martes, 8 de julio de 2025

INCREÍBLE, PERO CIERTO.


Increíble, pero cierto de Piro Milkani (La Tortuga Búlgara Ediciones, 2025)
Fotografía: Pedro Delgado

No sé si fue una señal, ni de qué tipo, pero el mismo día que falleció el cineasta Piro Milkani recibí en el buzón su autobiografía. Me la mandaba muy atentamente María Roces González, encargada de la traducción del albanés. Me enteré del deceso a la noche siguiente, cuando miré en internet si el autor aún vivía y, por una de esas sincronías que se dan en la vida, vi que había muerto el día anterior, a los 86 años, a consecuencia de un ictus. Así que esta entrada, además de ser una reseña de su última obra literaria, que me parece una delicia, es un homenaje a su persona, a uno de los pioneros y fundadores de la cinematografía albanesa.

Piro Milkani en el 43 festival de Karlovy Vary
Fotografía: Petr Novák, wikipedia

 Piro Milkani (Korça, 5 de enero de 1939 - Tirana, 24 de  mayo de 2025) estaba harto de que, al contar historias y anécdotas de su vida, sus amigos le preguntaran por qué no las escribía. Sin embargo, dudaba de la conveniencia de ello, más después de haber visto la maestría narrativa del director de cine Miloš Forman (Alguien voló sobre el nido del cuco, Amadeus), del que había traducido del checo al albanés su autobiografía: De Časlav a Hollywood.

Biografía de Miloš Forman
Fotografía: ShtepiaeLibrit.com

 Finalmente, al borde de los ochenta años y animado por las palabras del escritor Gabriel García Márquez que decía aquello de «la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla», Piro Milkani se decidió a legarnos sus recuerdos. Y aunque las vidas suceden de manera cronológica, Milkani recoge la suya de manera desordenada, expurgando además los hechos para quedarse sabiamente con los acontecimientos más llamativos, que son expuestos de manera amena, concisa y emotiva. Muchos de ellos demuestran que a Piro lo tuvo en gracia el destino.

El profesor Hrdlička y una muerte inesperada
Cuando pienso en mi propia vida, he de admitir que el destino me ha ayudado enormemente. Gocé del privilegio de poder estudiar en una facultad mágica, que ni en sueños habría podido concebir mejor. Para poder estudiar cinematografía en una ciudad centroeuropea, etiquetada además como la Ciudad Dorada, has de haber nacido bienafortunado. Creo que se entenderá que me estoy refiriendo a... la Dorada Praga, capital de la Checoslovaquia de entonces (y actualmente República Checa o Chequia).
 Cierto que en un año académico cursábamos más de veinte asignaturas, pero no eran en absoluto comparables con la de anatomía de los estudiantes de medicina, con la óptica geométrica de los de ingeniería, ni con las complicadas fórmulas de los que estudiaban geología. Nosotros debíamos dar historia del arte, historia del cine checo y mundial, algo sobre la Poética de Aristóteles y, sobre todo, veíamos un montón de películas, posiblemente tres o cuatro diarias.
 Ahora bien, como yo era estudiante de la especialidad de cámara, teníamos una extraña asignatura, que cursaban también los alumnos de ingeniería: óptica física y geométrica.
 El mismo profesor que impartía la materia en ingeniería, nos la enseñaba también a nosotros, el imponente y pedante profesor Hrdlička. Un hombre de cuerpo y rostro enjutos. Un hombre que jamás sonreía y que además gastaba la tos seca y crónica de los que fuman sin parar. Y realmente lo hacía. No contábamos con libro de texto para la asignatura, sino con unos apuntes fotocopiados, cuya autoría correspondía al propio profesor Hrdlička. [...]
 Teníamos dos horas de clase a la semana con ese profesor y raramente faltábamos a clase. Pero para nosotros eran la asignatura y la clase más aburridas. En fin, fueron pasando con celeridad los meses y llegó la época de exámenes.
 –El próximo jueves a las diez de la mañana, en esta misma aula, estad preparados para el examen final de curso –nos dijo el profesor al terminar la clase.
 Nos tomamos el anuncio a la ligera y preparamos el examen a toda prisa. La sorpresa se produjo al darnos los resultados, cuando el profesor Hrdlička nos informó de que ninguno de nosotros había aprobado. Éramos doce alumnos en clase, diez checos y dos albaneses.
 –El próximo jueves, examen de nuevo –nos dijo el profesor.
 Nos metimos más a fondo en la materia, pero las fórmulas y los bocetos de las lentes ópticas nos resultaban tan enmarañados como los jeroglíficos chinos.
 Y ocurrió lo esperado. Ninguno de nosotros superó el examen, de modo que, al día siguiente, el profesor Bouček, decano de la facultad y colega de Hrdlička, nos comunicó, rayando la aflicción, la decisión del señor Hrdlička: «Quien no apruebe el jueves próximo, repetirá curso». Los checos podrían hacerlo, pero para Saim [Kokona] y para mí significaría el adiós a la facultad de Praga. Conocíamos la regla no escrita de nuestra embajada: «Quien suspenda, hará bien en embalar sus cosas y volver a Albania».
 Nunca olvidaré aquellos días. Estudio de la mañana a la noche. Café a medianoche para mantenerse despierto y primeros intentos de fumar un cigarrillo. En definitiva, una verdadera tortura.
 Nadie se imaginó que aquel martes, calificado por tantos y tantos pueblos como día funesto, nos proporcionaría tanta «alegría». Aquella tarde nos informaron de que el profesor Hrdlička había pasado a mejor vida. ¡Oh, Dios, que vergüenza! Nos alegramos de su muerte.
 El jueves, en vez de al examen, asistimos al entierro del profesor. Nos costaba trabajo mostrarnos afligidos.
 Dos semanas después nos examinó la adjunta del profesor. Ni que decir tiene que aprobamos el examen con buenas notas. De modo que yo permanecería en Praga unos años más.
 Era el mes de junio de 1956.

 Piro Milkani estudió en la FAMU, la Escuela de Cine y Televisión de la Academia de Artes Escénicas de Praga, una de las escuelas de cine más antiguas y prestigiosas del mundo, fundada en 1946.

Escuela de Cine y Televisión de la Academia de Artes Escénicas de Praga
Fotografía: Wikimedia

 Ingresó en ella gracias a una beca, tras acabar sus estudios de secundaria en Korça. A la hora de conseguir dicha beca para estudiar en el extranjero, también fue tocado por la varita del destino. Resulta que Piro Milkani tenía a un amigo de la infancia, Viktor Gjika, estudiando dirección cinematográfica en el Instituto Pansoviético de Cinematografía de Moscú (VGIK), y desde allí recibía cartas en las que este le hablaba de lo maravilloso que era acudir cada día a las clases, así que cuando le preguntaron qué deseaba estudiar en la enseñanza superior, Piro fantaseó con estudiar cinematografía con su amigo Viktor. En un principio, ninguna de las dos becas que concedió Checoslovaquia para cursar estudios de operador cinematográfico (camarógrafo) en Praga tenía su nombre. Se la habían concedido al pintor, y posteriormente director de fotografía, Saim Kokona, y al escultor Mithat Fagu. Sin embargo, Mithat renunció a ella unas semanas más tarde. «–Si fuera a Moscú, pues bueno, pero a Checoslovaquia ni se me ha pasado por la cabeza. Además, si fuera a Moscú querría estudiar para ser director y no para ser operador cinematográfico– les dijo Mithat y se marchó».

