jueves, 25 de febrero de 2021

DE CÓMO UNA EXPEDICIÓN VASCA CONQUISTÓ LA CIMA DEL EVEREST


Everest -Expedición Vasca 1980- Todo un pueblo en la cumbre
Cómic de Ramon Olasagasti y César Llaguno
Sua Edizioak / Mendi Film Festival
Fotografía: Lucía Rodríguez

Sabía del gusto por la exploración y la conquista del pueblo vasco, de sus ilustres aventureros, como Juan Sebastián Elcano, Cristobal de Oñate, Juan de Tolosa, Pascual de Andagoya, Pedro de Ursua, Lope de Aguirre, Juan Ortíz de Zarate, Juan y Francisco de Garay, Miguel López de Legazpi o Andrés de Urdaneta; por eso no me extrañó que, a nivel nacional, fuese una expedición vasca la primera en conquistar la cumbre del Everest (8.848 metros).

Integrantes de la expedición vasca al Everest en 1980
Ref. Revista Pyrenaica, 1980
Colección del fondo Bernardo Estornés Lasa

 La gesta ocurrió el 14 de mayo de 1980. Ese día, a eso de las tres de la tarde, Martín Zabaleta y el sherpa Pasang Temba culminaron el largo y arduo trabajo de todo un equipo. Agotados por el esfuerzo, pero eufóricos por la hazaña, se abrazaron en la cima; luego, por walkie-talkie, se pusieron en contacto con los campos base de la expedición, y el grito de «¡Gora Euskadi Askatuta!» resonó en el valle. Zabaleta y Temba se fotografiaron con la ikurriña y la bandera de Nepal ondeando en la montaña más alta del planeta; aunque la cámara de Martín no funcionó y sólo quedó para el recuerdo la imagen del sherpa.

Páginas 30 y 40 de Everest. Todo un pueblo en la cumbre
Cómic de Ramon Olasagasti y César Llaguno
Sua Edizioak y Mendi Film Festival
Fotografía: Lucía Rodríguez

El sherpa Pasang Temba en la cima del Everest, 14 de mayo de 1980
Fotografía: Martín Zabaleta

 Permanecieron allí algo más de media hora, henchidos de gozo, dejando volar la vista en rededor, absortos en el paisaje: las aristas de los picos atravesando el mar de nubes. ¿Qué pasaría en esos momentos por la cabeza de aquel mecánico de Hernani de 31 años? Seguramente pensaría en sus compañeros de expedición, en su familia y amistades, incluso en algún profesor o compañero de ikastola; pero también en los peligros que todavía le aguardaban, en que la pieza no estaría cobrada hasta llegar abajo. Antes de iniciar ese descenso, Zabaleta recogió un rosario bendecido por el papa Karol Wojtyla que los polacos Krzysztof Wielicki y Leszek Cichy habían dejado tres meses antes en la cumbre*. Es lo que marca la costumbre: que el siguiente recoja el presente para corroborar la cima. Ellos dejaron allí las banderas clavadas.

Rosario bendecido por el papa Wojtyla  recogido por Martín Zabaleta
de la cumbre del Everest. Donado en 2020 al Museo del Montañismo
Vasco (Euskal Mendizaletasunaren Museoa Fundazioa (EMMOA))

 Abajo, junto al grupo de montañeros que habian salido de Bilbao el 11 de febrero con la intención de asediar la mole blanca y atacarla por oleadas, los aguardaba su hermano, Jon Zabaleta, recién llegado al campo base con sus lápices y sus cuadernos de dibujo.

Expedición Vasca 1980 al Everest

 Para que no caigan en el olvido los peligros que aquellos expedicionarios tuvieron que afrontar, tanto en el ascenso como en el escalofriante descenso (tras una serie de caídas, en las que Martín arriesgó su vida para salvar la de Temba, vivaquearon en una grieta muy cerca de la cima), el dibujante César Llaguno (con ecos del gran Hugo Pratt) y el guionista Ramón Olasagasti se han unido para revivir aquella hazaña, recuperando las palabras y los sentimientos de aquellos que participaron en aquella expedición de 1980.

