domingo, 14 de junio de 2020

A LO LEJOS (IN THE DISTANCE)


De pronto, 
Håkan se percató de algo: siempre había pensado que esos vastos territorios estaban vacíos, que solo permanecían habitados durante el breve intervalo de tiempo en que los viajeros transitaban por ellos, y que, como el océano tras la estela de un barco, la soledad volvía a cernirse sobre el terreno después del paso de los jinetes. También comprendió que todos aquellos viajeros, él incluido, eran, en realidad, intrusos.

A lo lejos, de Hernán Díaz (Impedimenta, 2020)
Fotografía: Pedro Delgado

La noche del lunes terminé de leer A lo lejos, de Hernán Díaz, un peculiar western que me ha acompañado durante la desescalada (que palabra más fea) y que he tratado de dosificar, como un buen whisky, para que no se acabara.

 A algunos les extrañará ver una novela del Oeste en el blog, pero sus páginas contienen tres cosas que amo (cuatro si incluyo el género): caminatas, viajes y aventuras.

 La premisa suena bien. Dos hermanos suecos, apenas adolescentes, que se separan en el muelle de Portsmouth cuando se disponen a embarcar hacia América.
[…] entonces Håkan se había vuelto hacia Linus, pero este ya no se encontraba allí. Miró a su alrededor, retrocedió sobre sus pasos, cruzó el muro, siguió adelante y regresó al punto donde habían desembarcado. El bote se había marchado. Volvió al lugar donde se habían separado. Se encaramó a una caja, sin aliento y tembloroso, llamó a su hermano a gritos y contempló el torrente de personas que avanzaba ante él. El regusto salado de su lengua se convirtió de pronto en un estremecimiento paralizante que se propagó por todo su cuerpo. Apenas capaz de sostenerse sobre sus trémulas rodillas, corrió hacia el muelle más cercano y preguntó por Nujårk a unos marineros montados en una lancha. No le entendieron. Al cabo de varios intentos, probó con «Amerika». Eso lo entendieron de inmediato, pero negaron con la cabeza. Håkan fue muelle por muelle preguntando por Amerika. Por fin, después de varios fracasos, alguien le respondió «América» y señaló un bote de remos, y a continuación un barco anclado a tres cables de la costa. Håkan se asomó al bote. Linus no estaba allí. A lo mejor ya había embarcado. Un marinero le ofreció la mano y Håkan subió a bordo.
 La ciudad a la que quieren dirigirse es para ellos un talismán abstracto: «Nujårk», Nueva York. Suponemos que el hermano mayor ha subido al barco correcto, pero Håkan ha embarcado en uno que va hacia California. Y con él, como cogidos de la mano, lo hacemos nosotros.

 Al desembarcar en San Francisco, y amparado por su ignorancia, Håkan toma la decisión de ir en busca de su hermano.
No le cabía duda de que su hermano había logrado llegar a Nueva York; Linus era demasiado listo como para perderse. Y, aunque en ningún momento habían previsto una situación como aquella, Nueva York constituía el único punto donde podrían llegar a reencontrarse, puesto que se trataba del único lugar de América cuyo nombre conocían. Todo lo que Håkan tenía que hacer era llegar hasta allí. Y, entonces, Linus lo encontraría a él.
 Aunque para ello tenga que atravesar a pie América de costa a costa.
El amanecer era un intuición, cierta aunque invisible, y Håkan corría a su encuentro, con la vista fija en el punto distante que, estaba convencido, pronto enrojecería mostrándole el camino que lo llevaría directo a su hermano. El viento intenso que soplaba a su espalda era un buen presagio; una mano alentadora que lo empujaba hacia delante al tiempo que borraba sus huellas.
 A partir de ahí, el nombre de Håkan, conocido como «el Halcón», no hará más que acrecentarse hasta convertirse en una leyenda.

