lunes, 29 de febrero de 2016

VIAJES CON HERÓDOTO

El pasado 19 de febrero fui invitado por María Barrionuevo al Club de Lectura de la Librería Luces de Málaga. En esta ocasión no se trataba de presentar mi último libro, sino de conversar acerca de las características de la literatura de viajes, pues en torno a ella giraban las dos propuestas lectoras del mes: Viajes con Heródoto de Ryszard Kapuscinski y El antropólogo inocente de Nigel Barley.


 No voy a hablarles en esta entrada de la primera "discusión" que nos encontramos al referirnos a este tipo de literatura -sobre si la englobamos dentro del género narrativo, como un subgrupo temático más, o si le damos categoría de género literario por sí misma-. Tampoco de las características que debe tener y las formas que puede adoptar. En lugar de ello voy a dedicar este espacio a Viajes con Heródoto, un libro que me regalaron por mi cumpleaños hace ocho o nueve años y que, vaya usted a saber el porqué, no leí en su momento.
 Aprovechando la llamada de María, rescaté el libro de uno de los anaqueles de la biblioteca y me adentré en sus páginas para llegar a la cita con los deberes hechos. ¿Y qué decir? Que fue un placer acompañar a Kapuscinski por el mundo en su oficio de reportero.
[...] sólo anhelaba una cosa: cruzar la frontera, no importaba cuál ni dónde, porque no me importaba el fin, la meta, el destino, sino el mero acto, casi místico y trascendental, de cruzar la frontera.

Ryszard Kapuscinski, Nueva York 1986
Fotografía de Czeslaw Czaplinski

 La casualidad, en forma de regalo de su redactora jefe, puso en sus manos el libro de Heródoto antes de partir hacia la India, y éste ya nunca lo abandonaría en sus múltiples viajes.
Al final de aquella conversación por la que supe que partiría hacia el mundo, Tarlowska se acercó al armario, sacó de él un libro y, mientras me lo entregaba, dijo: "Un regalo de mi parte, para el viaje." Era un grueso volumen de tapa dura, forrado con tela de lino amarilla. En la portada leí, grabados en letras doradas, el nombre del autor y el título: Heródoto, Historia.
 A pesar de los dos mil quinientos años que los separan, el paralelismo entre la vida del griego y la del polaco es obvio; y si el primero dedicó su vida a viajar para recoger la historia de la humanidad, el segundo, cronista igual de curioso y de observador, cubrió una infinidad de guerras y revoluciones, describiendo sus experiencias en una serie de libros excepcionales: El Sha, Lapidarium, La guerra del fútbol, El Imperio, El emperador, Ébano, Los cínicos no sirven para este oficio, El mundo de hoyUn día más con vida o Cristo con un fusil al hombro.
En el mundo de Heródoto, el individuo es prácticamente el único depositario de la memoria. De manera que para llegar a aquello que ha sido recordado hay que llegar a él; y si vive lejos de nuestra morada, tenemos que ir a buscarlo, emprender el viaje, y cuando ya lo encontremos, sentarnos junto a él y escuchar lo que nos quiera decir, escuchar, recordar y tal vez apuntar. Así es como, a partir de una situación como ésta, nace el reportaje.

Heródoto

  Heródoto sabe que el principio se halla en la respuesta a la pregunta: ¿quién ha empezado?, y nos muestra que la venganza no sólo es ley sino el más sagrado de los deberes, que hay en ella algo inevitable e irreversible. También que la felicidad humana nunca es duradera y, sobre todo, que lo dispuesto por el destino no pueden evitarlo los dioses mismos. De la mano de Kapuscinski y del propio Heródoto, veremos cómo Ciro el Grande, Cambises, Darío o Jerjes quisieron dominar y conquistar el mundo, como más tarde lo querría Napoleón o Hitler, trasgrediendo la sabia ley griega de la moderación: "no ambicionar demasiado, nunca desearlo todo". Y qué decir de "la inflexible ley de la historia, según la cual el que se enaltezca será degradado: no seas codicioso, no pugnes por estar en primera fila, haz gala de moderación y humildad, si no, te alcanzará la fustigadora mano del Destino, que corta las cabezas de los engreídos que se encumbran".

