domingo, 14 de julio de 2024

LOIRA, LA NUEVA NOVELA GRÁFICA DE ÉTIENNE DAVODEAU


Loira, de Étienne Davodeau (Ediciones La Cúpula)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Si ustedes buscan 'Loira' en internet, verán que es un río de la vertiente atlántica que discurre únicamente por Francia, y que sus casi 1.006 kilómetros de longitud lo convierten en el más largo del país. Desde estos últimos meses, también les aparecerá que Loira es la última novela gráfica de Étienne Davodeau, cuyas páginas, como el río, nos recuerdan que los caminos de la vida son siempre sinuosos.

 Las historias de Étienne Davodeau (Botz-en-Mauges (Maine-et-Loire), 1965) tienen la particularidad de que siempre logran alcanzarnos. Aunque sus cómics parezcan hablar de él, a través de sus personajes, transciende lo universal, erigiéndose en el notario de toda una generación de cincuentones o sesentones, sin la connotación irónica o despectiva que acompaña a veces a los vocablos donde se acopla el sufijo «-entón».

Corredores aéreos, de Étienne Davodeau (Ediciones La Cúpula)
Fotografía: Pedro Delgado

 Esa autoficción es algo muy francés. De hecho, Loira (Ediciones La cúpula, 2024) podría ser una de esas películas galas de Jean Becker, Patrice Leconte, Stéphane Brizé o Laurent Cantet en las que la vida discurre sin más, con sus giros y sus revueltas, sus luces y sus sombras, porque ninguna vida es solo maravillosa o terrible.

 Étienne nos muestra que, a pesar de los pesares y de que los años caen sobre nosotros a una velocidad de vértigo y pesan como una losa, todavía existen cosas bellas a nuestro alrededor por las que merece la pena vivir. Y en un mes negro de junio, en el que hemos perdido a la cantante Françoise Hardy, sin saber todavía cómo decirle adiós, y a la actriz Anouk Aimée, de la que me enamoré nada más verla en La dolce vita, podría decir que las páginas de Loira , además de una celebración madura de la vida, son también una reflexión sobre la relación de los vivos con los muertos.


Anouk Aimée (París, 1932-París, 2024)
Instagram de Manuela Papatakis, hija de Anouk
Fotografía: Giancarlo Botti

 El escritor Jordi Amat decía recientemente, en una columna sobre Bruce Springsteen, que "cuando se es adulto, la muerte debe ser contemplada con reverencia para poder celebrar cada instante de la vida. Enfrentarnos a la muerte para no dejar de vivir intensamente". Y a eso es a lo que nos lleva Étienne en este nuevo álbum. A eso y a comprender que no podemos deshacernos de nuestro pasado.

 Cuatro desconocidos –Louis, Jalil, Suzanne y Nicolas– se reúnen unos días en una casa en el campo, en el valle del Loira. Los ha convocado Agathe, la propietaria, una vieja amiga con la que compartieron una vez un periodo feliz de sus vidas. Faltan algunos más que no podían o no querían asistir.

Pág. 18-19 de Loira, de Étienne Davodeau (Ediciones La Cúpula)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Pág. 20-21 de Loira, de Étienne Davodeau (Ediciones La Cúpula)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Han llegado de forma escalonada, y cuando ya están todos a la mesa, Lydia y Samuel, que han hecho hasta ese momento de anfitriones, les comunicaran una noticia que no esperaban.

Página 23 de Loira, de Étienne Davodeau
Fotografía: Lucía Rodríguez

Pág. 24-25 de Loira, de Étienne Davodeau
Fotografía: Lucía Rodríguez

Páginas 26-27 de Loira, de Étienne Davodeau
Fotografía: Lucía Rodríguez

Pág. 28 de Loira, de Étienne Davodeau
Fotografía: Lucía Rodríguez

 En torno a esa invitación y a esa noticia girará todo el cómic, cien páginas impecables teñidas de saudade, o mejor dicho, al ser una obra gala, de mélancolie.

 Étienne nos conmueve, pero también nos hace reír en este retrato de las relaciones humanas. A orillas del Loira, las jornadas serán largas, y en torno a la mesa no faltarán buenas viandas y bebidas que faciliten la evocación de los recuerdos y el conteo de experiencias que desembocaran en confesiones nunca antes compartidas. La catarsis de los protagonistas que indagan en aquello que fueron para poder confrontar lo que ahora son. Étienne Davodeau, que siempre se ha caracterizado por su curiosidad por el ser humano, hurgando sin anestesia en los complejos comportamientos de la condición humana.

 Esa podría ser la sinopsis de Loira, con personajes profunda y típicamente franceses que, a su vez, nos tocan a todos.

 Las viñetas de Étienne son un ejercicio soberbio de estilo, y sus delicadas acuarelas transmiten a la perfección el poder del río y la naturaleza. La vida, la mera existencia, palpita en las riberas del Loira como un milagro.

Pág. 78-79 de Loira, de Étienne Davodeau (Ediciones La Cúpula)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Hace años tuve la suerte de pasear por sus orillas en Nantes y en Saint-Nazaire, donde se encuentra su desembocadura, pero Étienne me muestra ahora su cauce lejos de los grandes núcleos urbanos. Y he de decir que, ahora que llegó la canícula, uno daría cualquier cosa por veranear cerca de esas aguas, en una casa aislada y solitaria como la que aparece en sus páginas. Acarrear hasta allí una maleta llena de libros y unas botellas de Pastis y otros licores franceses. Y brindar por todas aquellas personas que dejaron su huella en nosotros.

Loira, de Étienne Davodeau (Ediciones La Cúpula)
Fotografía: Pedro Delgado

Nota: Destacar la excelente traducción de Raúl Martínez Torres y el cuidadoso rotulado de Iris Bernárdez.

