jueves, 28 de abril de 2022

EL CÓMIC SOBRE LOS IÑURRATEGI: UN LATIDO EN LA MONTAÑA


Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña
Sua Edizioak & Mendi Film Festival
Fotografía: Lucía Rodríguez

Desde el domingo que empezaron los síntomas estoy con la COVID-19, confirmado por un test de antígenos que compré en la farmacia. El dolor de cabeza de los tres primeros días no me dejaba leer, pero ahora que no me duele he rescatado de la pila de libros de la mesita de noche el cómic sobre los hermanos Félix y Alberto Iñurrategi, una de esas míticas cordadas del alpinismo patrio, un referente que marcó el camino a muchos de los que hoy suben montañas.

Pedro Delgado leyendo con Leonardo el cómic sobre los hermanos Iñurrategi
Fotografía: Lucía Rodríguez

 La cefalea me ha abandonado, pero aún sigo con el cansancio y la tos, así que durante unas horas aúno el sonido alterado de mi respiración a la de los montañeros. Si a esas altitudes ellos tienen que dar grandes bocanadas de aire para hacer llegar un poco de oxígeno a sus pulmones, yo tengo que darlas para contrarrestar la congestión nasal que me dificulta el simple acto de respirar. Tengo las ventanas y las puertas de los patios y de las terrazas abiertas para ventilar y que el virus no se concentre en la casa, así que también siento el frío que emanan esas montañas nevadas, blancas y azules, salidas del pincel de César Llaguno (la rotulación y el color corren a cargo de Felipe H. Navarro).

El K2 dibujado por César Llaguno
Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Leyendo el texto de las viñetas y de los bocadillos, escritos por Ramon Olasagasti, uno comprende que el nombre de Alberto siempre estará asociado al de su hermano, el alpinista guipuzcuano Félix Iñurrategi, fallecido el 28 de julio del 2000, cuando descendía el Gasherbrum II en Pakistán. Ese día, tras el duodécimo ochomil que coronaban juntos, la fatalidad aguardaba a Felix entre el campamento base y el campo uno. Un anclaje se soltó, se partió la cuerda, y el mayor de los hermanos se precipitó al vacío. A Alberto, un año más joven que su hermano, le tocó cargar con la desgracia.

 En diciembre de ese mismo año, tratando de arroparlo y de que no se hundiera en los infiernos, Jon Lazkano y Jon Beloki se lo llevan de viaje a Mali, donde escalan varias vías en el macizo de la Mano de Fátima. A la vuelta, Alberto tiene claro que continuará ascendiendo a las grandes montañas por los dos. Y seguirá haciéndolo de la misma manera de siempre, en el estilo alpino, la mayoría de las veces fuera de los caminos habituales, marcando nuevas u olvidadas vías. Ahora sí tiene claro que perseguirá terminar los catorce ochomiles, y cuando recupera el piolet de su hermano, que habían dejado un año antes en un depósito con material camino del Gasherbrum I, sabe que Félix también estará con él en la cumbre.

Félix y Alberto Iñurrategi © Fotografía Iñurrategi

 Los Iñurrategi aprendieron la importancia de la cordada, la ética y los valores de la montaña de la generación anterior a la suya: Juanjo Sebastián, Juanito Oiarzabal, Jon Lazkano, Tamayo, Kike de Pablo, 'Zulu', Mari Ábrego..., compañeros extraordinarios que les abrieron el camino. Junto a esos nombres, aparecen en el cómic el de otros destacados alpinistas: atletas de la arista con los que coincidieron en la montaña por azar o por una expedición, algunos de los cuales, por desgracia, ya no están entre nosotros, y otros a los que consiguieron rescatar de una muerte segura, como el montañero de origen alemán afincado en Colombia, Volker Stalbhon, al que salvaron en el Nanga Parbat tras dos días de duro y arriesgado rescate, o el italiano Valerio Annovazzi, que ya aguardaba a los heraldos de la muerte en el campamento 3 del Gasherbrum II. Dos hechos que destaco, porque salvar a alguien es la experiencia más hermosa y gratificante que se pueda tener en la vida. Algo mucho más grandioso que la más imponente de las cumbres.

