miércoles, 14 de noviembre de 2018

EN LOS SENDEROS (REFLEXIONES DE UN CAMINANTE)


Ana María Matute decía que no creía en las casualidades, sino en que había algo mágico en la vida. Sea como sea, disfruto de lo lindo cada vez que el azar se cruza en mi camino. Les cuento: cuando me topo en el periódico con un artículo que me interesa, pero no tengo tiempo de leerlo en ese instante, lo recorto y lo guardo para dar cuenta de él en otro momento: en el autobús de línea, en la consulta del médico, en los recreos o las guardias del instituto... El otro día, en una de esas guardias, leí unos cuantos recortes, entre ellos uno del diario El País que llevaba por título Caminante, sí hay camino. Estaba ilustrado con una bellísima fotografía de Ullstein Bild en la que se veía a un vaquero conducir el ganado por esas inmensas praderas del medio oeste de los Estados Unidos, una imagen que parecía sacada de un antiguo anuncio de Marlboro.

Fotografía: Ullstein Bild (Getty Images)

 Al empezar el texto me di cuenta de que no era un artículo periodístico, sino un extracto del libro En los senderos, obra del periodista y ensayista Robert Moor, recientemente publicado por la editorial Capitán Swing. Tras finalizarlo recorté el dibujo de la portada para no olvidarme del título y hojearlo cualquier tarde en una librería. Luego arrugué la hoja del periódico hasta hacerla una bola y la encesté en la papelera. Hasta ahí nada extraordinario. Terminé mis clases, cogí mi bicicleta y regresé a casa. Lo fascinante fue que al llegar me encontrase el libro sobre la mesa de la cocina, junto a una nota de Lucía que decía:
 Me topé con él esta mañana, leí el texto de la solapa y no me pude resistir. Por lo que dice sé que te va a gustar. ¡Este tío es de los tuyos! Y acuérdate que hoy trabajo de tarde y noche.
 Cómo no maravillarme ante aquella coincidencia. Sonreí, le deseé mentalmente un turno tranquilo en el hospital y cogí el libro para leer la solapa:
[...] En la entrevista que le hizo el reconocido reportero de viajes Rolf Potts, Moor afirmó: "Para escribir literatura de viajes debes viajar barato, aceptar la generosidad de los extraños, leer y releer el tipo de cosas que deseas escribir y expandir siempre los límites del género. Cuando viajas a un lugar nuevo, siempre tienes una o dos preguntas en mente, algún misterio que esperas resolver. El misterio puede ser vago, incluso el lugar mismo. Pero perseguir un misterio, en lugar de tu propio placer, evitará que caigas en la trampa de pensar que no fue suficiente –suficientemente nuevo, suficientemente brillante, suficientemente agradable, suficientemente lejos...–. Pero, sobre todo, evita comenzar tu historia de viaje con una descripción del aterrizaje en el aeropuerto. Tu historia no comienza donde lo hizo tu viaje, sino donde sea que tus preguntas lo hagan". [...]
 Viajar barato, aceptar la generosidad de los extraños, leer y releer... definía mi credo. Y por si eso no fuera suficiente, en el prólogo me encontré con que el último capítulo del libro estaba dedicado a la ruta de senderismo más larga, descabellada y loca del mundo, la que va desde Maine en Estados Unidos hasta Tarudant en Marruecos*. Como comprenderán, después de leer la palabra Marruecos, no pude evitar empezar la lectura por dicho capítulo, aunque el autor no aterrice en Marrakech hasta bien entrado el mismo.
*La Senda Internacional de los Apalaches (International Appalachian Trail).
Cuando llegué al aeropuerto de Marrakech, me esperaba un chófer con un letrero. En lugar de saludarme, me alargó su teléfono móvil. Asselouf estaba al aparato. 
  –¡Hola! ¿Robert? Soy Latifa. El chófer te llevará directo a mi casa. 
  –¡Genial! respondí. ¡Gracias!
  Luego colgó. 
 En un intento de confraternizar, intenté preguntarle su nombre al chófer.
 –Je ne parle pas l'anglais me respondió en tono de disculpa.
  –D'accord le dije yo. 
 Se lo pregunté de nuevo, pero esta vez en mi titubeante francés. Él volvió a darme su móvil. Era otra vez Latifa. 
 –¡Hola! ¿Robert? El chófer no habla inglés.
 –De acuerdo, gracias le dije.
 El chófer me llevó hasta un destartalado Mercedes blanco. Luego, mientras el vehículo abandonaba ligero la rosada ciudad de Marrakech, miré por la ventana y empecé a tomar nota de lo que veía –un carro y un caballo que transportaban sacos de grano, un rebaño de cabras que se dividió en dos con facilidad para rodear nuestro coche, dos mujeres montadas en una moto con un niño apretujado entre ellas–, pero luego caí en la cuenta de que solo estaba tomando nota de las cosas que me parecían "marroquíes" en lugar de hacerlo de las cosas que nuestros dos países tenían en común: los anuncios estridentes, los cables eléctricos zigzagueando por los valles, las carreteras asfaltadas hormigueantes de coches, las torres de teléfonos móviles de color rojo y blanco alzándose como esqueletos de naves espaciales desguazadas... 
 Cuando entramos en la población de Amizmiz, el aire se volvió más fresco. Asselouf nos esperaba en la puerta de casa, sonriendo abiertamente mientras se secaba las manos con un trapo de cocina. Tenía complexión de senderista: esbelta y de piernas largas. A diferencia de sus vecinos, que tenían la piel blanca, la suya era muy morena, una herencia de sus antepasados saharauis. Llevaba su "cabello de loca", como ella lo llamaba, recogido hacia atrás con un pañuelo violeta.
 Ahora que estamos en otoño y las hojas han empezado a cambiar de tono, que todavía no hace demasiado calor ni demasiado frío, os animo a salir a los caminos a respirar aire fresco y fundiros con la naturaleza, pero también a leer este ensayo sobre los caminos, estas reflexiones de un caminante escritas por un autor joven al que desde ahora seguiré la pista. Yo voy por la página 183, y al comienzo de la misma me encuentro con lo siguiente:
Una mañana de otoño salpicada de escarcha fui a buscar caminos con un historiador llamado Lamar Marshall, que estaba elaborando poco a poco un mapa de todos los grandes senderos del antiguo territorio cheroqui y que en ese momento tenía una nueva ruta que deseaba inspeccionar. Envueltos en varias capas de ropa de abrigo, que luego nos iríamos quitando conforme avanzara el día, enfilamos un camino de grava que atravesaba los bosques de la estribaciones montañosas de Carolina del Norte.
 ¿Cheroquis? 
 Realmente Robert Moor es de los míos.

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