lunes, 21 de julio de 2025

BUCK JONES, DE ALBERTO BRECCIA


Buck Jones, de Alberto Breccia, primer número de la colección Gran Oeste
Laramie Ediciones. Fotografía: Pedro Delgado

Ya se ha publicado el primer número de la colección Gran Oeste, el prometido y esperado proyecto de Laramie Ediciones que recuperará las mejores historias editadas por la mítica editorial inglesa Fleetway. Y como me comentó Alberto Simón, nuestro hombre de Laramie, nadie mejor para inaugurarla que el historietista Alberto Breccia (1919, Motevideo - 1993, Buenos Aires).

Alberto Breccia en su estudio (alrededor del año 1954)

 La primera entrega rescata tres historias del maestro uruguayo con el sheriff Buck Jones como protagonista.

 En la primera, Buck Jones y la caza al apache, el robo de unos caballos en una reserva desencadenará un levantamiento indígena que, tras no pocas peripecias, vendrá a apaciguar el sheriff Buck Jones.

Colección Gran Oeste nº1: Buck Jones, de Alberto Breccia
Laramie Ediciones. Fotografía: Lucía Rodríguez

 En la segunda, Tierra sin ley, Buck Jones tratará de dar con el asesino de su ayudante y resolver de paso un caso de tráfico ilegal de ganado.

Tierra sin ley, una nueva aventura de Buck Jones, de Alberto Breccia
Laramie Ediciones. Fotografía: Lucía Rodríguez

 En el tercero, Asesino, el sheriff de Alkali City tratará de atrapar a su amigo Matt Tyler, sobre el que pesa un cargo de asesinato, antes de que lo haga un insidioso cazarrecompensas.

Buck Jones, de Alberto Breccia (Colección Gran Oeste)
Laramie Ediciones. Fotografía: Lucía Rodríguez

 Como se cuenta en uno de los textos introductorios al cómic, el personaje de Buck Jones coge su nombre de un célebre actor estadounidense de western.

Buck Jones en la década de 1930
Fotografía: Colección Everett

 Nacido como Charles Frederick Gebhart (Vincennes, Indiana, 1891 - Boston, Massachusetts, 1942), el que fuera vaquero en la vida real en un rancho de Oklahoma, se hizo famoso en el mundo del cine bajo el nombre artístico de Buck Jones, llegando a intervenir en más de 160 películas –al inicio como especialista y doble, y pronto como actor principal–.

Pese a que falleció con apenas 50 años, la figura de Buck Jones trascendió el cine: en los años 50 y 60, su imagen y sus aventuras inspiraron cómics publicados por la editorial inglesa Fleetway, que incluían relatos de acción y aventuras basados en su personaje cinematográfico, dirigidos principalmente a jóvenes lectores británicos fascinados por el Salvaje Oeste.

 Sin embargo, por azar –el mismo día que terminaba de leer el cómic echaban en Canal Sur la película Los rurales de Texas (Primo Zeglio, 1964– encontré un mayor parecido entre el sargento de los Texas Rangers Robert Logan –interpretado por el actor George Martin– y el Buck Jones de Alberto Breccia. No sólo en su aspecto físico, sino también en su indumentaria.

A la dcha. George Martin en el papel del Texas Ranger Sgt. Matt Logan
Los rurales de Texas (Two Violent Men, Primo Zeglio, 1964)

 Para mayor coincidencia, la sinopsis del film tiene cierta semejanza con la última de las historias recopiladas en este primer número de la colección.

Laramie Ediciones

 Los que me conocen saben que soy un rendido admirador de Hugo Pratt, así que no quiero dejar pasar la ocasión de anotarles unos apuntes sobre la relación de éste con Alberto Breccia.

 El primero, que ambos fueron profesores en la Escuela Panamericana de Arte que dirigía Enrique Lipszyc en Argentina.

