Biblioteca bizarra & Yanira's flowers. Fotografía: Lucía Rodríguez |
Me topé con este libro en Proteo. La librería estaba recién abierta, nueve meses después del devastador incendio que sufrió/sufrimos, y después de hablar con los libreros y recorrer sus plantas, me detuve delante de los anaqueles dedicados a la literatura de viajes. Allí fue donde me encontré con ese mexicano armado hasta los dientes (en realidad, el tipo aquel de la sobrecubierta era un guardaespaldas guatemalteco captado por la cámara de la fotógrafa Jean-Marie Simon en 1981, durante la campaña electoral de Mario Sandoval Alarcón). La imagen, poderosa, actuó como un imán y me llevó a leer la sinopsis de la contraportada y a hojear sus páginas.
BIBLIOTECA BIZARRA reúne seis crónicas literarias y personales sobre la relación de Eduardo Halfon con su entorno, con su país de nacimiento, con el lenguaje, con los libros. Una dialéctica entre el oficio de ser escritor y el oficio de vivir.
En ellas encontré un relato que llevaba por título Saint-Nazaire, y enseguida aquel libro se convirtió en una necesidad. En aquella ciudad, en la décima planta de un bloque de viviendas junto al puerto, había una residencia para escritores y traductores en la que yo había soñado instalarme una vez. También había una base submarina que edificaron allí los alemanes en 1940. Sobre el techo de esa mole de hormigón corrí con mi hijo Enzo hace doce años, cuando lo llevaba a conocer a Papá Noel a Rovaniemi, en el Círculo Polar Ártico, y nos desviamos momentáneamente de la ruta para visitar la casa de Julio Verne en Nantes y contactar con los encargados de la MEET (Maison des écrivains étrangers et des traducteurs) en Saint-Nazaire, una historia que tengo recogida en No subestimes el poder de Santa Claus y que aguarda el interés de alguna editorial.
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2014/12/sos-navideno.html
Leído y releído el libro, aún me pregunto por qué Biblioteca bizarra (Editorial Jekyll & Jill, 2018) estaba en la sección de viajes. La única explicación plausible es que se hubieran basado para ello en el nomadismo de su autor, el guatemalteco Eduardo Halfon.
Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) Fotografía: Adriana Bianchedi |
El día después de cumplir diez años, y debido al caos político y social que se vivía en su país, la familia Halfon emigró a Estados Unidos, y desde entonces no ha parado de moverse. «No he pasado más de cinco o seis años en una misma casa desde que tenía diez años. Llevo toda mi vida con cajas, mudanzas y maletas. Es mi realidad, incluso ahora que tengo un hijo. Yo estoy trabajando en Nebraska y todos mis libros los tengo en cajas, ni siquiera los he sacado porque sé que en unos años me volveré a mudar», le decía el propio Halfon a Ana Mendoza en una entrevista con motivo de la publicación de Oh gueto mi amor (Páginas de Espuma, 2018). «Soy un desarraigado, pero eso es muy judío también, esa diáspora permanente, el sentido de nomadismo. Nací así, mis abuelos fueron así, me educaron así. No conozco otra realidad, yo no conozco la realidad de estabilidad, de pertenencia».
Quizás sea esa la razón, pero prefiero pensar que estaba allí para que yo lo viera, para que me fijara en él, lo leyera y les hablara a ustedes de esta maravilla de libro, de este escritor que yo desconocía.
Es un texto para los que aman los libros, leerlos, poseerlos..., y para todos esos lectores que, finalmente, después de muchas lecturas, sopesan o deciden enfrentarse a la página en blanco. Unos y otros se deleitaran con todas esas bibliotecas que conforman el primer relato, que da título al libro: la biblioteca árida, la biblioteca salvaje, la biblioteca peruana, la biblioteca felina, la biblioteca de cabecera, la biblioteca en llamas, la biblioteca ciega, la biblioteca blanca, la biblioteca sincera, la biblioteca de caoba y la biblioteca mojada. Curiosamente, no aparece ninguna biblioteca bizarra.
Una madrugada, hace algunos años, me llamó mi madre para decirme que durante la noche había muerto una tía abuela, que el entierro sería esa misma tarde, que había dejado una biblioteca personal enorme y no sabían qué hacer con tanto libro. Le ofrecí a mi madre ir a verlos de inmediato y luego darle mi opinión. Me vestí con el entusiasmo que sólo conoce un bibliófilo.
El segundo relato, Los desechables, nos mete de lleno en un acto literario al que asiste como ponente en Bogotá.
Quería hablarte antes del evento, Eduardo, me dijo, y yo tomé un trago largo de café, anticipando ya la misma agenda de siempre, las mismas preguntas de siempre. Quería contarte, continuó Andrés, que el público entero de hoy estará compuesto por habitantes de calle. Bajé despacio la taza de café. Son todos del Centro de Autocuidado Óscar Javier Molina para la rehabilitación de drogadictos, dijo. Espero que eso no te moleste. ¿Quieres decir que son indigentes?, le pregunté. Así es, dijo, pero aquí se les llama habitantes de calle. O desechables, susurró Fredy tras dar un sorbo de café. Porque ya no sirven para nada.