Páginas 34 y 35 de Everest. Todo un pueblo en la cumbre
Cómic de Ramon Olasagasti y César Llaguno
Sua Edizioak y Mendi Film Festival
Fotografía: Lucía Rodríguez

Páginas 36 y 37 de Everest. Todo un pueblo en la cumbre
Cómic de Ramon Olasagasti y César Llaguno
Sua Edizioak y Mendi Film Festival
Fotografía: Lucía Rodríguez

 También para rendir tributo a los expedicionarios de la Tximist que ya en 1974 intentaron la conquista, teniéndose que dar la vuelta a 8.550 metros tras pasar la noche en el campo VI por culpa de la climatología.

Componentes de la Expedición Tximist 1974 al Everest
Fotografía: Ángel Lerma

 El cómic, editado en noviembre de 2018 por Sua Edizioak y el Mendi Film Festival de Bilbao, el mejor festival de cine de montaña y aventura de España, puede conseguirse en librerías y en la página web de la editorial.

Páginas 14 y 15 de Everest. Todo un pueblo en la cumbre
Cómic de Ramon Olasagasti y César Llaguno
Sua Edizioak y Mendi Film Festival
Fotografía: Lucía Rodríguez

Páginas 20 y 21 de Everest. Todo un pueblo en la cumbre
Cómic de Ramon Olasagasti y César Llaguno
Sua Edizioak y Mendi Film Festival
Fotografía: Lucía Rodríguez

 De la humildad de Martín Zabaleta (Hernani, 1949), de la falta de divismo del primer español que alcanzó el techo del mundo, da muestra su escasa presencia en los medios de comunicación. Al poco de volver de Nepal, y quizás huyendo de las polémicas de carácter político que afloraron cuando la siguiente expedición (polaca) bajó y se fotografió con la ikurriña que dejó en la cima, Zabaleta se mudó a los Estados Unidos, donde encontró trabajo como carpintero, empleo que compaginó con tareas de guía de alta montaña, principalmente en los Andes, los Pirineos y las Montañas Rocosas. En 1988 logró su segundo ochomil, ascendiendo al Kangchenjunga con los norteamericanos Carlos Buhler y Peter Habeler, y en 1989, también junto a Buhler, alcanzó la cima del Cho Oyu.

Martín Zabaleta leyendo en Katmandú las crónicas de los diarios sobre su hazaña
Fotografía: El Correo 

 Martín Zabaleta sigue viviendo en Bozeman, Montana, y a sus 71 años continua disfrutando de la montaña. En las fotos de ahora se le ve con el pelo blanco y la piel bronceada por el sol. Parece sereno, en paz consigo mismo, como si ya hubiese ajustado cuentas con el joven impulsivo de los ochenta y ya sólo le quedase el dulce recuerdo de la gesta, de aquella hazaña que, sin duda, le sobrevivirá.

Martín Zabaleta y su madre, fallecida en diciembre de 2019 a los 95 años
Fotografía del Museo del Montañismo Vasco (Fundación EMMOA)


Expedición Vasca 1980 al Everest (eitb.eus)

***

*El rosario que Martín regaló a su madre fue donado, a la muerte de ésta, al Museo del Montañismo Vasco (Fundación EMMOA), al igual que la chaqueta naranja, similar a la de Temba, con la que logró sobrevivir a aquel vivac extremo a 8.700 metros de altura.

Chaqueta con la que Martín Zabaleta ascendió al Everest en 1980
Museo del Montañismo Vasco (EMMOA)


martes, 16 de febrero de 2021

EL SONIDO DE UN CARACOL SALVAJE AL COMER


El sonido de un caracol salvaje al comer, Elisabeth Tova Bailey
Editorial Capitán Swing
Fotografía: Lucía Rodríguez

No es este un libro oportunista nacido a la sombra de la pandemia, pues fue escrito mucho antes de que la covid-19 viniera a alterar nuestras vidas –ganó el National Outdoor Book Award en 2010–; sin embargo, hay una cita, unas líneas en el prólogo y un mensaje en sus páginas, que parecen premonitorios.