 Las páginas del polaco también nos recuerdan, al hablar del Congo, que todos podemos ser exiliados, como esos sirios que huyen de la guerra y se encuentran bloqueados en Macedonia estos días. Y, al hacerlo de Argel, nos muestra como en esa ciudad ya se cruzaban dos de los grandes conflictos del mundo contemporáneo: entre el cristianismo y el islam, y, entre las dos corrientes que se dan en el seno del propio islam: una abierta, de diálogo y mediterránea, "y otra cerrada, nacida del sentimiento de incertidumbre e inseguridad en el mundo contemporáneo, una corriente de fundamentalistas que comprendían la defensa de la fe y de la tradición como condición de su propia existencia y de su identidad".
En Argel incluso se habla abiertamente de dos modalidades de islam: el del desierto y el del río (o del mar). El primero lo profesan y practican combativas tribus nómadas que, en medio del entorno más hostil al hombre que es el Sáhara, luchan por sobrevivir, por mantenerse a flote como sea; y el segundo, el del río (o del mar), es, por el contrario, la religión de los mercaderes, los vendedores ambulantes, los "hombres del camino" y del zoco, para los cuales la actitud abierta, el compromiso y el intercambio no son sólo una cuestión de ventajas económicas, sino una condición misma de la existencia. 
En tiempos del colonialismo, las dos corrientes se mantuvieron unidas por un enemigo común, pero después se produjo el choque.
 Durante la lectura, me sentí numerosas veces identificado con Kapuscinski. Como cualquier lector que haya viajado a la India por su cuenta, volví a sentir el choque brutal que me supuso aterrizar en Nueva Delhi, coger el desvencijado autobús del aeropuerto y apearme en el centro de la ciudad, donde, aún al alba, la gente dormía a la intemperie, cubriendo con sus escuálidos cuerpos, junto a una bolsa de plástico con sus exiguas pertenencias, el asfalto y las aceras. Y por si la visión no fuese lo suficientemente dantesca, tuve que ver como una pequeña cuadrilla de operarios se movía, aquí y allá, retirando del suelo a los que, a esa hora, ya eran cadáveres. Imposible no preguntarte ¿qué hago yo aquí? a cada momento durante los primeros días. ¿Y qué decir de la incertidumbre de cruzarte con algún uniformado en África o del placer de residir por unos días en la isla de Goreé? Como el polaco, viajaba cargado de libros, entre ellos ejemplares de León el Africano, Samarcanda, La Roca de Tanios o Los Jardines de la Luz, del franco-libanés Amin Maalouf, los cuales me permitían cruzar la frontera en el tiempo.
Tengo un asiento junto a la ventanilla, pero como la vista desde el autobús es siempre la misma, al cabo de varias horas de viaje saco de la bolsa a Heródoto y retomo mi lectura sobre los escitas.
 ¿Por qué Grecia (es decir, Europa) está en guerra con Persia (es decir, Asia), por qué estos dos mundos -occidente y oriente- luchan el uno contra el otro?, se preguntaba el de Halicarnaso. ¿Será así siempre?, nos preguntábamos en la reunión del club de lectura. También si con su muerte, en enero de 2007, como con la de Enrique Meneses y Manu Leguineche, no habría muerto una forma de hacer periodismo. Seguramente. Más en estos tiempos tan tecnológicos. Pero estoy seguro de que los tres son un acicate para todos esos corresponsales y reporteros que pululan por el mundo y que aman su oficio. También para los que sueñan con hacerlo.
En aquella época, sin embargo, dejé de seguir por un tiempo los avatares de los personajes y las guerras descritos por Heródoto para centrarme en su taller. ¿Cómo trabaja?, ¿qué le interesa?, ¿cómo se dirige a la gente?, ¿por qué cosas pregunta a sus interlocutores?, ¿cómo escucha lo que le dicen?: eso es lo que más me interesaba, ya que por aquel entonces todo mi empeño iba dirigido a conocer el arte de escribir reportajes, y la maestría del griego en este ámbito se me antojaba una ayuda tan útil como valiosa. Heródoto ante las personas a las que encuentra: he aquí lo que me intrigaba puesto que todo aquello que escribimos en los reportajes proviene de la gente, de esas personas, y la relación yo-él, yo-los otros, su naturaleza y su temperatura incidirán más tarde en el valor del texto. Dependemos de la gente, y por eso el reportaje tal vez sea el género de escritura más colectivo.

Enrique Meneses y Manu Leguineche
Oxígeno para vivir, documental de Georgina Cisquella

Nota: Pueden ver el fragmento en el que Meneses y Leguineche charlan sobre periodismo en Oxígeno para vivir, magnífico documental de Georgina Cisquella emitido en la 2 de TVE. http://www.rtve.es/alacarta/videos/el-documental/enrique-meneses-manu-leguineche-charlan-sobre-periodismo-oxigeno-para-vivir/2337354/


"Tomad nota -parece decir Heródoto-: un insignificante grupo de pequeños estados griegos ha vencido a la gran potencia oriental sólo porque los griegos se sabían libres, y por esa libertad estaban dispuestos a darlo todo".


Posdata: Esta entrada se escribió entre el 29 de febrero y el 1 de marzo, pero como me llama la atención eso del año bisiesto, he querido ponerle fecha de ayer. Los textos de Viajes con Heródoto pertenecen a la 5ª edición (febrero 2007) de la editorial Anagrama, con traducción del polaco de Agata Orzeszek. Viajé a India en el verano de 1994. Espero que la cosa haya cambiado.

https://ubasakura.wordpress.com/2016/01/26/club-de-lectura-febrero-literatura-de-viajes/

domingo, 14 de febrero de 2016

HOMENAJE A ALEXANDRA BOULAT

Aunque no soy muy de celebrar San Valentín, la fecha me va a servir de excusa para mostraros aquí uno de mis relatos. En concreto el que lleva por título La Boulat, con el que obtuve el 2º premio en el VII Certamen de Declaraciones de Amor "Dime que me quieres" del año 2008 -organizado por el Ayuntamiento de Málaga-, y que no es más que un homenaje a la reportera gráfica francesa Alexandra Boulat que falleció en trágicas circunstancias en el 2007.


