domingo, 28 de octubre de 2018

EL LAGO IFNI


Hussein y Pedro Delgado (Matt en el relato) en el Tizi Ouanoums
Verano de 1999. Fotografía: Pastor bereber
"(...) y las serenas aguas del lago asomaban allá lejos, por entre las montañas".

   Un sendero tortuoso y empinado les llevó hasta el Tizi Ouanoums. El puerto, a 3.664 metros de altura, era impresionante. La vaguada, en primer término, estaba dominada por escarpes caídos de varios metros de altura, y las serenas aguas del lago asomaban allá lejos, por entre las montañas. Matt se sentó sobre un peñasco para disfrutar de la panorámica, mientras el guía, en cuclillas, encendía un pitillo.
   ¿Cómo puedes fumar ahora? A tu edad, cualquiera se tumbaría como una mula cansada.
   Hussein se encogió de hombros y, sin despegar sus agrietados labios, le brindó una sonrisa por respuesta. Tenía el rostro seco y enjuto, surcado por mil arrugas, y, como casi todos los habitantes de aquellas montañas, no tenía ni un gramo de grasa superflua. Matt se subió el cuello de la chaqueta y se frotó las palmas de las manos, pues soplaba un viento desagradable.

   Al iniciar el descenso de la garganta, estrecha y llena de acumulaciones de rocas, el lago desapareció y el andar se volvió cansino, ya que la pendiente era muy pronunciada, y la senda, que desembocaba en un cono de deyección, serpenteaba continuamente. Sólo cuando el cauce se ensanchó, volvió a verse el lago.

"Sólo cuando el cauce se ensanchó, volvió a verse el lago".
Lago Ifni, verano de 1999. Fotografía: Pedro Delgado

   Cuando llegaron, faltaba poco para que las cumbres ocultasen el sol. Matt nunca lo imaginó tan grande, y durante unos minutos quedó absorto en su contemplación. El lugar, situado en un altiplano encerrado entre altas paredes, tenía embrujo, un halo mágico que se podía palpar. Sin duda, aquel era uno de los sitios más bellos del Atlas. Matt calculó sus dimensiones: unos 400 metros de largo por 250 metros de ancho, aproximadamente.
   Vamos, no podemos perder el tiempo le dijo Hussein tirándole de la manga. Hay que buscar un sitio sin piedras para dormir.
   Aquello resultó una tarea difícil, pues el suelo estaba cubierto de guijarros y pedruscos de todos los tamaños. ¡Millones de ellos! En algunos sitios, donde los habían amontonado formando pequeños parapetos circulares, el piso estaba limpio de cantos, pero a esas horas ya los habían ocupado las tiendas de campaña de otros excursionistas, así que les tocó a ellos hacer una limpieza manual del terreno, extremando las precauciones por temor a los escorpiones.
   Al terminar, Matt decidió darse un baño.
   ¿Te vienes? le preguntó a Hussein.
   ¿Estás loco? El lago está infectado de djnoun: genios y diablos que podrían arrastrarte a sus profundidades.
   Bueno... Tú te lo pierdes.
   El agua no estaba muy fría y la entrada caía casi en vertical. Según el libro que llevaba Matt en la mochila, su fondo tenía una profundidad de cincuenta metros, aunque según Hussein, éste no tenía límites.

"El agua no estaba muy fría y la entrada caía casi en vertical".
Pedro Delgado (Matt en el relato) bañándose en el lago Ifni. Verano de 1999
Fotografía: Hussein

   Nadó hacia el centro, pero a medio camino tuvo que detenerse a recuperar el aliento. Durante unos pocos minutos se quedó allí flotando, observando las montañas que lo rodeaban: estaban tan erosionadas que parecían estar a punto de desmoronarse. El silencio, casi sobrenatural, podía cortarse. Un cascote debió de desprenderse y arrastró ruidosamente un montón de piedras hacia el lago. El deslizamiento terminó rompiendo su superficie y el estrépito se transmitió por todas partes. Un terror casi infantil, absurdo e irracional se apoderó de Matt, y se descubrió nadando como un loco hacia la orilla, temeroso de sus profundidades y de los espíritus que la habitaban.

