martes, 8 de julio de 2025

INCREÍBLE, PERO CIERTO.


Increíble, pero cierto de Piro Milkani (La Tortuga Búlgara Ediciones, 2025)
Fotografía: Pedro Delgado

No sé si fue una señal, ni de qué tipo, pero el mismo día que falleció el cineasta Piro Milkani recibí en el buzón su autobiografía. Me la mandaba muy atentamente María Roces González, encargada de la traducción del albanés. Me enteré del deceso a la noche siguiente, cuando miré en internet si el autor aún vivía y, por una de esas sincronías que se dan en la vida, vi que había muerto el día anterior, a los 86 años, a consecuencia de un ictus. Así que esta entrada, además de ser una reseña de su última obra literaria, que me parece una delicia, es un homenaje a su persona, a uno de los pioneros y fundadores de la cinematografía albanesa.

Piro Milkani en el 43 festival de Karlovy Vary
Fotografía: Petr Novák, wikipedia

 Piro Milkani (Korça, 5 de enero de 1939 - Tirana, 24 de  mayo de 2025) estaba harto de que, al contar historias y anécdotas de su vida, sus amigos le preguntaran por qué no las escribía. Sin embargo, dudaba de la conveniencia de ello, más después de haber visto la maestría narrativa del director de cine Miloš Forman (Alguien voló sobre el nido del cuco, Amadeus), del que había traducido del checo al albanés su autobiografía: De Časlav a Hollywood.

Biografía de Miloš Forman
Fotografía: ShtepiaeLibrit.com

 Finalmente, al borde de los ochenta años y animado por las palabras del escritor Gabriel García Márquez que decía aquello de «la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla», Piro Milkani se decidió a legarnos sus recuerdos. Y aunque las vidas suceden de manera cronológica, Milkani recoge la suya de manera desordenada, expurgando además los hechos para quedarse sabiamente con los acontecimientos más llamativos, que son expuestos de manera amena, concisa y emotiva. Muchos de ellos demuestran que a Piro lo tuvo en gracia el destino.

El profesor Hrdlička y una muerte inesperada
Cuando pienso en mi propia vida, he de admitir que el destino me ha ayudado enormemente. Gocé del privilegio de poder estudiar en una facultad mágica, que ni en sueños habría podido concebir mejor. Para poder estudiar cinematografía en una ciudad centroeuropea, etiquetada además como la Ciudad Dorada, has de haber nacido bienafortunado. Creo que se entenderá que me estoy refiriendo a... la Dorada Praga, capital de la Checoslovaquia de entonces (y actualmente República Checa o Chequia).
 Cierto que en un año académico cursábamos más de veinte asignaturas, pero no eran en absoluto comparables con la de anatomía de los estudiantes de medicina, con la óptica geométrica de los de ingeniería, ni con las complicadas fórmulas de los que estudiaban geología. Nosotros debíamos dar historia del arte, historia del cine checo y mundial, algo sobre la Poética de Aristóteles y, sobre todo, veíamos un montón de películas, posiblemente tres o cuatro diarias.
 Ahora bien, como yo era estudiante de la especialidad de cámara, teníamos una extraña asignatura, que cursaban también los alumnos de ingeniería: óptica física y geométrica.
 El mismo profesor que impartía la materia en ingeniería, nos la enseñaba también a nosotros, el imponente y pedante profesor Hrdlička. Un hombre de cuerpo y rostro enjutos. Un hombre que jamás sonreía y que además gastaba la tos seca y crónica de los que fuman sin parar. Y realmente lo hacía. No contábamos con libro de texto para la asignatura, sino con unos apuntes fotocopiados, cuya autoría correspondía al propio profesor Hrdlička. [...]
 Teníamos dos horas de clase a la semana con ese profesor y raramente faltábamos a clase. Pero para nosotros eran la asignatura y la clase más aburridas. En fin, fueron pasando con celeridad los meses y llegó la época de exámenes.
 –El próximo jueves a las diez de la mañana, en esta misma aula, estad preparados para el examen final de curso –nos dijo el profesor al terminar la clase.
 Nos tomamos el anuncio a la ligera y preparamos el examen a toda prisa. La sorpresa se produjo al darnos los resultados, cuando el profesor Hrdlička nos informó de que ninguno de nosotros había aprobado. Éramos doce alumnos en clase, diez checos y dos albaneses.
 –El próximo jueves, examen de nuevo –nos dijo el profesor.
 Nos metimos más a fondo en la materia, pero las fórmulas y los bocetos de las lentes ópticas nos resultaban tan enmarañados como los jeroglíficos chinos.
 Y ocurrió lo esperado. Ninguno de nosotros superó el examen, de modo que, al día siguiente, el profesor Bouček, decano de la facultad y colega de Hrdlička, nos comunicó, rayando la aflicción, la decisión del señor Hrdlička: «Quien no apruebe el jueves próximo, repetirá curso». Los checos podrían hacerlo, pero para Saim [Kokona] y para mí significaría el adiós a la facultad de Praga. Conocíamos la regla no escrita de nuestra embajada: «Quien suspenda, hará bien en embalar sus cosas y volver a Albania».
 Nunca olvidaré aquellos días. Estudio de la mañana a la noche. Café a medianoche para mantenerse despierto y primeros intentos de fumar un cigarrillo. En definitiva, una verdadera tortura.
 Nadie se imaginó que aquel martes, calificado por tantos y tantos pueblos como día funesto, nos proporcionaría tanta «alegría». Aquella tarde nos informaron de que el profesor Hrdlička había pasado a mejor vida. ¡Oh, Dios, que vergüenza! Nos alegramos de su muerte.
 El jueves, en vez de al examen, asistimos al entierro del profesor. Nos costaba trabajo mostrarnos afligidos.
 Dos semanas después nos examinó la adjunta del profesor. Ni que decir tiene que aprobamos el examen con buenas notas. De modo que yo permanecería en Praga unos años más.
 Era el mes de junio de 1956.