LA BOULAT


Málaga, 5 de octubre de 2007

Estimado Morenatti:
   Al recibir ayer el correo con la noticia de la muerte de Alexandra me sentí noqueado. Fue un gancho directo a la boca del estómago, donde se me ha instalado un dolor inmenso. Gracias por comunicármelo con tanta celeridad y por haberme tenido al corriente durante el tiempo que estuvo en coma. También por la foto que me envías.


Alexandra Boulat (Fotografía: Jerome Delay / Associated Press)


   Observo su cuerpo menudo junto a la mole metálica, cuyo cañón me apunta directamente, y me fijo en sus manos y en la cámara que sostienen. La sonrisa que ilumina su rostro es la misma que me brindó hace poco más de dos años en la Ciudad de la Luz, mientras cubríamos las revueltas de los suburbios, las banlieues en las que se hacinan los jóvenes inmigrantes.
   Nos habíamos conocido esa misma mañana, en un café cercano al suburbio de Seine-Saint-Denis. Yo estaba pintarrajeando una de mis moleskines cuando la saludó el redactor que me acompañaba. Recuerdo que entonces se sentó en nuestra mesa y que, después de presentarnos, me pidió ver los dibujos del cuaderno. Yo miré detenidamente su cuerpo delgado, sus manos finas de dedos largos, su rostro anguloso en el que destacaba su sonrisa, blanca y cautivadora, y esos ojos acostumbrados a la observación de las cosas y de los hombres, que reflejaban bondad e inteligencia. Me dijo que los dibujos le gustaban mucho y me confesó que a ella también se le daba bien dibujar, que de pequeña siempre había soñado con ser pintora y que no descartaba hacerlo en el tercer acto de su vida, cuando se retirase a la campiña.
   Volví a encontrarla aquella misma tarde. Es la memoria la que me devuelve ahora a ese escenario: ambos con un ojo pegado al visor, moviéndonos entre la gendarmerie y los manifestantes, corriendo de un lado a otro entre el sonido de las sirenas y de los cristales rotos. Cuando nos arrimábamos a los policías, nos llovían las piedras, y los cócteles molotov pasaban por encima de nuestras cabezas; y cuando cambiábamos de bando teníamos que esquivar las bolas de goma de los antidisturbios. Entonces ella dijo que aquel era el "Mayo del 68 de los Desheredados"; que ahora, como treinta y ocho años atrás habían hecho los estudiantes, exigían un futuro mejor. El desencadenante de aquel estallido, que desde el extrarradio prendía los coches de las calles más céntricas de París, había sido la muerte accidental de dos adolescentes cuando huían de la policía. Así protestaban y reclamaban su sitio en la sociedad los "zidanes" pobres: levantando barricadas, quemando contenedores, saqueando tiendas y arrojándoles piedras a los policías.
   Al amanecer, cuando todo hubo acabado hasta la noche siguiente, nos sentamos agotados en una patisserie. Y mientras pedíamos café y croissants, nos miramos en ese silencio de camaradería que es preludio de una larga conversación. Ella había hecho tónica la última sílaba de mi nombre, y yo me reía cada vez que se dirigía a mí con un "Sergió". En esos momentos, me parecía más rusa que francesa. No sabes lo feliz que me hizo aquel desayuno... Reconozco que intenté ligar con ella, pero no tuve éxito. Me calificó de "caníbal emocional", algo genético según ella: un tipo que nace infiel y se profesionaliza a lo largo de su vida. En mi descargo he de confesar que no sabía que estaba felizmente emparejada con ese realizador palestino. De todas formas, me habría gustado ganarle el corazón.
   Durante aquellas tres semanas de guerrilla urbana, registradas en el otoño de 2005, volvimos a coincidir unas cuantas veces. Ella solía entrar en las barricadas por las mañanas, sola, dispuesta a perderse entre bloques y pandillas, y no regresaba hasta la noche; entonces, si el azar se aliaba conmigo y la cruzaba en mi camino, compartíamos un trozo de pizza o un showarma de cordero. La gente se refería a ella como "Alex" o "La Boulat", pero yo prefería llamarla Alexandra.
   Al despedirnos, nos dimos los números de teléfonos y las direcciones de correo, y nos intercambiamos los libros que acabábamos de leer: yo le entregué una ajada edición de bolsillo de "Viaje al fin de la noche", de Céline, y ella me dio "La insoportable levedad del ser" (¡qué paradójico y perverso puede llegar a ser el azar!).

   Dejo de escribir por un momento y me acerco a la estantería a buscar el libro. Lo sostengo en mis manos, algo temblorosas, y busco entre sus páginas una de las fotografías que me envió. Aquella en la que se ve a una familia afgana amortajando el cuerpo de un niño que acaba de morir en un campo de refugiados, y, con los ojos húmedos, vuelvo a leer el poema que escribí en su reverso.