   En el momento en que las primeras estrellas aparecieron en el cielo, la luna comenzó a trepar hasta asomar por encima de ellos, bañándolos con su luz blanquecina. En contraste, el lago, profundamente silencioso, pareció oscurecerse más. Matt y su guía viajaban ligeros de equipaje, sin mula ni tienda, así que, tras la cena, tan sólo tuvieron que extender sus esterillas y meterse en sus sacos.
   Hacía rato que Matt dormía cuando le despertó el sonido de una flauta. La música llegaba desde el lago. Se reincorporó y miró hacia la orilla. Un hombre, sentado sobre una roca, tocaba de cara al agua. La melodía se interrumpía a ratos, para dar paso a un canto triste y repetitivo.
   Hussein..., Hussein... susurró el inglés.
   Hussein se dio la vuelta y sin abrir los ojos le preguntó:
   ¿Qué pasa?
   Es esa música... ¿Quién es el hombre que toca?
   Es Brahim Ramani, un rays.
   ¿Un rays?
   Sí. Un músico ambulante.
   ¿Y por qué toca a estas horas?
   Hussein abrió los ojos. Parecía molestarle tanta curiosidad.
   Porque está loco le dijo llevándose un dedo a la sien. Su hijo se ahogó hace unos años en el lago y, desde entonces, viene a tocarle todas las noches le explicó. El niño tenía miedo de la oscuridad.
   A Matt súbitamente le invadió una pena infinita, acompañada de cierta opresión en el pecho.
   Pobre hombre... alcanzó a decir.

   Cuando Matt se despertó a las seis, el cielo se estaba llenando gradualmente de claridad, y pudo ver cómo la cumbre que cerraba el lago al este recibía sus primeros rayos de sol, adquiriendo una tonalidad dorada. Más abajo, a la derecha, la tumba de Sidi Ifni apenas se percibía. Hussein le había dicho que cada ocho de agosto, los fieles peregrinaban hasta ella para conmemorar su muerte, y la música y la algarabía resonaban por todo el valle. Sin embargo, a aquellas horas tan sólo se oía el murmullo del agua que, empujada por la brisa, chocaba suavemente contra las piedras de la orilla.

Pedro Delgado (Matt en el relato) tras vivaquear en el lago Ifni
Verano de 1999. Fotografía: Hussein

   Matt se incorporó y miró incrédulo a su alrededor. No podía creer que estuviesen solos. De madrugada, un confuso ruido de voces y el trasiego de las mulas le habían despertado, pero entonces no podía imaginar que fuesen a marcharse todos tan temprano. Bueno, quedaba Mohamed, el vendedor de té y refrescos cuyo establecimiento era un minúsculo refugio de piedras. A él le encargaron una tetera para el desayuno, que acompañaron con pan y mermelada de higos. Luego, Hussein se quedó conversando con él, y Matt se acercó al lago para lavar la ropa.

   Fue al agacharse en la orilla cuando se acordó del músico. Y entonces, decidió no profanar más aquellas aguas.


Pedro Delgado Fernández
El lago Ifni (Carta desde el Toubkal)



Nota: El lago Ifni está incluido en Carta desde el Toubkal, libro de relatos ambientados en Marruecos que fue finalista del VII Premio Desnivel de Literatura de Montaña, Viajes y Aventura del año 2005. Esta entrada va enlazada con el post "De la última novela de Pablo Aranda, el Toubkal y el lago Ifni", pues en La distancia Pablo hace referencia a este cuento.

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2018/10/de-la-ultima-novela-de-pablo-aranda-el.html


 Si quieren leer más relatos de Carta desde el Toubkal pueden hacerse con un ejemplar en los siguientes enlaces:

https://www.libreriaproteo.com/libro/ver/id/1578270/titulo/carta-desde-el-toubkal.html

https://www.libreriadesnivel.com/libros/carta-desde-el-toubkal/9788416021536/

https://www.llibreriahoritzons.com/es/busqueda/listaLibros.php?tipoBus=full&palabrasBusqueda=carta+desde+el+toubkal

https://www.altair.es/es/autor/delgado-fernandez-pedro/

 También pueden adquirirlo en su librería habitual (si no tienen existencias que lo pidan al distribuidor).