Pueden leer la reseña de la anterior novela gráfica de Étienne Davodeau en el siguiente enlace:

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2022/02/corredores-aereos-o-de-como-aprender-no.html

lunes, 1 de julio de 2024

TODO ACABA EN MARCELA: LA NOVELA NEGRA DE SERGIO BARCE


Todo acaba en Marcela, de Sergio Barce
Coleccion Criminal de Ediciones Traspiés
Fotografía: Lucía Rodríguez

Alguien me dijo que el 'thriller' criminal y la novela negra están de moda, y yo le repliqué que llevan de moda muchos años pero que quizás esa manera de narrar que vemos en las series y en el cine había terminado frivolizando la violencia, convirtiéndola en algo entretenido. Sin embargo, la nueva novela de Sergio Barce, Todo acaba en Marcela (Ediciones Traspiés, 2024), nos produce el efecto contrario, ya que desde las primeras páginas transmite a la perfección el horror y la crueldad de la que somos capaces los seres humanos.

 Estaba sentado al volante de la Kangoo. Llevaba poco tiempo ahí, pero la cabeza era un torbellino que no cesaba de machacarlo. No sabía qué hacer con su madre, que iba perdiendo la memoria poco a poco, que no quería ingresar en ningún centro y que se empeñaba en continuar viviendo sola, pero sí lo que iba a hacer con Marcela. Solo pensar en ella lo dejaba más noqueado que los golpes de Puma Negro. Junto a Marcela creyó que acabaría siendo otro hombre, lo deseó con vehemencia, con la única pretensión de hacerla feliz. Con el tiempo, todos esos castillos construidos en el aire se fueron desmoronando poco a poco, porque Teo huele a carburante y el mal olor acaba por aparecer cuando tratamos de disimularlo con perfumes baratos. Y ahí estaba ahora, atormentándose con la premeditación de un suicida, sujetando el volante como para evitar que su cuerpo escapara de la furgoneta.
 Tomó aire varias veces tratando de calmarse, pero acabó por abrir la guantera y sacó una gorra del Unicaja. Se la guardó en un bolsillo, saliendo del vehículo, y luego se palpó el martillo que llevaba en la muslera del mono, mirando a un lado y a otro varias veces antes de dirigirse al portal de Marcela. Lo único que quería era quitarse de encima ese zumbido que lo martirizaba. A cada paso notaba un nuevo bombeo de ansiedad, un subidón de la polla a las sienes, de los cojones a las neuronas, como recargando las pilas de su lado oscuro. Respiraba con dificultad notando los pulmones henchidos de rabia. Y, mientras subía las escaleras, continuaba pensando, enfermizamente. Hubiera querido arrancarse la cabeza y arrojarla lejos para no escuchar esa voz que barrenaba y barrenaba. Hacía ya años desde que ella lo abandonara, pero desde aquel mismo instante se instaló la sospecha, esa lujuriosa mancha capaz de hacer cambiar de piel a cualquiera, igual que un tumor maligno que no se manifiesta en años, creciendo en silencio, asentando sus raíces en cada célula hasta que decide asomar la cabeza cuando ya nada ni nadie puede extirparlo. Siempre dudando de si ella no le habría puesto los cuernos antes de cortar. Imaginar ser un cabrón no entraba en sus diez mandamientos. Él, que solo pensaba en ella mientras Marcela tal vez pensaba en otro hombre al que quizá se lo tiraba mientras él estaba de grasa hasta las cejas. Ese resentimiento anquilosado en su cerebro. Hasta hoy.

 Antes que nada, debo reconocer que no soy fan del género policíaco o de la novela negra, es decir que, con la salvedad de algunos títulos clásicos, no suelo leer ni ver series o películas de este tipo. Sin embargo, la amistad que me une a Sergio y el saber las horas y el trabajo que hay detrás de cada novela, me hizo querer leerla de inmediato, más después de asistir a su presentación en El Tercer Piso de Proteo.

 Imagino lo difícil que habrá sido para Sergio meterse durante tantos meses en la piel de un psicópata tan peligroso como Teo. Convivir con él a diario, por la mañana, por la tarde y por la noche; pues cuando uno escribe una novela, los personajes te acompañan las veinticuatro horas del día.

 El protagonista de Todo acaba en Marcela es uno de esos hijos de puta que muchos años después de separarse de su pareja, envenenado por el resentimiento, decide acabar con ella cuando rehace su vida con otro hombre. A pesar de tener una orden de alejamiento, Teo mata a Marcela a martillazos nada más iniciarse la novela, en una escena que nos da mal cuerpo y nos revuelve el estómago. Y a partir de ahí, ese otro hombre, el inspector Iván Sotogrande, aquel con el que Marcela pensaba casarse, se pasará el resto de páginas buscando como un espectro –como ese «muerto en vida en el que se ha transformado en apenas veinticuatro horas»– a Teo para vengarse; aunque para ello tenga casi al final que cruzar el Estrecho y perseguirlo por Marruecos.

Ya tiene la información que necesitaba, la confirmación de lo que ya sospechaba. Teo el Bizco camino de Marruecos, como si cruzar el estrecho pudiera ponerlo a salvo de la ira divina. Entonces Iván deja al inspector Sotogrande con sus cavilaciones y se incorpora con una sola idea en la cabeza, una idea que no compartirá con nadie en el mundo, como si fuese el mayor de los pecados. Es el mayor de los pecados.

 Supongo que ante el arranque de esta novela habrá dos clases de reacciones o de lectores: los que cierren el libro asqueados tras la escena inicial, por la crudeza y porque presientan que el relato se centra en el asesino, y los que decidan continuar la lectura y comprobar que el autor tiene con la víctima la mayor de las empatías, que describe el drama humano de muchas mujeres y desdibuja los límites de la novela negra con otros géneros como el wéstern, cuando los protagonistas llegan a la destartalada población de Khemis Sahel, el thriller se torna rural y asistimos a ese duelo final en el granero, en unas páginas que resultan lisérgicas y de lo más cinematográficas (por favor, que nadie les desvele nada del final porque les destrozaría la experiencia).