 Piro Milkani estudió en la FAMU, la Escuela de Cine y Televisión de la Academia de Artes Escénicas de Praga, una de las escuelas de cine más antiguas y prestigiosas del mundo, fundada en 1946.

Escuela de Cine y Televisión de la Academia de Artes Escénicas de Praga
Fotografía: Wikimedia

 Ingresó en ella gracias a una beca, tras acabar sus estudios de secundaria en Korça. A la hora de conseguir dicha beca para estudiar en el extranjero, también fue tocado por la varita del destino. Resulta que Piro Milkani tenía a un amigo de la infancia, Viktor Gjika, estudiando dirección cinematográfica en el Instituto Pansoviético de Cinematografía de Moscú (VGIK), y desde allí recibía cartas en las que este le hablaba de lo maravilloso que era acudir cada día a las clases, así que cuando le preguntaron qué deseaba estudiar en la enseñanza superior, Piro fantaseó con estudiar cinematografía con su amigo Viktor. En un principio, ninguna de las dos becas que concedió Checoslovaquia para cursar estudios de operador cinematográfico (camarógrafo) en Praga tenía su nombre. Se la habían concedido al pintor, y posteriormente director de fotografía, Saim Kokona, y al escultor Mithat Fagu. Sin embargo, Mithat renunció a ella unas semanas más tarde. «–Si fuera a Moscú, pues bueno, pero a Checoslovaquia ni se me ha pasado por la cabeza. Además, si fuera a Moscú querría estudiar para ser director y no para ser operador cinematográfico– les dijo Mithat y se marchó».

«¡Vaya desastre! –dijeron los del ministerio–. Tenemos una beca y el hijo de perra la rehúsa. ¿Qué haremos?». Volvieron a revisar una vez más los cuatrocientos y pico formularios de todos los graduados de Albania y: ¡eureka! Lo encontraron. Un tal Piro Milkani de Korça había solicitado estudiar cinematografía. «Es muy joven, aún no tiene ni diecisiete años, pero sus notas son todas de sobresaliente. ¡Qué sea para bien! Que vaya Piro en vez de Mithat». De este misterio me enteré en Praga, me lo contó Saim, que se convirtió en mi mejor amigo. Nieto de los Kallfa, los conocidos fotógrafos de los Estudios Kallfa de Tirana, le habían enseñado a fotografiar y, sobre todo, a retocar las fotografías de los clientes para que salieran más favorecidos de lo que en realidad eran. Fue él quien me enseñó el abecé de la fotografía antes de que lo hicieran mis profesores checos. Tras graduarse, Mithat tuvo que cumplir el servicio militar obligatorio. Yo a Praga y él al cuartel. Tras licenciarse en 1959, lo enviaron a Moscú a estudiar dirección cinematográfica, tal como había deseado. Debió de tener un poderoso mentor. Pero ni su mentor ni el propio Mithat podían prever que en 1961, los miles de estudiantes albaneses que regresaron a casa por vacaciones, no volverían nunca más a Europa. Había comenzado una «nueva amistad». Con la China de Mao Zedong.