No sólo dibujaba: hacia 1957 di clases de dibujo en la Escuela Panamericana de Arte, que había fundado mi amigo Enrique Lipszyc y su hermano David, [...]. Enrique hacía creer a sus alumnos que sus dibujos eran corregidos por Alex Raymond, el dibujante norteamericano de Flash Gordon. Evidentemente, cuando en 1956 Raymond se mató en un accidente de coche, eso dejó de ser posible. Así que empece a dar algunas clases, como también mi colega Alberto Breccia. Algunos de aquellos alumnos, como José Muñoz o Walter Fahrer, acabaron triunfando en el mundo de la historieta.
Hugo Pratt, El deseo de ser inútil

Profesorado de la Escuela Panamericana de Arte

Folleto de la Escuela Panamericana de Arte

 El segundo, que sus relaciones eran muy amistosas, aunque una vez Hugo, viendo el final de su historia Vito nervio –una especie de James Bond argentino–, le dijera: «Vos sos una puta barata, porque estás haciendo mierda, pudiendo hacer algo mejor». Un tiempo después Hugo lo telefoneó para felicitarlo por sus dibujos en Sherlock Time –un detective y viajero interestelar–, y Alberto le dijo que, aunque al principio se enfadó, él había tenido razón al hablarle de aquella manera y que le había servido para espolearle y llevar su trabajo a un nivel estilísticamente superior.

 El tercero, que Alberto Breccia fue uno de los tantos dibujantes que continuó la serie bélica Ernie Pike, creada por Hugo Pratt y Oesterheld.

Ernie Pike dibujado por Alberto Breccia (Ivaldi Editore)
Fotografía: A la sombra de Corto (Confluencias Editorial)

 Y el cuarto, que Hugo Pratt también trabajó para la agencia o editorial británica Fleetway, en este caso dibujando historias de guerra con guionistas británicos y algún americano –aparecieron en la revista War Picture Library–. La primera la hizo desde Argentina, pero luego se trasladó a Londres y dibujó allí desde el otoño de 1959 al de 1960.

Tampoco es que me fuera a Londres completamente a la aventura. Los hermanos D'Ami, viejos amigos que habían trabajado conmigo en Venecia en As de picas, llevaban una agencia de dibujantes que surtía a la Fleetway Publications, el grupo del Daily Mirror. El gran jefe de este periódico, Hugh Cudlipp, era todo un personaje. [...] Cuando llegue de Argentina me lo presentaron. Estaba fumándose un enorme habano, y me ofreció uno. Le respondí: "Aún no doy la talla para fumar ese tipo de cigarros; por el momento, preferiría un aumento de sueldo". Entonces miró al tipo que nos había presentado y le dijo: "Buena respuesta. Doblen el sueldo de Pratt".
Hugo Pratt, El deseo de ser inútil

 El propio Hugo fue quien recomendó a Alberto Breccia para la Fleetway a principios de la década de los 60, y sus historietas de vaqueros aparecieron en la Cowboy Picture Library durante un periodo de dos o tres años.

Para Alberto Breccia aquel era un trabajo de encargo, cuya principal virtud era la de estar bien pagado comparativamente. Dicha oportunidad le llega en 1960 de la mano de Hugo Pratt que fue quien le puso en comunicación con el estudio milanés que gestionaban los hermanos Piero y Roy D'Ami. Eurostudio formaba parte, junto a otros varios como la catalana Bardon Art, de las agencias que proveían de dibujantes a la editorial británica para sus publicaciones populares, a las que durante mucho tiempo se las llegó a denominar "novelas gráficas", mucho tiempo antes de que ese término tomase otro significado muy distinto.
Norman Fernández, prólogo Buck Jones

 Aunque en sus tebeos del Salvaje Oeste no esté el mejor Breccia de todos, encorsetado por los guiones que le entregaban y porque su arte siempre estuvo en evolución, ya podemos apreciar su talento y sus señas de identidad. En palabras de Norman Fernández, el autor del prólogo de Buck Jones, «la elección de los encuadres para dinamizar las secuencias de acción, la expresividad que confiere a los rostros de los personajes, la cuidada ambientación en la que introducía texturas poco convencionales o su magistral utilización de la iluminación son algunos de los elementos a destacar en las páginas de» este cómic, un material muy complicado de rescatar –desde aquí alabamos el esfuerzo de Laramie Ediciones– debido a la «demencial costumbre que tenía la editorial británica de destruir los originales tras su reproducción».