 Desde aquí, los animo a atreverse y enfrentarse a la lectura. Si lo hacen, sentirán incomodidad en algunos momentos, pero esta se verá ampliamente recompensada conforme pasen las páginas.

 Es un cliché que los asesinos tengan cara de asesinos, pero un tópico siempre encierra algo de verdad, y en este caso, Teo es un tipo del que nos alejaríamos nada más verlo. Psicópata, narcisista, violento y mal encarado, regenta un taller de coches en Málaga, donde se desarrolla la mayor parte de la novela. También hay lugares comunes, igualmente no por ello menos veraces, en algunos de los comisarios, subinspectores e inspectores de la comisaría provincial, que tratan de dar con Teo antes que Iván para evitar el desastre. Pero todos los personajes son sólidos y coherentes. De entre ellos destacaría a Kaspárov, que se mueve como un viejo de  noventa años, y a Sadik Oubali, ese comisario tangerino que espero rescate Sergio para otras novelas.

 Los tres se miraban. Los matones esbozando sonrisas que no tenían ninguna gracia. Te llamas Kaspárov, repitió ahora el otro, el que no se había movido de la silla. Su pronunciación era más que aceptable. Sí, así me llaman, le respondió mirándole las manos. Eran llamativas, grandes, con un anillo en cada dedo. Diez anillos de oro como si fuesen dos puños de hierro dorados. Pero no eres ruso, añadió con una pizca de ironía. Soy del Llano de la Trinidad, le soltó levantando los ojos, preguntándose si esos dos serían los que le habían partido las piernas a la Tani y los que se la iban a partir a él.
***
(...) Alguien le ofrece un taxi en perfecto castellano, pero no le presta atención. Iván busca por encima de las cabezas de los que le rodean y entonces lo ve, y se dirige a su encuentro sorteando a los viajeros, a los maleteros, a los guías. Sadik se quita las gafas de sol al descubrir a Iván avanzar a su encuentro. Hola, Sadik. Y Sadik, le responde hola, jay. Assalam' aleikum. Se besan. Lo siento, añade. Y luego se abrazan. A Sadik se le saltan las lágrimas, pero Iván no se inmuta.
 Tengo el coche aquí al lado, le dice al separarse de él. Lo sigue un paso más atrás, fijándose en la figura de Sadik Oubali, sus hombros caídos, su andar desgarbado. Viste un traje gris y camisa blanca sin corbata. Saluda a un gendarme que se cuadra llevándose una mano a la visera de la gorra. Sadik es un hombre de unos cuarenta y pocos años, de cabello rizado y negro, con un bigote a lo Clark Gable, pasado de moda, y pómulos marcados. Aparenta un equilibrio que Iván sabe que es real. (...) ¿Cuánto hace que no nos vemos?, le pregunta. Unos cinco años, más o menos. Iván apenas hace el cálculo y lo dice al azar. Sadik menea la cabeza de un lado a otro. Diez años.  Ya han pasado diez años. Al principio no es capaz de asimilarlo, pero luego se da cuenta de lo rápido que ha transcurrido el tiempo. Joder, masculla Iván. Y Sadik suelta una carcajada deslucida.

 Iván Sotogrande y Sadik Oubali, que trabajaron en otro tiempo codo con codo, como Starsky y Hutch.

Juguete de Starsky & Hutch de la marca española Guisval
Lo tuve, y me duele decirlo en pasado

 Con ese Starsky malagueño –que el de arriba tenga a David Soul en su gloria después de abandonarnos el 4 de enero de este año– dejaremos Málaga para coger el barco y desembarcar en Tánger en la página 162. Nos aguarda Tánger y Khemis Sahel, sobre la que descargan los cielos su ira.

(...) Las calles se embarraron en apenas unos minutos, y vio que por algunas callejuelas ya corría el agua en pequeños arroyos descontrolados que aumentaban de caudal. Solo se oía el desplome del cielo, el llanto de los dioses que dejaban caer sus lágrimas de desaliento y desilusión. (...) Sonó un trueno, y la casa de los Sbiti pareció quebrarse igual que un árbol al que comenzaran a talar a hachazos. Maldito puñetero pueblo de mierda, farfulló antes de salir de nuevo. En cuanto abrió la puerta, vio a la familia corriendo de un lado a otro. Descubrió de refilón a Dris incorporarse de la seyada en la que rezaba, y a Qodsya y a su hermano Abdelhamid arrastrando unos sacos de arena que su padre les ordenaba apilar en la puerta de entrada. Se acercó para ayudar. El agua tratando de inundar la casa y ellos preparando las defensas. Dejaron caer cinco sacos más hasta crear una trinchera que Teo dudaba mucho que fuera suficiente para detener el avance de la riada. El agua bajando brava y amenazante llevándose cuanto encontraba a su paso. Miró al techo. El tejado crujía igual que el llanto de un niño. Otro trueno y las paredes temblaron.

 Marruecos es el punto de conexión de este trabajo literario con sus obras anteriores, pero he de decir que estamos ante un nuevo Barce, con una escritura más trabajada y depurada. Aquí las maneras, las formas, el tono y la voz son otras. Ha elevado el listón de exigencia de su narrativa, sobrepasándolo limpiamente para caer en las librerías transmutado en otro escritor.

