martes, 14 de junio de 2022

NO SABÍA HACIA DÓNDE IBA, PERO SABÍA CÓMO SE LLEGABA


Dadas las circunstancias, de Paco Inclán (Editorial Jekyll & Jill)
(imagen tomada en Antequera, que no aparece en ninguno de sus relatos,
aunque tratándose de Paco, quién sabe si la próxima vez...)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 

En el mundo hay gente –están por todos lados– que prefiere mandarte a cualquier lugar antes que reconocer que no tienen ni idea de lo que les estás preguntando. ¡Cuánto bien que hacen a las derivas sin rumbo ni sentido!
Dadas las circunstancias, Paco Inclán


Paco Inclán me mira desde la solapa de Dadas las circunstancias (Jekyll & Jill, 2020), su último libro de relatos, y lo hace desde detrás de los cristales de sus gafas de carey, parapetado tras una barba y un bigote generoso. El paisaje campestre del fondo y la camisa de cuadros abierta, que deja ver su camiseta interior, completan ese aire de bonhomía que desprende. Paco Inclán, que ya les digo tiene cara de ser un buenazo, podría pasar en la foto por un agricultor o un ganadero afable, sencillo, bondadoso y honrado. Sin embargo, Paco Inclán es escritor (de qué sino iba a estar su foto en la solapa de un libro). Y eso lo puedo corroborar después de acompañarlo por las páginas de su peculiar libro de viajes.

 Dice la biografía de la misma solapa que Paco Inclán (Valencia, 1975) imparte talleres de creatividad literaria en bibliotecas, librerías y centros culturales, y clases de español a personas migrantes y refugiadas. Lo segundo viene a confirmar que no es sólo que tenga cara de buenazo, es que lo es. Y sobre lo primero, lo de que imparte talleres de creatividad literaria, les diré que, no habiendo asistido a ninguno de sus talleres (en realidad no he asistido al de nadie), me atrevería a afirmar que Paco Inclán es el más creativo de todos los profesores. Para ello basta leer la sinopsis de la contraportada. ¿Cómo se le ocurren a Paco Inclán estas historias tan extrañas?

Un viaje al país del esperanto [encerrado en un museo], un paseo por la Habana en busca del chiste que mató a un escritor decimonónico, el encuentro con el último hablante del híbrido lingüístico entre el romaní y el euskera, una visita a la taberna praguense que sirvió de escenario para el poema más desconcertante de Roque Dalton y un macguffin escatológico para rescatar del olvido a un erudito del medievo son algunas de las misiones que Paco Inclán nos comparte en Dadas las circunstancias.

 Sus crónicas o relatos, desde sitios tan dispares como Praga o Llodio, vienen acompañadas de unos mapas minimalistas que no sé si serán acierto del propio Paco o del diseñador gráfico de la editorial (que en este aspecto he de reconocer que se lo curra mucho más que otras, siendo cada libro un mundo y no la uniformidad a la que nos tienen acostumbrados).

Mapa de Llodio. Dadas las circunstancias, Paco Inclán (Jekyll & Jill)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Mapa de Praga. Dadas las circunstancias, Paco Inclán (Jekyll & Jill)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Plutón, planeta enano [Homenaje a Roque Dalton] comienza en una playa de Sinaloa, ¡y termina en una taberna del casco antiguo de Praga!

El día que Plutón dejó de ser un planeta me estaba bañando en una playa de Sinaloa, en el Pacífico mexicano. Me enteré aquella misma noche, cuando bajé a comer unos tacos de chicharrón en una cantina de Navolato, el municipio más próximo. Una televisión local informaba en la sección de breves de su noticiario que doscientos astrónomos, reunidos aquel jueves 24 de agosto de 2006 en la asamblea que la Unión Astronómica Internacional (UAI) celebrada en la ciudad de Praga, habían decidido que Plutón pasase a ser considerado «un planeta enano». No se especificaba mucho más. La escasa clientela de la cantina prestó mayor atención a la siguiente noticia: un misterioso rebrote de niños chinos que se quedaban con la cabeza atrapada entre los barrotes de las rejas de sus balcones.