Viñeta del western Buck Jones y la caza al apache, de Breccia
Laramie Ediciones. Fotografía: Pedro Delgado

Viñeta del western Buck Jones y la caza al apache, de Alberto Breccia
Laramie Ediciones. Fotografía: Pedro Delgado

Páginas 84 y 85 del western Tierra sin ley, de Alberto Breccia
Laramie Ediciones. Fotografía: Lucía Rodríguez 

Viñeta del western Tierra sin ley, de Alberto Breccia
Laramie Ediciones. Fotografía: Pedro Delgado

Viñeta del western Asesino, de Alberto Breccia
Laramie Ediciones. Fotografía: Pedro Delgado

Páginas 158 y 159 de Buck Jones, de Alberto Breccia
Laramie Ediciones. Fotografía: Lucía Rodríguez

Viñeta del western Asesino, de Alberto Breccia
Colección Gran Oeste (Laramie Ediciones). Fotografía: P. D

Viñeta del western Asesino, de Alberto Breccia
Laramie Ediciones. Fotografía: Pedro Delgado

 Y para terminar, un comentario muy de western relacionado con la primera de las historias, y que les puedo apuntar gracias a mi lectura de Butcher's Crossing, de John Williams. En la página 29, Buck Jones le dice a Virgil Salt que lo hacía cazando bisontes en Kansas, y éste le dice que allí solamente quedan sus huesos. «Algunos cazadores se quedaron en Kansas recogiendo huesos... ¡Yo no lo habría hecho ni loco!», le dice.

Páginas 28 y 29 de Buck Jones (encuentro con el cazador de bisontes)
Laramie Ediciones. Fotografía: Lucía Rodríguez

 Algunos lo sabrán, pero para los que no, les diré que esos huesos eran utilizados por los colonos, una vez molidos, como fertilizante para enriquecer el suelo y mejorar la productividad de sus cultivos.

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2025/06/butchers-crossing.html

Nota: La traducción de la presente edición de Buck Jones para Laramie es de Luis Domínguez, y el coordinador de la colección Gran Oeste es Aitor Marcet, autor a su vez del único libro de Laramie que no tiene nada que ver con el western: ¡Combate! Artistas españoles en la edad dorada del cómic bélico británico, un ensayo ilustrado que no he tenido el gusto de leer, pero que nada más que por el título ya les recomiendo.

Laramie Ediciones

¡Saludos desde la frontera!

martes, 8 de julio de 2025

INCREÍBLE, PERO CIERTO.


Increíble, pero cierto de Piro Milkani (La Tortuga Búlgara Ediciones, 2025)
Fotografía: Pedro Delgado

No sé si fue una señal, ni de qué tipo, pero el mismo día que falleció el cineasta Piro Milkani recibí en el buzón su autobiografía. Me la mandaba muy atentamente María Roces González, encargada de la traducción del albanés. Me enteré del deceso a la noche siguiente, cuando miré en internet si el autor aún vivía y, por una de esas sincronías que se dan en la vida, vi que había muerto el día anterior, a los 86 años, a consecuencia de un ictus. Así que esta entrada, además de ser una reseña de su última obra literaria, que me parece una delicia, es un homenaje a su persona, a uno de los pioneros y fundadores de la cinematografía albanesa.

Piro Milkani en el 43 festival de Karlovy Vary
Fotografía: Petr Novák, wikipedia

 Piro Milkani (Korça, 5 de enero de 1939 - Tirana, 24 de  mayo de 2025) estaba harto de que, al contar historias y anécdotas de su vida, sus amigos le preguntaran por qué no las escribía. Sin embargo, dudaba de la conveniencia de ello, más después de haber visto la maestría narrativa del director de cine Miloš Forman (Alguien voló sobre el nido del cuco, Amadeus), del que había traducido del checo al albanés su autobiografía: De Časlav a Hollywood.