Alexandra Boulat, Afganistán 2001


VIEJA AMIGA*
¡Oh, vieja amiga, que vas y vienes
como una sombra, sin un ruido
ven, cansado estoy de ir huido,
posa tus labios sobre mis sienes!
Que el beso gélido que te pido
calme la fiebre que en mi sangre bulle;
el espejo refleja el temido
horror de la ruina que escarnece,
el viento solloza en la ventana,
las ramas del tilo golpean con fuerza
los cristales; el fin está cercano;
mis amigos han oído tu llamada
yo también confío
en ser sombra en tu reino lejano.


   Junto al libro hay una carpeta en la que guardo más fotos de ella y esos diez o doce emails que me traían noticias de su trabajo y de su vida. En ellos, escritos todos en un tono muy afable, mostraba siempre su interés por reflejar las consecuencias de la guerra y la auténtica realidad de la mujer en los países árabes. Quién mejor que ella para plasmar esas costumbres que, por cultura, son prácticamente inaccesibles para los hombres. Siempre se despedía con: "Un gran beso. Nos veremos". Desgraciadamente, nunca más la vi.


   En una de aquellas tardes parisinas me contó que el escritor André Malraux le dijo a su padre que "cada persona tiene dentro de sí un museo particular donde guarda todo lo que vivió y amó". Que cierto es... La echaré de menos.
   El próximo viernes 12 de octubre me acercaré a la iglesia y al cementerio de Jacque-ville. Es lo menos que puedo hacer por ella. Le llevaré unas flores y la despediré con un beso. Espero verte allí, para poder entregarte este abrazo. Gracias por aguantar el lamento de este corazón solitario.
   Un fuerte abrazo.
                                                                       Sergio
                                                                                

   De nuevo me acerco a la estantería, donde remiro los lomos de las moleskines hasta dar con la que llevaba en París. Retiro el elástico que comprime sus páginas y rebusco entre ellas las líneas que anoté el día de nuestro primer encuentro:

"Sentí el flechazo desde el primer instante. Su constante sonrisa, su amabilidad, sus refinados modales, y ese carisma que le daba haber tenido tantas vivencias y que la hacía aún más atractiva. Desprendía aventura, algo por lo que todos estábamos allí".

   Ahora, después de tantos años de trabajo, comprendo que compartíamos una misma forma de vivir y de ver el mundo, y que ambos éramos cautivos de nuestra querencia por la libertad y la soledad, nuestros demonios interiores que nos hacían ir de un a lado a otro sin anclarnos a ningún punto. Los amigos nos tachaban de imprudentes e irresponsables o pensaban que teníamos más valor que nadie, pero nada de eso era cierto. Tan sólo desarrollábamos el único trabajo que nos permitía sentirnos vivos. Nos gustaba registrar la realidad desde dentro, sabiendo que con cada disparo de nuestras cámaras estábamos construyendo una toma de posición, y por eso aceptábamos y explorábamos los riesgos de nuestra profesión.


Relato obra de Pedro Delgado Fernández.
*Poema de mi padre, Francisco Delgado Acosta.


La reportera gráfica Alexandra Boulat, cubrió conflictos en Yugoslavia, Indonesia, Afganistán, Irak, Israel y Palestina, y su trabajo apareció en revistas tan prestigiosas como París Match, Time, Newsweek, Stern y National Geographic. Ganó numerosos premios internacionales entre los que destaca el World Press, galardón conseguido, paradójicamente, con la cobertura del último desfile de Yves Saint Laurent. Debido a sus estudios de Bellas Artes, sus trabajos bordean la tenue línea que separa el fotoperiodismo del arte. En 2001 fundó con otros seis colegas la agencia de fotografía VII, y fueron conocidos en el mundo de la prensa como "los 7 Magníficos", pues eran los mejores fotoperiodistas del momento. Fueron su padre, Pierre Boulat -gran reportero de Life-, y su madre Annie -creadora de la agencia gráfica Cosmos-, quienes le contagiaron el virus de la fotografía.
En junio de 2007 sufrió una hemorragia cerebral, debido a una aneurisma, mientras trabajaba en la frontera de Gaza. La ambulancia palestina que la llevaba quedó retenida en la frontera hasta la llegada de otra ambulancia israelí que la condujo al hospital de Jerusalén. Allí, sometida a un coma inducido, fue operada, siendo trasladada después a París, su ciudad natal, donde falleció el 5 de octubre de ese mismo año a los 45 años de edad.

viernes, 5 de febrero de 2016

UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS


Portada de Una vida llena de agujeros

De todos los títulos que anoté que tenía que buscar después de leer En contacto (una selección de cartas de Paul Bowles), éste es el que más se me resistía. Había una edición de Numa ediciones del año 2000, pero estaba ya descatalogada. Afortunadamente, Capitán Swing la ha vuelto a llevar a las librerías, en una edición muy cuidada que contiene una introducción de Paul Bowles y un glosario, pues la novela está salpicada de palabras árabes que Bowles decidió no traducir, limitándose a transcribirlas fonéticamente. De todas ellas, Uaja debe de ser la más repetida, una coletilla que arrastré yo mismo un tiempo y que significa De acuerdo, ValeEstá bien.

