Fotografía: Lucía Rodríguez |
Aquel alpinista resbaló fatalmente y pendía aferrado con tres dedos a un mísero reborde sobre el abismo. No era muy creyente, pero recuperó la fe: "¡Oh, cielos! ¡Me arrepiento de mis blasfemias! ¿Alguien me escucha? ¡Salvadme!". Una voz dulce y grave repuso desde las alturas: "Hijo mío, tu fe te ha salvado. No temas, suéltate. Volarás como una pluma hasta lugar seguro". Y el accidentado contestó: "Ya, muchas gracias. Y ¿hay alguien más por ahí?".
Fernando Savater
Nota: extracto del artículo ¡Socorro!, publicado en El País el sábado 20 de mayo de 2017.
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