 Creo que Sergio, gran aficionado al 'noir', tanto literario como cinematográfico, ha encontrado un camino a seguir. El género, como decía mi amigo, está de moda, o, como les decía yo, sigue de moda, con un público muy devoto. Ojalá encamine por ahí sus siguientes proyectos. No apearse de esta voz narrativa, y pelear porque Todo acaba en Marcela termine en una pantalla de cine o de televisión. Y que, insha'Allah, ustedes y yo lo veamos.

domingo, 9 de junio de 2024

EL HOMBRE DE LA LEGIÓN, DE DINO BATTAGLIA


El hombre de la legión, de Dino Battaglia*
Fotografía: Lucía Rodríguez

Suele ocurrir a menudo, cuando voy a casa de mi amigo Miguel Ángel Ferrer, que llego con un libro y salgo con otro bajo el brazo. En esta última ocasión le llevaba un ejemplar de Gourrama, la novela de Friedrich Glauser que editó Ginger Ape Books&Films y reseñé recientemente, y me traje un cómic de Dino Battaglia –El hombre de la Legión–, el deuvedé de la película Marchar o morir y una lección acerca de la Legión Extranjera Francesa, pues por algo Miguel Ángel es profesor de Historia.

Gourrama, de Friedrich Glauser**
Fotografía: Pedro Delgado

Miguel Ángel Ferrer y Pedro Delgado
Fotografía: Lucía Rodríguez

 El hombre de la Legión se enmarca en el año 1921, en la población argelina de Sidi-Bel-Abbes, en el alto Sahara argelino. Marchando hacia ella por una carretera jalonada de dunas, un grupo de guerrilleros ataca a un destacamento de la Legión Extranjera.

El hombre de la Legión, de Dino Battaglia
Fotografía: Pedro Delgado

 Suenan los crak crack de las espingardas y, ante la posición tan expuesta al fuego enemigo en la que se encuentran los legionarios, resuena un mandato y una orden: "Bayoneta calada... ¡Al ataque!".

Viñeta de El hombre de la Legión, de Battaglia
Fotografía: Pedro Delgado

Pág. 11 de El hombre de la Legión, de Dino Battaglia
Fotografía: Pedro Delgado

 El choque épico es disuelto por una ametralladora argelina que, desde lo alto de una duna, con su wratatat tat ratt tatt tat tatt tatt "vomita fuego sobre los soldados franceses".

Viñeta de El hombre de la Legión, de Battaglia
Fotografía: Pedro Delgado

 Es el momento de los héroes, de los valientes, o de los que lo tienen todo perdido. Moreau es su nombre. Tomada la posición con la ayuda de una granada, la ametralladora cambia de bando y los que ahora contorsionan sus cuerpos y ruedan por la arena son los de los turbantes y las chilabas.

Pág. 14 y 15 de El hombre de la Legión, de Dino Battaglia
Fotografía: Pedro Delgado

 Moreau, como el capitán Desay y tantos otros, ha venido tan lejos de Francia para olvidar el desastre de Verdún y los horrores de la Gran Guerra.

Pág. 20 de El hombre de la Legión, de Dino Battaglia
Fotografía: Pedro Delgado

 Pocos días después, un avión de reconocimiento ve una partida de rebeldes a camello que se dirige hacia el fuerte Boubut, y una partida de legionarios ha de auxiliarlo desde Sidi-Bel-Abbes.

Pág. 29 de El hombre de la Legión, de Dino Battaglia
Fotografía: Pedro Delgado

Pág. 31 de El hombre de la Legión, de Dino Battaglia
Fotografía: Pedro Delgado

 En el camino, un oasis donde beber y descansar se convertirá en un polvorín. Pero nada comparado a lo que les espera en el puesto militar de Boubut, que se convertirá en una trampa mortal.

Viñeta El hombre de la Legión, de Dino Battaglia
Fotografía: Pedro Delgado

 Las erosionadas colinas del Atlas, las arenas del Sahara y oasis que parecen un milagro son los escenarios de esta historia, en la que podemos sentir el sol y el viento abrasador del desierto que seca las gargantas y hace enloquecer a los hombres de sed. 

Pág. 39 de El hombre de la Legión, de Dino Battaglia
Fotografía: Pedro Delgado

 Y planeando sobre todo ello, el trapo blanco del que no es león sino conejo y que demuestra que la naturaleza humana no cambia y que la historia, como en aquellos campos de Verdún, en aquel barrizal del Meuse, se repite.

Viñeta de El hombre de la Legión, de Battaglia
Fotografía: Pedro Delgado

 He de decir que desconocía este cómic, no así a su autor, Dino Battaglia (Venecia, 1923-Milán, 1983), al que leía en los tebeos ochenteros que publicaba la editorial Toutain (CIMOC, Comix Internacional, 1984, Zona 84...). Battaglia era además amigo de mi admirado Hugo Pratt, con el que estuvo trabajando en Asso di picche (As de picas), la primera revista italiana de historietas de la posguerra. Allí formaron con otros dibujantes y guionistas el llamado Grupo de Venecia,  muy influenciado por los cómics americanos –con Milton Caniff a la cabeza– y las grandes novelas de aventuras. En A la sombra de Corto (Confluencias, 2013), Dominique Petitfaux le preguntó a Pratt si consideraba a Battaglia un gran dibujante, y este le respondió: "Es uno de los que más me ha llenado. Era en todo caso el más elegante, el más refinado y pertenece a la escuela de los grandes dibujantes a plumilla como Gibson, Beardsley, Pyle, Remington, o, en el cómic, McClure, Terzi, Gustavino...".

Dino Battaglia con Hugo Pratt en 1969

 Hugo, además de alabar su maestría, también decía de Battaglia que era uno de los más grandes ilustradores de su generación, pues aunque este trataba de hacer equilibrios entre la historieta y la ilustración, lo segundo siempre terminaba por tener mayor peso en su arte. El mismo Dino había confesado en una ocasión: "Me encanta crear atmósferas, pero no poseo un estilo de narración cinematográfica, ni siquiera de historieta tradicional. Yo soy prácticamente un ilustrador".

Adaptación de Moby Dick al cómic, Dino Battaglia

 En su modo de hacer, su maniera que dirían los italianos, está ese uso de la plumilla frente al pincel, sus esgrafiados y gradaciones de grises, así como la concepción de la página como una unidad desde el punto de vista gráfico.