Páginas donde se narra el rescate de Volker Stalbhon en el Nanga Parbat
Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña, de Olasagasti y Llaguno
Fotografía: Lucía Rodríguez

Páginas donde se narra el rescate de Valerio Annovazzi en el G-II
Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña, de Olasagasti y Llaguno
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Por el primero de aquellos rescates, la diputación floral de Guipúzcoa les dio un premio, y ellos no tuvieron ninguna duda en compartirlo con Gerard y Rustam Ali y dedicarlo a comprar material para la recién creada escuela de montaña de Machulo. Aquel fue el germen de la Fundación Baltistán.

El germen de la Fundación Baltistán
Hermanos Iñurrategi, un cómic de Ramon Olasagasti y César Llaguno
Sua Edizioak y #mendifilm

 Hay una palabra en euskera, Mendimina, que define esa pasión por la montaña que no se puede explicar. «Sabemos muy bien que las aristas tienen dobles filos como las navajas, que nuestra pasión nos puede llevar a las emociones más gozosas y a los dolores más agudos», nos dice Alberto en una de las viñetas.

Homenaje a José Luis Zuluaga 'Zulu' fallecido por un alud en el Ice Tooth
Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña, de Olasagasti y Llaguno
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Félix, 'Zulu', el suizo Loretan, el francés Lafaille, con el que subió al Annapurna, y tantos otros que perdieron la vida en la montaña. Pero la vida no se mide por su duración, sino por la intensidad de las emociones. «Nosotros amamos la vida. La montaña a veces nos destroza el corazón, pero es la que nos llena ese mismo corazón de alegría y de fuerza. Los momentos más hermosos de la vida, los más vivos, me los ha dado la montaña».

Alberto y Félix Iñurrategi en Un latido en la montaña
Cómic de Ramon Olasagasti y César Llaguno
Sua Edizioak & #mendifilm

 En Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña, Alberto Iñurrategi le cuenta su historia a Shazia, una maestra de primaria de la escuela de Machulo, en el valle baltistaní de Hushé (Pakistán), que quiere recogerla por escrito para que todos sus estudiantes sepan quienes son los hermanos Iñurrategi y cómo funciona la Fundación Baltistán.

Shazia y Alberto Iñurrategi
Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña

Alberto Iñurrategi le cuenta a Shazia sus inicios en la montaña
Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña, de Olasagasti y Llaguno
Fotografía: Lucía Rodríguez

¡Al Himalaya!
Cómic sobre los hermanos Iñurrategi, editado por Sua Edizioak y Mendi Film
Fotografía: Lucía Rodríguez

 En 1992, tras el Pumori (1990) y el Makalu (1991), vino el Everest. Allí Alberto se convirtió en el montañero más joven en lograrlo. Fueron ascensos rápidos y limpios, sin hacer trabajos de equipamiento previo al intento a cumbre, cargando con aquello que podían transportar ellos mismos, sin emplear bombonas de oxígeno. Ese estilo alpino, esa búsqueda de la pureza, será el sello de los hermanos, el ejemplo, el faro que dejarán como legado.

 Como dice el escritor Koldo Izagirre, «sería triste que en este deporte los logros se midieran según la altitud de la montaña, porque en ese caso después del Everest ya no podríamos subir más».

¡Y el año que viene al K2!
Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña, de Olasagasti y Llaguno
Fotografía: Lucía Rodríguez

 En el verano de 1993, los hermanos viajaron a China para ascender el K2, pero la nieve estaba tan blanda que se hundían en ella hasta la cintura sin avanzar. «El cielo puede esperar», se dicen, y regresan en la primavera del año siguiente para, esta vez sí, cobrarse la pieza.

 Las siguientes tendrían los nombres de Cho Oyu (1995), Lhotse (1995), Kangchenjunga (1996), Shisha Pangma (1996), Broad Peak (1977), Dhaulagiri (1998) y Nanga Parbat (1999). Este último era ya su décimo ochomil. Aún así, no les obsesionaba alcanzar los catorce. «Nunca nos interesó el coleccionismo de cumbres. En cada expedición intentábamos plantearnos algún reto: una vía determinada, la dificultad, el estilo ligero..., pero la dichosa lista de los catorce...», recuerda Alberto. Cuando a Félix le preguntaron en una entrevista cuántas les faltaban su respuesta fue que todas, cientos. «Es broma, perdona. Te refieres a los ochomiles, la gente se preocupa mucho por contarlos, pero a nosotros la cifra no nos importa. Nos importa la manera de subirlos, la vía, la estética, el proyecto. No escalamos montañas para batir marcas, sino para que nos marquen a nosotros».