«Los virus constituyen piezas fundamentales del entramado de la vida».
Luis P. Villareal
***
Diez días de fiebre con un dolor que me martillea la cabeza. Urgencias. Análisis. Nunca he estado tan enferma. Ni la neumonía que pasé de niña ni la mononucleosis del instituto fueron nada en comparación con esto.
 […] empiezo a caer en una profunda oscuridad y sigo cayendo hasta estar increíblemente lejos. No puedo volver; no puedo llegar hasta mi cuerpo. La lejana sirena de una ambulancia. Los lejanos sonidos de la conversación de los médicos. Los párpados me pesan como piedras. Intento abrirlos un poco, solo unos segundos, pero vuelven a cerrarse en contra de mi voluntad. Lo único que puedo hacer es respirar.
 Los médicos sabrán qué hacer para curarme. Arreglarán esto. Sigo respirando. ¿Y si dejo de respirar? Necesito dormir, pero me da miedo hacerlo. Intento velar por mí. Si me duermo, puede que nunca despierte.

 A la edad de treinta y cuatro años, durante un breve viaje a Europa, un misterioso patógeno vírico o bacteriano se instaló en el cuerpo de Elisabeth Tova Bailey, la autora de El sonido de un caracol salvaje al comer. Y si bien su nombre es un seudónimo, su historia es totalmente verídica.

La ensayista y escritora de cuentos Elisabeth Tova Bailey (Estados Unidos)

 Elisabeth pensaba que era indestructible, que, si le pasaba algo, la medicina moderna la curaría. Pero no lo hizo. Aquel virus le provocó graves síntomas neurológicos que, tras una serie de recaídas, terminaron por postrarla en una cama.

Unas nuevas pruebas más sofisticadas, revelaron que la mitocondria de mis células no funcionaba correctamente y que se habían producido daños en mi sistema nervioso autónomo; todas las funciones que no se controlan conscientemente, como la frecuencia cardiaca, la presión arterial y la digestión, estaban descontroladas.
***
Cuando el cuerpo se vuelve inútil, la mente sigue corriendo como un sabueso a lo largo de unas ya trilladas pistas de neuronas, siguiendo el rastro de las preguntas que se repiten: la confusa familia de los porqués, los qués y los cuándos, y su extremadamente alejado familiar el cómo. [...] Habida cuenta de la facilidad con la que la buena salud infunde sentido y propósito a la vida, es sorprendente la rapidez con la que la enfermedad nos roba esas certicumbres. Lo único que podía hacer para superar cada momento era reflexionar y cada momento me parecía una hora interminable, y pese a ello, los días pasaban inadvertidamente en silencio. El tiempo que no se utiliza y solo se soporta también desaparece, como si el propio tiempo estuviera muriéndose de hambre y se tragara cada día de un solo bocado, sin dejar migajas ni recuerdos ni ningún rastro de él.

 Dice otra cita del libro, en este caso de la enfermera Florence Nightingale, que «una pequeña mascota es, a menudo, un excelente compañero». Mi sobrina Guadalupe podría corroborarlo, pues además de dos pájaros, tres gatos y un pequeño pez azul, tiene unos cuantos caracoles de mascota. La autora decidió llamar al suyo simplemente «el caracol», pero Guadalupe, mientras les ponía una hoja de lechuga en una caja de zapatos con la tapa agujereada, los bautizó con el nombre de Gari, Marri, Manchita, Mar, Nieve, Rosi y Estrella. Ella dice que son como sus hijos.

Guadalupe Delgado con sus caracoles
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Pues bien, a nuestra protagonista le regalan un caracol que vendrá a hacerle compañía y a cambiarle la existencia.