 A life full of holes se publicó originalmente en inglés en 1964, fruto de los esfuerzos de Paul Bowles por preservar la cultura oral magrebí. Muchos de los amigos del escritor eran analfabetos, pero que no supiesen leer ni escribir no significaba que no tuviesen buenas historias que contar. Bowles las recogió en un magnetofón. "He seguido traduciendo largos pasajes de textos grabados en magrebí. [...] Me produce una agradable satisfacción trabajar en ellos, aunque soy consciente de que es una clase de creatividad indirecta", escribía Paul en una de sus cartas. No todas esas historias están editadas en castellano. En casa, junto a ésta de Driss ben Hamed Charhadi (seudónimo de Larbi Layachi), tengo las novelas Amor por un puñado de pelos y Mira y corre de Mohammed Mrabet, pero todavía quedan libros por traducir al castellano, entre ellas varias de Mrabet y las dos últimas de Larbi Layachi (Yesterday and Today (1985) y A Jealous Lover (1986)), publicadas cuando éste ya residía en América, a donde huyó, acompañado de W. Burroughs, por miedo a la reacción del Gobierno marroquí a la publicación de Una vida llena de agujeros.

Larbi Layachi (Driss ben Hamed Charhadi) 1937-1986
Tánger 1963
Fotografía gentileza de Ghislaine Jousse-Veale

 Todas estas colaboraciones literarias entre Paul Bowles y sus amigos marroquíes (mi favorita es Amor por un puñado de pelos, la deliciosa e hipnótica novela corta de Mrabet), tienen una serie de similitudes: son autobiográficas o seudobiográficas, beben de la picaresca española, retratan la dureza de las calles del Tánger de mediados del siglo XX, y la miseria, el kif (cannabis), los hechizos y sortilegios y los pequeños delitos aparecen por sus páginas. También el tipo de vida que llevaban aquellos "nazarenos" que se afincaron a ese lado del Estrecho.
 Es una literatura en la que predominan las acciones sobre las descripciones, donde el verbo vale más que el adjetivo, que está hecha para ser escuchada, como si el narrador estuviese sentado con nosotros en un café o nos mirase desde el interior de uno de esos corros que se forman en algunas plazas marroquíes.

"Volví a bajar a la playa, encendí el fuego y preparé un té. Luego, cené algo y me fui a dormir. A la mañana siguiente hice mi trabajo. Esperaba ver a Zohra, pero no vino por la mañana ni por la tarde. Pasaron cuatro días y no la vi. Zohra tiene algún problema, pensé. Me pregunto que será. Quizá su familia la vio conmigo y le han pegado.
 Pasó el quinto día, y seguía sin venir. Cuando se hizo de noche cerré el café y subí hasta el Marshan, hasta la calle donde se encontraba la casa de Zohra. Tenía una ventana que daba a la calle. Durante más de una hora caminé de un lado a otro y no vi a nadie. Entonces miré una vez hacia la ventana y Zohra estaba allí, asomada. Me quedé parado en mitad de la calle. Ella me hizo señas con la mano, y yo le respondí de la misma forma, en silencio".
***
"Era la primera vez que pasaba un brazo alrededor de su cintura. Bajamos así los escalones hasta llegar al valle. Y continuamos así, con nuestros cuerpos apretados el uno contra el otro, por la carretera que iba a la playa. No había luna. Estaba muy oscuro, pero yo conocía cada piedra y cada árbol a lo largo del camino. Cuando pasamos por delante del pozo, me dijo: Este lugar en donde vives me asusta.
 El océano golpeaba las rocas.
 No, le dije. Para mí es mejor que cualquier otro sitio. Aquí no hay nada que temer.
 Llegamos a la puerta de mi habitación, al lado del jardín. Entra, le dije.
 Está oscuro.
 No tengas miedo, entra. Encenderé la lámpara".
***
"Después de cenar me acosté. Me despertaron en mitad de la noche. Alguien aporreaba la puerta. ¡Daf! ¡Daf! ¡Daf! ¡Daf! Y yo estaba tan dormido que ni siquiera sabía de qué puerta se trataba. Me levanté y miré por la ventana. Lo único que pude ver fue la luz de una linterna. Me dije: No sé quién puede estar ahí con una linterna. Y yo no voy a abrir la puerta. Entonces oí una voz que decía: Aquí no hay nadie, vámonos.
 Cuando ya se habían ido, abrí un poco la puerta y miré por la rendija. Había un jeep en la carretera. Pero no vi a los hombres. Es un jeep de la policía, pensé. ¿Qué quieren de mí?".
***
"Ven a mirarlo, dijo el inspector. ¿Quieres verlo? A ver si así luego puedes seguir mintiendo.
 Entré con él en otra habitación. Znagui estaba allí. Tenía la cara negra por las moraduras, y un pie vendado. ¡Alá!, pensé. Nosotros no hemos hecho esto. Pero nadie nos creerá. Yo hago lo que puedo por alejarme de los problemas, pero los problemas me siguen a cualquier parte que vaya. Y esta vez me han cogido.
 El inspector le dijo a Znagui: ¿Es éste uno de los dos?
 Sí. Es el que me ató. Y el otro, Mustafa, me pegó con una porra. Y mientras me pegaba, éste llevaba un cuchillo en la mano. Dijo que me mataría si gritaba.
 ¿Yo? ¿Yo hice eso?
 Sí. Tú me hiciste eso, dijo él.
 Me quedé pálido. Pensé: Fíjate en cómo una mentira puede caer de pronto del cielo y golpearte".

