lunes, 1 de julio de 2024

TODO ACABA EN MARCELA: LA NOVELA NEGRA DE SERGIO BARCE


Todo acaba en Marcela, de Sergio Barce
Coleccion Criminal de Ediciones Traspiés
Fotografía: Lucía Rodríguez

Alguien me dijo que el 'thriller' criminal y la novela negra están de moda, y yo le repliqué que llevan de moda muchos años pero que quizás esa manera de narrar que vemos en las series y en el cine había terminado frivolizando la violencia, convirtiéndola en algo entretenido. Sin embargo, la nueva novela de Sergio Barce, Todo acaba en Marcela (Ediciones Traspiés, 2024), nos produce el efecto contrario, ya que desde las primeras páginas transmite a la perfección el horror y la crueldad de la que somos capaces los seres humanos.

 Estaba sentado al volante de la Kangoo. Llevaba poco tiempo ahí, pero la cabeza era un torbellino que no cesaba de machacarlo. No sabía qué hacer con su madre, que iba perdiendo la memoria poco a poco, que no quería ingresar en ningún centro y que se empeñaba en continuar viviendo sola, pero sí lo que iba a hacer con Marcela. Solo pensar en ella lo dejaba más noqueado que los golpes de Puma Negro. Junto a Marcela creyó que acabaría siendo otro hombre, lo deseó con vehemencia, con la única pretensión de hacerla feliz. Con el tiempo, todos esos castillos construidos en el aire se fueron desmoronando poco a poco, porque Teo huele a carburante y el mal olor acaba por aparecer cuando tratamos de disimularlo con perfumes baratos. Y ahí estaba ahora, atormentándose con la premeditación de un suicida, sujetando el volante como para evitar que su cuerpo escapara de la furgoneta.
 Tomó aire varias veces tratando de calmarse, pero acabó por abrir la guantera y sacó una gorra del Unicaja. Se la guardó en un bolsillo, saliendo del vehículo, y luego se palpó el martillo que llevaba en la muslera del mono, mirando a un lado y a otro varias veces antes de dirigirse al portal de Marcela. Lo único que quería era quitarse de encima ese zumbido que lo martirizaba. A cada paso notaba un nuevo bombeo de ansiedad, un subidón de la polla a las sienes, de los cojones a las neuronas, como recargando las pilas de su lado oscuro. Respiraba con dificultad notando los pulmones henchidos de rabia. Y, mientras subía las escaleras, continuaba pensando, enfermizamente. Hubiera querido arrancarse la cabeza y arrojarla lejos para no escuchar esa voz que barrenaba y barrenaba. Hacía ya años desde que ella lo abandonara, pero desde aquel mismo instante se instaló la sospecha, esa lujuriosa mancha capaz de hacer cambiar de piel a cualquiera, igual que un tumor maligno que no se manifiesta en años, creciendo en silencio, asentando sus raíces en cada célula hasta que decide asomar la cabeza cuando ya nada ni nadie puede extirparlo. Siempre dudando de si ella no le habría puesto los cuernos antes de cortar. Imaginar ser un cabrón no entraba en sus diez mandamientos. Él, que solo pensaba en ella mientras Marcela tal vez pensaba en otro hombre al que quizá se lo tiraba mientras él estaba de grasa hasta las cejas. Ese resentimiento anquilosado en su cerebro. Hasta hoy.

 Antes que nada, debo reconocer que no soy fan del género policíaco o de la novela negra, es decir que, con la salvedad de algunos títulos clásicos, no suelo leer ni ver series o películas de este tipo. Sin embargo, la amistad que me une a Sergio y el saber las horas y el trabajo que hay detrás de cada novela, me hizo querer leerla de inmediato, más después de asistir a su presentación en El Tercer Piso de Proteo.

 Imagino lo difícil que habrá sido para Sergio meterse durante tantos meses en la piel de un psicópata tan peligroso como Teo. Convivir con él a diario, por la mañana, por la tarde y por la noche; pues cuando uno escribe una novela, los personajes te acompañan las veinticuatro horas del día.