Biografía de Miloš Forman
Fotografía: ShtepiaeLibrit.com

 Finalmente, al borde de los ochenta años y animado por las palabras del escritor Gabriel García Márquez que decía aquello de «la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla», Piro Milkani se decidió a legarnos sus recuerdos. Y aunque las vidas suceden de manera cronológica, Milkani recoge la suya de manera desordenada, expurgando además los hechos para quedarse sabiamente con los acontecimientos más llamativos, que son expuestos de manera amena, concisa y emotiva. Muchos de ellos demuestran que a Piro lo tuvo en gracia el destino.

El profesor Hrdlička y una muerte inesperada
Cuando pienso en mi propia vida, he de admitir que el destino me ha ayudado enormemente. Gocé del privilegio de poder estudiar en una facultad mágica, que ni en sueños habría podido concebir mejor. Para poder estudiar cinematografía en una ciudad centroeuropea, etiquetada además como la Ciudad Dorada, has de haber nacido bienafortunado. Creo que se entenderá que me estoy refiriendo a... la Dorada Praga, capital de la Checoslovaquia de entonces (y actualmente República Checa o Chequia).
 Cierto que en un año académico cursábamos más de veinte asignaturas, pero no eran en absoluto comparables con la de anatomía de los estudiantes de medicina, con la óptica geométrica de los de ingeniería, ni con las complicadas fórmulas de los que estudiaban geología. Nosotros debíamos dar historia del arte, historia del cine checo y mundial, algo sobre la Poética de Aristóteles y, sobre todo, veíamos un montón de películas, posiblemente tres o cuatro diarias.
 Ahora bien, como yo era estudiante de la especialidad de cámara, teníamos una extraña asignatura, que cursaban también los alumnos de ingeniería: óptica física y geométrica.
 El mismo profesor que impartía la materia en ingeniería, nos la enseñaba también a nosotros, el imponente y pedante profesor Hrdlička. Un hombre de cuerpo y rostro enjutos. Un hombre que jamás sonreía y que además gastaba la tos seca y crónica de los que fuman sin parar. Y realmente lo hacía. No contábamos con libro de texto para la asignatura, sino con unos apuntes fotocopiados, cuya autoría correspondía al propio profesor Hrdlička. [...]
 Teníamos dos horas de clase a la semana con ese profesor y raramente faltábamos a clase. Pero para nosotros eran la asignatura y la clase más aburridas. En fin, fueron pasando con celeridad los meses y llegó la época de exámenes.
 –El próximo jueves a las diez de la mañana, en esta misma aula, estad preparados para el examen final de curso –nos dijo el profesor al terminar la clase.
 Nos tomamos el anuncio a la ligera y preparamos el examen a toda prisa. La sorpresa se produjo al darnos los resultados, cuando el profesor Hrdlička nos informó de que ninguno de nosotros había aprobado. Éramos doce alumnos en clase, diez checos y dos albaneses.
 –El próximo jueves, examen de nuevo –nos dijo el profesor.
 Nos metimos más a fondo en la materia, pero las fórmulas y los bocetos de las lentes ópticas nos resultaban tan enmarañados como los jeroglíficos chinos.
 Y ocurrió lo esperado. Ninguno de nosotros superó el examen, de modo que, al día siguiente, el profesor Bouček, decano de la facultad y colega de Hrdlička, nos comunicó, rayando la aflicción, la decisión del señor Hrdlička: «Quien no apruebe el jueves próximo, repetirá curso». Los checos podrían hacerlo, pero para Saim [Kokona] y para mí significaría el adiós a la facultad de Praga. Conocíamos la regla no escrita de nuestra embajada: «Quien suspenda, hará bien en embalar sus cosas y volver a Albania».
 Nunca olvidaré aquellos días. Estudio de la mañana a la noche. Café a medianoche para mantenerse despierto y primeros intentos de fumar un cigarrillo. En definitiva, una verdadera tortura.
 Nadie se imaginó que aquel martes, calificado por tantos y tantos pueblos como día funesto, nos proporcionaría tanta «alegría». Aquella tarde nos informaron de que el profesor Hrdlička había pasado a mejor vida. ¡Oh, Dios, que vergüenza! Nos alegramos de su muerte.
 El jueves, en vez de al examen, asistimos al entierro del profesor. Nos costaba trabajo mostrarnos afligidos.
 Dos semanas después nos examinó la adjunta del profesor. Ni que decir tiene que aprobamos el examen con buenas notas. De modo que yo permanecería en Praga unos años más.
 Era el mes de junio de 1956.