Al principio de la primavera, una amiga mía fue a dar un paseo por el bosque y, al fijarse en el sendero, a sus pies vio un caracol. Lo cogió, lo colocó con cuidado sobre la palma de la mano y volvió al estudio en el que yo estaba convaleciente. Vio que había unas violetas silvestres al borde del césped. Fue a por una pala de jardinería, sacó unas cuantas violetas con tierra, las trasplantó a una maceta de terracota y colocó al caracol debajo de las hojas. Entró al estudio con la maceta y la dejó junto a mi cama.
 –Me he encontrado un caracol en el bosque. Lo he traído y está justo aquí, debajo de las violetas.
 –¿Ah, sí? ¿Por qué lo has traído aquí?
 –No sé. Pensé que te gustaría.
 –¿Está vivo?
 Mi amiga cogió la concha marrón del tamaño de una bellota y miró dentro.
 –Creo que sí.
 […] Mi amiga me dio un abrazo, se despidió y se fue.
***
Las violetas silvestres de la maceta junto a mi cama estaban frescas y llenas de vida, al contrario de lo que ocurría con el típico ramo de flores que me traían otros amigos. Esas flores solo duraban unos cuantos días y dejaban tras de sí un agua turbia y maloliente en el jarrón. Cuando era joven me ganaba la vida como jardinera, así que me alegraba tener este trocito de jardín junto a mi cama. Incluso podía regar las violetas con el vaso que usaba para beber.
 Pero ¿qué hacer con este caracol? ¿Qué podía hacer con él? Por pequeño que fuera, estaba ocupado con sus cosas cuando lo cogieron del suelo. ¿Qué derecho teníamos mi amiga y yo a trastocar su vida? Aunque tampoco era capaz de imaginar el tipo de vida que tendría un caracol.
 [...] Durante el resto del día el caracol se quedó dentro de su concha y yo estaba tan exhausta tras la visita de mi amiga que no volví a pensar en él.
***
 Durante varias semanas, el caracol vivió en la maceta a solo unos pocos centímetros de mi cama, durmiendo debajo de las hojas de violeta durante el día y explorando los alrededores por la noche. Cada mañana, mientras yo desayunaba, él volvía a subir a la maceta y se echaba a dormir en el pequeño hueco que había hecho en la tierra. Aunque habitualmente el caracol dormía durante todo el día, era reconfortante echar una mirada a las violetas y ver su pequeña forma circular oculta bajo una hoja.
 Al final de la tarde, el caracol se despertaba y, con una asombrosa elegancia, avanzaba graciosamente hasta el borde de la maceta y se asomaba por encima para estudiar, una vez más, el extraño terreno que lo rodeaba. Ponderaba sus circunstancias con un aire regio, como encaramado en lo alto del torreón de un castillo, y agitaba sus tentáculos primero a un lado y después al otro, como contestando a una distante melodía.
 Cada pocos días regaba las violetas con agua del vaso que utilizaba para beber y el agua sobrante se colaba hasta el platillo que había debajo de la maceta. Esto siempre despertaba al caracol, que se deslizaba hasta el borde de la maceta y se asomaba a mirar, ondeando sus tentáculos con suavidad, obviamente encantado, antes de abrirse camino hasta el platillo para beber. A veces, después de beber, empezaba de nuevo a subir por la maceta, aunque se paraba a medio camino y se quedaba dormido otra vez. Se despertaba cada poco tiempo y, sin moverse de sitio, estiraba su cuello hasta el agua y tomaba un buen trago.
***
Observarlo deslizarse de un sitio a otro me distraía, y constituía una especie de meditación. Mis a menudo frenéticos y frustrados pensamientos se iban calmando gradualmente hasta ajustarse a su ritmo tranquilo y suave. Con su movimiento fluido y misterioso, el caracol era el maestro de taichí por excelencia.