El hombre de la Legión, de Dino Battaglia***
Fotografía: Lucía Rodríguez

 L'uomo della Legione fue dibujado y escrito por Battaglia para la colección Un uomo un'avventura, de la editorial Bonelli. La serie se lanzó en 1976 y contó con los más grandes autores italianos del momento: Toppi, Battaglia, Crepax, Manara, Pratt, Micheluzzi...

Algunos números de Un uomo un'avventura
Fotografía: anuncio de venta de internet

 En España sólo se publicaron cuatro números de Un hombre, una aventura. Fue en 1977, bajo el sello Ediciones Junior S. A, del grupo editorial Grijalbo. El hombre de la Legión fue el primer álbum y la traducción corrió a cargo de Jorge Binaghi, mientras que de la rotulación se encargó Eduardo Quintana.

Un hombre una aventura, de Ediciones Junior S.A (Grupo Ed. Grijalbo)
Fotografía: milanuncios

 No se indica quién es el autor del apunte histórico militar sobre la Legión Extranjera que abre el cómic. Quizás sea del editor italiano Sergio Bonelli.

 Dentro de la colección italiana se incluían algunas de las mejores historietas de Hugo Pratt.

Algunos números de Un uomo un'avventura de H. Pratt
Fotografía: anuncio de venta de internet

 De ahí que, para cerrar el círculo, quiera finalizar esta reseña con una anécdota de cuando Hugo Pratt quiso alistarse con un amigo en la Legión Extranjera. La leí en El deseo de ser inútil (Confluencias, 2012).

[...] Otra vez, en 1946, me fui con un amigo; queríamos alistarnos en la Legión Extranjera. Fuimos a dar con un viejo sargento, que empezó por preguntarme cómo me llamaba. Era tuerto, y recuerdo que me echó una mirada de buitre con el ojo bueno. Le repliqué que con un legionario sobraban las preguntas, y que con rellenar el formulario debería ser suficiente. Entonces sacó una carta del cajón del escritorio y me dijo: "Tú te llamas Hugo Eugenio Pratt, eres hijo único y tu padre murió en África". Le pregunté cómo sabía eso, y me respondió que mi madre, al corriente de mis intenciones, les había escrito para que no me admitieran. No obstante añadió que podría entrar en la Legión si me presentaba en territorio no italiano, y que lo más sencillo era ir a Tende, en la frontera francesa. Entonces, cándido de mí, le pregunté qué medios ponía la Legión a mi servicio para que yo pudiera alistarme en Tende. "¡Cómo! ¿Tú quieres ser legionario, y reclamas un medio de transporte? –bramó–. ¡Si quieres te vas a patita!". En ese momento comprendí que la Legión Extranjera no era lo mío. Mi amigo sí se alistó. Murió en Indochina.

*Batallón de la Legión Extranjera Francesa de la marca AR, manufactura francesa de los años setenta y ochenta (Colección particular de soldados de plomo de Miguel Ángel Ferrer).

**Miniatura de Tradition of London de los años noventa. Legionario, 2º Regimiento en 1915.

***Caballería rifeña, miniaturas Aymer de los años ochenta (Colección particular de soldados de plomo de Miguel Ángel Ferrer).

Nota: De la película Marchar o morir, del director Dick Richards, ya les hablaré en otra entrada.

martes, 7 de mayo de 2024

GOURRAMA. UNA NOVELA DE LA LEGIÓN EXTRANJERA


Gourrama. Una novela de la Legión Extranjera*
Friedrich Glauser (Editorial Ginger Ape Books&Films)
Fotografía: Pedro Delgado

El editor de Ginger Ape Books&Films me habló de Gourrama. Una novela de la Legión Extranjera con palabras impregnadas de misterio, y tras entregarme un ejemplar como el que entrega a un ser querido, concluyó la conversación con una advertencia: «¡Y que te mantengas alejado de la maldición del cafard!». Palabras inquietantes que volverían a mí numerosas veces durante la lectura de la novela autobiográfica del suizo Friedrich Glauser.

 Cafard... una palabra que no se puede traducir. No es nostalgia... aunque el cafard es impensable sin un chorrito de nostalgia. ¿Melancolía? Melancolía significa bilis negra... y un cafard es una cucaracha... más exactamente, una cucaracha común. Ambas cosas tienen que ver con el color negro.
 ¡Cafard! Del cafard surgen muchas cosas: deserción, insubordinación, borracheras absurdas, cuchilladas, suicidios. Si solo es uno el que tiene el cafard...
 Pero el cafard es contagioso... Más contagioso que, por ejemplo, el tifus, contra el que al fin y al cabo existe una vacuna. ¿Pero qué pasa si el cafard sacude a toda una compañía? ¿Qué ocurre entonces?

 El cuidado que ha puesto Antonio Ruiz y Rubén L. Conde al editar esta obra es mayúsculo, desde las cubiertas y el bello Ex Libris que contiene al tamaño de la letra, el tipo de papel o los mapas y planos del lugar. También destaca el atinado y esclarecedor prólogo de Carlos Fortea, traductor de la obra, cuyas palabras finales nos dejan a la entrada del puesto de la Legión francesa de Gourrama, en medio del Alto Atlas y en los años 20 del siglo pasado. Allí se despide del lector invitándonos a pasar.

 Es complicado hablar de un libro que aún no se ha leído intentando no desvelar nada, y por eso estas líneas tienen que detenerse aquí, a la entrada del puesto de Gourrama, en su edificio de administración, su enfermería y su convento. Les invito a pasar. Traten ustedes de que no se les vea. No les será difícil, entre la abigarrada población árabe. Escuchen en silencio. No saldrán iguales a como eran cuando entraron, tras haber visitado las profundidades de la humanidad.