 La novela del argentino Hernán Díaz nos trae ecos de Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, una novela con la que aluciné en su momento, y de la película Las aventuras de Jeremiah Johnson, aquel trampero inolvidable que protagonizó Robert Redford. También de Brokeback Mountain, el relato de Annie Proulx que filmó Ang Lee, y de la literatura gauchesca.
«Una novela increíble, emocionante. Un viaje de la inocencia a la experiencia. David Copperfield con sabor a Tarantino, a Deadwood, a Meridiano de sangre (The Guardian)
 Estoy seguro de que A lo lejos acabará adaptándose a la gran pantalla, pues contiene imágenes muy potentes y cinematográficas. Para muestra la que abre y cierra el libro. La del cierre me la reservo por motivos obvios, pero la del inicio me van a permitir que la comparta con ustedes: imaginen una blanca planicie de hielo en la que alguien ha abierto a hachazos un agujero, y dos manos y una cabeza que emergen del agua helada.
El nadador abrió los ojos y miró al frente, hacia la extensión sin horizonte. Tanto su largo cabello blanco como su barba estaban entreverados de mechones pajizos. Ninguno de sus gestos revelaba agitación alguna. Si le faltaba el aliento, el vapor de su respiración resultaba invisible sobre el fondo incoloro. Apoyó los codos y el pecho en la nieve aplastada, y volvió la cabeza.
 Alrededor de una docena de hombres impacientes y barbudos, abrigados con pieles y lonas, lo miraban desde la cubierta de la goleta atrapada en el hielo, a unos escasos treinta metros de distancia. Uno de ellos gritó algo que llegó hasta él como un murmullo ininteligible. Risas. El nadador resopló para librarse de una gota que le colgaba de la punta de la nariz. Frente a la rica y detallada realidad de esa exhalación (y de la nieve que crujía bajo sus codos y del agua que chapoteaba contra el borde del agujero), los débiles sonidos provenientes del barco parecían filtrarse desde un sueño. Ignorando los gritos amortiguados de la tripulación y sujeto aún al borde, apartó la vista del barco y miró, de nuevo, el blanco vacío. Sus manos constituían las únicas señales de vida que alcanzaba a ver.
 Salió del agujero, tomó la hachuela que había usado para romper el hielo y de pronto se detuvo, desnudo, entrecerrando los ojos ante el cielo brillante y carente de sol. Parecía un Cristo anciano y fuerte.
 Tras enjugarse la frente con el dorso de la mano, se inclinó y tomó el rifle del suelo. Solo entonces pudieron apreciarse sus colosales dimensiones, pues no resultaba fácil estimar su tamaño en aquella vacía inmensidad. El rifle no parecía más grande que una carabina de juguete en su mano y, aunque lo sujetaba por el cañón, la culata no alcanzaba el suelo. Con el rifle como referencia, la hachuela apoyada en el hombro resultó ser un hacha. Aquel hombre desnudo era todo lo grande que se puede llegar a ser sin dejar de ser humano.
 Observó las huellas que había dejado de camino a su baño helado y las siguió de regreso al barco.
 Es en ese barco, junto al fuego de una hoguera, donde Håkan comenzará a narrar su historia. Y nosotros nos aprestamos a escucharla.

 Leer cómo el protagonista no para de crecer a lo largo de su vida, me recordó a Joaquín, el personaje principal de la película española Handia. Y Linus a su hermano Martín, que sueña, al volver a casa después de haber luchado en la Primera Guerra Carlista, con viajar a América. La época, más o menos, es la misma, mediados del siglo XIX, y me pregunto cómo habría sido el viaje de aquellos dos vascos por América en 1845.



 No creo que Hernán Díaz haya visto la película, pero estoy seguro de que le gustará y de que, en ese punto, le recordará a los personajes de su novela, cuyo argumento, por supuesto, no tiene nada que ver con ella.

 Con A lo lejos, su primera novela, Hernán Díaz ha obtenido, entre otros, el Saroyan International Prize, el Cabell Award, el Prix Page America y el New American Voices Award; además de haber sido finalista de dos de los galardones más prestigiosos de las letras norteamericanas: el Premio Pulitzer y el Premio PEN / Faulkner de ficción. Un éxito, no se confundan, que viene precedido de muchos años de rechazos y puertas cerradas.

El escritor Hernán Díaz
Fotografía: Beowulf Sheehan (Diario La Nación)

 En la solapa de la novela, excelentemente traducida por Jon Bilbao, y editada con el cuidado y el tacto que Enrique Redel pone en cada uno de sus libros, se nos informa de que el autor nació en Buenos Aires y se crió en Estocolmo –ahí es donde uno comprende el porqué de la nacionalidad de sus dos protagonistas y esa querencia por los espacios blancos, salvajes y agrestes–. También de que en la actualidad trabaja en la Universidad de Columbia, que vive en Nueva York, que es autor del estudio de teoría literaria Borges, entre la historia y la eternidad, que es el editor de una revista académica dentro del Hispanic Institute de la propia universidad, y que sus cuentos y ensayos han aparecido en medios como The New York Times, Playboy, Granta y The Paris Review.

Clint Eastwood

 A Clint Eastwood le preguntaron en una ocasión por qué le gustaban los westerns. "Porque te transporta a otra época en la que un individuo podía valerse solo por sí mismo, una fantasía hoy casi imposible". Yo no me he puesto a elucubrar por qué me gusta tanto este género –quizás sea porque me retrotrae a la infancia: a las películas de indios y cowboys de los matinales, los sobres del Oeste de Montaplex, al fuerte Comansi, las cajas de Exin West y mis indios, vaqueros y federales de Famobil–, pero lo cierto es que en esta reclusión he vuelto a él. Vi dos westerns fantásticos que se estrenaron en España en 2019 y 2018 –Los hermanos Sister y The Rider– y revisité algunos clásicos como La diligencia o Centauros del desierto. En La diligencia, el maestro John Ford recoge un monólogo que me ha recordado al de esos empresarios poderosos para los que gobierna el incendiario Donald Trump (y entre los que se incluye él mismo).


 Como ven, el género no pierde actualidad.