. En el centro de su cráneo, por lo demás rapado, crecía una larga trenza gris, que invitaba a la mano de Alá a empuñarla y llevar consigo el cuerpo al que estaba unida a un mundo más rico. Porque aquel hombre estaba flaco, desnutrido. Al oír los pasos de Lös, levantó la mirada y se soltó los dedos de los pies, con los que había estado jugueteando pensativo. Lös se acordó de sus lecturas de Karl May y dijo:
 –La illah Allah, Mohammed rassuhl Allah.

Gourrama sobre recortables de Miguel Ángel Ferrer*****
Fotografía: Pedro Delgado

Nota: Todos los soldados de plomo y recortables pertenecen a la colección particular de Miguel Ángel Ferrer, profesor de Historia, al que agradezco las facilidades que me dio para ilustrar este artículo.

 *El soldado que aparece en la primera fotografía, junto a la portada, es una miniatura de Tradition of London de los años 90: Legionario, 1er Regimiento Legión Extranjera 1908 (corresponde con la imagen de la portada del libro).

**Los legionarios que aparecen en la segunda fotografía, junto a la portada, son de la Guerra del Rif, años 20. Sus uniformes corresponden con los que portan los protagonistas de Gourrama: a la izquierda hay tres legionarios de marruecos de los años 20, manufactura de Tradition Of London, y a la derecha un brigadier con la silla de montar de ediciones Hachette (Tunez 1926-1932) y un sargento a caballo de 1930 de ediciones del Prado.

***En la primera fotografía del destacamento de la Legión Extranjera, y en primer plano, se ven dos figuras de Tradition. Al fondo, el segundo grupo son miniaturas de AR de manufactura francesa. A destacar el uso del salacot por parte de los oficiales (también la tropa podía llevar salacot como se indica en el inicio de la novela). Uniformes entorno a 1910. En la segunda fotografía, en primer plano, miniaturas de Almirall Palau de finales de los 90 del coleccionable Soldados de plomo, pintados y transformados por Miguel Ángel Ferrer.

****Los recortables de los Spahis son de la marca Pro Patria, Editions Bouquet. Esta serie de recortables empezó a comercializarse en 1915 para recaudar fondos para la guerra y mantener el espíritu patriótico. La editorial seguirá publicando hasta los años cincuenta. Tienen la peculiaridad de estar impresos por las dos caras.

*****Bajo el libro aparecen los recortables de La Tijera. Serie 10, nº9, "Moros del Rif", primera etapa de finales de los años 20. Las figuras han sido retocadas por Miguel Ángel Ferrer a partir de un pliego original.

 Por otro lado, en las siguiente láminas se pueden ver los uniformes que llevan los soldados que aparecen en Gourrama. Las dos imágenes están extraídas del libro La Légion étrangère. 1831-1962, une histoire par l'uniforme de la Légion étrangère. Éditions Heimdal, 2018.

La Légion étrangère (Éditions Heimdal, 2018)

La Légion étrangère (Éditions Heimdal, 2018)

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