«¡Vaya desastre! –dijeron los del ministerio–. Tenemos una beca y el hijo de perra la rehúsa. ¿Qué haremos?». Volvieron a revisar una vez más los cuatrocientos y pico formularios de todos los graduados de Albania y: ¡eureka! Lo encontraron. Un tal Piro Milkani de Korça había solicitado estudiar cinematografía. «Es muy joven, aún no tiene ni diecisiete años, pero sus notas son todas de sobresaliente. ¡Qué sea para bien! Que vaya Piro en vez de Mithat». De este misterio me enteré en Praga, me lo contó Saim, que se convirtió en mi mejor amigo. Nieto de los Kallfa, los conocidos fotógrafos de los Estudios Kallfa de Tirana, le habían enseñado a fotografiar y, sobre todo, a retocar las fotografías de los clientes para que salieran más favorecidos de lo que en realidad eran. Fue él quien me enseñó el abecé de la fotografía antes de que lo hicieran mis profesores checos. Tras graduarse, Mithat tuvo que cumplir el servicio militar obligatorio. Yo a Praga y él al cuartel. Tras licenciarse en 1959, lo enviaron a Moscú a estudiar dirección cinematográfica, tal como había deseado. Debió de tener un poderoso mentor. Pero ni su mentor ni el propio Mithat podían prever que en 1961, los miles de estudiantes albaneses que regresaron a casa por vacaciones, no volverían nunca más a Europa. Había comenzado una «nueva amistad». Con la China de Mao Zedong.

Piro Milkani en 1º de la facultad de Cine
Fotografía: Edición checa del libro

 La ruptura con Rusia del presidente Enver Hoxha, que gobernaba el país con mano de hierro, trajo a Piro Milkani de vuelta a casa en julio de 1961. Allí, el que ya era uno de los primeros camarógrafos del cine albanés, terminaría por convertirse después en director y guionista, con treinta y seis películas en su haber. Entre ellas, Victoria rotunda sobre la muerte, La boda, La señora de la ciudad, Frente a frente, Roja palabra de honor, El militante, La primavera no llegó sola o La tristeza de la señora Scheneider.

Trailer de Victoria rotunda sobre la muerte, de Piro Milkani y G. Erebara (1967)

La tristeza de la señora Schneider
Dirigida por Piro Milkani

 También tendría tiempo de actuar en las películas de otros directores, entre ellas en la italiana Lamerica que tanto me impresionó cuando la vi en el cine Albéniz en el marco del Festival de Cine Italiano de Málaga.

Cartel de la película Lamerica
Dirigida por Gianni Amelio

 Entre todos esos breves apuntes de una vida que recogen las páginas de Increíble, pero cierto (La Tortuga Búlgara Ediciones, 2025) no podían faltar sus encuentros con algunos nombres ilustres: políticos, como Václav Havel; escritores, como Ismaíl Kadaré y Jiri Mucha; actores, como Bekim Fehmiu «el Marlon Brando albanés», Emma Černá y Faruk Begolli «el Alain Delon de los Balcanes»; o compañeros de profesión, como el italiano Michelangelo Antonioni, el yugoslavo Aleksandar Petrović y la china Xiao Jiang.

Bekim Fehmiu, Emma Černá y Faruk Begolli

 Y para mi asombro, hay un episodio en el que aparece el Korab, la montaña más alta de Albania a cuya cima ascendí cuando recorrí el país en el verano de 2017. Como Josef M., el juez coleccionista que aparece en ese texto, yo también pude vivenciar la hospitalidad de los aldeanos que me alojaron en sus casas y me dieron de comer sin cobrarme nada.

El juez coleccionista
En mis primeros años de embajador en Praga, los checos que querían visitar Albania necesitan un visado, e igualmente en sentido recíproco. A finales de junio de 1999 se presentó en la embajada un hombre de mediana edad. Lo recibí en mi despacho. Me dijo que se llamaba Josef M. y que era un juez de Pilsen. Deseaba visitar Albania, pues había estado en casi todos los países de los Balcanes, salvo en Albania. Quería llegarse al monte Korab.
 –Pero ¿por qué el Korab? Albania está llena de picos y montes tan bonitos como el Korab. Por ejemplo, yo le recomendaría el Tomor. ¿Qué dice?
 –¡No, no! El Korab.
 –Pero ¿por qué precisamente ese, es usted alpinista?
 –No, no lo soy, pero quiero subir al Korab porque lo vislumbré cuando visité años atrás Kosova y me dije: «Un día subiré a ese monte».
 –Entonces, escúcheme. Sabe usted que acaba de finalizar la guerra por la liberación de Kosova. El Korab está en la frontera kosovar y quizá la zona aún se encuentre minada por el ejército serbio. Vamos, que hay peligro para quienes no conozcan la zona.
 –Yo solo quiero subir al Korab. Si no es posible, no me dé el visado. Pero no puedo engañarle. Quiero subir allí.
 Me lo pensé. ¿Qué hacer?
 –¿Qué itinerario ha elegido para llegar hasta allí?
 –Viajaré vía terrestre a través de Hungría y Eslovenia hasta Montenegro. Después tomaré un autobús que me lleve a Shkodra.
 –¡Hagamos un trato entonces! Le daré el visado y un número de teléfono. En Shkodra tengo un gran amigo. Es director teatral y se llama Serafin Franko, y estudió en su momento conmigo en Praga. Solo estuvo aquí dos años, pues en 1961, a causa de la ruptura de relaciones entre nuestros dos países, no pudo terminar sus estudios aquí y los finalizó en Tirana. Pero habla muy bien checo. Se verán y en el caso de que le diga que puede ir hasta el Korab, yo estaré de acuerdo. ¿Qué dice?
 –Totalmente de acuerdo.
 Diez minutos después le entregué su pasaporte con el visado albanés y una nota con el nombre y el número de teléfono fijo de Serafin. Al separarnos le pedí que, a su regreso, si le fuera posible se pasara de nuevo por la embajada, para que me contara su «aventura». Y prometió hacerlo.
 Mantuvo su palabra. Quince días después Josef M. se presentó en la embajada. Y me contó:
 [...]

 Les animo a leer en el libro qué le contó Josef M. a Piro y a subir a esa bella montaña que, con sus 2.764 metros de altura, constituye el punto más elevado de Albania.

Pedro Delgado en la cima del Korab, la montaña más alta de Albania
Agosto, 2017

martes, 1 de julio de 2025

'SIRÂT', QUE NO SE LA JODAN


Cartel de la película Sirât, del director Oliver Laxe

Fui a ver Sirât al cine Albéniz de Málaga el día 14 de junio, al iniciar su segunda semana en cartelera –ya va por la cuarta–, con la garantía que me dan los nombres de Oliver Laxe y Santiago Fillol, director y guionistas de un film que unos días antes había promocionado con gracia su actor principal, Sergi López, en La Revuelta. Y atraído también por el plus de saber que la trama se desarrollaba en Marruecos –aunque algunas escenas estén rodadas en Teruel–.