 Pero como les dijo Sebastián Álvaro, director del programa de televisión Al filo de lo imposible, ya habían llegado demasiado lejos. Debían completarlos, y luego seguir buscando cumbres y paredes en donde les diera la gana, a su aire.

 En el 2000 conquistaron el Manaslu y el Gasherbrum II, su duodécimo ochomil. Ya saben lo que sucedió en aquel descenso, y cómo Alberto, con el piolet de Félix en la mano, se propuso conquistar la dos cimas que les restaban. El Hidden Peak o Gasherbrum I lo consiguió en 2001, llevando como compañero de cordada a Jon Beloki, que hacía su primer ochomil. Y el Annapurna en 2002, ascendiendo a este último por la dificilísima arista sureste, abierta por los suizos Erhard Loretan y Norbert Joos en 1984. Una vía que no había repetido nadie desde entonces. Una arista terrible de siete kilómetros y medio para ir, y otros siete y medio para volver. La prueba definitiva que convertiría a Alberto en un personaje homérico. En aquella ocasión, acompañó al español el francés Jean-Christophe Lafaille, otro Ulises que perdería la vida unos años después en el Makalu.

La arista sureste al Annapurna
Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña, de Olasagasti y Llaguno
Fotografía: Lucía Rodríguez

Páginas donde se relata la ascensión al Annapurna de Iñurrategi y Lafaille
Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña, de Olosagasti y Llaguno
Fotografía: Lucía Rodríguez

Páginas donde se relata la ascensión al Annapurna de Iñurrategi y Lafaille
Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña, de Olosagasti y Llaguno
Fotografía: Lucía Rodríguez

 La huella de los hermanos Iñurrategi aún perdura en el Karakórum. Su mayor legado ha sido la Fundación Baltistán, creada un año después de la muerte de Félix, volcada en mejorar la forma de vida de los habitantes del valle de Hushé.

Viñeta del cómic sobre los Iñurrategi

Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña (Sua Edizioak/#mendifilm)
Cómic de Ramon Olasgasti y César Llaguno

 Entre sus acciones está la creación del sistema de regadío de Machulo para bombear agua desde el río al pueblo y distribuirla desde un depósito, a través de canales, a las terrazas y a los campos de cultivo (en este proyecto fue determinante el altruismo del ingeniero José Ramón Madinaveitia); la construcción de diez escuelas de primaria y una de secundaria; el apoyo incondicional a la escuela de Montaña de Machulo, donde reciben formación en escalada y rescate las nuevas generaciones; las becas que han permitido acceder a la universidad a algunos estudiantes; las mejoras introducidas en el cultivo, recolección, secado y comercialización del albaricoque; la aportación de dos ecógrafos, gracias a los cuales se ha conseguido reducir a cero la mortalidad materno-infantil, y más cosas que, seguramente, olvido ahora, pero que pueden descubrir en el siguiente enlace de la Fundación Baltistán.

https://www.baltistan.eus/es

Escuela del valle de Hushé. Fundación Baltistán
Fotografía: Mikel Alonso

Escuela valle de Hushé. Fundación Baltistán
Fotografía: Mikel Alonso

 Y como complemento al cómic, les recomiendo un par de documentales, ambos dirigidos por Alberto Iñurrategi: También mañana amanecerá, Félix y ¡Hasta siempre, Félix!. Gasherbrum  II, dirigidos ambos por Alberto Iñurrategi en 2001 y 2000 respectivamente. Y una entrevista que le hicieron el pasado 17 de abril en la revista digital de montaña KissTheMountain*.

*https://kissthemountain.com/revista/alberto-inurrategi/


 Y nada más, desde aquí mi respeto y admiración por el legado de Alberto y Félix, los hermanos Iñurrategi.  Ojalá muchos chavales lean este cómic y sientan el impulso de la montaña.

