viernes, 11 de octubre de 2019

LA BARAKA Y OTROS TEXTOS MARRUECOS DE SALVADOR LÓPEZ BECERRA


Fotografía: Pedro Delgado

Estamos de obra en casa. Tenía el pie lesionado y no iba a poder viajar este verano, por lo que decidí hacer frente a unas reformas largamente postergadas. Como decía el marinero Marlow en El corazón de las tinieblas: "¡El horror! ¡El horror!".

 Cuando los obreros se van, el polvo se asienta y vuelve a reinar el silencio, me siento en la escalera con un libro y me traslado a Marruecos. Es un tomo voluminoso, primorosamente editado por el Centro Cultural Generación del 27. Lleva por título La baraka y otros textos marruecos (cuadernos del atlas, 1985-2017), y recoge toda la narrativa y poesía, inspirada en el país vecino, de Salvador López Becerra; una rara avis de nuestras letras como bien apunta el profesor Ahmed El Gamoun en la introducción.
Dentro del panorama literario español actual, Salvador López Becerra es una especie de rara avis sin par pues resulta muy difícil encajarlo dentro de una escuela o someterlo a los cánones literarios habituales, porque si en su acto creador nos encontramos a un profundo poeta, ajeno a modas y sectas pasajeras, también nos hallamos ante un fino y sensible etnógrafo, un genuino heredero de las escuelas orientalistas y africanistas, a un sufí, a un metafísico y a un discípulo de la mística cristiana. Así es, la escritura de López Becerra sintetiza, a la vez, todas estas identidades.
"Selfie" de Salvador López Becerra con el profesor e hispanista Moulay Ahmed El Gamoun. Casablanca 2019, con motivo de la intervención del poeta en las Actividades del Pabellón de España, país invitado de honor, en el Salón Internacional de la Edición del Libro de Casablanca. El Gamoun es el traductor al árabe de "La Gacela y el Palmeral", libro incluido en el volumen que reseñamos, y fue el Coordinador del Coloquio celebrado en 2007 en Nador titulado "La imagen de Marruecos en la obra de Salvador López Becerra", organizado por la Facultad Pluridisciplinaria de la Universidad Mohamed Primero de Oujda.

 Conocí a Salvador López Becerra hace muchos años. Un amigo le había hablado de mi cuaderno de viajes En el corazón del Atlas, y quería que nos conociéramos. Nos recibió con té y dulces morunos en su casa de la Araña, y pasamos una tarde muy agradable hablando de literatura y viajes. Al comentarle mi predilección por la obra de Paul Bowles, me enseñó una fotografía en la que se les veía juntos.

Paul Bowles y Salvador López Becerra. Tánger, 1990
Fotografía: Archivo personal del poeta

 Me dijo que lo había visitado en Tánger y que el estadounidense le había regalado una pipa de las que se usan para el kif. La sacó de una caja de madera, y cuando la sostuve entre mis dedos envidié al poeta. También recuerdo que sus hijos, Ángel Amín y Salvador Karim, estaban en casa. Eran unos críos como los míos. Hoy son adolescentes. Sin embargo, vuelvo a verlos infantes en esa fotografía de Fez tomada con letras.

Baby Buyulub, Fez. Fotografía: Archivo personal Salvador López Becerra

Tras el hermoso pórtico de Bab Buyulub, Amín y Karim van y vienen; uno tras el otro, haciendo serpenteos, ondulaciones, eses de luz… corretean y ríen, despreocupados, alborotadores y felices.
 Desde la carretilla de turrones derretidos de Abdelaziz hasta la extenuada portezuela de la pensión Mauritania, desde el destartalado bakalito de Abdel hasta el mugroso puesto de sfenj de Hassan, todo el mundo los mira: la recua de turistas de forma circunspecta y los habituales atentos por evitar un empellón. Nadie les riñe ya que tal vez intuyan o sepan que todo el poder les pertenece pues son hijos auténticos de Al-Ándalus.
 Estos chiquillos míos que se desternillan mientras los vencejos inauguran la tarde, que llevan los pantalones a medio caer, las manos negras y las camisas desfondadas con lamparones de chocolate y miel, son niños de verdad; como los de la primigenia medina, acariciados y educados por los ángeles de la libertad y no por la schuma.
 Jadeantes, dando zapatacillos de fatiga, con parsimonioso movimiento en los brazos caídos, encendido los rostros de amapolas y sereno mirar cansado, cual titanes en lento desfile después de una extenuaste victoria, se acercan a pedirme unos zumos de naranjas recién exprimidas y los dirhams de costumbre para entregarlos a los menesterosos ciegos, olvidados de toda justicia, con los cuales tropezaron, sin querer, mil veces mientras jugaban, una tarde más, en el corazón de Fez.