  Me senté en la sala sabiendo la sinopsis de la película: «Un hombre y su hijo pequeño llegan a una rave perdida en medio de las montañas del sur de Marruecos. Buscan a Mar, su hija y hermana, desaparecida hace meses en una de esas fiestas sin amanecer. Reparten su foto una y otra vez rodeados de música electrónica y un tipo de libertad que desconocen. Allí deciden seguir a un grupo de raveros en la búsqueda de una última fiesta que se celebrará en el desierto, donde esperan encontrar a la joven desaparecida». También sabía, porque lo había dicho Sergi López en la televisión, que ocurriría algo a mitad de metraje que cambiaría la película por completo.

 Así que, durante la primera parte, sumido en la oscuridad del cine, me dejé llevar por la rave que Oliver nos había preparado, hipnotizado por el baile y la música del francés David Letellier –conocido como Kangding Ray–, figurándome en el lugar de ese padre desesperado y desvalido al que acompaña su hijo y su perra, conduciendo su furgoneta, a pesar de no tener yo carnet, por pistas de arena y de montaña, en ese road movie por rutas escasamente transitadas. Porque Sirât es un viajazo, físico y psíquico. Una aventura al reverso oscuro de la vida, una cita con la fatalidad que nos reservó el destino. El maktub, lo que está escrito y no se puede cambiar.

Padre e hijo, interpretados por Sergi López y Bruno Núñez
Fotografía: BTean Pictures

 Llegados a este punto, les diré que, si aún no la han visto, corran a verla antes de que alguien se la joda. Por que hay dos momentos en la película en los que Oliver Laxe nos conmociona, nos coge por las solapas, nos sacude y nos noquea. Si algún amigo les desveló esos momentos, no es un amigo. Táchenlo de la lista, porque le habrán matado la película y le habrán privado de dos de los momentos más sorprendentes y estremecedores del cine de los últimos años. No diré más, salvo que Sirât significa en árabe camino o sendero, y hace referencia al puente que se debe cruzar el Día de la Resurrección para llegar al Paraíso. Un puente sobre el infierno, más delgado que un cabello y más afilado que una espada.

 Salí del Albéniz como se sale de algunas novelas o relatos de Paul Bowles, turbado, y durante el trayecto en moto a casa no dejé de lamentar que no se me hubiera ocurrido a mí escribir esa historia antes. Seguramente, Paul Bowles habría pensado lo mismo.

 Os dejo aquí el trailer y, para los que ya hayáis visto la película, un par de vídeos en los que Oliver Laxe analiza algunas escenas del film y donde Oliver y Sergi López son entrevistados por la cadena Ser tras obtener el Premio del Jurado en el pasado festival de Cine de Cannes.




 ¡Véanla en pantalla grande! No se van a arrepentir. Y cuando salgan, no se la vayan a joder a nadie.

sábado, 21 de junio de 2025

UNA SORPRESA MÁGICA


Mi reseña sobre el libro de Namik Dokle en la revista ExLibris
Fotografía: Pedro Delgado

El pasado día 4 de junio, el escritor albanés Namik Dokle presentó su último libro, Las muchachas que bailaron con la luna y otras leyendas de Gora, en Benalmádena (Málaga). Y lo hizo en el emblemático castillo El Bil Bil.

Presentación del libro de Namik Dokle en el castillo El Bil-Bil, Benalmádena
4 de junio de 2025, Málaga. Fotografía: Lucía Rodríguez

 Justo antes de empezar el acto, Namik me dio una grata sorpresa: me traía el número de abril de la revista literaria albanesa ExLibris, donde, bajo el título de Një surprizë magjike (Una sorpresa mágica) aparecía mi reseña del libro de leyendas de Namik. Ver mi artículo traducido al albanés fue igual de mágico*.

Mi reseña sobre el libro de leyendas de Namik Dokle en la revista ExLibris
Fotografía: Pedro Delgado

 Para los que no pudieron asistir a la presentación de Namik, les dejo aquí el vídeo que grabó Lucía Rodríguez. Y les invito a escuchar las palabras de Namik sobre la resistencia espiritual de los pueblos pequeños que defienden su cultura material y espiritual a través de sus tradiciones, sus costumbres, sus canciones, sus baladas y sus leyendas. Además de hablarnos de su libro, Namik nos narró jugosas anécdotas, como la respuesta que le dio al expresidente Felipe González cuando este le preguntó si había aprendido español en casa de Fidel Castro (minuto 27:40 del vídeo).


Presentación de Las muchachas que bailaron con la luna en Benalmádena
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Son textos que hablan de su tierra, de su gente, de los sueños, de la historia, de las heridas y también de la esperanza. Las muchachas que bailaron con la luna es una obra única, cargada de lirismo, de emoción y de memoria. Les invito pues a dejarse llevar por esta lectura, a escuchar la voz de Namik Dokle, que cruza fronteras geográficas y culturales para hablarnos directamente al corazón.
Presi Aguilera, Teniente de Alcalde de Benalmádena

Presentación de Namik Dokle en el castillo El Bil-Bil de Benalmádena
Málaga, 4 de junio de 2025. Fotografía: Lucía Rodríguez

 Dokle recrea en sus novelas la historia real y mágica, las costumbres, mitos, tradiciones y formas de vida de Gora, creando un gran fresco literario de enorme calidad y valor emocional que ahora podemos conocer en español con la publicación de Las hijas de la niebla y esta que hoy nos ofrece, Las muchachas que bailaron con la luna, que a lo largo de 53 narraciones sobre mitos y leyendas nos deslumbra con una recopilación maravillosa centrada en esa aldea, Borje, donde el sol se pone dos veces al día y la luna se pone dos veces cada noche, marco espectacular para vibrar y deleitarse con el retrato de sus gentes y su forma de vida.
Alfredo Villaverde, Asociación Escritores Castilla-La Mancha

 Por último, me van a permitir que deje aquí, para el recuerdo, las fotografías que nos hicimos esa tarde.

Namik Dokle dedicándome su libro
Fotografía: Lucía Rodríguez

Namik Dokle y Pedro Delgado en la presentación de las leyendas de Gora
Fotografía: Lucía Rodríguez

Namik Dokle y Pedro Delgado en El Bil-Bil
4 de junio de 2025, Benalmádena (Málaga)

*Pueden leer mi reseña de Las mujeres que bailaron con la luna y otras leyendas de Gora clicando sobre el siguiente enlace:

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2025/03/las-muchachas-que-bailaron-con-la-luna.html

Nota: La edición de Las muchachas que bailaron con la luna y otras leyendas de Gora, de Namik Dokle, en una traducción de María Roces González, con ilustraciones de Jesús Gabán, corre a cargo de la editorial madrileña Libros de las Malas Compañías.

domingo, 1 de junio de 2025

BUTCHER'S CROSSING


Butcher's Crossing, de John Williams
Fotografía: Pedro Delgado

En el día de Reyes, le regalé a mi padre Butcher's Crossing, de John Williams, el mismo autor de Stoner, la novela que le leí cuando estaba ingresado en el hospital recuperándose de un ictus*.