 Piro Milkani estudió en la FAMU, la Escuela de Cine y Televisión de la Academia de Artes Escénicas de Praga, una de las escuelas de cine más antiguas y prestigiosas del mundo, fundada en 1946.

Escuela de Cine y Televisión de la Academia de Artes Escénicas de Praga
Fotografía: Wikimedia

 Ingresó en ella gracias a una beca, tras acabar sus estudios de secundaria en Korça. A la hora de conseguir dicha beca para estudiar en el extranjero, también fue tocado por la varita del destino. Resulta que Piro Milkani tenía a un amigo de la infancia, Viktor Gjika, estudiando dirección cinematográfica en el Instituto Pansoviético de Cinematografía de Moscú (VGIK), y desde allí recibía cartas en las que este le hablaba de lo maravilloso que era acudir cada día a las clases, así que cuando le preguntaron qué deseaba estudiar en la enseñanza superior, Piro fantaseó con estudiar cinematografía con su amigo Viktor. En un principio, ninguna de las dos becas que concedió Checoslovaquia para cursar estudios de operador cinematográfico (camarógrafo) en Praga tenía su nombre. Se la habían concedido al pintor, y posteriormente director de fotografía, Saim Kokona, y al escultor Mithat Fagu. Sin embargo, Mithat renunció a ella unas semanas más tarde. «–Si fuera a Moscú, pues bueno, pero a Checoslovaquia ni se me ha pasado por la cabeza. Además, si fuera a Moscú querría estudiar para ser director y no para ser operador cinematográfico– les dijo Mithat y se marchó».

«¡Vaya desastre! –dijeron los del ministerio–. Tenemos una beca y el hijo de perra la rehúsa. ¿Qué haremos?». Volvieron a revisar una vez más los cuatrocientos y pico formularios de todos los graduados de Albania y: ¡eureka! Lo encontraron. Un tal Piro Milkani de Korça había solicitado estudiar cinematografía. «Es muy joven, aún no tiene ni diecisiete años, pero sus notas son todas de sobresaliente. ¡Qué sea para bien! Que vaya Piro en vez de Mithat». De este misterio me enteré en Praga, me lo contó Saim, que se convirtió en mi mejor amigo. Nieto de los Kallfa, los conocidos fotógrafos de los Estudios Kallfa de Tirana, le habían enseñado a fotografiar y, sobre todo, a retocar las fotografías de los clientes para que salieran más favorecidos de lo que en realidad eran. Fue él quien me enseñó el abecé de la fotografía antes de que lo hicieran mis profesores checos. Tras graduarse, Mithat tuvo que cumplir el servicio militar obligatorio. Yo a Praga y él al cuartel. Tras licenciarse en 1959, lo enviaron a Moscú a estudiar dirección cinematográfica, tal como había deseado. Debió de tener un poderoso mentor. Pero ni su mentor ni el propio Mithat podían prever que en 1961, los miles de estudiantes albaneses que regresaron a casa por vacaciones, no volverían nunca más a Europa. Había comenzado una «nueva amistad». Con la China de Mao Zedong.

Piro Milkani en 1º de la facultad de Cine
Fotografía: Edición checa del libro

 La ruptura con Rusia del presidente Enver Hoxha, que gobernaba el país con mano de hierro, trajo a Piro Milkani de vuelta a casa en julio de 1961. Allí, el que ya era uno de los primeros camarógrafos del cine albanés, terminaría por convertirse después en director y guionista, con treinta y seis películas en su haber. Entre ellas, Victoria rotunda sobre la muerte, La boda, La señora de la ciudad, Frente a frente, Roja palabra de honor, El militante, La primavera no llegó sola o La tristeza de la señora Scheneider.