Ángel Amín y Salvador Karim jugando en el mercado que hay tras Bab Buyulud (Fez)
Fotografía: Archivo personal de Salvador López Becerra

 Tras aquel encuentro asistí a un curso de árabe dialectal (darija) que organizaba Salvador López Becerra en la mezquita de calle La Unión. Unas lecciones que pude poner en práctica durante mis viajes por Marruecos pero que, lamentablemente, hoy ya tengo olvidadas.
 Después de aquellos días coincidimos en algún acto cultural, pero pocas veces, pues Salvador marchó pronto a Marruecos para encargarse de la dirección del Instituto Cervantes de Fez y de los aularios de Mequinez, Nador, Alhucemas e Ifrane, y luego a Brasil como director del Instituto Cervantes y Cónsul para asuntos de Educación de Curitiba. Aprecio a Salvador y creo que él también me aprecia. No sé si porque conoce a mi padre, el también poeta Francisco Delgado Acosta, o porque aquel día, ya lejano en el tiempo, en el que nos conocimos, vio en mí al joven apasionado por Marruecos que él había sido, al poeta que creía haber encontrado su lugar en el mundo. Y ahora que ha vuelto a Málaga para quedarse, hemos retomado el contacto a través de este libro, cuya fotografía de portada es obra de un fotógrafo callejero de la ciudad de Mequinez.

La baraka y otros textos marruecos de Salvador López Becerra
Fotografía: Lucía Rodríguez

Imagen que muestra de dónde viene la foto de la portada de La Baraka y otros textos marruecos
Fotógrafo callejero en Bab Mansour el-Aleuj. Mequinez, 1997

Fotografía: Archivo personal Salvador López Becerra

 Me gusta su prosa poética, sus cuadernos, sus diarios, sus reflexiones, retratos, esbozos y apuntes sobre/desde Marruecos.
Aquí, en Tánger, las gaviotas juegan en el puerto a ser cometas, sin más sujeción que el hilo invisible que el aire zurce en el reverso de sus alas cenicientas.
*** 
Los santones más humildes, aún muertos, dan de comer a la pléyade de menesterosos que apostados en los alrededores de su morabito esperan la llegada de los creyentes que en visita vienen a la búsqueda de su bendición. No hay mayor santidad que la ejercida incluso después de la muerte.  
*** 
¿Qué belleza podrá tener en un futuro este lugar cuando todos se vistan como en el lugar de donde vengo huyendo?
*** 
Abdelkrím es un búho, casi nunca, si no le preguntas, habla; y si lo hace, lo hace con monosílabos. Algo le ha tenido que ir mal en el generoso consulado francés pues hoy está muy hablador y filosófico: –"El pasaporte marroquí no vale nada, un conjunto de páginas vacías, vacías de contenido".
Y el acierto que tiene a la hora de seleccionar las citas que abren sus escritos.
Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego.
León Tolstoi 
Todas las cosas se nos ofrecen con dos rostros: uno para alabar y otro para maldecir: de la miel podemos alabar su dulzor y detestarla como excremento de las abejas.
Ibn Al-Jatib  
Mira Sancho, que lo importante no es la posada sino el camino.
Miguel de Cervantes 
Soy la bofetada y la mejilla. 