«Algunos empiezan por el impulso de la lectura de un libro de montaña; otros siguiendo la tradición familiar, pero lo nuestro fue, como para muchos otros, un inicio muy corriente y normal, el propio de quien descubre algo diferente a lo que ha vivido hasta ese momento y, sobre todo, más emocionante. No teníamos ninguna fijación por el Himalaya, quisimos seguir descubriendo nuestros límites, subir más alto, saber si seríamos capaces de superar los ocho mil metros. Querer subir cada vez más arriba es algo muy humano, muy normal. El gusto por viajar, realizar largas marchas de aproximación, la gente local, la desconexión con lo cotidiano, los miedos, la satisfacción... No sé si se puede hablar de enamoramiento, pero se trata de algo que tira mucho».
Alberto Iñurrategi

 

sábado, 23 de abril de 2022

NO ESPERE A QUE SE LO REGALEN


Mercadillo madrileño. Fotografía: Mauricio Santos

 

No espere a que se lo regalen, regáleselo usted mismo.


Como hoy es el Día del Libro, y en breve comienza la feria del libro de Málaga, les voy a recomendar a bote pronto algunos títulos:

 Del Atlas a los Apeninos, de la italiana Maria Attanasio, y El Rif, del melillense Mokhtar Mohatar y el granadino José Antonio López, que son los dos últimos libros (ambos de Ediciones Traspiés) que han entrado en casa.

 Dadas las circunstancias (Ed. Jekyll & Jill, 2020), de Paco Inclán, que ya me aguarda en la mesita de noche.

No sabía hacia dónde iba, pero sabía cómo se llegaba.

 Mundos Paralelos (Ediciones del Genal, 2022), de mi amigo Rafa Martín, con prólogo mío.

 Y dos de mis títulos: Neguinha la garimpeira (Barrabes Editorial, 2007)) y Carta desde el Toubkal (Ediciones del Genal, 2015), porque, al fin y al cabo, uno escribe para que lo lean.

¡Feliz Día del Libro!

martes, 19 de abril de 2022

BIBLIOTECA BIZARRA


Biblioteca bizarra & Yanira's flowers. Fotografía: Lucía Rodríguez

Me topé con este libro en Proteo. La librería estaba recién abierta, nueve meses después del devastador incendio que sufrió/sufrimos, y después de hablar con los libreros y recorrer sus plantas, me detuve delante de los anaqueles dedicados a la literatura de viajes. Allí fue donde me encontré con ese mexicano armado hasta los dientes (en realidad, el tipo aquel de la sobrecubierta era un guardaespaldas guatemalteco captado por la cámara de la fotógrafa Jean-Marie Simon en 1981, durante la campaña electoral de Mario Sandoval Alarcón). La imagen, poderosa, actuó como un imán y me llevó a leer la sinopsis de la contraportada y a hojear sus páginas.

BIBLIOTECA BIZARRA reúne seis crónicas literarias y personales sobre la relación de Eduardo Halfon con su entorno, con su país de nacimiento, con el lenguaje, con los libros. Una dialéctica entre el oficio de ser escritor y el oficio de vivir.

 En ellas encontré un relato que llevaba por título Saint-Nazaire, y enseguida aquel libro se convirtió en una necesidad. En aquella ciudad, en la décima planta de un bloque de viviendas junto al puerto, había una residencia para escritores y traductores en la que yo había soñado instalarme una vez. También había una base submarina que edificaron allí los alemanes en 1940. Sobre el techo de esa mole de hormigón corrí con mi hijo Enzo hace doce años, cuando lo llevaba a conocer a Papá Noel a Rovaniemi, en el Círculo Polar Ártico, y nos desviamos momentáneamente de la ruta para visitar la casa de Julio Verne en Nantes y contactar con los encargados de la MEET (Maison des écrivains étrangers et des traducteurs) en Saint-Nazaire, una historia que tengo recogida en No subestimes el poder de Santa Claus y que aguarda el interés de alguna editorial.

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2014/12/sos-navideno.html

 Leído y releído el libro, aún me pregunto por qué Biblioteca bizarra (Editorial Jekyll & Jill, 2018) estaba en la sección de viajes. La única explicación plausible es que se hubieran basado para ello en el nomadismo de su autor, el guatemalteco Eduardo Halfon.

Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971)
Fotografía: Adriana Bianchedi

 El día después de cumplir diez años, y debido al caos político y social que se vivía en su país, la familia Halfon emigró a Estados Unidos, y desde entonces no ha parado de moverse. «No he pasado más de cinco o seis años en una misma casa desde que tenía diez años. Llevo toda mi vida con cajas, mudanzas y maletas. Es mi realidad, incluso ahora que tengo un hijo. Yo estoy trabajando en Nebraska y todos mis libros los tengo en cajas, ni siquiera los he sacado porque sé que en unos años me volveré a mudar», le decía el propio Halfon a Ana Mendoza en una entrevista con motivo de la publicación de Oh gueto mi amor (Páginas de Espuma, 2018). «Soy un desarraigado, pero eso es muy judío también, esa diáspora permanente, el sentido de nomadismo. Nací así, mis abuelos fueron así, me educaron así. No conozco otra realidad, yo no conozco la realidad de estabilidad, de pertenencia».

 Quizás sea esa la razón, pero prefiero pensar que estaba allí para que yo lo viera, para que me fijara en él, lo leyera y les hablara a ustedes de esta maravilla de libro, de este escritor que yo desconocía.

 Es un texto para los que aman los libros, leerlos, poseerlos..., y para todos esos lectores que, finalmente, después de muchas lecturas, sopesan o deciden enfrentarse a la página en blanco. Unos y otros se deleitaran con todas esas bibliotecas que conforman el primer relato, que da título al libro: la biblioteca árida, la biblioteca salvaje, la biblioteca peruana, la biblioteca felina, la biblioteca de cabecera, la biblioteca en llamas, la biblioteca ciega, la biblioteca blanca, la biblioteca sincera, la biblioteca de caoba y la biblioteca mojada. Curiosamente, no aparece ninguna biblioteca bizarra.

Una madrugada, hace algunos años, me llamó mi madre para decirme que durante la noche había muerto una tía abuela, que el entierro sería esa misma tarde, que había dejado una biblioteca personal enorme y no sabían qué hacer con tanto libro. Le ofrecí a mi madre ir a verlos de inmediato y luego darle mi opinión. Me vestí con el entusiasmo que sólo conoce un bibliófilo.

 El segundo relato, Los desechables, nos mete de lleno en un acto literario al que asiste como ponente en Bogotá.

 Quería hablarte antes del evento, Eduardo, me dijo, y yo tomé un trago largo de café, anticipando ya la misma agenda de siempre, las mismas preguntas de siempre. Quería contarte, continuó Andrés, que el público entero de hoy estará compuesto por habitantes de calle. Bajé despacio la taza de café. Son todos del Centro de Autocuidado Óscar Javier Molina para la rehabilitación de drogadictos, dijo. Espero que eso no te moleste. ¿Quieres decir que son indigentes?, le pregunté. Así es, dijo, pero aquí se les llama habitantes de calle. O desechables, susurró Fredy tras dar un sorbo de café. Porque ya no sirven para nada.

 En el tierno Halfon, boy, el autor se dirige a su hijo Leo.

Tú sigues creciendo en el vientre, y yo sigo traduciendo a Williams (se refiere a William Carlos Williams). Pienso en ti mientras trabajo en alguno de sus cuentos o poemas de médicos, quizás porque ahí estás, en las historias que traduzco, en cada uno de esos cuentos o poemas de mujeres embarazadas, de mujeres pariendo, de niños abandonados, de bebés enfermos o moribundos o ya muertos. Ahí están tus pequeñas manos, en las palabras, como sosteniendo las palabras, como moviéndolas conmigo de una lengua a otra. The Birth. El nacimiento. Ese es el título de uno de los poemas de Williams, que en inglés empieza así: «A 40 odd year old Para 10 / Navarra / or Navatta she didn't know.» Pasé semanas perdido en esos primeros tres versos, leyéndolos y releyéndolos, investigándolos, tratando de entender o descifrar su significado. Pero fuiste tú, Leo, desde el vientre, quien finalmente me los descifró. Hace unos días nos llegó por correo postal una hoja médica con los resultados de tus exámenes, y en la parte superior de esa hoja médica descubrimos las palabras «Grávida» y «Para». Son dos términos médicos. Grávida: número de veces que una mujer ha estado embarazada. Para: número de veces que una mujer ha parido. Para 10, entonces, es el término médico que designa a una mujer que ha parido 10 veces. Tú me ayudaste a entender que el arranque del poema de Williams describe a una mujer de alrededor de 40 años que ha parido anteriormente 10 veces, y cuyo apellido era Navarra o Navatta, ella no lo sabía (un poema, como casi todos los poemas y cuentos de Williams, sobre inmigrantes pobres, humildes, ya sin nada, ni siquiera un nombre). Williams, en su autobiografía, confiesa que como escritor había sido un médico, y que como médico había sido escritor. Y yo te veo en las palabras, Leo. Te siento en las palabras. Tú aún no existes, pero en las palabras eres mi hijo.