Piro Milkani en 1º de la facultad de Cine
Fotografía: Edición checa del libro

 La ruptura con Rusia del presidente Enver Hoxha, que gobernaba el país con mano de hierro, trajo a Piro Milkani de vuelta a casa en julio de 1961. Allí, el que ya era uno de los primeros camarógrafos del cine albanés, terminaría por convertirse después en director y guionista, con treinta y seis películas en su haber. Entre ellas, Victoria rotunda sobre la muerte, La boda, La señora de la ciudad, Frente a frente, Roja palabra de honor, El militante, La primavera no llegó sola o La tristeza de la señora Scheneider.

Trailer de Victoria rotunda sobre la muerte, de Piro Milkani y G. Erebara (1967)

La tristeza de la señora Schneider
Dirigida por Piro Milkani

 También tendría tiempo de actuar en las películas de otros directores, entre ellas en la italiana Lamerica que tanto me impresionó cuando la vi en el cine Albéniz en el marco del Festival de Cine Italiano de Málaga.

Cartel de la película Lamerica
Dirigida por Gianni Amelio

 Entre todos esos breves apuntes de una vida que recogen las páginas de Increíble, pero cierto (La Tortuga Búlgara Ediciones, 2025) no podían faltar sus encuentros con algunos nombres ilustres: políticos, como Václav Havel; escritores, como Ismaíl Kadaré y Jiri Mucha; actores, como Bekim Fehmiu «el Marlon Brando albanés», Emma Černá y Faruk Begolli «el Alain Delon de los Balcanes»; o compañeros de profesión, como el italiano Michelangelo Antonioni, el yugoslavo Aleksandar Petrović y la china Xiao Jiang.

Bekim Fehmiu, Emma Černá y Faruk Begolli

 Y para mi asombro, hay un episodio en el que aparece el Korab, la montaña más alta de Albania a cuya cima ascendí cuando recorrí el país en el verano de 2017. Como Josef M., el juez coleccionista que aparece en ese texto, yo también pude vivenciar la hospitalidad de los aldeanos que me alojaron en sus casas y me dieron de comer sin cobrarme nada.

El juez coleccionista
En mis primeros años de embajador en Praga, los checos que querían visitar Albania necesitan un visado, e igualmente en sentido recíproco. A finales de junio de 1999 se presentó en la embajada un hombre de mediana edad. Lo recibí en mi despacho. Me dijo que se llamaba Josef M. y que era un juez de Pilsen. Deseaba visitar Albania, pues había estado en casi todos los países de los Balcanes, salvo en Albania. Quería llegarse al monte Korab.
 –Pero ¿por qué el Korab? Albania está llena de picos y montes tan bonitos como el Korab. Por ejemplo, yo le recomendaría el Tomor. ¿Qué dice?
 –¡No, no! El Korab.
 –Pero ¿por qué precisamente ese, es usted alpinista?
 –No, no lo soy, pero quiero subir al Korab porque lo vislumbré cuando visité años atrás Kosova y me dije: «Un día subiré a ese monte».
 –Entonces, escúcheme. Sabe usted que acaba de finalizar la guerra por la liberación de Kosova. El Korab está en la frontera kosovar y quizá la zona aún se encuentre minada por el ejército serbio. Vamos, que hay peligro para quienes no conozcan la zona.
 –Yo solo quiero subir al Korab. Si no es posible, no me dé el visado. Pero no puedo engañarle. Quiero subir allí.
 Me lo pensé. ¿Qué hacer?
 –¿Qué itinerario ha elegido para llegar hasta allí?
 –Viajaré vía terrestre a través de Hungría y Eslovenia hasta Montenegro. Después tomaré un autobús que me lleve a Shkodra.
 –¡Hagamos un trato entonces! Le daré el visado y un número de teléfono. En Shkodra tengo un gran amigo. Es director teatral y se llama Serafin Franko, y estudió en su momento conmigo en Praga. Solo estuvo aquí dos años, pues en 1961, a causa de la ruptura de relaciones entre nuestros dos países, no pudo terminar sus estudios aquí y los finalizó en Tirana. Pero habla muy bien checo. Se verán y en el caso de que le diga que puede ir hasta el Korab, yo estaré de acuerdo. ¿Qué dice?
 –Totalmente de acuerdo.
 Diez minutos después le entregué su pasaporte con el visado albanés y una nota con el nombre y el número de teléfono fijo de Serafin. Al separarnos le pedí que, a su regreso, si le fuera posible se pasara de nuevo por la embajada, para que me contara su «aventura». Y prometió hacerlo.
 Mantuvo su palabra. Quince días después Josef M. se presentó en la embajada. Y me contó:
 [...]

 Les animo a leer en el libro qué le contó Josef M. a Piro y a subir a esa bella montaña que, con sus 2.764 metros de altura, constituye el punto más elevado de Albania.

Pedro Delgado en la cima del Korab, la montaña más alta de Albania
Agosto, 2017

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