 En Pasajes cubanos [Como recuerdo] acompañamos a Paco Inclán a Cuba. En La Habana asiste (asistimos) a la presentación de otra biografía del Che Guevara por el cincuenta aniversario de su muerte. Allí, además de a Aleida Guevara, hija del Che, conocerá (conoceremos) a un tal Vladimir, un doble del guerrillero disfrazado de una versión exagerada del Che, con su gorra calada, su barba rala y su aire castrense.

A la salida del edificio, los asistentes se apiñan en el portal exterior a la espera de que una pasajera lluvia tropical amaine. El gentío agasaja a Vladimir, centro de atención de la muchedumbre: firma autógrafos, lo abrazan, posa para la cámara de algunos móviles. Un equipo de la televisión cubana le graba unas declaraciones en las que se define como un ferviente guevarista dispuesto a todo por defender el legado del comandante. Parece sentirse a gusto con su rol, resuelto, acostumbrado. Quisiera acompañarlo lo que me queda de tarde para descubrir quién se esconde debajo de su personaje. Viajar a La Habana para acabar escribiendo sobre el Che es un asunto demasiado trillado; sin embargo, encontrarme con un doble suyo merece una oportunidad, un a-ver-qué-pasa.

 Y a un valenciano. Bueno, a quién mejor conocerá será a la hija de éste.

 –¿Y él? ¿No ha venido?
 –Se ha quedado en el hotel. Estaba cansado, estuvimos todo el día caminando.
 –Ayer lo escuché decepcionado.
 –Se la pasa criticándolo todo, mañana nos vamos a Varadero, a ver si así se relaja un poco.
 [...]
 –Me ha dicho que estás buscando un chiste.
 –Sí, el chiste que mató a un poeta cubano a finales del siglo XIX. Le provocó una aneurisma.
 –¿De verdad?

 Pasa mucho más en en este relato, el más largo de todos; microhistorias que siempre resultan ingeniosas.

 Pero para ingenioso el relato que lleva por título El último hablante de erromintxela (se llamaba Goyo).

El erromintxela, se puede vivir sin saberlo, es la lengua que mezcla el euskera con el romaní que trajeron a cuestas los gitanos que, en el siglo XV, detuvieron su peregrinaje para afincarse en territorios vascos. La simbiosis del lenguaje nómada por antonomasia con el que permanece asentado en los mismos lugares desde su balbuceo originario. Supe de su existencia por un pequeño vocabulario que encontré en las estanterías de una biblioteca durante un paseo por el centro de Donostia. En su prólogo se aseguraba que el erromintxela había vivido sus años de esplendor, si es que los tuvo, a finales del siglo XIX. [...] Algunos lo daban por extinguido y otros lo trataban como una curiosidad, un mito o una forma criollizada (pidgin) del romaní barruntado con gramática del euskera. Había también quien contaba que el erromintxela había funcionado durante siglos como un pogadolecto secreto, tan secreto que quizás no hubiese existido, un código encriptado de quinientas palabras y quinientos hablantes, en su mayoría ancianos que habitaban pequeños pueblos de montaña en la región de Iparralde.

 Hasta Llodio viajará Paco Inclán en busca del tal Goyo, un pintor «payo y euskaldún» que había aprendido la lengua durante el tiempo que pasó en un municipio cercano a Hendaya, y que ahora vivía aislado en una casa en las montañas. Su intención: entrevistarlo.

Cuando soñaba con entrevistar al último hablante de una lengua me imaginaba haciéndolo en el interior del Amazonas o en una remota aldea china fronteriza con Mongolia. Sin embargo, sueños menguantes, mi búsqueda me ha dirigido a Llodio, segundo municipio de Araba, hacia donde he salido esta mañana desde Donostia.

Como se deduce por el título, Escatología en la obra de Arnau de Vilanova, Paco se pone un tanto escatológico en su siguiente relato, una singular (cómo no) historia sobre el erudito y médico del siglo XIII «del que poco o nada sabemos: apenas que da nombre a un hospital valenciano».

El médico Arnau de Vilanova
Imagen: Wikipedia

Además, entre otros tantos quehaceres, Arnau de Vilanova fue médico de papas y reyes, interpretador de sueños, experimentador con plantas y minerales acusado de ideas peregrinas –aunque posteriormente se le reconocería su legado–, traductor del árabe y del hebreo de las principales investigaciones médicas de su época y renovador de los planes de estudio de la Facultad de Medicina de Montpellier, donde impartió clases desde 1290.