Halfon, boy, de Eduardo Halfon. Biblioteca bizarra (Jekyll & Jill, 2018)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Le sigue Saint-Nazaire, donde Halfon nos habla de su estancia en la residencia de escritores, de Anton Chéjov y Alexei Pleshcheev, de Ingmar Bergman y Chopin y de su abuelo polaco por parte paterna, protagonista de otro de sus libros: El boxeador polaco (Pre-Textos, 2008).

 En La memoria infantil, Eduardo Halfon nos cuenta historias de su infancia «a través del prisma nebuloso de la memoria y la ficción».

Mi papá murió ahogado en el mar. Entró nadando y la marea lo abrazó fuerte y no lo dejó salir y mi papá murió ahogado en el mar. Recuerdo cuando me lo contó. Mis pies de niño metidos en las tibias olas del pacífico. Mi mano anclada a la enorme mano de mi papá. Que había muerto de niño, me dijo hacia abajo. Que había muerto a mi misma edad, me dijo hacia abajo. Que un soldado naval norteamericano, me dijo, había entrado al mar y sacado su pequeño cuerpo ya inerte y entonces, sobre la arena negra del Pacífico, le había devuelto la vida. Mi papá no dijo más. Cerca de nosotros, un viejo indígena pescaba con un hilo invisible, metido hasta la cintura en ese mar eterno, celeste y cruel. Lo recuerdo allí, perfectamente equilibrado, su torso moreno, lanzando y jalando un hilo invisible. Hoy, mi papá afirma que ese día no había ningún pescador indígena. Pero yo lo recuerdo, o quiero recordarlo, o fabrico ese recuerdo para también equilibrar algo más. Acaso la historia. Acaso la efímera y profunda desolación de un niño huérfano.

 Y cierra el volumen Mejor no andar hablando demasiado, donde nos habla de su fortuita entrada al mundo literario, de escritores guatemaltecos que murieron en el exilio y de por qué él también tuvo que salir del país.

[...] Pero en Guatemala, como en otros países de Latinoamérica, la carrera es doble: Letras y Filosofía. Si uno quiere estudiar una, debe también estudiar la otra. Y eso hice. Y en pocas semanas caí enamorado de la literatura, de los libros, de la ficción. Y en menos de un año había renunciado a mi trabajo como ingeniero y estaba viviendo de mis ahorros y leyendo ficción a tiempo completo, un libro al día, como una especie de junkie de la literatura.

 Después de leer Biblioteca bizarra, uno se queda con ganas de más, así que me hice con Saturno, el debut literario de Eduardo Halfon.

SUS CARTAS, PADRE,  me llegaban un par de veces cada año. Yo estaba lejos en la universidad, pero usted estaba aún más lejos de mí. Al inicio, ingenuo, yo abría el sobre con una emoción contenida. Y siempre, sin falta, hallaba un papel doblado en tres. Un solo papel con el membrete de su empresa. Mal doblado, por prisa, supongo. Buscando sus palabras, padre, necesitándolas, lo desdoblaba con ansia. Y como una hoja seca hamaqueándose en la brisa, lento, el cheque caía hacia el suelo. Yo lo dejaba allí, casi olvidado a la par de mis pies, pues lo que realmente me interesaba no era su dinero, padre, sino sus palabras. Ingenuo, buscaba sus palabras. Y en medio del papel, escrito en tinta negra, encontraba yo siempre lo mismo: su  nombre. Nada más. Sólo su nombre, firmado con prisa. Una palabra. Sólo una palabra. El padre es un nombre.
 Quizás por eso escribo, o mejor dicho, quizás por eso necesito escribir.