En el tierno Halfon, boy, el autor se dirige a su hijo Leo.
Tú sigues creciendo en el vientre, y yo sigo traduciendo a Williams (se refiere a William Carlos Williams). Pienso en ti mientras trabajo en alguno de sus cuentos o poemas de médicos, quizás porque ahí estás, en las historias que traduzco, en cada uno de esos cuentos o poemas de mujeres embarazadas, de mujeres pariendo, de niños abandonados, de bebés enfermos o moribundos o ya muertos. Ahí están tus pequeñas manos, en las palabras, como sosteniendo las palabras, como moviéndolas conmigo de una lengua a otra. The Birth. El nacimiento. Ese es el título de uno de los poemas de Williams, que en inglés empieza así: «A 40 odd year old Para 10 / Navarra / or Navatta she didn't know.» Pasé semanas perdido en esos primeros tres versos, leyéndolos y releyéndolos, investigándolos, tratando de entender o descifrar su significado. Pero fuiste tú, Leo, desde el vientre, quien finalmente me los descifró. Hace unos días nos llegó por correo postal una hoja médica con los resultados de tus exámenes, y en la parte superior de esa hoja médica descubrimos las palabras «Grávida» y «Para». Son dos términos médicos. Grávida: número de veces que una mujer ha estado embarazada. Para: número de veces que una mujer ha parido. Para 10, entonces, es el término médico que designa a una mujer que ha parido 10 veces. Tú me ayudaste a entender que el arranque del poema de Williams describe a una mujer de alrededor de 40 años que ha parido anteriormente 10 veces, y cuyo apellido era Navarra o Navatta, ella no lo sabía (un poema, como casi todos los poemas y cuentos de Williams, sobre inmigrantes pobres, humildes, ya sin nada, ni siquiera un nombre). Williams, en su autobiografía, confiesa que como escritor había sido un médico, y que como médico había sido escritor. Y yo te veo en las palabras, Leo. Te siento en las palabras. Tú aún no existes, pero en las palabras eres mi hijo.
Halfon, boy, de Eduardo Halfon. Biblioteca bizarra (Jekyll & Jill, 2018) Fotografía: Lucía Rodríguez |
Le sigue Saint-Nazaire, donde Halfon nos habla de su estancia en la residencia de escritores, de Anton Chéjov y Alexei Pleshcheev, de Ingmar Bergman y Chopin y de su abuelo polaco por parte paterna, protagonista de otro de sus libros: El boxeador polaco (Pre-Textos, 2008).
En La memoria infantil, Eduardo Halfon nos cuenta historias de su infancia «a través del prisma nebuloso de la memoria y la ficción».
Mi papá murió ahogado en el mar. Entró nadando y la marea lo abrazó fuerte y no lo dejó salir y mi papá murió ahogado en el mar. Recuerdo cuando me lo contó. Mis pies de niño metidos en las tibias olas del pacífico. Mi mano anclada a la enorme mano de mi papá. Que había muerto de niño, me dijo hacia abajo. Que había muerto a mi misma edad, me dijo hacia abajo. Que un soldado naval norteamericano, me dijo, había entrado al mar y sacado su pequeño cuerpo ya inerte y entonces, sobre la arena negra del Pacífico, le había devuelto la vida. Mi papá no dijo más. Cerca de nosotros, un viejo indígena pescaba con un hilo invisible, metido hasta la cintura en ese mar eterno, celeste y cruel. Lo recuerdo allí, perfectamente equilibrado, su torso moreno, lanzando y jalando un hilo invisible. Hoy, mi papá afirma que ese día no había ningún pescador indígena. Pero yo lo recuerdo, o quiero recordarlo, o fabrico ese recuerdo para también equilibrar algo más. Acaso la historia. Acaso la efímera y profunda desolación de un niño huérfano.
Y cierra el volumen Mejor no andar hablando demasiado, donde nos habla de su fortuita entrada al mundo literario, de escritores guatemaltecos que murieron en el exilio y de por qué él también tuvo que salir del país.
[...] Pero en Guatemala, como en otros países de Latinoamérica, la carrera es doble: Letras y Filosofía. Si uno quiere estudiar una, debe también estudiar la otra. Y eso hice. Y en pocas semanas caí enamorado de la literatura, de los libros, de la ficción. Y en menos de un año había renunciado a mi trabajo como ingeniero y estaba viviendo de mis ahorros y leyendo ficción a tiempo completo, un libro al día, como una especie de junkie de la literatura.
Después de leer Biblioteca bizarra, uno se queda con ganas de más, así que me hice con Saturno, el debut literario de Eduardo Halfon.
