lunes, 29 de febrero de 2016

VIAJES CON HERÓDOTO

El pasado 19 de febrero fui invitado por María Barrionuevo al Club de Lectura de la Librería Luces de Málaga. En esta ocasión no se trataba de presentar mi último libro, sino de conversar acerca de las características de la literatura de viajes, pues en torno a ella giraban las dos propuestas lectoras del mes: Viajes con Heródoto de Ryszard Kapuscinski y El antropólogo inocente de Nigel Barley.


 No voy a hablarles en esta entrada de la primera "discusión" que nos encontramos al referirnos a este tipo de literatura -sobre si la englobamos dentro del género narrativo, como un subgrupo temático más, o si le damos categoría de género literario por sí misma-. Tampoco de las características que debe tener y las formas que puede adoptar. En lugar de ello voy a dedicar este espacio a Viajes con Heródoto, un libro que me regalaron por mi cumpleaños hace ocho o nueve años y que, vaya usted a saber el porqué, no leí en su momento.
 Aprovechando la llamada de María, rescaté el libro de uno de los anaqueles de la biblioteca y me adentré en sus páginas para llegar a la cita con los deberes hechos. ¿Y qué decir? Que fue un placer acompañar a Kapuscinski por el mundo en su oficio de reportero.
[...] sólo anhelaba una cosa: cruzar la frontera, no importaba cuál ni dónde, porque no me importaba el fin, la meta, el destino, sino el mero acto, casi místico y trascendental, de cruzar la frontera.

Ryszard Kapuscinski, Nueva York 1986
Fotografía de Czeslaw Czaplinski

 La casualidad, en forma de regalo de su redactora jefe, puso en sus manos el libro de Heródoto antes de partir hacia la India, y éste ya nunca lo abandonaría en sus múltiples viajes.
Al final de aquella conversación por la que supe que partiría hacia el mundo, Tarlowska se acercó al armario, sacó de él un libro y, mientras me lo entregaba, dijo: "Un regalo de mi parte, para el viaje." Era un grueso volumen de tapa dura, forrado con tela de lino amarilla. En la portada leí, grabados en letras doradas, el nombre del autor y el título: Heródoto, Historia.
 A pesar de los dos mil quinientos años que los separan, el paralelismo entre la vida del griego y la del polaco es obvio; y si el primero dedicó su vida a viajar para recoger la historia de la humanidad, el segundo, cronista igual de curioso y de observador, cubrió una infinidad de guerras y revoluciones, describiendo sus experiencias en una serie de libros excepcionales: El Sha, Lapidarium, La guerra del fútbol, El Imperio, El emperador, Ébano, Los cínicos no sirven para este oficio, El mundo de hoyUn día más con vida o Cristo con un fusil al hombro.
En el mundo de Heródoto, el individuo es prácticamente el único depositario de la memoria. De manera que para llegar a aquello que ha sido recordado hay que llegar a él; y si vive lejos de nuestra morada, tenemos que ir a buscarlo, emprender el viaje, y cuando ya lo encontremos, sentarnos junto a él y escuchar lo que nos quiera decir, escuchar, recordar y tal vez apuntar. Así es como, a partir de una situación como ésta, nace el reportaje.

Heródoto

  Heródoto sabe que el principio se halla en la respuesta a la pregunta: ¿quién ha empezado?, y nos muestra que la venganza no sólo es ley sino el más sagrado de los deberes, que hay en ella algo inevitable e irreversible. También que la felicidad humana nunca es duradera y, sobre todo, que lo dispuesto por el destino no pueden evitarlo los dioses mismos. De la mano de Kapuscinski y del propio Heródoto, veremos cómo Ciro el Grande, Cambises, Darío o Jerjes quisieron dominar y conquistar el mundo, como más tarde lo querría Napoleón o Hitler, trasgrediendo la sabia ley griega de la moderación: "no ambicionar demasiado, nunca desearlo todo". Y qué decir de "la inflexible ley de la historia, según la cual el que se enaltezca será degradado: no seas codicioso, no pugnes por estar en primera fila, haz gala de moderación y humildad, si no, te alcanzará la fustigadora mano del Destino, que corta las cabezas de los engreídos que se encumbran".