 Regalar un libro a alguien que no puede sostenerlo bien entre sus manos es regalarle también tu tiempo para leérselo. No hay nada más poderoso que un buen libro, y nada más gratificante que narrar o escuchar una historia. Y si en ella hay un pueblo polvoriento, grandes praderas y manadas de bisontes..., porque Butcher's Crossing es un western, miel sobre hojuelas.

 Eso sí, leerle a una persona octogenaria, cuando no se puede hacer a diario, requiere a cada nueva sesión de lectura una breve recapitulación de lo leído, unas frases sencillas que lo sitúen de nuevo en la novela.

 «Acuérdate, papá», le decía los primeros días, «estamos en Burcher's Crossing, Kansas, un incipiente pueblucho del lejano Oeste donde la gente se dedica al comercio de las pieles. Hasta allí ha llegado William Andrews, un joven estudiante del Harvard College de Boston que ha sentido la llamada de lo salvaje. Pregunta por un tal J. D. McDonald, un comerciante de pieles amigo de su padre que le ofrece trabajo, pero que este rechaza, pues lo que él quiere no es llevar un negocio sino conocer a los cazadores y a la región lo más a fondo posible. McDonald lo manda entonces a ver a Miller, un veterano cazador de búfalos». Y, una vez asentía, continuaba con la lectura.

–De modo que ha preferido no atarse a McDonald.
–No es lo que yo buscaba.
–Esto es un pueblo de cazadores, muchacho –comentó Miller–. Poca cosa más se puede hacer por aquí, si decide quedarse. Una posibilidad es trabajar para McDonald y sacar algún dinero, otra montar su pequeño negocio de lo que sea y confiar en que sea cierto que el ferrocarril pasará por aquí, y otra más apuntarse a una partida de caza.
–Es más o menos lo que me dijo el señor McDonald.
–Y la última idea no le gustó.
–Eso parece –dijo Andrews con una sonrisa.
–No le caen bien los cazadores –dijo Miller–. Y a ellos tampoco les cae bien él.
–¿Por qué?
Miller se encogió de hombros antes de responder.
–Los cazadores hacen el trabajo, y todo el dinero se lo queda McDonald. Para ellos, él es un sinvergüenza; McDonald, en cambio, cree que los cazadores son tontos. Ambas partes tienen razón; no culpemos a nadie.
–Pero usted también es cazador, ¿no es así, señor Miller? –le preguntó Andrews.
Miller  meneó la cabeza.
–No como los de por aquí. Además, no trabajo para McDonald. Él organiza sus propias partidas, les da cincuenta centavos por cabeza a cuenta de pieles crudas; pieles de verano, poco más que un cuero fino. Tiene siempre a más de treinta grupos cazando; obtiene montones de pieles, pero tal como está estipulado el reparto de beneficios, suerte tendrá el cazador que saque lo suficiente para pasar el invierno. Yo cazo por mi cuenta o no salgo a cazar... –Miller se interrumpió.
Francine regresó con un cuarto de botella y vasos limpios, y uno pequeño de cerveza para ella. Charley Hoge cogió con celeridad el whisky que ella le puso delante; Miller ahuecó una manaza peluda alrededor del suyo; Andrews tomó un sorbito. El licor le quemó los labios y la lengua y le calentó el gaznate; el ardor le impidió notar sabor alguno.
–Llegué a este pueblo hace cuatro años –prosiguió Miller, el mismo año que McDonald. ¡Dios mío, si hubiera visto usted esta región entonces! En primavera mirabas desde aquí y todo eran bisontes hasta donde alcanzaba la vista, como si el suelo estuviera cubierto por una hierba oscura. En aquel entonces éramos muy pocos en la zona, y no era raro que una sola partida consiguiera mil o mil quinientas cabezas en un par de semanas de cacería. Y hablo de pieles de primavera, que son las buenas. Ahora queda muy poca caza. Los bisontes viajan en pequeñas manadas, y suerte tiene un cazador si consigue doscientas o trescientas cabezas por viaje. Dentro de un par de años, aquí en Kansas no habrá nada que cazar.
Andrews tomó otro sorbo de whisky.
–¿Qué hará usted entonces?
–Ya veremos. Poner trampas otra vez, o dedicarme un tiempo a la minería, o cazar cualquier otro bicho. –Miró ceñudo su vaso–. O cazar más bisontes. Si uno sabe buscar, hay sitios donde todavía quedan.
–¿Por esta zona? –preguntó Andrews.
–No –respondió Miller. Se rebulló inquieto en la silla, con su corpachón vestido de negro; empujó el vaso intacto hasta el centro de la mesa–. En el otoño del sesenta y tres estuve cazando castores en Colorado. Fue un año después de que Charley perdiera la mano; él estaba instalado en Denver pero entonces no iba conmigo. Ese año los castores tardaron en echar el pelo, de modo que dejé mis trampas cerca del río donde estaba trabajando y me fui en mulo hacia las montañas, con la esperanza de cazar un par de osos; había oído decir que ese año su piel era buena. Durante casi tres días trepé por aquella ladera sin avistar ni un maldito oso. El cuarto día continué el ascenso, pero ahora más hacia el norte; llegué a un punto donde la montaña caía a pico sobre una cañada. Pensé que  quizá allí abajo habría algún riachuelo en el que los animales irían a beber, de modo que empecé a bajar con el mulo. Tardé no sé cuántas horas, y una vez abajo no encontré más que un lecho reseco, de unos diez o doce pies de ancho, duro como la piedra, que parecía un camino abierto en pleno monte. En cuanto lo vi, supe de qué se trataba, pero no me lo podía creer. Eran bisontes; habían apisonado la tierra yendo y viniendo por aquel camino, durante años y años. Seguí el cauce cuesta arriba, y ya casi de noche salí al lecho de un valle tan llano como un lago. El valle entraba y salía de las montañas hasta donde alcanzaba la vista, y por todas partes había bisontes, pequeñas manadas. Pieles de otoño, pero más espesas y mejores que las de invierno en las zonas de pradera. Desde donde me encontraba, calcule que había unas tres o cuatro mil cabezas, más las que estaban ocultas a la vista en los recodos del valle. –Cogió el vaso que había dejado en el centro de la mesa y lo apuró de un trago, estremeciéndose un poco al beber–. Tuve la clara sensación de que ningún ser humano había pisado jamás aquel valle. Quizá algunos indios, mucho tiempo atrás, pero ningún blanco. Estuve allí dos días enteros y no vi una sola señal de presencia humana, como tampoco a la vuelta. Cerca del río, el sendero se ceñía a la ladera de la montaña y quedaba oculto entre árboles; remontando la corriente, ningún hombre podía verlo.
Andrews carraspeó, y su voz le sonó hueca y extraña al hablar:
–¿Ha vuelto alguna vez a ese sitio?
Miller negó con la cabeza.
–Nunca. Sabía que todo estaría igual. Nadie podría encontrarlo a no ser que supiera el lugar exacto, o que se topara con él por casualidad, como me ocurrió a mí; y eso es poco probable.
–Diez años –dijo Andrews–. ¿Cómo es que no ha vuelto?
–Las cosas no salieron bien. Un año a Charley le dio la fiebre, otro año me había comprometido para otro trabajo, al siguiente estaba sin blanca. Entre una cosa y otra nunca he podido reunir la partida adecuada.
–¿Qué clase de partida debería ser? –preguntó Andrews.
Miller no le miró al responder.
–Una que me dejara toda la iniciativa. Ya no quedan muchos sitios como ese, y no quisiera mezclar en eso a ninguno de los otros cazadores.
Andrews sintió crecer en su interior una gran emoción.
–¿Cuántos hombres se necesitarían?
–Depende de quién lo organice –respondió Miller. Entre cinco y siete hombres, para una partida normal. Pero, en este caso concreto, creo que cuanta menos gente, mejor. Con un cazador bastaría, porque dispondría de todo el tiempo del mundo para cobrar piezas; tendría a los bisontes siempre a su disposición. Un par de desolladores y alguien que se ocupara del campamento. Creo que cuatro hombres podrían hacer el trabajo. Y cuanta menos gente hubiera, mayor sería la tajada.
Andrews guardó silencio. Vio cómo Francine se inclinaba hacia delante y se acodaba en la mesa. Charley Hoge inspiró hondo, con brusquedad, y tosió un poco. Tras la pausa, Andrews dijo:
–¿Se podría organizar una partida, en esta época del año?
Miller asintió, mirando por encima de la cabeza de Andrews.
–Sí, supongo que se podría.
Se hizo otro silencio.
–¿Cuánto dinero se necesitaría?
Miller bajó ligeramente la vista hasta encontrar lo ojos de Andrews y esbozó una sonrisa.
–¿Habla por hablar, muchacho, o es que está interesado de verdad?