Trailer de Victoria rotunda sobre la muerte, de Piro Milkani y G. Erebara (1967)

La tristeza de la señora Schneider
Dirigida por Piro Milkani

 También tendría tiempo de actuar en las películas de otros directores, entre ellas en la italiana Lamerica que tanto me impresionó cuando la vi en el cine Albéniz en el marco del Festival de Cine Italiano de Málaga.

Cartel de la película Lamerica
Dirigida por Gianni Amelio

 Entre todos esos breves apuntes de una vida que recogen las páginas de Increíble, pero cierto (La Tortuga Búlgara Ediciones, 2025) no podían faltar sus encuentros con algunos nombres ilustres: políticos, como Václav Havel; escritores, como Ismaíl Kadaré y Jiri Mucha; actores, como Bekim Fehmiu «el Marlon Brando albanés», Emma Černá y Faruk Begolli «el Alain Delon de los Balcanes»; o compañeros de profesión, como el italiano Michelangelo Antonioni, el yugoslavo Aleksandar Petrović y la china Xiao Jiang.

Bekim Fehmiu, Emma Černá y Faruk Begolli

 Y para mi asombro, hay un episodio en el que aparece el Korab, la montaña más alta de Albania a cuya cima ascendí cuando recorrí el país en el verano de 2017. Como Josef M., el juez coleccionista que aparece en ese texto, yo también pude vivenciar la hospitalidad de los aldeanos que me alojaron en sus casas y me dieron de comer sin cobrarme nada.

El juez coleccionista
En mis primeros años de embajador en Praga, los checos que querían visitar Albania necesitan un visado, e igualmente en sentido recíproco. A finales de junio de 1999 se presentó en la embajada un hombre de mediana edad. Lo recibí en mi despacho. Me dijo que se llamaba Josef M. y que era un juez de Pilsen. Deseaba visitar Albania, pues había estado en casi todos los países de los Balcanes, salvo en Albania. Quería llegarse al monte Korab.
 –Pero ¿por qué el Korab? Albania está llena de picos y montes tan bonitos como el Korab. Por ejemplo, yo le recomendaría el Tomor. ¿Qué dice?
 –¡No, no! El Korab.
 –Pero ¿por qué precisamente ese, es usted alpinista?
 –No, no lo soy, pero quiero subir al Korab porque lo vislumbré cuando visité años atrás Kosova y me dije: «Un día subiré a ese monte».
 –Entonces, escúcheme. Sabe usted que acaba de finalizar la guerra por la liberación de Kosova. El Korab está en la frontera kosovar y quizá la zona aún se encuentre minada por el ejército serbio. Vamos, que hay peligro para quienes no conozcan la zona.
 –Yo solo quiero subir al Korab. Si no es posible, no me dé el visado. Pero no puedo engañarle. Quiero subir allí.
 Me lo pensé. ¿Qué hacer?
 –¿Qué itinerario ha elegido para llegar hasta allí?
 –Viajaré vía terrestre a través de Hungría y Eslovenia hasta Montenegro. Después tomaré un autobús que me lleve a Shkodra.
 –¡Hagamos un trato entonces! Le daré el visado y un número de teléfono. En Shkodra tengo un gran amigo. Es director teatral y se llama Serafin Franko, y estudió en su momento conmigo en Praga. Solo estuvo aquí dos años, pues en 1961, a causa de la ruptura de relaciones entre nuestros dos países, no pudo terminar sus estudios aquí y los finalizó en Tirana. Pero habla muy bien checo. Se verán y en el caso de que le diga que puede ir hasta el Korab, yo estaré de acuerdo. ¿Qué dice?
 –Totalmente de acuerdo.
 Diez minutos después le entregué su pasaporte con el visado albanés y una nota con el nombre y el número de teléfono fijo de Serafin. Al separarnos le pedí que, a su regreso, si le fuera posible se pasara de nuevo por la embajada, para que me contara su «aventura». Y prometió hacerlo.
 Mantuvo su palabra. Quince días después Josef M. se presentó en la embajada. Y me contó:
 [...]