 Antes, entre otras cosas, nos ha contado las curiosas dificultades que tuvo que sortear esta novela póstuma para ver la luz. Gourrama fue la primera obra de su autor, pero en ella ya está «todo lo que es Glauser: autobiografía, la visión descarnada de un mundo implacable en sus desafectos, la preocupación por los marginados; pero, sobre todo, lo que hace que Glauser sea Glauser: el foco en las personas, por encima de la propia narración, muy por encima de los acontecimientos». De ahí que Gourrama trate «de las personas y su lucha con el destino».

 Gourrama es la antítesis de Beau Geste: si allí el heroísmo era la línea de fuga del texto, aquí lo es el hastío, la corruptela, pero también la amistad y la necesidad de amor. Si allí había buenos y malos, aquí las fronteras se diluyen, y a veces los oficiales son insólitamente humanos y otras los soldados terriblemente crueles.
 Sin embargo, como un hilo de fuego a través del texto, lo que brilla es la pasión de Glauser por los marginados. Es difícil no sentir emoción cuando algunos de ellos relatan sus historias inventadas o reales, difícil no sentir indignación en algunos pasajes, difícil no sentir compasión en otros. Entre líneas se ve sufrir al hombre sufriente que fue Glauser, se advierte la crudeza con la que no se engaña en presencia del mundo en el que vive, pero se ve también como nunca renuncia a la esperanza puesta en la humanidad.

 Postergado durante un tiempo en la estantería, estos días del mes más cruel del año decidí por fin abrir sus páginas y alistarme en la Legión Extranjera. De inmediato, me vi en las estribaciones del Alto Atlas, cabalgando bajo un sol inclemente a la cabeza de una columna de legionarios. Leía y sentía la necesidad de pasar el pañuelo bajo el salacot para secar el sudor.

Destacamento de la Legión Extranjera Francesa en Marruecos
Fotografía: https://en.wikipedia.org/wiki/File:Bundesarchiv_Bild

Eran solo las nueve de la mañana, pero el sol ya ardía. La Tercera Sección de la Segunda Compagnie Montée del Tercer Regimiento Extranjero había recogido en Atchana un destacamento de veinte hombres, llegados de Argelia como refuerzo. La tropa regresaba a Gourrama, un pequeño puesto del sur de Marruecos.
 La llanura era gris y estaba dividida por profundos fosos. Los bordes estaban cortados a pico, era como si el calor y la sequedad hubieran rajado la tierra durante largos trechos. Pero en invierno corrían arroyos por esas grietas; bajaban de las montañas de piedra roja que centelleaban al sol, a lo lejos. Y al este, a sus espaldas, se alzaban las cumbres nevadas del Alto Atlas, resplandecientes como plata brillante contra el cielo azul oscuro...

 A lo lejos se veían los muros blancos del puesto, brillando «al sol como nieve endurecida», y pronto entramos en él y desmontamos. Entonces supe lo que era el convento, y entendí la cita de Mallarmé que abría la primera parte del libro.

Gourrama. Una novela de la Legión Extranjera, de Friedrich Glauser
Fotografía: Pedro Delgado

 Más tarde, me acomodé como pude para seguir las celebraciones del 14 de julio.

 Peschke, el ordenanza del teniente Lartigue, había traído de su bien amueblada habitación un sillón club en el que el teniente se sentaba con las piernas bien estiradas. El blanco uniforme, bien planchado, hacía que sus robustos miembros parecieran aún más gruesos. Su rubio cabello temblaba al viento sobre la amarilla redondez de su frente; el cansancio había cavado surcos en torno a los ojos y los labios secos, blanquecinos. Por la mañana había tenido un ataque de fiebre y se había tomado dos gramos de quinina. Además, sus amigos árabes del pueblo le habían preparado una infusión de hojas de cáñamo. Por eso, sus ojos saltones brillaban al resplandor de las muchas velas que ardían sobre pequeñas repisas de madera en las paredes. Solo delante, en el escenario, se habían puesto lámparas de carburo, cuyo silbido se oía claramente en el silencio que a veces se producía.

 Conforme aparecían, anotaba los nombres y la graduación de los legionarios para no perderme. Así como algunas de sus características.

 Kainz: carnicero de la intendencia, viejo y de sonrisa desdentada. Tiene un diente suelto cuya sujeción comprueba con sus dedos a cada momento durante la conversación por lo que no se le entiende bien cuando habla.

 Adjutant Cattaneo: piamontés, obeso, bigote salpicado de gris, dientes amarillos y roídos, analfabeto, pequeño tirano.

 Capitaine Chabert: hombre tranquilo y decente, rechoncho, comanda la 2ª Compañía Montada pero no siente mucho respeto por la disciplina, uniforme caqui deslucido sin los 3 galones dorados de su rango.

 Teniente Lartigue: caballero muy elegante, rubio, ojos saltones, gran lector, ataque de fiebre que trata con quinina, manda la Sección de Ametralladoras.

 Lös: alemán, cabo, hace dos meses que ha asumido la intendencia de manos del sargento Sitnikoff. Es amigo de Chabert pero está enemistado con el adjutant Cattaneo, al que le niega el aguardiente.

(...)

Gourrama, de Friedrich Glauser
Soldados de plomo colección Miguel Ángel Ferrer**
Fotografía: Pedro Delgado

 Incluso busqué en las estanterías las cajas de soldaditos de la marca inglesa Timpo que había comprado hacía muchísimos años por tres libras en la juguetería Hamleys de Londres. Además de una de las Ratas del Desierto con Monty, tenía una de la Legión Extranjera y otra de árabes armados con espadas cuchillos y fusiles que nunca me atreví a pintar.

Soldados de plástico de la marca Timpo
Fotografía: Pedro Delgado

 Quizás por eso valoraba tanto la dedicación y el trabajo con los pinceles de mi amigo Miguel Ángel Ferrer, que tiene las estanterías repletas de soldaditos de plomo. Entre ellos, por supuesto, árabes y franceses de la Legión Extranjera; aunque lo de franceses es un decir, pues además de ellos nutrían la tropa rusos, belgas, alemanes, italianos, suizos, austriacos, húngaros e incluso turcos.