 La exquisita prosa de John Williams, que ya nos enganchó en Stoner, esta vez traducida por el Luis Murillo Fort, recoge en las páginas de Burcher's Crossing el viaje iniciático del joven Andrews al mundo duro, austero y violento de los cazadores de bisontes que esquilmaron las praderas del salvaje Oeste en la década de 1870.

 Miller disparó, volvió a cargar, disparó y cargó otra vez. La neblina de humo acre se hizo más densa alrededor de ambos hombres; Andrews tosió, respiró boqueando y pegó la cara al suelo, donde el humo era menos denso. Al levantar la cabeza pudo ver ante sus ojos un sinfín de cadáveres de bisonte, y el resto de la manada –que, en apariencia, apenas había menguado– pululando en círculo de un modo casi mecánico, como si obedeciera al oscuro ritmo marcado por los disparos que Miller efectuaba a intervalos precisos. Las detonaciones lo dejaron sordo [...]

 Con su estilo cinematográfico, John Williams escenifica los cambios internos que se van produciendo en los personajes, no ya sólo en sus físicos, sino también en sus almas.

De la manada original quedaban unas dos terceras partes, o poco más. En un trecho largo e irregular que se extendía casi una milla, el suelo estaba sembrado de montículos oscuros. Andrews tenía las rodillas en carne viva de arrastrarse al lado de Miller, pues habían seguido avanzando en dirección sur conforme la manada se desplazaba hacia allí en su perpetuo girar. Le ardían los ojos de tanta humareda y los pulmones le dolían de respirarla; el ruido de los disparos le había dado dolor de cabeza; en la palma de una mano empezaban a salirle ampollas de sujetar los cañones calientes. Había pasado la última hora apretando los dientes para reprimir cualquier expresión de dolor.
 Pero, a medida que aumentaba el dolor en distintas partes de su cuerpo, su mente pareció distanciarse de él, sobrevolarlo de alguna forma, y fue capaz de verse a sí mismo, y a Miller, con mayor claridad que antes. Durante la última hora acabó viendo a Miller como una suerte de autómata, un mecanismo puesto en marcha por el discurrir de la manada; y la matanza de bisontes, no como un ansia de sangre, de pieles o de lo que pudieran reportar, y ni siquiera al final como una descarga de la furia que anidaba en el interior de Miller; acabó viendo la matanza como una fría y ciega respuesta a la vida en la que Miller se había metido de lleno. Se miraba a sí mismo, arrastrándose entumecido detrás de Miller por el lecho del valle, recogiendo las vainas vacías, tirando del barrilete, ocupándose del rifle, limpiándolo, pasándoselo a Miller cuando lo precisaba..., se miraba y no era capaz de reconocerse ni de entender qué hacía allí.
***
 A medida que los bisontes, siguiendo su instinto, se empeñaban en alejarse del valle, la matanza se hacía más intensa. De por sí reservado y parco en palabras, Miller se obsesionó cada vez más con la matanza; incluso por la noche, en el campamento, ya ni siquiera utilizaba la voz para expresar sus necesidades más primarias; pedía café señalando simplemente la cafetera, gruñía cuando alguien pronunciaba su nombre, impartía las instrucciones a base de escuetos gestos de manos y brazos, sacudiendo la cabeza o gruñendo por lo bajo. Iba a cazar con dos escopetas, y tantos eran los disparos que los cañones de ambas llegaban casi al punto de arder.
 Schneider y Andrews tenían que darse más prisa en despellejar los animales que Miller iba dejando tirados en el suelo; casi nunca terminaban la tarea antes de ponerse el sol, y en consecuencia cada mañana se levantaban antes del amanecer para bregar con el duro cuero de unos bisontes tiesos. Durante el día, mientras sudaban, cortaban y arrancaban en un esfuerzo desesperado por no rezagase, oían cómo el rifle de Miller quebraba el silencio de manera inexorable, insistente, monótona, hasta dejarlos desquiciados y con los nervios a flor de piel. Por la noche, cuando los dos volvían agotados hacia el resplandor rojizo que señalaba la posición del campamento en la oscuridad, encontraban a Miller junto al fuego, encorvado, el gesto ausente; salvo por la mirada, estaba tan quieto y desprovisto de vida como los bisontes a los que mataba. Incluso había dejado de limpiarse la pólvora que se le pegaba a la cara al disparar; ahora el polvillo negro parecía formar parte de su piel como si estuviera grabado en ella, una máscara que resaltaba el furibundo y penetrante brillo de sus ojos.

 Will Andrews, Miller, el huraño desollador Fred Schneider y el borrachuzo Charley Hoge, con los que el joven ha emprendido la búsqueda de un valle secreto poblado de manadas de bisontes, son los protagonistas de esta novela junto a McDonald y la prostituta Francine; todos retratados finamente por el autor, que recoge de manera pausada la evolución de sus emociones y de su percepción de la realidad. Además de ellos, asoman otros secundarios, a modo casi de extras de una película, que aparecen y desaparecen de las páginas en un suspiro.