 Las páginas del polaco también nos recuerdan, al hablar del Congo, que todos podemos ser exiliados, como esos sirios que huyen de la guerra y se encuentran bloqueados en Macedonia estos días. Y, al hacerlo de Argel, nos muestra como en esa ciudad ya se cruzaban dos de los grandes conflictos del mundo contemporáneo: entre el cristianismo y el islam, y, entre las dos corrientes que se dan en el seno del propio islam: una abierta, de diálogo y mediterránea, "y otra cerrada, nacida del sentimiento de incertidumbre e inseguridad en el mundo contemporáneo, una corriente de fundamentalistas que comprendían la defensa de la fe y de la tradición como condición de su propia existencia y de su identidad".
En Argel incluso se habla abiertamente de dos modalidades de islam: el del desierto y el del río (o del mar). El primero lo profesan y practican combativas tribus nómadas que, en medio del entorno más hostil al hombre que es el Sáhara, luchan por sobrevivir, por mantenerse a flote como sea; y el segundo, el del río (o del mar), es, por el contrario, la religión de los mercaderes, los vendedores ambulantes, los "hombres del camino" y del zoco, para los cuales la actitud abierta, el compromiso y el intercambio no son sólo una cuestión de ventajas económicas, sino una condición misma de la existencia. 
En tiempos del colonialismo, las dos corrientes se mantuvieron unidas por un enemigo común, pero después se produjo el choque.
 Durante la lectura, me sentí numerosas veces identificado con Kapuscinski. Como cualquier lector que haya viajado a la India por su cuenta, volví a sentir el choque brutal que me supuso aterrizar en Nueva Delhi, coger el desvencijado autobús del aeropuerto y apearme en el centro de la ciudad, donde, aún al alba, la gente dormía a la intemperie, cubriendo con sus escuálidos cuerpos, junto a una bolsa de plástico con sus exiguas pertenencias, el asfalto y las aceras. Y por si la visión no fuese lo suficientemente dantesca, tuve que ver como una pequeña cuadrilla de operarios se movía, aquí y allá, retirando del suelo a los que, a esa hora, ya eran cadáveres. Imposible no preguntarte ¿qué hago yo aquí? a cada momento durante los primeros días. ¿Y qué decir de la incertidumbre de cruzarte con algún uniformado en África o del placer de residir por unos días en la isla de Goreé? Como el polaco, viajaba cargado de libros, entre ellos ejemplares de León el Africano, Samarcanda, La Roca de Tanios o Los Jardines de la Luz, del franco-libanés Amin Maalouf, los cuales me permitían cruzar la frontera en el tiempo.
Tengo un asiento junto a la ventanilla, pero como la vista desde el autobús es siempre la misma, al cabo de varias horas de viaje saco de la bolsa a Heródoto y retomo mi lectura sobre los escitas.
 ¿Por qué Grecia (es decir, Europa) está en guerra con Persia (es decir, Asia), por qué estos dos mundos -occidente y oriente- luchan el uno contra el otro?, se preguntaba el de Halicarnaso. ¿Será así siempre?, nos preguntábamos en la reunión del club de lectura. También si con su muerte, en enero de 2007, como con la de Enrique Meneses y Manu Leguineche, no habría muerto una forma de hacer periodismo. Seguramente. Más en estos tiempos tan tecnológicos. Pero estoy seguro de que los tres son un acicate para todos esos corresponsales y reporteros que pululan por el mundo y que aman su oficio. También para los que sueñan con hacerlo.
En aquella época, sin embargo, dejé de seguir por un tiempo los avatares de los personajes y las guerras descritos por Heródoto para centrarme en su taller. ¿Cómo trabaja?, ¿qué le interesa?, ¿cómo se dirige a la gente?, ¿por qué cosas pregunta a sus interlocutores?, ¿cómo escucha lo que le dicen?: eso es lo que más me interesaba, ya que por aquel entonces todo mi empeño iba dirigido a conocer el arte de escribir reportajes, y la maestría del griego en este ámbito se me antojaba una ayuda tan útil como valiosa. Heródoto ante las personas a las que encuentra: he aquí lo que me intrigaba puesto que todo aquello que escribimos en los reportajes proviene de la gente, de esas personas, y la relación yo-él, yo-los otros, su naturaleza y su temperatura incidirán más tarde en el valor del texto. Dependemos de la gente, y por eso el reportaje tal vez sea el género de escritura más colectivo.

Enrique Meneses y Manu Leguineche
Oxígeno para vivir, documental de Georgina Cisquella

Nota: Pueden ver el fragmento en el que Meneses y Leguineche charlan sobre periodismo en Oxígeno para vivir, magnífico documental de Georgina Cisquella emitido en la 2 de TVE. http://www.rtve.es/alacarta/videos/el-documental/enrique-meneses-manu-leguineche-charlan-sobre-periodismo-oxigeno-para-vivir/2337354/


"Tomad nota -parece decir Heródoto-: un insignificante grupo de pequeños estados griegos ha vencido a la gran potencia oriental sólo porque los griegos se sabían libres, y por esa libertad estaban dispuestos a darlo todo".


Posdata: Esta entrada se escribió entre el 29 de febrero y el 1 de marzo, pero como me llama la atención eso del año bisiesto, he querido ponerle fecha de ayer. Los textos de Viajes con Heródoto pertenecen a la 5ª edición (febrero 2007) de la editorial Anagrama, con traducción del polaco de Agata Orzeszek. Viajé a India en el verano de 1994. Espero que la cosa haya cambiado.

https://ubasakura.wordpress.com/2016/01/26/club-de-lectura-febrero-literatura-de-viajes/

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