 El protagonista de Todo acaba en Marcela es uno de esos hijos de puta que muchos años después de separarse de su pareja, envenenado por el resentimiento, decide acabar con ella cuando rehace su vida con otro hombre. A pesar de tener una orden de alejamiento, Teo mata a Marcela a martillazos nada más iniciarse la novela, en una escena que nos da mal cuerpo y nos revuelve el estómago. Y a partir de ahí, ese otro hombre, el inspector Iván Sotogrande, aquel con el que Marcela pensaba casarse, se pasará el resto de páginas buscando como un espectro –como ese «muerto en vida en el que se ha transformado en apenas veinticuatro horas»– a Teo para vengarse; aunque para ello tenga casi al final que cruzar el Estrecho y perseguirlo por Marruecos.

Ya tiene la información que necesitaba, la confirmación de lo que ya sospechaba. Teo el Bizco camino de Marruecos, como si cruzar el estrecho pudiera ponerlo a salvo de la ira divina. Entonces Iván deja al inspector Sotogrande con sus cavilaciones y se incorpora con una sola idea en la cabeza, una idea que no compartirá con nadie en el mundo, como si fuese el mayor de los pecados. Es el mayor de los pecados.

 Supongo que ante el arranque de esta novela habrá dos clases de reacciones o de lectores: los que cierren el libro asqueados tras la escena inicial, por la crudeza y porque presientan que el relato se centra en el asesino, y los que decidan continuar la lectura y comprobar que el autor tiene con la víctima la mayor de las empatías, que describe el drama humano de muchas mujeres y desdibuja los límites de la novela negra con otros géneros como el wéstern, cuando los protagonistas llegan a la destartalada población de Khemis Sahel, el thriller se torna rural y asistimos a ese duelo final en el granero, en unas páginas que resultan lisérgicas y de lo más cinematográficas (por favor, que nadie les desvele nada del final porque les destrozaría la experiencia).

 Desde aquí, los animo a atreverse y enfrentarse a la lectura. Si lo hacen, sentirán incomodidad en algunos momentos, pero esta se verá ampliamente recompensada conforme pasen las páginas.

 Es un cliché que los asesinos tengan cara de asesinos, pero un tópico siempre encierra algo de verdad, y en este caso, Teo es un tipo del que nos alejaríamos nada más verlo. Psicópata, narcisista, violento y mal encarado, regenta un taller de coches en Málaga, donde se desarrolla la mayor parte de la novela. También hay lugares comunes, igualmente no por ello menos veraces, en algunos de los comisarios, subinspectores e inspectores de la comisaría provincial, que tratan de dar con Teo antes que Iván para evitar el desastre. Pero todos los personajes son sólidos y coherentes. De entre ellos destacaría a Kaspárov, que se mueve como un viejo de  noventa años, y a Sadik Oubali, ese comisario tangerino que espero rescate Sergio para otras novelas.