Soldados de plomo de la Legión Extranjera
Colección Miguel Ángel Ferrer***. Fotografía: Lucía Rodríguez

Soldados de plomo de la Legión Extranjera
Colección Miguel Ángel Ferrer***. Fotografía: Lucía Rodríguez

 El propio Friedrich Glauser, nacido en Viena de madre austriaca y padre suizo, fue uno de ellos; alistado por intermediación de su padre de 1921 a 1923, probablemente para evitar una detención por drogas o para combatir su adicción a la morfina, estuvo destinado en Gourrama, de ahí la autenticidad que tienen las páginas de esta novela que retrata a «la tropa de jóvenes desposeídos y desheredados que, justo después de la Gran Guerra, terminó por refugiarse en la Legión, incapaces –tanto como él– de ejercer de ciudadanos ejemplares».

Friedrich Glauser (1896-1938)

 Hay algo en la voz y el estilo de Friedrich Glaucer que me recuerda al Louis Ferdinand Céline de Viaje al fin de la noche, que escribía como hablaba, pero también a la poesía de algunas de las nouvelles de Antoine de Saint-Exupéry.

 Fuera, la noche era lejana y distante. El viento había lijado con arena fina los tejados de chapa ondulada, de manera que ahora espejeaban cuando la luna posaba sobre ellos su luz suave.
***
 Lös abrió la puerta hacia la noche muda que se cernía sobre el puesto. Estaba agitada por un ligero viento; anunciaba la mañana, que se acercaba cautelosa por detrás de las negras montañas.

 La novela se divide en tres partes: Vida cotidiana, Fiebre y Resolución; quince capítulos durante los cuales acompañamos a estos hombres que, «rodeados siempre del olor de sus pegajosos pasados, que se adhieren a ellos por mucho que hagan por ahuyentarlos», han venido a la Legión a poner punto final. Pero no a ahogarse en la mierda.

 Como moribundos, los durmientes yacen dispersos por el puesto, sus bocas muy abiertas emiten ronquidos. Entre ellos se escucha el sonoro soñar de alguno. Un espeso hedor llena las callejas entres los barracones: sudor y carne putrefacta, y las emanaciones de las letrinas a cielo abierto.
 En un rincón de su estancia encuentra la botella con el licor de patata. Lös actúa de forma automática. Llenar la taza de hojalata, vaciar el líquido como una medicina, torcer el gesto, decir «Ah» en voz alta como si allí hubiera alguien presente que tuviera que ser tranquilizado. Luego dejarse caer como un bloque en el colchón, sacar fuerzas suficientes para envolverse en la manta porque empieza a refrescar. Y por fin, hundirse en ese profundo pozo, que es negro y frío y mudo.
 Hasta que unos rayos agudos se clavan en su rostro desprotegido, hasta que el pitido de un silbato hiere doloroso los oídos.
 Y un nuevo día empieza.
***
 Los días pasaban por el pequeño puesto y nada interrumpía su monotonía. El lunes tocaba diana, los que estaban destinados a ello corrían a la cocina a por el café y lo traían mientras su aroma ondeaba tras ellos como una bandera. Nuevo toque: los mulos se llevaban sin ensillar al río, para abrevar. El sargento de semana hacía la ronda: revista de enfermos. La hacía el capitaine, porque el médico solo venía cada tres semanas. El capitaine era benévolo. Prescribía pocos medicamentos, porque solo conocía la aspirina y la tintura de yodo. También quinina. Pero era generoso con el descanso. Dos días sin servicio, tres días sin servicio. Si no mejoraba, se le tomaba la temperatura, se le daba quinina y más descanso. Si no servía de nada, se le enviaba al hospital de Rich. Los camiones que de vez en cuando visitaban el puesto se llevaban a los enfermos. Si no se podía transportar a alguien, se llamaba por teléfono al mayor Bergeret. Venía por la tarde, a caballo, un hombre tranquilo de negra barba que examinaba al enfermo, lo consolaba, mandaba hacer una infusión, le sacudía la pereza al enfermero, se tomaba una botella de vino con los oficiales y volvía a marcharse al atardecer.
 A las nueve había revista. La compañía formaba en cuadro. El capitaine la recorría, daba unas palmaditas en alguna mejilla, pellizcaba algún brazo. Se llevaba la fusta a la placa de la gorra: «Rompan filas».

 Goumarra. Una novela de la Legión Extranjera retrata la vida en un puesto de la legión, pero también capta cómo los hombres, huyendo del pasado, se mortifican para expiar sus culpas y purificarse.

Gourrama sobre recortables de los Spahis****
Fotografía: Pedro Delgado

 Tan impresionado quedé con su lectura, que quise preguntarle a Antonio Ruiz, uno de los editores de Ginger Ape Books&Films, cómo había sabido de esta joya y le había ganado la partida a otras editoriales más poderosas que han publicado algunas de las novelas policiacas de Glauser, y esto fue lo que me contestó:

 «Compré En la oscuridad a los editores de Mármara en un evento relacionado con los libros que se celebró en La Térmica allá por 2016 o 2017, intuyo que no más allá porque la fecha de edición del libro es de 2016 y creo recordar que por la época era una novedad o casi. Empecé su lectura al día siguiente, pero no lo terminé en ese día porque no quería que se acabara.

marmaraediciones.es/en-la-oscuridad

 El libro me arrebató, y empecé a buscar lo que se había traducido de Glauser al español. Di con la novela El té de las tres viejas (en realidad su ópera prima, aunque póstuma), publicada por Amaranto editores en 1998. La misma editorial posteriormente había publicado una novela del ciclo del inspector Studer (a Glauser se le considera el padre de la novela policial alemana), titulada El chino, en 2014. Con eso ya me bastaba para saber que quería editar un libro suyo, así que seguí investigando en su bibliografía en alemán y decidimos en la editorial que la novela que elegiríamos sería Goumarra, tanto por su alto contenido autobiográfico (rasgo que comparte con En la oscuridad y en menor medida con El té de las tres viejas), como por su temática y motivos, y también por su intrincada historia editorial (una de nuestras pasiones y especialidades). Después contacté con Carlos Fortea para su traducción, porque había sido el traductor para la edición de Mármara, aquel librito del principio y que tanto me había deslumbrado. Y el resto, como se dice es historia... de la edición... invisible».