  En una de esas cartas de En contacto, fechada el 11 de diciembre de 1962, Paul Bowles le escribe a Jane Bowles desde Nueva York haciendo la siguiente referencia a Larbi Layachi y Una vida llena de agujeros:
[...] No te preocupes por Larbi. Quiero decir, dale dinero si realmente lo necesita, pero no demasiado, porque entonces su crédito se acabará y ya sabes cómo son los marroquíes sobre el dinero gastado. Nunca dan la impresión de contarlo. Lo que les interesa es el futuro inmediato. Hoy he firmado el contrato para su libro y recibirá unos trescientos dólares cuando yo vuelva a Tánger, y más cuando entregue el manuscrito definitivo. Pero no le menciones sumas. Limítate a contarlo todo para que yo sepa cuánto te debo y cuánto me debe él. ¿Puedes hacerlo sin que ello suponga una carga excesiva para ti? Sé que las cifras son lo que te resulta más difícil. [...] Espero que el contrato de Larbi se firme sin problemas porque, a pesar de que yo lo he firmado, William Morris aún encuentra cosas que objetar en él y, por supuesto, Grove Press no ha firmado ni enviado un cheque como anticipo de los derechos. Sin embargo, sé que están entusiasmados y sólo tienen elogios para él, por lo que también estoy agradecido. Observé en la carta más reciente de Larbi que ha dejado de trabajar para Stuart, sobre lo cual comenta: gracias a Dios. Y me pregunto si no será porque piensa que ahora puede vivir sin trabajar. Espero que no sea estúpido hasta este punto. En cualquier caso, estaré allí tan pronto que no hay mucho de qué preocuparse. Se lo explicaré todo. Si realmente está necesitado... si su mujer da a luz al niño o necesitan comida, es natural que reciba lo que creas oportuno. Supongo que cinco mil por semana estará bien. Sólo cobrará un poquito menos cuando yo vuelva. Pero no temas que me dé un ataque si cobra demasiado. Lo que debe recibir en particular es la promesa de más dinero a mi regreso, a fin de que no desaparezca. Sería trágico que lo hiciera en estos momentos. Es de locura ver estos contratos impresionantes con derechos cinematográficos, de televisión, internacionales, etc., todos con su nombre inventado en la primera página. ¿Te lo imaginas? Y después ir a Grove Press y ver su publicidad anticipada del libro y recordarle a él y su taguia*. Todo es muy gracioso.
*pequeño gorro marroquí.

 Podría tratar de hacerme el interesante y contarles más cosas acerca de esta novela, pero Paul Bowles ya lo contó todo en el prólogo que escribió para el libro. Así que mejor me callo y leen ustedes sus palabras:

INTRODUCCIÓN
Paul Bowles
La persona que inventó este libro y, junto con él, el nombre de Driss ben Hamed Charhadi, es un musulmán norteafricano de carácter reservado y apacible. Sus antepasados proceden de una lejana región montañosa en la que, sin embargo, se habla más el árabe magrebí que la lengua bereber. Es totalmente analfabeto. Su forma de hablar el magrebí es correcta y clara. Como la de un campesino, está salpicada de proverbios y de locuciones propias de la vida en el campo. El hecho de que la traducción y compilación de esta novela no haya ofrecido excesivas dificultades se debe sobre todo a la seguridad que demuestra el autor cuando cuenta una historia. Sabe de antemano lo que va a decir, y lo dice de manera sucinta y convincente.

 Este libro nació de una forma inesperada. Charhadi solía hacer un alto en su camino para visitarme, normalmente por las tardes, cuando volvía a su casa del cine. Una de esas tardes había ido a ver una película "histórica" egipcia. La gente en esta parte del mundo tiende a confundir las películas con los noticiarios de actualidad. ¿Cómo era posible, quería saber Charhadi, que la ciudad de El Cairo hubiera sido totalmente destruida sin que él hubiese oído la noticia en la radio?

 Cuando le expliqué cómo se hacían las películas de ficción y el propósito que éstas tenían, lo que le impresionó especialmente fue el hecho de que no estuviera prohibido "mentir". Le dije que nadie consideraba el cine en esos términos. "¿Y los libros, como los que tú escribes?", prosiguió. "¿También son mentiras?". 
 -Son historias, igual que Las mil y una noches. Cuando Tú te refieres a ellas no las llamas mentiras, ¿verdad? 
 -No, porque son verdad. Sucedieron hace mucho tiempo, cuando el mundo era diferente de como es ahora, eso es todo. 
 No quise entablar una discusión sobre ese asunto. En lugar de eso, le pregunté: "¿Y qué me dices de las historias que cuentan a veces los campesinos en la plaza del mercado? ¿También son verdad?". 
 -Ah, eso son sólo historias. Todo el mundo sabe que son únicamente para divertir. 
 -Lo mismo que mis libros. Y lo mismo que las películas. Todo el mundo sabe que son sólo historias. 
 -Y no está prohibido -dijo, hablando a medias para sí mismo-. ¡Pero entonces cualquiera tendría derecho a hacer un libro! ¡Yo mismo, o mi madre! ¡Cualquiera! 
 -Exacto. Cualquiera puede hacerlo, si tiene una historia que contar y sabe cómo contarla. 
 -¿Y no tiene que enviarlo al Gobierno para que dé su autorización?
 -No en mi país -le dije.
 Unos días más tarde me llamó por teléfono. "¿Puedo verte esta noche? Se trata de algo importante".