Charles Baudelaire
 Algunas de las piezas de sus diarios son como pequeños fogonazos, como aquellas películas de Super 8 que filmaba mi padre, y que conserva en sobres amarillos con el membrete rojo de la casa Kodak. Instantes que te transportan en el tiempo y en el espacio.
Las gaviotas festejan y asedian con alboroto el arribo de una longeva traíña verdusca de colmado vientre, externas heridas curadas con alquitrán y ronco surcar jadeante. Intrépidas bornean y sobrevuelan, casi a ras, las multicolores gorras y cachuchas desteñidas con las que los marengos yebalíes cobijan seso e ingenio.
 Cansados, soñolientos y con los huesos entumecidos por el relente y el salitre no prestan atención al estrepitoso claqué de los tercos picos de las nerviosas gavillas carroñeras. Abatidos por la nocturna brega, estos humildes pescadores (hijos desabrigados de la tierra) sólo desean llegar a puerto, sorber un azucarado té humeante, fumar su pipa de kif o disfrutar de cópula con hembra sumisa en modesto tálamo. Después… tal vez hostigar el insomnio, otra pipa y divagar; o soñar o maldecir.
 Fragmentos a los que doy continuidad en mi cabeza.
(Gendarmes en la carretera) 
Son como lagartos aletargados sobre la chapa gris de su jeep. Cuando ven a lo lejos un coche moverse en la negritud del asfalto parecen despertar del sueño. Cuando me aproximo –¿Acaso no soy un espejismo?– ya están desperezados en busca de la presa fácil que le dará la cuña, más cuando ven la oficial matrícula de mi coche, vuelven lentos (cual chuchos aburridos estirándose) a poner sus codos, reclinando el cuerpo, sobre la chapa, todavía calentita, del coche.
 También me gusta su definición del Atlas y que tenga protagonismo en tantas páginas del libro.

Salvador López Becerra en una población cercana al lago Aguelmame Aziza (Atlas Medio)
Fotografía: Archivo personal del poeta

El Atlas es la espina dorsal, la pétrea columna vertebral de Marruecos. Pero es la zona más raquítica, médula cuya sustancia se licúa en soledad y abandono.
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(Imilchil) 
Si no fuera por esa pandilla de fantoches con ínfulas de aventureros como definió una vez Alberto Vázquez Figueroa a los de los 4 x 4, el festival de los esponsales de Imilchil seguiría fiel a sus orígenes. La culpa no es de ellos sino de la autoridad incompetente que para "atraer" turismo cambió las fechas y alfombró con alquitrán los caminos. Antes de la avalancha de estos aventureros del gps y la torpeza de los responsables políticos todavía podían vivirse jornadas genuinas. La mejor época ahora para ir a este "Tíbet marroquí" es cualquiera, menos en las que se celebra el profanado mussem que rememora en el Alto Atlas el amor de Tisli e Isli, la mítica leyenda de amor bereber.
***
(Imlil)
 De nuevo, una y otra vez, pese haberme visto bajar de allí, me ofrecen subir a las montañas para ver las cascadas. Cansado, sin decir siquiera adiós al Toubkal, me marcho observando cómo el agua del río Ourika inundó, una vez más, muchas viviendas del valle. Es indudable que el dinero de las inversiones se achica en los meandros de la corrupción.
 Por el volumen desfilan nombres emblemáticos como Elias Canetti, Edith Wharton, Jean Genet, Juan Goytisolo, Fátima Mernissi, Rafael Chirbes, Paul Bowles, Mohamed Mrabet o Mohamed Chukri –ingratos ambos con Bowles tras su muerte ("la ingratitud, que es algo muy marroquí", me dijo una vez el poeta)–, y referencias, junto a otros escritores, a fotógrafos, filósofos, músicos y viajeros.

Mohamed Chukri con López Becerra en Tánger
Fotografía: Archivo personal del poeta

Salvador López con el gran músico bereber Mohamed Rouicha
Fotografía: Archivo personal del poeta

Con el mítico músico y cantante de música andalusí Abdessadek Chekkara (izq) y su hermano
Tetuán. Fotografía: Archivo personal de Salvador López Becerra


Salvador López Becerra con Fatima Mernisi en la exposición del pintor Mariano Bertuchi en Rabat. López Becerra fue el comisario de la muestra itinerante del gran pintor por todo Marruecos. Fotografía: Archivo personal del poeta