En dos ocasiones se cruzaron con pequeñas partidas que llevaban su misma dirección. Una de ellas la formaba un hombre, su esposa y tres niños. Sucios de polvo, la cara chupada y la expresión hosca por el cansancio, la mujer y los niños iban acurrucados en un pequeño carro tirado por cuatro mulos y no dijeron nada; el hombre, ansioso por hablar y atragantándose casi de tantas ganas como tenía, les dijo que venían de Ohio, que habían perdido allí su granja y que se dirigía a California, donde un hermano suyo tenía un pequeño negocio; habían iniciado el viaje con una pequeña caravana, pero uno de sus mulos cojeaba y ahora el grupo principal le llevaba ya dos semanas de ventaja, y no tenía esperanzas de alcanzarlos. Miller examinó el mulo que renqueaba y aconsejó al hombre desviarse hacia Fort Wallace, donde podría dejar descansar al tiro y esperar a que pasase otra caravana. El hombre estaba indeciso y Miller, cortante, le dijo que el mulo no llegaría mucho más allá de Fort Wallace y que seguir camino él solo era una estupidez. El hombre negó con la cabeza, tozudo. Miller no insistió; tras hacer una seña a Andrews y Schneider, el grupo dio un pequeño rodeo y siguió su camino dejando atrás al hombre, la mujer y los niños. Al anochecer divisaron el polvo que levantaba el carromato, muy lejos a sus espaldas. Miller meneó la cabeza.
 –No lo conseguirán. Ese mulo no aguantará ni dos días. –Escupió al suelo–. Deberían haberse desviado por donde les he dicho.

 Y como suele suceder en los westerns, junto a todos ellos brillan con luz propia los paisajes y los animales, no ya solo el bisonte de la portada –comprensible que figure en casi todas las ediciones– sino también los bueyes y los caballos.

Portadas ediciones de Butcher's Crossing (Montaje Pedro Delgado)

Portadas ediciones de Butcher's Crossing (Montaje Pedro Delgado)

 De todas las portadas, me quedo con la española, la de Lumen, por la paz que transmite y porque junto al búfalo americano aparece otro de los grandes protagonistas de la novela: la nieve.

 –Un momento –dijo Schneider. Tenía la vista perdida, y por el gesto de la cabeza parecía estar escuchando algo.
 –¿Qué hay? –dijo Miller.
 –Marchémonos de aquí. –Schneider se volvió lentamente hacia él. Su voz sonó queda.
 Miller torció el gesto, lo miró pestañeando.
 –¿Qué pasa?
 –No lo sé –dijo Schneider–. Pero hay algo. Algo no me acaba de gustar.
 Miller resopló.
 –Te asustas más rápido que los bisontes. Vamos, aún quedan muchas horas de luz. Dentro de un rato se habrán calmado y podré tumbar unos cuantos antes de que anochezca.
 –Escuchad –dijo Schneider.
 Se quedaron los tres inmóviles en las sillas de montar, tratando de oír algo que desconocían. El viento había cesado, pero el aire seguía siendo frío. No oyeron más que silencio; ni murmullo de ramas ni canto de pájaros. Uno de los caballos resopló; alguien hizo crujir la silla al moverse. Miller, ansioso por romper el silencio, se palmeó una pierna y, volviéndose hacia Schneider, dijo en alta voz:
 –Qué demonios...
 Pero no continuó. El brazo estirado de Schneider, la mano y un dedo que parecía señalar a ninguna parte, le conminaron al silencio. Andrews los miró alternativamente, desconcertado, pero de pronto sus ojos se detuvieron en un punto entre los dos hombres. En el aire, cayendo despacio, como una pluma, vio un gran copo solitario de nieve. Y estaba mirándolo cuando apareció otro más, y un tercero.

 La trama en las novelas de John Williams avanza muy lentamente. A veces, como en Stoner, ya sabemos desde el inicio hacia donde nos conduce; pero eso no tiene la mayor importancia, porque la magia de este autor, un desconocido hasta hace poco en estos lares a pesar de que obtuvo el National Book Award en 1973, no reside en lo que cuenta, sino en cómo nos lo cuenta. En el estilo. En cómo consigue con ese tono y ese lenguaje aparentemente sencillos meternos a base de detalles dentro de la historia, empotrarnos con sus protagonistas y provocarnos las más diversas e intensas emociones.

John Williams (Clarksville, Texas, 1922-Fayetteville, Arkansas, 1994)
Fotografía: Archivos de la Universidad de Denver

 Yo siempre iba en la lectura unos cuantos capítulos por delante de mi padre, pues al regresar a casa sentía la imperiosa necesidad de continuar leyendo, de forma que cuando volvía a leerle, al cabo de los días, yo ya sabía exactamente qué era lo que le esperaba en aquellas páginas: como un dios magnánimo que sabe lo que va a pasar en la Tierra. De paso, al leer por dos veces los capítulos, me fijaba más en la construcción de las frases y en los recursos que utilizaba el escritor, tratando de aprender su estilo y la técnica de la que se servía.

 Al final de la segunda parte del libro –se divide en tres partes–, John Williams nos agarró a ambos por las solapas y nos zarandeó a base de bien. A mí por segunda vez, sintiendo el mismo estupor de la primera. Mi padre emitió un «¡Oh!» de sorpresa y meneó la cabeza a los lados repetidas veces, como si quisiera negar lo que acababa de suceder.

 Y al terminar la tercera parte y decir aquello del punto final, mi padre definió aquella novela como un western de altura literaria, nada que ver con las novelitas baratas que tenía antaño en su mesita de noche.

 Bret Easton Ellis, el autor de American Psycho y de Los destrozos, al que oí hablar una tarde en el auditorio del Museo Picasso de Málaga, también fue exquisito en sus palabras para definirla: «Butcher's Crossing desmantela el mito del Oeste, revelando una historia de terror sobre el día a día agotador de la mera supervivencia... [un] lirismo sobrio y magnifico... incluso en sus momentos más suaves no exagera en nada, y la crítica moral está en la precisión del lenguaje, la ahora famosa prosa simple y elegante de Williams».

 Y The New York Times Book Review la emparentó con Cormac McCarthy, del que ya disfruté Meridiano de sangre: «Dura e implacable, pero de tono apagado, Butcher's Crossing allanó el camino para Cormac McCarthy. Fue quizás el primer y mejor western revisionista».

 ¿Y qué es un western revisionista?, se preguntarán ustedes. Pues les daré la definición que encontré en mm guionistas (Manuel Fajardo y Marc Cosdán):

El western revisionista es un subgénero del cine del oeste que se desarrolló a partir de la década de 1960 y que busca cuestionar y subvertir las convenciones y estereotipos tradicionales asociados con las películas del oeste clásicas. A diferencia de las narrativas simplistas y maniqueas que solían presentarse en los western tradicionales, el western revisionista se caracteriza por ofrecer una visión más realista, compleja y crítica de la historia del Oeste americano y de los personajes que lo habitan.
 Las principales características del western revisionista incluyen:
 1. Ambigüedad Moral: Los personajes en el western revisionista son más complejos y no se dividen claramente entre "buenos" y "malos". Los protagonistas a menudo tienen motivaciones ambiguas y pueden estar llenos de contradicciones. Los antagonistas también pueden tener razones comprensibles para sus acciones.
 2. Contexto Histórico Realista: A diferencia de los western clásicos que presentaban una visión idealizada y heroica del Oeste americano, el western revisionista tiende a retratar un ambiente más auténtico y verosímil. Se abordan temas como la violencia, el racismo, la avaricia, el conflicto entre colonos y nativos americanos, y las dificultades que enfrentaron los pioneros y forajidos.
 3. Cuestionamiento de Mitos y Leyendas: El western revisionista desafía los mitos y leyendas tradicionales que rodean la historia del Oeste. Busca presentar una perspectiva más crítica sobre la conquista del Oeste y los eventos históricos que han sido idealizados en las películas clásicas.
 4. Estilo de Dirección Innovador: Los directores de western revisionista a menudo adoptan un enfoque más moderno y estilizado en su dirección. Pueden utilizar técnicas cinematográficas innovadoras, narrativas no lineales y elementos simbólicos para contar sus historias.
 5. Reinterpretación de Arquetipos: El western revisionista revisa y redefine los arquetipos tradicionales del género. Los héroes pueden tener rasgos más oscuros y conflictivos, mientras que los villanos pueden tener motivaciones más complejas.

