Carreteras azules (Editorial Capitán Swing) Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario |
Decía la escritora norteamericana Gamel Woolsey, autora de Málaga en llamas, que a los hombres su mujer siempre les parece la más fascinante del mundo, hasta que se cruzan con otra más fascinante que la anterior y la cambian. A las mujeres les ocurre lo mismo, y suelen cambiar de hombre cuando encuentran otro que las atrae más. Así, con una mujer que se va –y una pérdida de empleo–, arranca Carreteras azules, el libro de viajes y algo más que estoy leyendo ahora.
Tras años de convivencia, William Least Heat-Moon, el autor y marido despechado, sale al asfalto a lamerse las heridas, conduciendo una furgoneta por las carreteras secundarias de los Estados Unidos, esas que aparecen dibujadas en azul en los viejos mapas de carreteras.
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Cuidado con los pensamientos nocturnos. No se analizan debidamente; se presentan torcidos, despojados de sentido y de toda contención y surgen de las fuentes más insondables. Pensemos, por ejemplo, en el 17 de febrero, un día de expectativas frustradas, el día en que supe que mi empleo como profesor de inglés había concluido a causa de un descenso en las matriculaciones en el instituto, el día en que telefoneé a mi esposa, de quien hacía nueve meses que me había separado, para comunicárselo, y el día en el que ella dejó caer algo acerca de su "amigo": Rick, Dick, Chick... o algo por el estilo.
Aquella mañana, antes de que las noticias se precipitaran, Eddie Short Leaf, que trabajaba en unas tierras en el valle del Misuri y quitaba a balazos la nieve de las aceras del campus, me comentó que, si aquel frío intenso no cesaba pronto, los árboles se congelarían por dentro y estallarían. Eso fue lo que dijo.
Aquella noche, mientras, tumbado, me preguntaba si me sobrevendría el sueño o haría explosión, se me ocurrió una idea. Un hombre incapaz de tirar adelante con su vida al menos podía tirar. Podía dejar de intentar esquivar la vida, aparcar la rutina y afrontar el peligro real de las circunstancias... por mera dignidad.
El resultado: el 19 de marzo, la última noche de invierno, volvía a yacer despierto en la cama, entre una maraña de sábanas, en esta ocasión asediado por las dudas sobre la locura que suponía largarme sin más, dejándolo todo atrás, y dudando, en general, del plan que daría comienzo al amanecer: emprender un largo viaje circular (equivalente a la mitad de la circunferencia de la Tierra) por las carreteras secundarias de Estados Unidos. Seguir un círculo confería un sentido al viaje, el de regresar al punto de inicio, del que carecía desplazarme en línea recta. E iba a hacerlo viviendo en la parte trasera de una furgoneta. Pero ¿por dónde empezar aquel nuevo principio?
Un extraño sonido interrumpió mi duermevela. Me acerqué a la ventana y noté el aire frío en los ojos. Al principio solo vi el fulgor de las estrellas. Pero luego los avisté. En el negro cielo de marzo vi dos bandadas entrelazadas de gansos azules y nivales graznando mientras volaban hacia el norte, dibujando una configuración ondulante con forma de uve doble en aquel cielo fosco, con sus blancos vientres resplandeciendo misteriosos por el reflejo de las luces de la ciudad y sus cuellos alargados hacia el norte. Divisé entonces otra bandada que abandonaba el sur, quién sabe por qué motivo, tal vez para criar y para reconstruirse. Una nueva estación. Allí estaba la respuesta: empezar por seguir la primavera, tal como ellos hacían, sombríamente, alargando el pescuezo.
Creo que si a mí me ocurriese lo mismo, también saldría a que me diese el aire. No en furgoneta, porque sólo tengo la licencia para conducir motos, pero sí a pie. Caminar y caminar, sin una dirección concreta, dejándolo todo atrás. Distraer y fatigar la mente para no estar todo el día rumiando la pena.
Fotografía de la serie Resiliencia verde, obra de Lucía Rodríguez Vicario |
–Y hacia dónde se dirige ahora.
–No lo sé.
–Entonces no se puede perder.
Durante tres meses, Heat-Moon recorrió algo más de 20.000 kilómetros, visitando las ciudades y los pequeños pueblos que le salían al paso; deteniendo su furgoneta, bautizada con el nombre de Ghost Dancing (Danza de los espectros), para conversar con las personas que se encontraba y que conforman el paisaje humano de un país.
Ghost Dancing, la furgoneta de William Least Heat-Moon Carreteras azules (Capitán Swing) |
[...] bauticé mi furgoneta con el nombre de Ghost Dancing, un símbolo torpe en alusión a las ceremonias de la década de 1890 en las que los indios de las Llanuras, vestidos con camisas de tela que creían que los hacían indestructibles, bailaban por el retorno de los guerreros, de los bisontes y del fervor de la vida ancestral, que arrasaría la nueva vida. Las danzas de los espectros, rituales de resurrección desesperados...
Las 13.000 millas que recorrió William Least Heat-Moon en Carreteras azules (Capitán Swing) |
Viendo el mapa he pensado en que libros como éste van a ser la única opción que tengamos algunos de visitar los Estados Unidos. Me lo confirmó el pasado verano mi amigo Francisco Calzado, que estudió conmigo en el colegio Los Olivos y trabaja en una agencia de viajes. Al recoger mis billetes de avión para el sureste asiático le hice la pregunta, y él me confirmó el runrún que corría entre los viajeros. "Si has visitado Irán, no puedes acceder a los Estados Unidos. Aquí tenemos a una compañera que hizo un promocional a Irán hace unos meses, y ahora tenía que ir a Estados Unidos y le han denegado el visado. La única opción que le queda es ir a Madrid a la embajada y solicitar una entrevista para que estudien su caso y se lo concedan. Pero eso lleva mucho tiempo y no siempre te lo dan". "Pues entonces yo, que también he estado en Siria y en Líbano, me puedo ir despidiendo de mi viaje a Alaska". "Quizás cuando haya otro presidente". "Bueno, pero no me arrepiento. Irán es mucho Irán. Viajé por el país dos meses en el verano de 2016, y todavía me acuerdo de la hospitalidad de su gente, de sus paisajes, de sus ciudades y monumentos. Es un país al que me gustaría volver algún día. Un destino que siempre recomiendo".
Pero bueno, olvidémonos de los viajes físicos y volvamos a Oregón, a Virginia, a Pensilvania, a Tennessee, Arizona o Misisipi, para viajar mentalmente por esos estados y vivenciar la aventura de William Least por esas carreteras azules.
Pedro Delgado en la Medersa Agabozorg (Kashan, Irán, verano de 2016) |
Pero bueno, olvidémonos de los viajes físicos y volvamos a Oregón, a Virginia, a Pensilvania, a Tennessee, Arizona o Misisipi, para viajar mentalmente por esos estados y vivenciar la aventura de William Least por esas carreteras azules.
Hay dos tipos de aventureros: los que salen realmente en busca de aventura y quienes salen esperando secretamente no encontrarla.
Francisco Calzado me escribe para darme las gracias por la mención, y me especifica el tema: "Lo que realmente te deniegan es el ESTA (Electronic System For Travel Authorization) que es una autorización para viajar a EEUU a aquellas nacionalidades que están exentos de hacer visado. En ese caso hay que hacer el visado presencial en Madrid tal como indicas".
ResponderEliminarPues muchas gracias por la puntualización, y aprovecho para enviarte desde aquí un abrazo y mis mejores deseos para el nuevo año.