El azar como bibliotecario: los cuentos de Saki Fotografía: Lucía Rodríguez |
Hace mucho tiempo leí un artículo de Antonio Muñoz Molina en el que hablaba de cómo el azar podía cambiar el rumbo de nuestras lecturas, actuando contra lo que se lleva en ese momento. «El azar es un eficiente bibliotecario ciego», decía.
A mí, de cuando en cuando, también me regala algunas lecturas sorprendentes a las que nunca habría llegado a través de las mesas y los escaparates de novedades de las librerías.
Para facilitarle al azar su trabajo, hay que curiosear en los puestos callejeros y en los estantes de las librerías de segunda mano. Muchas veces, uno sale de ellas sin haberse cobrado una pieza, con las yemas de los dedos ennegrecidas por el polvo y la esperanza puesta en otra visita; pero en otras ocasiones, uno halla ese libro que no sabía que buscaba. Incluso verdaderas joyas, como los dos tomos a precio regalado de Historia de mi vida, de Giacomo Casanova (Ed. Atalanta), de los que ya les hablé en otra entrada.
Este verano encontré una antología de relatos de Saki en Re-Read. La verdad es que no sabía quién era Hector Hugh Munro, alias Saki, pero el título (Cuentos de humor y de horror), el prestigio de la editorial (Anagrama) y el texto de la contra me hicieron retenerlo en las manos. Además, la cubierta, el lomo y las esquinas estaban impecables, como recién salido de imprenta.
Cuentos de humor y de horror, de Hector Hugh Munro, alias "Saki" Fotografía: Lucía Rodríguez |
Como decía Muñoz Molina en su artículo, «el azar no se equivoca nunca», y Saki, con esos cuentos cortos, de entre 4 y 10 páginas, me ha acompañado estos meses de estío. Los he leído a sorbos, como un buen whisky, espaciando los relatos para que me durase más tiempo el libro.
Las historias de Saki, hiladas con perfección, ingenio y delicadeza, contienen una carga explosiva que estalla en sus últimas líneas. Son filigranas empapadas de humor negro e ironía, con finales sorpresivos. De los 20 cuentos destacaría, en orden de aparición, La reticencia de Lady Anne, Gabriel-Ernest, Esmé, Sredni Vashtar, La paz de Mowsle Barton y La penitencia, pero salvo algún que otro relato, tres o cuatro, todos están a un nivel alto, siendo cierto eso que decía Tom Sharpe: «Si empiezas un relato de Saki, lo terminarás. Cuando lo hayas terminado querrás empezar otro, y cuando los hayas leído todos nunca los olvidarás. Se convertirán en una adicción, porque son mucho más que divertidos».
Hector Hugh Munro (Saki) Fotografía: E. O. Hoppé |
En Cura de agitación, aparece Marruecos en uno de sus diálogos:
–Lo que ustedes necesitan –dijo el amigo– es una cura de agitación.
–¿Una cura de agitación? Nunca he oído hablar de semejante cosa.
–Habrá oído usted hablar de curas de reposo, que se prescriben a las personas aquejadas de una vida en extremo preocupada y tensa. Bien, usted adolece de exceso de tranquilidad y placidez y necesita, por lo tanto, el tratamiento opuesto.
–Pero ¿dónde se dispensa un tratamiento semejante?
–Bien, podría usted presentarse como candidato orangista en el distrito irlandés de Kilkenny, o trabajar como visitador social en uno de los barrios apaches de París, o pronunciar una conferencia en Berlín para demostrar que la mayor parte de la música de Wagner fue compuesta por Gambetta; y siempre queda el recurso de viajar por el interior de Marruecos.
Al finalizar el libro, que está traducido por Rubén Massera, recordé que había leído un relato de Saki en Viajeros, la antología de Marta Salís para la editorial Alba: sesenta y seis relatos que cubren un arco temporal de casi tres siglos de tradición viajera reunidos en un volumen que ya reseñé a principios de año.
https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2022/01/viajeros-de-jonathan-swift-alan.html
Se trataba de La docena del fraile, una sátira de la sociedad colonial británica escrita en forma de escena teatral, «una parodia de una de las constantes del género de viajes: el encuentro casual».
En la breve semblanza que escribió Marta Salís de cada uno de los autores seleccionados, nos dice lo siguiente sobre Saki:
Hector Hugh Munro (1870-1916), más conocido por el seudónimo de Saki, nació en Akyab, Birmania, antigua colonia británica y actual Myanmar, en 1870. Tras la muerte de su madre, cuando apenas tenía dos años, fue enviado con sus hermanos a casa de su abuela en North Devon (Inglaterra), donde se crió al cuidado de dos tías solteronas, ignorantes y crueles, que dejaron una profunda huella en su carácter y le hicieron aborrecer el mundo de los adultos. La tradición familiar le empujó a alistarse en la policía militar de Birmania, pero un ataque de malaria le obligó a volver a Inglaterra, donde empezó a escribir artículos de prensa. Fue corresponsal de The Morning Post en los Balcanes, Rusia, Polonia y Francia. Macabro, ácido y divertido, Saki cultivó la sátira social. Entre sus obras destacan los volúmenes de cuentos, ejemplos de brevedad y eficacia, The Chronicles of Clovis (1912) y Beast and Super-Beats (1914). Discípulo de Oscar Wilde, Lewis Carroll y Rudyard Kipling, tendría gran influencia en P. G. Wodehouse. Su estilo se ha comparado con frecuencia al de O. Henry y Dorothy Parker. Al estallar la Primera Guerra Mundial se alistó como voluntario en la Compañía de Fusileros Reales y murió en combate cerca de Beaumont-Hamel (Francia), en 1916.
Hector Hugh Munro (Saki) Foto: Imperial War Museums |
Me fijo en esto último, y entonces releo lo que cuenta Graham Greene en la contraportada de Cuentos de humor y de horror:
[...] en la madrugada del 13 de noviembre de 1916, en un cráter de obús cerca de Beaumont-Hamel, se oyó gritar al sargento Munro: «Apagad ese maldito cigarrillo.» Éstas fueron sus últimas palabras; inmediatamente después, una bala le atravesó el cráneo.
Durante unos minutos me quedo perdido en la melancolía de esas trincheras y esos campos plagados de socavones provocados por los obuses, donde se dejaron la vida más de 600.000 soldados británicos, y luego pienso que los últimos segundos de Hector Hugh Munro fueron como el cierre de sus relatos, ese final sorpresa marca de la casa que hoy, más de cien años después, me produce un escalofrío, más grande aún por el hecho de que hace siete años visité esos campos de batalla en compañía de mi hijo Pedro.
Trincheras del Somme, Beaumont-Hamel (Francia) 31 de julio de 2015. Fotografía: © Pedro Delgado Fernández |
Cementerio del Somme, Beaumont-Hamel (Francia) 31 de julio de 2015. Fotografía: © Pedro Delgado Fernández |
Allí podíamos sentir a cada paso la poderosa presencia de aquellos valientes. Que la tierra les sea leve.
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