 Salvador no rehuye tampoco en el texto ajustar cuentas con los funcionarios y empleados que trabajaron bajo sus órdenes y que tantos quebraderos de cabeza le dieron. También con la ciudad.
Lágrimas azabaches es el agua que el aguacero vierte sobre los tejados esmeralda del panteón de Muley Idriss al que esta mañana vine a meditar. Afuera, en la calle, el suelo está encharcado, sucio, muy sucio, por la basura no escondida, por la inmundicia ocultada.
 Como acostumbro, hice mi ofrenda y los azulejos ennegrecidos por la mala luz de la cera barata me hicieron acordarme de la manada corrompida e inmoral (deyecciones hispano-marroquíes de Rocinante) con la que el poeta tiene que bregar, vestido de jefe, diariamente.
***
Sin miedo al temporal he ido a la cercana mezquita Qarawiyyin. Inexplicablemente un pájaro vuela solitario en el nublado cielo del patio sin techar como llamando mi atención y cual señal de ángel diciéndome: cuídate de la chusma con la que briegas, que estás en la ciudad donde tantos justos y decentes fueron traicionados, desde el docto Ibn Al-Jatib hasta su fundador Muley Idriss I.
 Al asomarme desde otro ángulo y mirar hacia arriba en busca del ave que ya no está unas frías gotas cristalinas, limpísimas, me caen, cual bendición, en la frente. Sonrío para mis adentros. Sabiéndome protegido y purificado salgo a la calle mientras el agua, ahora pura, empapa mis pasos sin prisas. Con la chaqueta y los brazos escurriendo hago un toldo. Acurrucado y sin necesidad de levantar la mirada contemplo el cielo y sus dádivas en los charcos.
*** 
Hacía frío y llovía. Un sucio descansillo deslustrado dio cobijo a la fiebre de aquel buen infiel abatido por la destemplanza y la ramplona compaña. No recuerdo la fecha ni el nombre de aquel desconsolado barrio mustio, sólo el eco de los ladridos de unos errantes chuchos sarnosos peleándose, cual necios hombres sin escrúpulos, por un negruzco pitraco nauseabundo. Años después, con la atención despierta para esquivarlo anduve por toda la ciudad, más todos los barrios me parecieron iguales de aciagos, sombríos y costrosos como la piel hedionda de un longevo batracio haragán de mirada ruin.
 Hoy –también durante el escénico mes de ramadán– el divino destino le otorga postales nuevas a mi corazón y el triunfo de poder abandonar –¡ya, por fin!– este osario pestilente al que el metafísico Mohamed El-Hassan nombró Fetidez y desde donde hace siglos la memoria de Al-Andalús yace, sin descanso ni piedad, profanada.
 Hay además espacio en el libro para la experimentación, con Apókrifa, unos textos inéditos sobre el kif en los que no hay puntos ni comas para crear un efecto estético especial que recuerda al de algunos movimientos poéticos de vanguardia; recurso que también usó el antes mencionado Paul Bowles en alguno de sus relatos.

Conversando con un amigo en la Kabila Jarasfa, Yebala
Fotografía: Archivo personal de Salvador López Becerra 

 Salvador López Becerra ama a Marruecos, pero no por ello idealiza la visión del país, en el que se siguen dando grandes desigualdades.
(Monte Ayachi, 2008) 
Cada vez con más frecuencia me pregunto por qué miento acerca de Marruecos. Por qué callo y me censuro las injusticias, las apreciaciones más duras. Esta, llamémosla idealista hipocresía mía, no me hace bien. Esto de cantar sólo lo bello tachando las notas de lo que me parece feo e inhumano no es intelectualmente correcto; esta relación amor-amante que reconociendo las imperfecciones todo lo perdona y por vocación de su pasión exaltada suprime las injusticias se acabó. Sí, un día rectificaré y lo publicaré casi todo; así los humillados tendrán espejos y serán, si no recompensados, reconocidos. 
***
 (Monte Ayachi, 2008) 
La España en blanco y negro sólo sería comparable con lo que se ve aquí si retrocediéramos casi el siglo que dictan las circunstancias. Las comparaciones son siempre detestables pero allí hubo una postguerra con sus dos bandos (sus excitados vencedores y sus humillados vencidos), la mayoría de la intelectualidad tuvo que optar por el exilio; hasta los sesenta no hubo un canal de tv, se estaba aislado del mundo, sin parabólicas, ni cibercafés, sin telefonía…; los ricos no eran tan ricos y aun siéndolos no poseían tanto ni se apreciaba tanto exceso, tanta opulencia y derroche de vulgaridad; aunque época afligida y gris, la mayor tristeza era la falta de libertad para muchos. La realidad aquí es otra: estamos en el siglo XXI pero muchos, profesores, jóvenes y supuestos intelectuales, siguen pensando y viviendo, en considerables aspectos, como en la Edad Media.
 Ante mi solicitud de unas fotografías para ilustrar esta entrada, el poeta ha tenido la deferencia de rebuscar en su archivo fotográfico para enviarme algunas imágenes inéditas. Al verlas abiertas en la pantalla del ordenador, algunos pasajes leídos en el libro vuelven a cobrar relevancia.