 Y ya que hablamos de cine del oeste, les diré que en 2023 Netflix estrenó la adaptación de Butcher's Crossing a la gran pantalla. Dirigida por Gabe Polsky, y con Nicolas Cage en el papel de Miller y Fred Hechinger en el de William Andrews.

 ¿Qué decirles de ella? Pues que la película que me monté en la cabeza conforme leía la novela es muchísimo mejor que ese trailer que he visto, y que quizás habría sido mejor colocar a Kevin Costner en el papel de Miller en lugar de al casi siempre sobreactuado Nicolas Cage.

 A pesar de ello, tengo ganas de verla para ver las diferencias con la novela –por ejemplo, ese carro que se despeña por un barranco, cosa que no sucede en el texto–. Y quién sabe, igual al final me termina gustando. Ya les dejaré un comentario cuando la vea.

 Lo que sí puedo recomendarles, y lo hago de manera encarecida, es la novela. Si solo van a poder leer un libro este año, que sea este. Lo terminamos de leer hace unos meses y todavía sigue retumbando en nuestra cabezas.

 ¡Sí!, y los poetas mandan al espíritu enfermo a visitar verdes pastos, de la misma manera que a un caballo que cojea se lo saca a la pista sin herrar para que renueve sus cascos. Curanderos a su modo, los poetas sostienen que tanto para corazones apenados como para pulmones doloridos, la naturaleza es el gran remedio. Pero entonces ¿quién dejó que mi cochero muriese congelado allá en la pradera? ¿Y quién tuvo la culpa de que Peter el Salvaje se volviera idiota?
HERMAN MELVILLE, El estafador y sus disfraces

*Pueden leer la reseña de Stoner, de John Williams, clicando en el siguiente enlace:

Stoner, de John Williams. Fotografía: Pedro Delgado

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2023/02/del-cohete-chino-el-ictus-de-mi-padre.html

domingo, 25 de mayo de 2025

ANTOLOGÍA POÉTICA DEL ALBANÉS NAIM FRASHËRI


Antología poética: Naim Frashëri (La Tortuga Búlgara Ediciones)
Fotografía: Pedro Delgado

Un anciano de 98 años estaba cavando para plantar una parra, y se le acercó y le preguntó un amigo: «¿Esperas vivir tanto como para probar algún racimo suyo?». «No –le respondió el anciano–, pero si los que se fueron sembraron lo que nos alimenta a nosotros, hemos de sembrar nosotros lo que alimente a los que han de venir».
Naim Frashëri en una traducción de María Roces

El mismo día en que la poeta rumana Ana Blandiana defendía en Málaga el poder sanador de la poesía en estos tiempos de consumismo e individualismo feroz, recibí por correo un libro de poemas del albanés Naim Frashëri: Antología poética (La Tortuga Búlgara Ediciones, 2025). Fue un día antes de que Txema Martín escribiera en el periódico que la poesía es la sublimación del lenguaje, pero también la gran olvidada.

Arrinconada en las librerías, apenas presente en las aulas y siempre señalada como un género minoritario. No se vende, no renta y, sin embargo, ahí sigue: respirando donde menos se la espera, como una fiesta empeñada en celebrarse. La poesía resulta molesta porque no es productiva, no se ajusta a balances ni cotiza en las ferias de vanidades. Vive en la intemperie, en ese espacio incómodo donde las palabras duelen y curan a partes iguales. Quizá por eso se la arrincona como si fuera un pariente excéntrico al que no se sabe bien dónde sentar.

 La Tortuga Búlgara publica en España poesía y narrativa en lenguas de escasa difusión –albanés, búlgaro, croata, letón, lituano y ucraniano–, un gesto que me parece un bonito acto de fe. Lo mismo que el trabajo de María Roces González, encargada de seleccionar los textos y traducirlos del albanés.

 Entre dichos textos de Naim Frashëri (1846-1900) –el más importante poeta del Renacimiento Nacional albanés, ilustre pensador y activista en pro de la educación y la cultura albanesa–, María Roces ha incluido algunos cantos de la epopeya Historia de Scanderbeg, la que muchos consideran su obra maestra, unos versos que he leído con sumo interés, pues Scanderbeg, el gran héroe nacional albanés, sigue muy presente en el país, con esculturas, museos y monumentos que alaban su figura, e incluso un equipo de fútbol y un estadio con su nombre en la ciudad de Korçë.

Estatua ecuestre de Scanderbeg en Kruja, Albania
Fotografía: Pedro Delgado

Busto de Scanderbeg (Museo Scanderbeg Kruja)
Fotografía: Pedro Delgado

Scanderbeg, grupo escultórico del Museo Scanderbeg de Kruja)
Fotografía: Pedro Delgado

Campo de fútbol del KF Skenderbeu, Korçë (Albania)
Fotografía: Pedro Delgado

 De hecho, en mi casa tengo un retrato de Scanderbeg que le compré a su joven autor –Bilbil Çela– en Kruja, cuando visité el castillo de la ciudad en el verano de 2017. En aquella fortaleza, bajo su caudillaje, la resistencia albanesa hizo fracasar tres largos asedios otomanos, guiando desde allí la resistencia contra los turcos.

Bilbil Çela dibujando a Scanderbeg en Kruja (2017)
Fotografía: Pedro Delgado

Copia del casco y la espada de Scanderbeg (original en Viena)
Mural pintado por Naxhi Bakalli en el Museo Scanderbeg de Kruja
Fotografía: Pedro Delgado

 Historia de Scanderbeg «consta de 11.500 versos octosílabos distribuidos en veintidós cantos. Los hechos siguen un orden cronológico, de modo que si el canto primero refiere cómo» el soberano «Gjon Castriota se ve obligado a enviar a cuatro de sus hijos» –entre ellos Gjergj Kastrioti, quien en el futuro será llamado Scanderbeg– «como rehenes al sultán Murad para sellar con él un pacto de no agresión y amistad, en los dos cantos finales asistimos al fallecimiento del héroe y, en consecuencia, a los peligros y amenazas que habrá de afrontar Albania tras su muerte. Concluye con el amanet (última voluntad) expresada desde el más allá por el espíritu de Scanderbeg.