 Acordamos la hora y vino a mi casa. Tardó en abordar el motivo de su visita. Por fin, dijo: "He estado pensando. Quiero hacer un libro, con la ayuda de Alá. Tú lo podrías traducir a tu lengua y dárselo a la fábrica de libros en tu país. ¿Estaría eso permitido?". 
 -Ya te dije que está todo permitido. Pero hacer un libro supone mucho trabajo. Llevaría mucho tiempo.
 -Entiendo. Y tú no tienes tiempo.
 -Lo tendría, si el libro fuese realmente bueno. La única forma de saberlo es que me cuentes alguna historia. Ven mañana por la noche y probaremos.
 Cuando llegó Charhadi a la noche siguiente, dijo: "Estuve pensando ayer por la noche antes de dormir, y ya sé todo lo que quiero contar".

 Se sentó en la m'tarrba* junto a la chimenea. Coloqué el micrófono delante de él y conecté un magnetofón. Al cabo de un buen rato, empezó a hablar.

 Me di cuenta enseguida de que, fuera cual fuera el resultado de la historia, su forma de contarla no dejaba nada que desear. Era como si hubiese memorizado todo el texto y hubiera pasado semanas ensayando; no había ningún indicio de que lo estuviera improvisando. Aproximadamente una hora después, ya teníamos grabado "El cable" en su totalidad.
 -Esa historia no es el principio -dijo-. Pensé que te la contaría en primer lugar, para ver si te gustaba.
 -¿Y a ti, qué te parece? -repliqué.
 -Creo que es una buena historia, pero a lo mejor no hay nadie más que lo crea.
 -Suena muy bien en magrebí -dije-. Pero no puedo decirte nada más hasta que la traduzca al inglés.
 Cuando hube traducido la primera media docena de páginas, le dije que, en mi opinión, debíamos continuar.
 -Hamdoul'lah -dijo Charhadi-. Gracias a Dios.
 Unos dos meses más tarde había acabado de traducir al inglés "El cable". Desde el principio supe que mi traducción debía ser literal, para preservar el estilo cuanto fuera posible. No era necesario añadir, suprimir ni cambiar nada.

 Durante ese tiempo, mientras revisábamos el texto oral palabra por palabra, Charhadi venía a verme varias veces por semana. El material apócrifo que descubrimos mediante esas revisiones tenía en sí mismo un notable interés etnográfico y filológico, y habría bastado para llenar todo un libro.

 Un día, cuando faltaba poco para que completáramos la traducción de "El cable", Charhadi me pidió que volviera a ponerle la grabación desde el principio. Cuando iba por la mitad, me gritó: "¡Por favor, para la máquina! Quiero decir algo más aquí, si te parece bien". Lo que insertó no era un incidente suplementario: era una secuencia que otorgaba al relato una sensación de paso del tiempo. Con la certeza intuitiva de un consumado narrador, la colocó precisamente en el lugar en que produciría el efecto deseado. A lo largo del tiempo en que dictó el libro, no insertó en el texto original más de media docena de fragmentos de este tipo.
 Uno de ellos fue el breve episodio de "El pastor", en el que el protagonista insiste en pasar la noche en la tumba de Sidi Bou Hajja, para ver si aparece el "toro con cuernos". Después de añadirlo y tras haberlo escuchado en el magnetofón, decidió que no era interesante y que debía ser eliminado. Fue la única ocasión en la que discutimos. Yo quería incluirlo porque, aun siendo un pasaje incidental, era una clara ilustración de la persistencia de una creencia preislámica: la aparición de un antiguo dios en un lugar cuyo carácter sagrado ha sido establecido por la fe usurpadora. -En algunas celebraciones campestres, todavía decoran el toro con flores, cintas y medallas, y lo llevan por las calles al lugar del sacrificio-. Le expliqué el motivo por el que creía que debíamos incluir el pasaje, sabiendo de antemano que desaprobaría cualquier insinuación de que sus antepasados pudieran haber tenido otras creencias antes de abrazar el Islam. Por fin, aunque sin excesivo entusiasmo, me permitió incorporar el episodio y ya no volvimos a discutir sobre el tema.
 Un buen narrador es capaz de mantener la tensión casi por igual en cada una de las partes de su relato. Esto lo conseguía Charhadi aparentemente sin esfuerzo. No dudaba nunca; tampoco variaba nunca la intensidad de su elocuencia. Cuando en más de una ocasión le pedí obstinadamente que me diera su opinión personal sobre el comportamiento de alguno de los protagonistas, se mostró reacio a ello. Es posible que al haber creado a sus personajes a partir de gente que conocía en la realidad, se resistiera a emitir un juicio moral sobre ellos. De vez en cuando, repetía algún pasaje antes de que lo grabáramos. Puede que, en esos momentos, mis reacciones influyeran en su decisión de incluir o eliminar ciertos detalles, pero yo no hice ninguna sugerencia en un sentido o en otro. Aparte de las excepciones mencionadas y de los escasos pasajes cuya inteligibilidad dependía de una mínima elaboración, el procedimiento que seguí en mi trabajo fue el de considerar que, una vez grabado el material en la cinta, éste sería definitivo e inalterable. 

