domingo, 28 de octubre de 2018

DE LA ÚLTIMA NOVELA DE PABLO ARANDA, EL TOUBKAL Y EL LAGO IFNI


La distancia, Pablo Aranda (Malpaso, 2018). Fotografía: Pedro Delgado

En la pared había un mapa de Marruecos y lo miró desde muy cerca. Buscó Tánger y siguió con el dedo la costa atlántica hasta Asilah. Tamar nunca había querido que fuesen juntos a Asilah. Ese riesgo.
Viaja Pablo Aranda a Marruecos en su nueva novela, y lo hace de la mano de Emilio y Tamar, a los que mueve a capricho por su geografía, en una historia azarosa con ribetes noir sobre un fondo de rojo pasión. Un híbrido que también discurre por Granada y Málaga, con saltos en el tiempo y sello de la casa.
 Los que seguimos la trayectoria literaria de Pablo sabemos que acostumbra a meter pequeños guiños en sus novelas. Al igual que las muñecas rusas esconden otras muñecas dentro, Pablo introduce el nombre de una plaza, de un personaje, de un cantante, de un escritor, de una película, de un libro... en un juego cómplice del que a veces sólo sabe su destinatario. En esta ocasión la novela me incluye, y aparezco en dos páginas haciendo de mí mismo en la época en la que estudiaba Educación Física en el INEF de Granada. Son apenas dos instantes, en un papel equivalente al de esos actores que hacen de extras en una película.
Al bajar la mochila con sus últimas cosas, Emilio se cruzó con Pedro Delgado, que subía los escalones de dos en dos. Pedro apenas se detuvo para saludarlo y desde el rellano le deseó suerte con esa novia que le habían dicho que tenía. Iba a responderle que en realidad no era su novia, pero siguió subiendo las escaleras y él salió a la calle. En la casa que ya era su casa nadie respondió al timbre y esperó cerca de una hora que Tamar llegase.
 Son escenas nimias que, sin embargo, me han sabido a mucho. No porque ya pueda decir que pertenezco al club de los que han hecho de personajes en sus novelas –que también– sino porque me demuestra que, aunque nos veamos poco, me tiene alta estima. Por supuesto, el aprecio es mutuo. Y creo que él lo sabe. 
 Pero aún hay en la novela otro detalle hacia mi persona que me sorprendió y me emocionó más que el anterior, un gesto que dice mucho de su persona. Emilio, el protagonista, trabaja de guía durante diez días "subiendo y bajando montañas" en el alto Atlas en Marruecos, con la idea de ir después a buscar a Tamar a Casablanca. Y en la mochila lleva un libro que abre todas las noches para leerle un cuento al grupo. Supongo que a estas alturas ya lo habrán imaginado: Emilio lleva mi libro de relatos Carta desde el Toubkal, en el que se incluye El lago Ifni.
Bebió un trago del agua tibia de la cantimplora. Un mundo al que se zambullía a través de la sonrisa de una montañera que se le acercaba, admirada del mundo bello e idealizado que le mostraba el guía, donde dos personas de países diferentes se aman, como en uno de los cuentos que Emilio les leía por la noche del libro que llevaba, y escupió el último trago de agua y el agua caliente no cayó en el suelo de ningún cuento: alrededor todo era piedra y calor, tierra, hasta que al atardecer agotasen esa jornada y Emilio leyese al grupo el cuento triste que había preparado, El lago Ifni, junto al lago en el que Emilio no se atrevería a bañarse hasta que amaneciera.
¿Se puede ser más generoso? Emilio podría haber llevado encima cualquier libro de relatos de Paul Bowles o de Mohamed Chukri; sin embargo, Pablo le coloca mi libro en las manos. Como le decían los jugadores del Real Madrid a Ancelotti, "Pablo, ¡cómo no te voy a querer!"

 Para contribuir a ese juego de matrioskas, les dejo aquí el enlace a otra entrada de mi blog en la que pueden leer el relato al que hace referencia Pablo.

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2018/10/el-lago-ifni.html

Vista del lago Ifni desde el noreste. Verano de 1999
Fotografía: Pedro Delgado

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