Terrarium. Fotografía: Stacey Cramp

 La cuidadora de la autora le buscó un acuario rectangular de cristal, y lo convirtió en un espacioso terrario con plantas del bosque del caracol, un lugar más seguro y más natural que la maceta para su diminuta mascota. Y a medida que Elisabeth empezó a obervar y a familiarizarse con su gasterópodo, comenzó a estudiarlo. Se leyó un libro de tapa blanda publicado varias décadas antes titulado Odd Pets (Mascotas extrañas), de Dorothy Horner, y los doce volúmenes de The Mollusca (Los moluscos), y escribió este ameno y encantador ensayo sobre estas criaturas de cuerpo blando que carecen de espina vertebral y arrastran la casa a cuestas; en el que igual tiene cabida un comentario sobre sus abuelos, médicos misioneros en Birmania, que un relato de Patricia Highsmith sobre los caracoles gigantes carnívoros de Kuwa.

Los grises y polvorientos volúmenes pesaban tanto que tenía que apoyarlos contra otros libros y tumbarme de lado para leerlos. A medida que los leía pausadamente, un poco cada día, fui descubriendo que en todas las disciplinas científicas, desde la biología y la fisiología hasta la ecología y la paleontlogía, había muchísima información sobre los gasterópodos. Era asombrosa la abundancia de detalles, desde los compejos patrones de sus dientes hasta la bioquímica del proceso de fabricación de la baba y los detalles íntimos de la vida amorosa específica de su especie. No obstante, incluso en los numerosos volúmenes de The Mollusca, faltaba un cierto punto de vista sobre la vida del caracol. Y entonces descubrí a los naturalistas del siglo XIX, esas almas intrépidas a las que no les suponía ningún problema pasar innumerables horas en el campo observando a sus diminutas criaturas. También encontré poetas y escritores que, en algún momento de su vida, se habían sentido atraídos por la vida del caracol.

Estrella
Fotografía: Guadalupe Delgado

  Es este un libro muy especial, con un título que a priori da para un What the fuck?, pero que termina resultándonos de lo más apropiado.

Escuché atentamente. Podía oírlo comer. Era como el sonido de alguien minúsculo masticando apio sin descanso. Lo observé, paralizada, mientras –durante el curso de una hora– el caracol se comía meticulosamente un pétalo morado entero para cenar.

 Después de leer esta joyita, y aprender sobre la espiral de su concha, la mucosidad de su cuerpo, sus órganos vitales y sus sentidos, el cortejo, el apareamiento y la puesta de huevos, entre otras tantas cosas, no puedo evitar seguir el brillo de los múltiples rastros plateados que dejan los caracoles tras una noche de lluvia en las baldosas de barro del porche. Y miro si descansan en algún mullido hoyito bajo una hoja seca o colgado del vacío en la hoja, arqueada por el peso, de algún helecho, los mismos que florecían en el terrario y que la autora veía desplegarse a un ritmo indetectable, pues yo también soy un amante de los helechos Polypodium, con sus imberbes brotes aún enrollados con forma de cabeza de violín, y tengo unas cuantas macetas con ellos en casa.

Helecho Polypodium
Fotografía: Lucía Rodríguez

En varias ocasiones tuve la suerte de verlo acicalándose; arqueaba el cuello por encima de la parte superior curvada de su propia concha y limpiaba cuidadosamente el borde con la boca, como un gato se lame el pelaje de la parte posterior del cuello.
***
Yo, con mis escasos treinta y dos dientes en la edad adulta, que además tenían que durarme toda la vida, descubrí que sentía envidia de los dientes de mi compañero gasterópodo. Me parecía mucho más razonable pertenecer a una especie que había evolucionado para reemplazar sus dientes de manera natural que pertenecer a una especie que había inventado la profesión de dentista.

 Para mi sorpresa, buscando la fotografía de la autora, me he topado con el trailer del corto que ella misma ha escrito y dirigido. Un corto de quince minutos, titulado igual que el libro, que está causando sensación en los festivales en los que se proyecta.

 También os dejo el trailer del libro; aunque está en inglés, podréis escuchar al inicio el sonido amplificado de un caracol al comer.

 Por último, deciros que en la página de la escritora (www.elisabethtovabailey.net) podéis encontrar una guía para trabajar con los alumnos, aunando la asignatura de ciencia con la de Lengua y Literatura. 