El barbero de Mrirt. Fotografía: Archivo personal de Salvador López Becerra

Me toca el turno y por ello se enjuga deferentemente las manos con una pizca de detergente en polvo para ropa y unas gotillas de agua turbia que escancia de lo que parece fue una garrafa de líquido refrigerante de automóvil. Con cierta afectación profesional prepara los utensilios menos oxidados y después parte en dos una cuchilla nueva igual que un sacerdote lo hiciera con una hostia: pulgares e índices escrupulosamente juntos y el resto de los dedos cual alas de halcón en una figura chinesca.
 Antes de disponerse a martirizar mi cutis sacude estruendosamente y por largo rato los rezagados copos de pelos, vellos y pelusas anónimas que plácidas yacían en el abandono sobre el raído cojín desvencijado del humilde banco de madera al que también, nerviosamente, con un rápido zamarreo endereza… Ya parece que todo toca a su fin
 Y melindroso se lleva la diestra de la frente al pecho –ruda similitud con vetustos modales palaciegos– e inclina la cabeza mientras da un pase de muleta con la palma extendida. Amablemente me invita a que me siente en la guillotina de su barbería. Y a un té muy dulce con unas ramitas de chiva. ¡Saha, Sidi!
***
Bajanini con los hijos de poeta. Fotografía: Archivo personal Salvador López Becerra

I
Hoy, diecisiete de noviembre de dos mil siete, ha muerto Bajanini. Una estrecha franja de algo más de un palmo excavada en la tierra fue suficiente para acoger, lavado y amortajado en un humilde lienzo blanco, su esbelto cuerpo venerable recostado sobre el lado derecho y con el rostro dirigido a La Meca, como un durmiente.
 Bajanini pasaba cada día junto a la casa y aunque su asnillo casi siempre llevaba prisas él paraba a saludarnos.
 –¡Bajanini, Bajanini súbenos al borriquillo! Y el anciano inclinando su cuerpo, como el crepúsculo a las estrellas, ayudaba a mis niños a trepar e instalarse en la humilde cabalgadura. Así un buen rato, hasta que la chiquillería se cansaba de los aspavientos del cuadrúpedo. Y él sonreía. Bajanini siempre nos sonreía. Guasonamente apretaba su boca sin dentadura, me guiñaba y sonreía. Ha muerto Bajanini. Digo –¡y se escribe pronto!– que ha muerto Bajanini.
 ¡Ay, Bajanini, abuelo, amigo Bajanini!
II
A veces estaba yo absurdamente atareado arreglando no sé qué cosas domésticas cuando silencioso aparecía. Majestuoso en el andar, sosegado como el rocío sobre el trigo, llegaba Bajanini. Su serenidad se anteponía a la inquietud mía por acabar la faena. En el saludo estrechábamos las manos (–Salam Alekoum, Alekoum Salam) y nos besábamos (–¿Labás, bejer?) cuatro veces –en una mejilla y en otra, en aquélla y en ésta– como era debido entre afectos o familiares varones. Si él no soltaba mi mano yo entendía que no debía apurarme por lo que estaba haciendo, que el trabajo por hoy ya había concluido: era la hora de la honra, la hora sagrada de la visita. Entonces entrelazábamos los índices y caminábamos por el huerto cogidos, como viejos amigos, de la mano.
 "Quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación", dice el proverbio árabe con el que se cierra el tomo. Después, unos anexos con un glosario, una bibliografía completa de los Cuadernos del Atlas y un apartado de dedicatorias y gratitudes. De entre las últimas destaco la siguiente: "Gratitud imborrable también a quienes, inspirándolos, nunca leerán estos libros". Y vuelvo a pensar en Bajanini y en tantos otros. Y en el té con yerbabuena que tenemos pendiente, insha' Allah.

Salvador López Becerra con unos amigos en la Kabila de Ait Bentaibi, Khenifra
Fotografía: Archivo personal del poeta

¿Qué memoria guardarán de mí los armarios de las moradas que habité, las paredes sencillas, vacías, donde proyecté mis mejores sueños marroquíes? ¿Qué memoria guardarán las cajoneras donde abrigué de la intemperie a mis cuadernos de palabras desnudadas? ¿Qué memoria quedará dibujada en el cielo de los caminos que anduve? ¿Qué aroma quedará en las manos de aquellos a quienes mi amistad estreché?

Salvador López Becerra con unos amigos y uno de sus hijos en la Kabila Oulguess, Khenifra
Fotografía: Archivo personal del poeta

Nota: Los textos a color están extraídos de la primera edición de La baraka y otros textos marruecos, publicado en febrero de 2018 por el Centro Cultural Generación del 27 de Málaga.