 Les animo a leer en el libro qué le contó Josef M. a Piro y a subir a esa bella montaña que, con sus 2.764 metros de altura, constituye el punto más elevado de Albania.

Pedro Delgado en la cima del Korab, la montaña más alta de Albania
Agosto, 2017

martes, 1 de julio de 2025

'SIRÂT', QUE NO SE LA JODAN


Cartel de la película Sirât, del director Oliver Laxe

Fui a ver Sirât al cine Albéniz de Málaga el día 14 de junio, al iniciar su segunda semana en cartelera –ya va por la cuarta–, con la garantía que me dan los nombres de Oliver Laxe y Santiago Fillol, director y guionistas de un film que unos días antes había promocionado con gracia su actor principal, Sergi López, en La Revuelta. Y atraído también por el plus de saber que la trama se desarrollaba en Marruecos –aunque algunas escenas estén rodadas en Teruel–.

  Me senté en la sala sabiendo la sinopsis de la película: «Un hombre y su hijo pequeño llegan a una rave perdida en medio de las montañas del sur de Marruecos. Buscan a Mar, su hija y hermana, desaparecida hace meses en una de esas fiestas sin amanecer. Reparten su foto una y otra vez rodeados de música electrónica y un tipo de libertad que desconocen. Allí deciden seguir a un grupo de raveros en la búsqueda de una última fiesta que se celebrará en el desierto, donde esperan encontrar a la joven desaparecida». También sabía, porque lo había dicho Sergi López en la televisión, que ocurriría algo a mitad de metraje que cambiaría la película por completo.

 Así que, durante la primera parte, sumido en la oscuridad del cine, me dejé llevar por la rave que Oliver nos había preparado, hipnotizado por el baile y la música del francés David Letellier –conocido como Kangding Ray–, figurándome en el lugar de ese padre desesperado y desvalido al que acompaña su hijo y su perra, conduciendo su furgoneta, a pesar de no tener yo carnet, por pistas de arena y de montaña, en ese road movie por rutas escasamente transitadas. Porque Sirât es un viajazo, físico y psíquico. Una aventura al reverso oscuro de la vida, una cita con la fatalidad que nos reservó el destino. El maktub, lo que está escrito y no se puede cambiar.

Padre e hijo, interpretados por Sergi López y Bruno Núñez
Fotografía: BTean Pictures

 Llegados a este punto, les diré que, si aún no la han visto, corran a verla antes de que alguien se la joda. Por que hay dos momentos en la película en los que Oliver Laxe nos conmociona, nos coge por las solapas, nos sacude y nos noquea. Si algún amigo les desveló esos momentos, no es un amigo. Táchenlo de la lista, porque le habrán matado la película y le habrán privado de dos de los momentos más sorprendentes y estremecedores del cine de los últimos años. No diré más, salvo que Sirât significa en árabe camino o sendero, y hace referencia al puente que se debe cruzar el Día de la Resurrección para llegar al Paraíso. Un puente sobre el infierno, más delgado que un cabello y más afilado que una espada.

 Salí del Albéniz como se sale de algunas novelas o relatos de Paul Bowles, turbado, y durante el trayecto en moto a casa no dejé de lamentar que no se me hubiera ocurrido a mí escribir esa historia antes. Seguramente, Paul Bowles habría pensado lo mismo.

 Os dejo aquí el trailer y, para los que ya hayáis visto la película, un par de vídeos en los que Oliver Laxe analiza algunas escenas del film y donde Oliver y Sergi López son entrevistados por la cadena Ser tras obtener el Premio del Jurado en el pasado festival de Cine de Cannes.




 ¡Véanla en pantalla grande! No se van a arrepentir. Y cuando salgan, no se la vayan a joder a nadie.