 Nota: Todos los textos a color pertenecen a El sonido de un caracol salvaje al comer, de Elisabeth Tova Bailey, editado por Capitán Swing con una traducción de Violeta Arranz.

El sonido de un caracol salvaje al comer, Elisabeth Tova Bailey
Editorial Capitán Swing
Fotografía: Lucía Rodríguez

«El sonido de un caracol salvaje al comer es un ensayo ligero y de una belleza honesta sobre la enfermedad, la recuperación y cómo a veces son las pequeñas cosas que ocurren en nuestras vidas las que nos hacen darnos cuenta de lo que realmente importa y de quiénes somos. Un extraordinario y profundamente conmovedor viaje de supervivencia y capacidad de recuperación, destinado a convertirse en un clásico que nos muestra cómo una pequeña parte del mundo natural puede iluminar nuestra propia existencia humana, a la vez que proporciona una apreciación de lo que significa estar plenamente vivo».
Capitán Swing

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domingo, 7 de febrero de 2021

CAPA. ESTRELLA FUGAZ, EL CÓMIC SOBRE EL FOTÓGRAFO ROBERT CAPA


Capa. Estrella fugaz, de Florent Silloray (Ed. Blume)

Estas noches he estado leyendo Capa. Estrella fugaz (Editorial Blume), la novela gráfica del francés Florent Silloray con la que me topé por sorpresa en una de mis visitas a las tiendas de cómics de mi ciudad.

 Mientras leía la intensa vida del fotógrafo húngaro, y por esas sincronías de las que les hablo a veces, Lucía enfilaba los últimos capítulos de La chica de la Leica, novela sobre la también malograda fotógrafa Gerda Taro, pareja artística y sentimental de Capa.

 Cuando tras un rato de lectura nos vencía el sueño y dejábamos los dos libros sobre mi mesita de noche, uno encima del otro, y apagábamos la luz, me reconfortaba pensar que de esa manera volvían a estar juntos, que podían escapar por unas horas de las páginas y las tapas que los encerraban y bajar, tratando de nos despertarnos, al salón de la casa. Allí se servían un negroni o un americano, ponían algo de música en el tocadiscos con el volumen bajo, curioseaban los libros de pintura y de fotografía de Lucía –entre los que hay un catálogo de la retrospectiva de Capa en Málaga de 1990, otro de los 50 años de Magnum que adquirí en la exposición del Reina Sofía de Madrid en 1993 y el volumen con la hojas de contacto de la Magnum que compró Lucía en la exposición de la Fundación Canal en 2017– y, antes de que amaneciese y sonasen los despertadores, antes de volver a meterse en sus libros, hacían el amor sobre el sofá Ektorp de Ikea. Quizás por no romper ese hechizo, al terminar nuestras lecturas hemos dejado los dos libros juntos en la estantería del salón.

Página 7 de Capa. Estrella fugaz (Editorial Blume)
© Editions Casterman, S.A./Florent Silloray
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 La alemana Gerda aparece por primera vez en la página 7 del álbum. Primero en la primavera de 1936, compartiendo con Capa estrecheces y cama en una humilde habitación del hotel de Blois de Montparnasse. En esa página, de aguadas con acrílicos, Capa no es todavía Capa sino Endre, Endre Friedmann. Su seudónimo llegará en la última viñeta de la página 9.

Página 8 de Capa. Estrella fugaz (Editorial Blume)
© Editions Casterman S.A./Florent Silloray
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Página 9 de Capa. Estrella fugaz (Editorial Blume)
© Editions Casterman S.A./Florent Silloray
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 La "idea estupenda" de Gerda los sacará de la miseria. Las fotografías del "estadounidense" Robert Capa se empiezan a cotizar, y lo contrata un importante periódico de izquierdas. La farsa no dura mucho, pues Lucien Vogel, el redactor jefe del periódico descubrirá el engaño.

«Nuestra mentirijilla le hizo gracia, pero ahora Gerda ya no podrá exigir nuestras tarifas desorbitantes…»
«…aunque lo que hemos perdido en cantidad de dinero, lo he ganado en complicidad con Vogel...»