DE LA ÚLTIMA NOVELA DE PABLO ARANDA, EL TOUBKAL Y EL LAGO IFNI


La distancia, Pablo Aranda (Malpaso, 2018). Fotografía: Pedro Delgado

En la pared había un mapa de Marruecos y lo miró desde muy cerca. Buscó Tánger y siguió con el dedo la costa atlántica hasta Asilah. Tamar nunca había querido que fuesen juntos a Asilah. Ese riesgo.
Viaja Pablo Aranda a Marruecos en su nueva novela, y lo hace de la mano de Emilio y Tamar, a los que mueve a capricho por su geografía, en una historia azarosa con ribetes noir sobre un fondo de rojo pasión. Un híbrido que también discurre por Granada y Málaga, con saltos en el tiempo y sello de la casa.
 Los que seguimos la trayectoria literaria de Pablo sabemos que acostumbra a meter pequeños guiños en sus novelas. Al igual que las muñecas rusas esconden otras muñecas dentro, Pablo introduce el nombre de una plaza, de un personaje, de un cantante, de un escritor, de una película, de un libro... en un juego cómplice del que a veces sólo sabe su destinatario. En esta ocasión la novela me incluye, y aparezco en dos páginas haciendo de mí mismo en la época en la que estudiaba Educación Física en el INEF de Granada. Son apenas dos instantes, en un papel equivalente al de esos actores que hacen de extras en una película.
Al bajar la mochila con sus últimas cosas, Emilio se cruzó con Pedro Delgado, que subía los escalones de dos en dos. Pedro apenas se detuvo para saludarlo y desde el rellano le deseó suerte con esa novia que le habían dicho que tenía. Iba a responderle que en realidad no era su novia, pero siguió subiendo las escaleras y él salió a la calle. En la casa que ya era su casa nadie respondió al timbre y esperó cerca de una hora que Tamar llegase.
 Son escenas nimias que, sin embargo, me han sabido a mucho. No porque ya pueda decir que pertenezco al club de los que han hecho de personajes en sus novelas –que también– sino porque me demuestra que, aunque nos veamos poco, me tiene alta estima. Por supuesto, el aprecio es mutuo. Y creo que él lo sabe. 
 Pero aún hay en la novela otro detalle hacia mi persona que me sorprendió y me emocionó más que el anterior, un gesto que dice mucho de su persona. Emilio, el protagonista, trabaja de guía durante diez días "subiendo y bajando montañas" en el alto Atlas en Marruecos, con la idea de ir después a buscar a Tamar a Casablanca. Y en la mochila lleva un libro que abre todas las noches para leerle un cuento al grupo. Supongo que a estas alturas ya lo habrán imaginado: Emilio lleva mi libro de relatos Carta desde el Toubkal, en el que se incluye El lago Ifni.
Bebió un trago del agua tibia de la cantimplora. Un mundo al que se zambullía a través de la sonrisa de una montañera que se le acercaba, admirada del mundo bello e idealizado que le mostraba el guía, donde dos personas de países diferentes se aman, como en uno de los cuentos que Emilio les leía por la noche del libro que llevaba, y escupió el último trago de agua y el agua caliente no cayó en el suelo de ningún cuento: alrededor todo era piedra y calor, tierra, hasta que al atardecer agotasen esa jornada y Emilio leyese al grupo el cuento triste que había preparado, El lago Ifni, junto al lago en el que Emilio no se atrevería a bañarse hasta que amaneciera.
¿Se puede ser más generoso? Emilio podría haber llevado encima cualquier libro de relatos de Paul Bowles o de Mohamed Chukri; sin embargo, Pablo le coloca mi libro en las manos. Como le decían los jugadores del Real Madrid a Ancelotti, "Pablo, ¡cómo no te voy a querer!"

 Para contribuir a ese juego de matrioskas, les dejo aquí el enlace a otra entrada de mi blog en la que pueden leer el relato al que hace referencia Pablo.

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2018/10/el-lago-ifni.html

Vista del lago Ifni desde el noreste. Verano de 1999
Fotografía: Pedro Delgado