 Exquisitamente encuadernado, con esa faja a juego que le da aires de esquela, Saturno (Jekyll & Jill, 2017) es una nouvelle en forma de epístola a un padre muerto; un padre que en vida fue un hombre seco, severo, tiránico y despótico que ejerció un peso castrador sobre su hijo, ese hijo narrador que escribe con rencor y amargura y que, trastornado, salpica su monólogo con los ecos lejanos de ilustres literatos suicidas que escucharon voces, las mismas que él ya ha empezado a oír y que aguardan pacientemente a que actúe y cruce ese simbólico portal de entrada al más allá.

 Al enterarse de la muerte de su discípulo y compatriota Mishima, el Premio Nobel de Literatura Yasunari Kawabata dijo que, para tal acontecimiento, el rezo y la meditación silenciosa eran la única respuesta apropiada. Dos años antes, frente a la Academia Sueca, había proclamado: «Por más alejado del mundo que uno pueda estar, el suicidio no es una forma de iluminación. Por muy admirable que sea, el suicida está lejos del reino de la santidad».
 [...] Oriundo de Osaka, Yasunari Kawabata perdió a su padre cuando tenía dos años de edad. Describiría a sus personajes desolados, melancólicos, siempre alienados del mundo exterior. Dijo que sus obras estaban inspiradas en la poesía haikú y las escrituras budistas.
 Quince meses después de la muerte de Mishima, Yasunari Kawabata llevaba casi una década sin escribir. Estaba viejo y enfermo. Una tarde le dijo a su esposa, Hideko, que volvería enseguida. Al anochecer, preocupada, ella mandó una sirvienta a buscarlo al estudio que él mantenía en un pueblo vecino. Descubrieron el cadáver de Kawabata echado en el suelo, en la entrada del baño. Una manguera de gas en su boca. Aunque él solía vestirse con el tradicional kimono japonés, decidió suicidarse en traje y corbata.

 Al terminar la lectura, uno se interroga sobre si la obra es ficción, no ficción o autoficción. Sabes que el personaje es un escritor de origen judío, como el autor, y te preocupas por la salud mental del mismo (¿Habrá escuchado a los pájaros cantar en griego?, ¿estará listo para medir el abismo?), pero tras releer Biblioteca bizarra llegas a la conclusión de que Eduardo Halfon es el rey de la autoficción. Si esta obra, originalmente publicada en 2003 (la de Jekyll & Jill es una nueva edición, una iniciativa conjunta con la editorial Sophos de Guatemala), fuese de no ficción, Eduardo ya tendría que estar muerto y no publicando libros y recogiendo premios un año tras otro. Por otra parte, hay un dato que aparece en Biblioteca Bizarra y que es fundamental: Halfon estudió ingeniería industrial en la Universidad de Carolina del Norte (aunque luego también estudiará Filosofía y Letras en Guatemala), y el padre de Saturno se burlaba del trabajo literario del hijo, pues lo que él habría querido es un vástago abogado o ingeniero. Y el dato definitivo lo encontré en alguna de las páginas que leí sobre el autor: su padre está vivo, no como el de Saturno que está muerto y bien muerto.

 Aparece en esta edición numerada de Saturno la sobrina nieta de James Fenimore Cooper, el autor de El último mohicano. Se llamaba Constance Fenimore Woolson, y también escribía. Sola, desolada, enferma y deprimida, se suicidó tirándose por la ventana de su apartamento en Venecia. Tenía cuarenta y tres años.

Constance Fenimore Woolson

 Poco antes de morir, Woolson dejó escrita esta bella reflexión que, como muchos de ustedes, suscribo:

«Me gustará convertirme en un pico cuando muera, ser una bella montaña púrpura, que guste por siglos a los ojos cansados y tristes de seres humanos.»

 Por último, les dejo aquí el enlace a otra entrada de este blog en la que hablo de ciertos y tristes hechos acaecidos en Guatemala.

Juicio Sepur Zarco. Fotografía: Sandra Sebastián

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2016/03/sepur-zarco.html