SUS CARTAS, PADRE, me llegaban un par de veces cada año. Yo estaba lejos en la universidad, pero usted estaba aún más lejos de mí. Al inicio, ingenuo, yo abría el sobre con una emoción contenida. Y siempre, sin falta, hallaba un papel doblado en tres. Un solo papel con el membrete de su empresa. Mal doblado, por prisa, supongo. Buscando sus palabras, padre, necesitándolas, lo desdoblaba con ansia. Y como una hoja seca hamaqueándose en la brisa, lento, el cheque caía hacia el suelo. Yo lo dejaba allí, casi olvidado a la par de mis pies, pues lo que realmente me interesaba no era su dinero, padre, sino sus palabras. Ingenuo, buscaba sus palabras. Y en medio del papel, escrito en tinta negra, encontraba yo siempre lo mismo: su nombre. Nada más. Sólo su nombre, firmado con prisa. Una palabra. Sólo una palabra. El padre es un nombre.
Quizás por eso escribo, o mejor dicho, quizás por eso necesito escribir.
Exquisitamente encuadernado, con esa faja a juego que le da aires de esquela, Saturno (Jekyll & Jill, 2017) es una nouvelle en forma de epístola a un padre muerto; un padre que en vida fue un hombre seco, severo, tiránico y despótico que ejerció un peso castrador sobre su hijo, ese hijo narrador que escribe con rencor y amargura y que, trastornado, salpica su monólogo con los ecos lejanos de ilustres literatos suicidas que escucharon voces, las mismas que él ya ha empezado a oír y que aguardan pacientemente a que actúe y cruce ese simbólico portal de entrada al más allá.
Al enterarse de la muerte de su discípulo y compatriota Mishima, el Premio Nobel de Literatura Yasunari Kawabata dijo que, para tal acontecimiento, el rezo y la meditación silenciosa eran la única respuesta apropiada. Dos años antes, frente a la Academia Sueca, había proclamado: «Por más alejado del mundo que uno pueda estar, el suicidio no es una forma de iluminación. Por muy admirable que sea, el suicida está lejos del reino de la santidad».
[...] Oriundo de Osaka, Yasunari Kawabata perdió a su padre cuando tenía dos años de edad. Describiría a sus personajes desolados, melancólicos, siempre alienados del mundo exterior. Dijo que sus obras estaban inspiradas en la poesía haikú y las escrituras budistas.
Quince meses después de la muerte de Mishima, Yasunari Kawabata llevaba casi una década sin escribir. Estaba viejo y enfermo. Una tarde le dijo a su esposa, Hideko, que volvería enseguida. Al anochecer, preocupada, ella mandó una sirvienta a buscarlo al estudio que él mantenía en un pueblo vecino. Descubrieron el cadáver de Kawabata echado en el suelo, en la entrada del baño. Una manguera de gas en su boca. Aunque él solía vestirse con el tradicional kimono japonés, decidió suicidarse en traje y corbata.
Al terminar la lectura, uno se interroga sobre si la obra es ficción, no ficción o autoficción. Sabes que el personaje es un escritor de origen judío, como el autor, y te preocupas por la salud mental del mismo (¿Habrá escuchado a los pájaros cantar en griego?, ¿estará listo para medir el abismo?), pero tras releer Biblioteca bizarra llegas a la conclusión de que Eduardo Halfon es el rey de la autoficción. Si esta obra, originalmente publicada en 2003 (la de Jekyll & Jill es una nueva edición, una iniciativa conjunta con la editorial Sophos de Guatemala), fuese de no ficción, Eduardo ya tendría que estar muerto y no publicando libros y recogiendo premios un año tras otro. Por otra parte, hay un dato que aparece en Biblioteca Bizarra y que es fundamental: Halfon estudió ingeniería industrial en la Universidad de Carolina del Norte (aunque luego también estudiará Filosofía y Letras en Guatemala), y el padre de Saturno se burlaba del trabajo literario del hijo, pues lo que él habría querido es un vástago abogado o ingeniero. Y el dato definitivo lo encontré en alguna de las páginas que leí sobre el autor: su padre está vivo, no como el de Saturno que está muerto y bien muerto.
Aparece en esta edición numerada de Saturno la sobrina nieta de James Fenimore Cooper, el autor de El último mohicano. Se llamaba Constance Fenimore Woolson, y también escribía. Sola, desolada, enferma y deprimida, se suicidó tirándose por la ventana de su apartamento en Venecia. Tenía cuarenta y tres años.
Constance Fenimore Woolson |
Poco antes de morir, Woolson dejó escrita esta bella reflexión que, como muchos de ustedes, suscribo:
«Me gustará convertirme en un pico cuando muera, ser una bella montaña púrpura, que guste por siglos a los ojos cansados y tristes de seres humanos.»
Por último, les dejo aquí el enlace a otra entrada de este blog en la que hablo de ciertos y tristes hechos acaecidos en Guatemala.
Juicio Sepur Zarco. Fotografía: Sandra Sebastián |
https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2016/03/sepur-zarco.html
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