miércoles, 16 de febrero de 2022

CORREDORES AÉREOS, O DE CÓMO APRENDER A NO MIRAR ATRÁS


Corredores aéreos (Ediciones La Cúpula)
Fotografía: Pedro Delgado

Corredores aéreos (Ediciones La Cúpula, 2020) toma su título de los raíles invisibles por los que se desplazan los aviones que sobrevuelan el macizo del Jura, la pequeña cadena montañosa salpicada de pueblos con encanto que discurre entre Francia y Suiza. Hasta allí llega Yvan desde París con exceso de equipaje: decenas de cajas en las que ha empaquetado su vida y, junto a ellas, su ansiedad, su insomnio, su tristeza y su vergüenza.

 El protagonista de esta novela gráfica acaba de cumplir 50 años, y se siente más descolocado que nunca: en el último año ha perdido el trabajo, a su madre y a su padre y, por si todo esto fuera poco, su mujer, que está trabajando en otro país lejos de Francia, no parece estar segura de sus sentimientos, un paréntesis quizás antes de dejarlo. Demasiado para cualquier hombre a esa edad en la que uno empieza a confrontar que es mortal.

 Yvan lo vive todo como un fracaso. Lo estable, lo permanente, ha desaparecido de golpe, y se encuentra al borde del vacío. Desubicado, sin un propósito o una tarea que le haga levantarse todas las mañanas de la cama, y sin querer ser una carga para sus hijos, que ya volaron de casa y viven en el extranjero, encuentra respaldo en dos viejos amigos, Thierry y Sandra, que le dejan las llaves de su casa de vacaciones cerca de la frontera con Suiza, en ese relieve constituido durante el Jurásico. En ese refugio, rodeado de un manto de nieve que podría acentuar su desolación pero que Yvan ve «como un velo blanco sobre el mundo real y sus problemas», deberá lidiar con el duelo y la incertidumbre.

Primeras páginas de Corredores aéreos (Ediciones La Cúpula)

Primeras páginas de Corredores aéreos (Ediciones La Cúpula)

 Magistral el trabajo de los tres autores del libro, amigos desde su época de estudiantes en la universidad de Rennes, esos dibujos naturalistas de Étienne Davodeau a los que Joub aplica el color, ese curioso inventario a base de fotografías de Christophe Hermenier y esos diálogos y silencios firmados por todos que nos muestran como Yvan va evolucionando del shock inicial a la resignación, pasando entre medias por episodios de agresividad y depresión.

Detalle pág. 15 de Corredores aéreos (Ediciones La Cúpula)

 A pesar de ser una historia de ficción, hay mucho de realidad en este cómic; pues gracias al prólogo sabemos que Christophe Hermenier también perdió el trabajo y a sus padres al acercarse a su cincuentena, y que entonces empezó a fotografiar los pequeños objetos que habían formado parte de la vida cotidiana de su familia antes de poner a la venta la casa de sus padres. Esos objetos, esas fotografías que ocupan diez páginas del libro, interpelan al lector, que sabe que también podría inventariar así las cosas que acumulan sus padres en casa, piezas que tienen un inmenso valor sentimental y que constituyen una pequeña historia ordinaria de su familia.

Pág. 54 y 55 de Corredores aéreos, con fotografías de Christophe Hermenier
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Tras cinco décadas de vida, como Hermenier, Yvan tendrá que aprender a dejar de mirar atrás, el pasado como un lastre para encarar el futuro, y comprender que la vida no es más que una tragicomedia, que un día ríes y otro lloras. Que la vida es vivir.

 Creo en el poder reparador y terapéutico de los libros, y estoy seguro de que esta novela gráfica, editada con un gusto exquisito por La Cúpula, será un magnífico refugio para todo el que frise la cincuentena (aunque no haga falta una edad concreta para disfrutarla).

Pág. 12 de Corredores aéreos, de Étienne Davodeau, Hermenier y Joub
Ediciones La Cúpula, 2020

 No les ocultaré que yo también sufrí la crisis de los 50. Es más, mi crisis comenzó un año antes, al tomar conciencia de la edad a la que me aproximaba a velocidad de crucero. Me dio por pensar que la vida es corta, que cualquier enfermedad podía acortarla más, y que aún me quedaban muchos países que visitar, así que lo primero que hice fue viajar a aquellos destinos que tenía postergados, asignaturas pendientes que respondían al nombre de Irán, Albania o el Sudeste asiático (Birmania, Tailandia, Laos, Camboya y Vietnam). En los dos primeros países incluso ascendí a sus montañas más altas: el Damavand (5.671 mt) y el Korab (2.764 mt).

Pedro Delgado, a sus 50 años, en el refugio del Damavand 
23 de julio de 2016, Irán

 Aquella toma de conciencia de haber sobrepasado ya la mitad de mi vida, fue un acicate para no dejar aquellas aventuras para más adelante. Luego, el paso del tiempo, acentuado por la introspección que trajo consigo la pandemia, me hizo ver que el 50 aniversario no es el final de nada, sino un hito más del camino. Un punto en el que sopesar lo alcanzado, valorar esperanzas y frustraciones y repensar el propósito de nuestra vida para continuar o desviar el rumbo. Por supuesto que es una putada cumplir años –el día 27 de este mes cumpliré 56 años, y si lo celebro es por no faltar al respeto a los amigos que se fueron antes de tiempo–, pero no queda otra si queremos seguir con vida. Eso sí, prefiero no pensar en la vejez, en cuando cumpla 76 o 86 años. No creo que haya muchas cosas de envejecer que de verdad sean buenas, así que imagino que será mejor tomárnoslo con humor. No echarle cuentas a la edad, y vivir el presente sin pensar en el futuro.



CORREDORES AÉREOS

Értienne Davodeau, Christophe Hermenier y Joub

Ediciones La Cúpula, 2020