 En Lenguas artificiales (Una aproximación), que versa sobre el esperanto y otras lenguas artificiales creadas a lo largo de la historia, aparece un autor del que oí hablar hace muchos años, precisamente a la vuelta de un viaje por Islandia: un mes entero con mi hijo mayor, recorriendo en autostop la enorme isla en el sentido de las agujas del reloj.

En la carretera, Islandia en autostop (julio de 2014)
(nuestras sombras como dos personajes míticos de Hugo Pratt)
Fotografía: Pedro Delgado

 Subir al Sneffels, navegar junto a ballenas, ver geysers enormes, recorrer glaciares y campos de lava, caminar bajo la tierra y darnos un remojón en aguas termales fueron algunas de las cosas que nunca olvidaremos de aquel viaje. También mi vano intento de dar con Auđur Ava Ólafsdóttir en Reikiavik para que me firmara mi ejemplar de La mujer es una isla, una edición de bolsillo que me había leído, junto a no recuerdo ahora mismo qué otros libros, aquellos días.

«Estoy teniendo problemas con las epiglotales», me ha confesado Elías en esta cafetería impersonal de Reikiavik, tan impersonal que también podría ser la trastienda de una ferretería o un garaje de automóviles. «¿Con las epiglotales?», le recalco para darle pie a que me continúe relatando el proceso de construcción del alfabeto del Iwyma, la lengua artificial que se está inventado. Se calla, me observa con sus ojos pequeños; prefiere no desvelarme mucho más: «Quiero dejar atada su estructura antes de comenzar a divulgarla». Me remite a su blog, que redacta en Iwyma, al que solo se accede por invitación. De momento, solo él, su creador, puede entenderlo.
 Elías Portela, gallego de Cangas de Morrazo, aterrizó hace siete años en Islandia para «aprender a bailar tangos» (sic). Ahora se dedica a traducir poesía del islandés al gallego para una editorial llamada Rinoceronte e imparte clases en el departamento de Español de la Facultad de Letras de la Universidad de Reikiavik, donde esta mañana he presentado la revista Bostezo ante el rictus indiferente de un grupo de estudiantes autóctonos. Elías estaba allí, al fondo del aula. Al terminar, me ha invitado a tomarnos algo. Hemos intercambiado un ejemplar de Bostezo por un poemario que él ha escrito en lengua islandesa, Sjóarinn međ morgunhestana undir kjólnum –«O pescador con cabalos matutinos baixo o vesntido»... o algo así– que publicó camuflado en el heterónimo de Elías Knorr, con el que, me cuenta, ha sido escogido por la Poetry Society de Reino Unido como uno de los tres autores más representativos de la poesía islandesa contemporánea.
 Islandia era el marco perfecto para Elías. No parecían de este mundo.

Elías Portela en Reikiavik. Fotografía: Bartomiej Gowacki

 Le siguen El postre sirio, ambientado en Berlín, quizás el mejor ejemplo de cómo no se debe degustar un menú, y Exaltación de las ausencias, que nos traslada a Veracruz, México, al estreno de un documental que retrata el no vínculo de Pancho Villa con la ciudad.

No acabo de entender la elección de Pancho Villa para iniciar una serie de documentales que relacionen la ciudad con personajes ilustres que la visitaron. ¿Por qué empezar entonces con alguien que jamás estuvo? Miro a los lados buscando una mirada cómplice, un rostro perplejo, una disimulada risita, alguien encogiéndose de hombros. Sin embargo, solo yo parezco estar viviéndolo desde esa extrañeza. Al finalizar la proyección, los asistentes aplauden a rabiar. Me siento un aguafiestas aunque secundo los aplausos por ese temor recurrente a que me tilden de infiltrado.

 Cierra el volumen El hombre del tiempo, que no hace referencia al señor que presenta el tiempo en el telediario, sino al organizador de un banco del tiempo en Valladares, en la periferia rururbana de Vigo. Ya saben, esa gente que en lugar de dinero emplean el tiempo para tasar sus intercambios de bienes y servicios.

 Paco Inclán nos avisa en la contraportada de que «cualquier parecido con la ficción es pura coincidencia», pero uno termina el libro, después de acompañarlo por sus historias, pensando que el valenciano es un as de la autoficción. Y preguntándose qué otros libros habrá escrito este hombre.