 En julio de ese mismo año, una llamada telefónica los llevará a Barcelona a cubrir la guerra civil.

Cuatro primeras viñetas de la pág. 12 de Capa. Estrella fugaz
© Editions Casterman S.A./Florent Silloray
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 Ambos empuñaran las cámaras a favor de la República, formando un tándem perfecto.

Página 15 de Capa. Estrella fugaz (Editorial Blume)
© Editions Casterman S.A./Florent Silloray
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«He revisado sus planchas de contactos; sus fotografías están impregnadas de su gracia y su talento. Sus progresos son rápidos y ahora nos disputamos el mejor ángulo, que ella parece encontrar por instinto. Enviamos a París nuestros negativos. Algunas veces sus fotografías se atribuyen a Capa. Eso logra enfurecerla».

 En la retaguardia hacia Madrid, en septiembre, Capa le pedirá matrimonio; pero Gerda no está por la labor. «¿Tú me ves a mí, Gerda Taro, sometida a la institución burguesa del matrimonio?».

 En febrero de 1937, tras un rápido viaje de ida y vuelta a París, regresan a Madrid donde se instalan en el hotel Florida, el cuartel general de los corresponsales extranjeros entre los que se encuentra el mismísimo Hemingway.

 En julio de ese año, el director de Ce Soir reclama la presencia de Capa en París. Capa intenta que Gerda lo acompañe, pero ella se niega a abandonar Madrid sin antes cubrir una victoria republicana. Capa no volverá a verla con vida. Es la primera fotógrafa que muere en combate.

Página 23 de Capa. Estrella fugaz (Editorial Blume)
© Editions Casterman S.A./Florent Silloray
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© Robert Capa. © International Center of Photography / Magnum Photos
Gerda Taro en el frente de Córdoba, España. Septiembre de 1936

 Gerda Pohorylle, más conocida como Gerda Taro, es enterrada en la página 25. A partir de ahí, lo que restan son 61 páginas llenas de viñetas contando la azarosa y apasionante vida de Capa, quien tendrá que lidiar con su pena y sus fantasmas cubriendo un conflicto tras otro, a veces de forma suicida, como si buscara la muerte. La parca como una liberación. En el 39 ve la caída de China en manos japonesas, la caída de la República en España –«¿De qué han servido las fotografías que publicamos, los riesgos que corrimos con los combatientes..., la muerte de Gerda?»– y la caída de gran parte de Europa en manos de Hitler. Asiste a la operación Torch en el norte de África, y salta en paracaídas sobre Sicilia donde se une a la 1ª división, que está pisándole los talones al ejercito alemán en retirada y a sus aliados italianos. Cubre los tremendos bombardeos de Nápoles, y el 6 de julio de 1944 participa en el desembarco de Normandia. Es el único fotógrafo que interviene en el primer asalto.

Página 58 de Capa. Estrella fugaz (Editorial Blume)
© Editions Casterman S.A./Florent Silloray
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Página 59 de Capa. Estrella fugaz (Editorial Blume)
© Editions Casterman S.A./Florent Silloray
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 «El corresponsal de guerra tiene su apuesta –su vida– en sus propias manos, y puede ponerla en este caballo o en aquél, o la puede devolver a su bolsillo en el último momento. Soy un jugador. Decidí marcharme con la Compañía E en la primera ola.», escribió después de aquel día.