*tipo de colchón.


Incluso una vida llena de agujeros, una vida en la que no hay nada salvo la espera, es mejor que ninguna vida.


Comentario de Charhadi a un proverbio magrebí que dice que es mejor no vivir que tener una vida llena de agujeros.


Ojalá Capitán Swing se decida a editar los títulos que todavía no han sido traducidos al castellano, empezando por Five Eyes, un libro de relatos de Abdeslam boulaïch, Mohamed Choukri, Larbi Layachi, Mohamed Mrabet y Ahmed Yacoubi, editados y traducidos por Paul Bowles y publicados por Black Sparrow Press, Santa Barbara, en 1979.


Nota: Los textos aquí reseñados de Una vida llena de agujeros de Larbi Layachi, pertenecen a la edición de Capitán Swing de abril de 2012. La traduccion es de Javier Talayero. Los textos de En contacto, pertenecen a la edición de Seix Barral de 1994, con traducción de Pilar Giralt Gorina.

martes, 2 de febrero de 2016

LA CASA DE LOS VIAJES

Carta desde el Toubkal en La Semana de Marruecos de Alventus&añosluz
Sevilla, enero 2016

Difícil no sentirme como en casa el pasado viernes en las instalaciones de Alventus, entre esculturas africanas, escudos masais, estanterías coloniales repletas de libros y fotografías de viajes, y paredes de las que cuelgan reproducciones de antiguos carteles publicitarios de la Air France y la Aéropostale, junto a otros turísticos de Mariano Bertuchi y Jacques Majorelle de la época del protectorado, una puerta de un granero traída del País Dogón y numerosos mapas mundi en los que soñar las rutas futuras o recordar las ya realizadas.

Francisco J. Souto, Faustino Rodríguez y Pedro Delgado
Presentación de Carta desde el Toubkal
Sala Alventus&Añosluz

Presentación de Carta desde el Toubkal en la Sala Alventus&añosluz de Sevilla 

Pedro Delgado Fernández en la presentación de Carta desde el Toubkal en Sevilla

 Realmente fue un gusto de presentación, con un público numeroso y viajado que conoce y ama el país donde se desarrollan mis historias. Arropado por las fotografías de David Munilla y los cuadros de Pepe Almoguera, hablé de Carta desde el Toubkal y de mi relación con Marruecos, cerrando mi intervención con la lectura de algunos pequeños fragmentos del libro.

Presentación de Carta desde el Toubkal en Alventus Viajes
Sevilla, enero 2016

 El acto concluyó, muy acertadamente, con el audivisual Montañas de Marruecos, un recorrido en imágenes por todas las cordilleras del país, elaborado por Faustino Rodríguez Quintanilla y Francisco J. Souto Rubiales, dos grandes conocedores de la zona.

Francisco J. Souto Rubiales (Franki)

Audivisual Montañas de Marruecos
Autores: Faustino Rodríguez Quintanilla y Francisco J. Souto Rubiales

Audiovisual Montañas de Marruecos
Autores: Faustino Rodríguez y Francisco J. Souto

Audiovisual Montañas de Marruecos
Autores: Faustino Rodríguez y Francisco J. Souto

 Aquí os dejo una selección de fotografías de la presentación, realizadas por Lucía Rodríguez Vicario.

Pedro Delgado Fernández en la presentación de Carta desde el Toubkal en Sevilla
Sala Alventus&añosluz, enero 2016

Fotografía de David Munilla en la sala Alventus&añosluz, Sevilla

Presentación de Carta desde el Toubkal en Alventus Viajes

Pedro Delgado Fernández en la presentación de Carta desde el Toubkal en Sevilla

Presentación de Carta desde el Toubkal en Alventus Viajes, Sevilla

Firma de Carta desde el Toubkal en Sevilla

Firma de Carta desde el Toubkal en Sevilla

Dedicándole Carta desde el Toubkal a Ana y Franki

Dedicándole Carta desde el Toubkal a Ana ¡¡Fernández Delgado!!

Pedro Delgado con Álvaro en la presentación de Carta desde el Toubkal

Pedro Delgado Fernández con Faustino Rodríguez Quintanilla
Semana de Marruecos de Alventus&añosluz, Sevilla 2016

Con Fouard, guía marroquí de Alventus Viajes

 Gracias a todos por asistir. ¡Y ojalá que os gusten estos relatos!