 Los tres se miraban. Los matones esbozando sonrisas que no tenían ninguna gracia. Te llamas Kaspárov, repitió ahora el otro, el que no se había movido de la silla. Su pronunciación era más que aceptable. Sí, así me llaman, le respondió mirándole las manos. Eran llamativas, grandes, con un anillo en cada dedo. Diez anillos de oro como si fuesen dos puños de hierro dorados. Pero no eres ruso, añadió con una pizca de ironía. Soy del Llano de la Trinidad, le soltó levantando los ojos, preguntándose si esos dos serían los que le habían partido las piernas a la Tani y los que se la iban a partir a él.
***
(...) Alguien le ofrece un taxi en perfecto castellano, pero no le presta atención. Iván busca por encima de las cabezas de los que le rodean y entonces lo ve, y se dirige a su encuentro sorteando a los viajeros, a los maleteros, a los guías. Sadik se quita las gafas de sol al descubrir a Iván avanzar a su encuentro. Hola, Sadik. Y Sadik, le responde hola, jay. Assalam' aleikum. Se besan. Lo siento, añade. Y luego se abrazan. A Sadik se le saltan las lágrimas, pero Iván no se inmuta.
 Tengo el coche aquí al lado, le dice al separarse de él. Lo sigue un paso más atrás, fijándose en la figura de Sadik Oubali, sus hombros caídos, su andar desgarbado. Viste un traje gris y camisa blanca sin corbata. Saluda a un gendarme que se cuadra llevándose una mano a la visera de la gorra. Sadik es un hombre de unos cuarenta y pocos años, de cabello rizado y negro, con un bigote a lo Clark Gable, pasado de moda, y pómulos marcados. Aparenta un equilibrio que Iván sabe que es real. (...) ¿Cuánto hace que no nos vemos?, le pregunta. Unos cinco años, más o menos. Iván apenas hace el cálculo y lo dice al azar. Sadik menea la cabeza de un lado a otro. Diez años.  Ya han pasado diez años. Al principio no es capaz de asimilarlo, pero luego se da cuenta de lo rápido que ha transcurrido el tiempo. Joder, masculla Iván. Y Sadik suelta una carcajada deslucida.

 Iván Sotogrande y Sadik Oubali, que trabajaron en otro tiempo codo con codo, como Starsky y Hutch.

Juguete de Starsky & Hutch de la marca española Guisval
Lo tuve, y me duele decirlo en pasado

 Con ese Starsky malagueño –que el de arriba tenga a David Soul en su gloria después de abandonarnos el 4 de enero de este año– dejaremos Málaga para coger el barco y desembarcar en Tánger en la página 162. Nos aguarda Tánger y Khemis Sahel, sobre la que descargan los cielos su ira.

(...) Las calles se embarraron en apenas unos minutos, y vio que por algunas callejuelas ya corría el agua en pequeños arroyos descontrolados que aumentaban de caudal. Solo se oía el desplome del cielo, el llanto de los dioses que dejaban caer sus lágrimas de desaliento y desilusión. (...) Sonó un trueno, y la casa de los Sbiti pareció quebrarse igual que un árbol al que comenzaran a talar a hachazos. Maldito puñetero pueblo de mierda, farfulló antes de salir de nuevo. En cuanto abrió la puerta, vio a la familia corriendo de un lado a otro. Descubrió de refilón a Dris incorporarse de la seyada en la que rezaba, y a Qodsya y a su hermano Abdelhamid arrastrando unos sacos de arena que su padre les ordenaba apilar en la puerta de entrada. Se acercó para ayudar. El agua tratando de inundar la casa y ellos preparando las defensas. Dejaron caer cinco sacos más hasta crear una trinchera que Teo dudaba mucho que fuera suficiente para detener el avance de la riada. El agua bajando brava y amenazante llevándose cuanto encontraba a su paso. Miró al techo. El tejado crujía igual que el llanto de un niño. Otro trueno y las paredes temblaron.

 Marruecos es el punto de conexión de este trabajo literario con sus obras anteriores, pero he de decir que estamos ante un nuevo Barce, con una escritura más trabajada y depurada. Aquí las maneras, las formas, el tono y la voz son otras. Ha elevado el listón de exigencia de su narrativa, sobrepasándolo limpiamente para caer en las librerías transmutado en otro escritor.

 Creo que Sergio, gran aficionado al 'noir', tanto literario como cinematográfico, ha encontrado un camino a seguir. El género, como decía mi amigo, está de moda, o, como les decía yo, sigue de moda, con un público muy devoto. Ojalá encamine por ahí sus siguientes proyectos. No apearse de esta voz narrativa, y pelear porque Todo acaba en Marcela termine en una pantalla de cine o de televisión. Y que, insha'Allah, ustedes y yo lo veamos.

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