© Robert Capa. © International Center of Photography / Magnum Photos
Desembarco en el Día-D de tropas estadounidenses en la playa de Omaha
Normandia, 6 de junio de 1944

© Robert Capa. © International Center of Photography / Magnum Photos
Soldado estadounidense en el primer asalto del Día-D a la playa de Omaha
Normandia, 6 de junio de 1944

 Muchos dicen que sus fotos del desembarco están demasiado borrosas y desenfocadas, pero a ver a quién no le tembló el pulso esa mañana al tratar de ganar la playa. Saltar de la lancha transbordadora al agua y correr hacia los búnkers y las trincheras enemigas desde donde te disparaban sin descanso. Tratar de tomar la playa bajo el fuego de las metralletas. Capa desembarcó en Omaha. Yo estuve allí y en las otras cuatro playas con mi hijo pequeño en el verano de 2015, y sé la distancia que hay desde el agua hasta el búnker más cercano. Y también he visitado las tumbas de los miles de soldados que sacrificaron sus vidas por nosotros. Si saltar a la orilla en cualquiera de aquellas playas ya era un poderoso acto de valentía, imagínense hacerlo con una cámara en lugar de con un fusil.

Pedro haciendo autoestop por las playas de Normandia
Sainte-Mère-Église, 5 de agosto de 2015
Fotografía: © Pedro Delgado Fernández

Pedro contemplando las playas de Utah desde los restos de un búnker
5 de agosto de 2015. Fotografía: © Pedro Delgado Fernández


Playas de Omaha, Normandia (Francia)
9 de agosto de 2015. Fotografía: © Pedro Delgado Fernández

Cementerio Americano de Normandia, Omaha Beach (Francia)
9 de agosto de 2015. Fotografía: © Pedro Delgado Fernández

 El 25 de agosto de ese año Capa entra con la 2ª división blindada en el París liberado, y se desplaza a las Ardenas, donde la guerra continúa.

Dos primeras viñetas de la pág. 64 de Capa. Estrella fugaz
© Editions Casterman S.A./Florent Silloray
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 Tras saltar sobre el Rin con la 17º división aerotransportadora, avanza hacia Leipzig. Allí, con Alemania a punto de caer, fotografiará su último cadáver de esa guerra.

Últimas cinco viñetas de la pág. 68 de Capa. Estrella fugaz
© Editions Casterman S.A./Florent Silloray
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@ Robert Capa. © International Center of Photography / Magnum Photos
Soldado estadounidense asesinado por un francotirador alemán
Leipzig, Alemania. 18 de abril de 1945

 Capa no volverá a sumergirse en los combates hasta la guerra árabe-israelí de 1948. De aquel conflicto conservará la marca de una bala perdida en uno de sus muslos, una herida que le permita darse un respiro y viajar a Budapest. Tras diecisiete años de ausencia vuelve a ver el Danubio de su infancia, y visita el apartamento donde vivió de niño en la parte vieja de la ciudad. Es un paréntesis más entre tanta guerra, como sus idas y venidas por Estados Unidos, México y Rusia a lo largo de su vida –mostradas por Silloray sobre el fondo sepia de las viñetas iluminadas con el pincel mojado de blanco–, porque Capa, como dijo Irwin Shaw, había perfeccionado el truco de convertir la vida entre las ciudades bombardeadas y los horribles campos de batalla en alegre, elegante y atractiva.

 El álbum también recoge sus problemas con el alcohol y el juego; su relación sentimental con Ingrid Bergman y otras mujeres; sus amistades, de la talla de Picasso, Hemingway, Matisse o Steinbeck; la creación de la famosa agencia Magnum y de la productora de películas World Video; y por supuesto, el encuentro final con su destino en la guerra de Indochina. Y todo ello contado en primera persona, para hacernos sentir por unas horas que somos el mejor fotógrafo de guerra del mundo.

Página 85 de Capa. Estrella fugaz (Editorial Blume)
© Editions Casterman S.A./Florent Silloray
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Capa. Estrella fugaz

Florent Silloray

Traducción de Eva María Cantenys

Primera edición de 2017

Editorial Blume

Capa. Estrella fugaz, la novela gráfica sobre el fotógrafo Robert Capa
Editorial Blume © Editions Casterman S.A./Florent Silloray

Nota: Mi agradecimiento a Tina Tonero y Christel Masson, de la editorial francesa Casterman, por la autorización para reproducir las páginas, viñetas y cubiertas del cómic. Igualmente a Aroa Borlán y Elsa Gasòliba de la Editorial Blume.