 Pues aquí está esta reseña para darle visibilidad a la editorial, al autor y a Gourrama, una novela impactante que me ha encantado. Lo malo ahora es ese deseo vehemente de viajar a Gourrama que se ha instalado en mí, un anhelo persistente y excesivo que trataré de espantar con otras lecturas. Imagino que del puesto militar no quedará nada, pero me gustaría comprobar qué queda del viejo ksar.

Puerta de entrada del Ksar de Gourrama. Fotografía: Cl.Muste

 Por último, quisiera cerrar este artículo con dos ruegos: que alguien haga la película y que algún devoto de mi querido Paul Bowles se acerque a su tumba, en el cementerio Lakemont de Yates County, Nueva York, y le lea el pasaje de la novela que les copio a continuación. Aunque allí sólo estén sus cenizas, su espíritu se va a relamer de gusto.

 Llegaron al ksar. Los altos muros de adobe sin ventanas brillaban en un amarillo ocre, iluminados por el sol, que ya estaba bajo. Entre el polvo jugaban los niños, con las caras cubiertas de costras y muchos ojos pegados por el pus. Miraban la figura desconocida vestida de caqui y con polainas y salían corriendo. Un oscuro pasillo conducía al interior del pueblo, que era una única construcción, un gigantesco termitero; a su lado pasaban figuras oscuras, irreconocibles en el sucio crepúsculo. Lös pensó en la prohibición, en los relatos que circulaban sobre ataques de ladrones, pensó en el dinero que llevaba encima. Pero no tenía miedo. Había tenido más miedo al besar los hombros de la muchacha.
 Una empinada escalera de madera llevaba hasta una habitación en la que había un olor asfixiante. Zeno abrió un postigo, y los haces de luz atravesaron un humo azul. En un rincón yacía una chiquilla sobre un montón de paja, por encima de ella había varios pollos posados sobre barras. La repentina claridad los despertó, revolotearon hasta el suelo y echaron a correr cacareando.
 Y entonces Zeno empujó una puerta alta, que dejó ver una amplia terraza. En esferas transparentes, el humo se deslizó hacia el exterior, pero los rayos que iban de la ventana al suelo permanecieron como inamovibles vigas inclinadas.
 En medio de la terraza, en una estera de esparto, se sentaba un hombre. En el centro de su cráneo, por lo demás rapado, crecía una larga trenza gris, que invitaba a la mano de Alá a empuñarla y llevar consigo el cuerpo al que estaba unida a un mundo más rico. Porque aquel hombre estaba flaco, desnutrido. Al oír los pasos de Lös, levantó la mirada y se soltó los dedos de los pies, con los que había estado jugueteando pensativo. Lös se acordó de sus lecturas de Karl May y dijo:
 –La illah Allah, Mohammed rassuhl Allah.

Gourrama sobre recortables de Miguel Ángel Ferrer*****
Fotografía: Pedro Delgado

Nota: Todos los soldados de plomo y recortables pertenecen a la colección particular de Miguel Ángel Ferrer, profesor de Historia, al que agradezco las facilidades que me dio para ilustrar este artículo.

 *El soldado que aparece en la primera fotografía, junto a la portada, es una miniatura de Tradition of London de los años 90: Legionario, 1er Regimiento Legión Extranjera 1908 (corresponde con la imagen de la portada del libro).

**Los legionarios que aparecen en la segunda fotografía, junto a la portada, son de la Guerra del Rif, años 20. Sus uniformes corresponden con los que portan los protagonistas de Gourrama: a la izquierda hay tres legionarios de marruecos de los años 20, manufactura de Tradition Of London, y a la derecha un brigadier con la silla de montar de ediciones Hachette (Tunez 1926-1932) y un sargento a caballo de 1930 de ediciones del Prado.

***En la primera fotografía del destacamento de la Legión Extranjera, y en primer plano, se ven dos figuras de Tradition. Al fondo, el segundo grupo son miniaturas de AR de manufactura francesa. A destacar el uso del salacot por parte de los oficiales (también la tropa podía llevar salacot como se indica en el inicio de la novela). Uniformes entorno a 1910. En la segunda fotografía, en primer plano, miniaturas de Almirall Palau de finales de los 90 del coleccionable Soldados de plomo, pintados y transformados por Miguel Ángel Ferrer.

****Los recortables de los Spahis son de la marca Pro Patria, Editions Bouquet. Esta serie de recortables empezó a comercializarse en 1915 para recaudar fondos para la guerra y mantener el espíritu patriótico. La editorial seguirá publicando hasta los años cincuenta. Tienen la peculiaridad de estar impresos por las dos caras.

*****Bajo el libro aparecen los recortables de La Tijera. Serie 10, nº9, "Moros del Rif", primera etapa de finales de los años 20. Las figuras han sido retocadas por Miguel Ángel Ferrer a partir de un pliego original.

 Por otro lado, en las siguiente láminas se pueden ver los uniformes que llevan los soldados que aparecen en Gourrama. Las dos imágenes están extraídas del libro La Légion étrangère. 1831-1962, une histoire par l'uniforme de la Légion étrangère. Éditions Heimdal, 2018.

La Légion étrangère (Éditions Heimdal, 2018)

La Légion étrangère (Éditions Heimdal, 2018)

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