jueves, 3 de enero de 2019

TALES: EL NEW YORKER MALAGUEÑO


TALES, la revista del relato corto. Fotografía: Lucía Rodríguez

A mediados del siglo XX The New Yorker popularizó el relato corto como forma literaria, siendo legión los escritores que enviaban sus relatos a la revista con la esperanza de verlos publicados en ella. Por sus páginas desfilaron nombres tan importantes como Paul Bowles, Truman Capote, Shirley Jackson, Roald Dahl, Joan Didion, E.L. Doctorow, John O'Hara, John Cheever, Raymond Carver, Elizabeth Bishop, A.J. Liebling, Dorothy Parker, James Thurber, John Updike, Woody Allen, Richard Yates, Julian Barnes o Annie Proulx –por nombrar algunos–. El relato de esta última, Brokeback Mountain, aparecido en la revista el 13 de octubre de 1997, y al año siguiente recibió el premio O. Henry a la mejor historia corta del año, adaptada al cine por Ang Lee en el 2005, consiguiendo tres premios Oscar, entre ellos el de Mejor Director y Mejor Guión Adaptado. Como ven, The New Yorker no es un fósil del pasado, sino que la cabecera se sigue publicando con éxito en los Estados Unidos, con secciones de crítica, ensayo, reportajes de investigación y relatos de ficción. Uno de los escritores que no he nombrado en la lista de arriba, pero que también publicó en la revista, es J.D. Salinger: autor que sirvió de inspiración a Ignacio Rodríguez Mas para crear TALES, "el New Yorker malagueño". Ignacio lo cuenta de lujo en la página web de la revista:

J.D. Salinger
J.D. Salinger era un joven e impetuoso escritor cuando mantuvo una relación sentimental con Oona O'Neill, hija del premio Nobel, Eugene O'Neill –más tarde adoptaría el apellido de su futuro marido, Charles Chaplin–. 
 Gracias a ella, Salinger, coincidió una noche con Truman Capote. Este le preguntó por sus proyectos, y Salinger le respondió que quería ser escritor, pero que no tenía claro el camino a seguir para dar salida a sus primeros cuentos. Capote le habló sobre "The New Yorker"; le convenció de que, si quería ser alguien como cuentista, debía publicar allí. Salinger asimiló su consejo y se puso manos a la obra, enviando un relato tras otro que fueron rechazados, año tras año, sin miramientos. 
 Por entonces, Estados Unidos declaró la guerra a Alemania, y Salinger, hijo de una familia acomodada y acérrimo admirador de Ernest Hemingway, decidió imitar a su ídolo y alistarse –participando incluso en el desembarco de Normandía–. 
 Movilizado en Europa, continuó enviando sus cuentos a "The New Yorker", hasta que, pocos meses después del final de la guerra, recibió la noticia de su primera publicación. 
 "TALES" honra esa historia, ese compromiso, esa obsesión. Ese esfuerzo constante que va forjando a Salinger como escritor, puliendo su escritura, sus relatos, a fuerza de 'noes'.
 Esta pequeña historia es la que llevó a Ignacio a crear desde Málaga una revista en papel enfocada al relato corto, en la que también tiene cabida la reseña, la entrevista y el estudio a fondo de un autor. Con periodicidad trimestral, acaba de salir a la calle el número 9, en el que se sigue apostando por voces noveles junto a otras ya contrastadas, una peculiaridad que la acerca todavía más a la cabecera modelo, pues como en The New Yorker, TALES cuenta con un equipo editorial que lee los más de doscientos cuentos que llegan a la revista cada trimestre –algunos de muy lejos de España–, con la esperanza de ser publicados. Así que por lo que vale un envío de correos, uno puede sentirse como Salinger, Bowles, Cheever o cualquier otro que nos apetezca, esperando recibir la noticia de que, por fin, nuestro relato ha sido aceptado.
 Yo tuve el gusto de lograrlo en su número 3*, por eso les animo desde aquí a intentarlo y a apoyar la iniciativa de Ignacio. Si todavía no saben qué pedir a los Reyes Magos, les sugiero que se dejen de tanto oro, incienso y mirra y se pidan una suscripción a la revista. Así, de paso, evitan tener que ir a descambiar su regalo al día siguiente.


Enrique del Río e Ignacio Rodríguez en la librería Áncora
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Y como ésta es la primera entrada de enero, voy a aprovechar el post para felicitarles el nuevo año. Wilson Bentley, el fotógrafo de la nieve, escribió en su diario que bajo el microscopio los copos de nieve eran milagros de belleza. Cada cristal de hielo era una obra maestra y, sorprendentemente, su diseño jamás se repetía. Cuando un copo de nieve se fundía, aquel diseño se perdía para siempre. Gracias a su cámara perviven miles de aquellas obras de arte.

Fotografías de Wilson Bentley, el fotógrafo de los copos de nieve

 Algo parecido ocurre con los años, 2018 terminó en un suspiro, pero afortunadamente todos esos días dejaron un recuerdo en nuestra memoria. Que el 2019 les deje recuerdos bonitos y venga lleno de apasionantes lecturas y viajes.

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