 Este largo poema habría de ser uno de los más leídos en la época del Renacimiento Nacional albanés –desde la segunda mitad del siglo XIX hasta 1912, año de la independencia de Albania– al condensar las aspiraciones de los albaneses a la libertad e independencia del Imperio otomano, apelar al deber patriótico y al fortalecimiento de la conciencia nacional, al derecho a vivir libremente en una nación propia en el antiquísimo territorio ancestral y constituir, simultáneamente, un tonante llamamiento a tomar las armas contra la dominación y ocupación osmanlí».

El héroe legendario, el paladín, es aquí Scanderbeg, que aparece revestido con los atributos románticos derivados del humanismo europeo y del aliento renacentista albanés, encarnando, por ello, la belleza y la grandeza humana, la fuerza física, la riqueza espiritual y moral, la sabiduría y la prudencia y, sobre manera, la hombría y el valor. La idealización de la figura de Scanderbeg y de su época por los renacentistas se forja en nombre de un ideal superior: servirá para ilustrar cómo la dominación otomana viene a interrumpir el proceso de desarrollo y estadio de civilización en los que se encontraba Albania en el siglo XV, para hundirse, desde entonces, en un profundo atraso. La edad de oro de la historia nacional, que correspondería al periodo de Scanderbeg, se contrapone en la epopeya, de ese modo, a la atrasada deriva que sufre Albania bajo el yugo osmanlí, del que será preciso desembarazarse cuanto antes. Si bien, el poema se interesa bastante más por la situación política que atraviesa Albania que por su historia, pues no pretende tanto poner de relieve un determinado periodo de la historia de Albania como despertar la conciencia política y revolucionaria de los albaneses, a fin de que estén ideológicamente preparados para afrontar tanto los retos del presente como del futuro.

 Es así que las páginas de esta antología, en una edición bilingüe, nos retrotraen «al periodo en el que los pueblos balcánicos anhelaban y luchaban por su independencia nacional y su segregación del Imperio otomano».

El poeta Naim Frashëri, postal de 1950
Fotografía: Wikimedia Commons

 Otra muestra de cantos de Naim Fashëri incluidos en la selección de María Roces pertenecen a Kerbala, que interesará a todos los que tenemos atracción por el mundo árabe, pues entronca con la escisión que se produjo entre los musulmanes, divididos a partir de entonces en sunitas y chiítas.

La batalla de Kerbala, siglo XIX (Escuela persa)
Fotografía: Private Collection / Bridgeman Images

 Kerbala (Querbelaja) «es una epopeya de 25 cantos en verso octosílabo publicada en Bucarest en 1889, cuyo tema entronca con la historia del califato árabe y los acontecimientos que tuvieron lugar entre los siglos IX y XVII», algo que explica muy bien María Roces en los textos que acompañan a los poemas de Fashëri.

Tras la muerte del profeta Mahoma, sin haber dejado sucesor, se designó a su suegro Abu Bakar como primer califa del islam contra los deseos de los partidarios de Alí. Siguiendo la línea sucesoria de Abu Bakar, el liderazgo recaería, en el año 680, en Yazid I, de la dinastía Omeya. Por entonces, el califato se encontraba en un estado de caos político y corrupción, y por ello Huseín bin Alí, nieto y último descendiente vivo de Mahoma, se negó a jurar lealtad a Yazid, al considerar que había usurpado el trono. Procedió entonces a promover un levantamiento para derrocarlo. Temiendo la insurrección, Yazid envió 30.000 soldados a detener y dar muerte a Huseín y a su comitiva, apenas 72 personas. Rápidamente los sitian en el desierto, donde quedan aislados y sin agua durante tres días. La batalla de Kerbala, tuvo lugar en el valle iraquí del mismo nombre el 10 de octubre del año 680 entre las tropas de Yazid I, segundo califa omeya, y los seguidores del nieto del profeta Mahoma, Huseín bin Alí. Al comenzar la batalla, los hombres de Huseín fueron cayendo uno a uno. Las fuerzas de Yazid demandaban de Huseín que le jurara lealtad, pero el nieto de Mahoma no claudicó. Al final se quedó solo, herido, y sin otro apoyo que el de las mujeres e hijos de sus hombres caídos, que lo atendían al borde de la muerte.
 Hussein fue asesinado, pues, el décimo día de muharram, primer mes del año lunar islámico, conocido como el día de Ashura, del año 680. La batalla de Kerbala desencadenó la segunda fitna o guerra civil islámica, que terminó de dividir a la comunidad musulmana en dos grandes corrientes: el chiismo (al que pertenecen los bektashíes) y el sunismo. La primera fitna había tenido lugar dos décadas atrás, entre los omeyas y Alí, yerno de Mahoma y padre de Huseín, y a quien se remonta el origen político del chiismo.
 [...] Los mártires de Kerbala, comparten la misma creencia religiosa que los otomanos, pero, no obstante, Naim Frashëri transforma el martirio de Huseín en un ardiente llamamiento a los albaneses para que combatan la ocupación otomana y, con ese fin, la batalla de Kerbala aparece como un enfrentamiento de los propios albaneses contra el poder osmanlí; batalla en la que los albaneses deben vencer puesto que tienen la razón de su parte.
 [...] si Scanderber es el arquetipo de la resistencia de los cristianos albaneses y europeos contra los otomanos musulmanes, el iman Huseín es el arquetipo del mártir por la verdad y, la batalla de Kerbala, la representación de la lucha entre la justicia y la injusticia, entre lo que es bendito y lo que está maldito.

 El libro si ofrece al completo el poema bucólico Ganado y agricultura, himno a la madre patria y su naturaleza, así como otros versos del poemario Las flores del verano. De este último, quiero dejarles aquí el poema El ruiseñor, que menciona al mes de mayo y a dicha ave, cuyo inconfundible e incansable canto –incluso durante la noche– «es posiblemente el más sobresaliente de entre todas la aves canoras».

Ruiseñor común
Dibujo: Juan Varela (SEO/BirdLife)

El ruiseñor

 

El día quince el plenilunio
luce en los flancos del cielo,
el mundo yace tranquilo,
nada se mueve, hay sosiego.

 

El cielo está inmaculado,
impoluto como el oro,
dormido está y tan calmado
como insatisfecho el ojo.

 

Fluye como un río argento
una luz y por doquiera,
y de ella en el firmamento
parece que amaneciera.

 

Manan de oro fontanas
que la tierra van ornado,
las crestas de las montañas
y los cerros, blanqueando.

 

Sobre la loma  el soto
y allende el mar la luz cae,
sobre piedras, sobre escollos
y sombreados lugares.

 

La noche es todo sosiego,
todo se queda dormido,
solo torrente y reguero
susurran, también el río,
murmuran mientras avanzan
en un tono melodioso,
y entonan mientras se marchan
un canto dulce y hermoso.

 

El norte sopla tranquilo,
hombre, animal, ave, hoja,
bosque, peña, campo, pico,
todos en calma reposan.

 

Dios le ha traído a mayo
felicidad, bendiciones,
y el ambiente ha mejorado
vistiendo de oro la noche.

 

Han florecido las flores
va corriendo un aire manso,
cargados están los árboles
y la yerba ha germinado.

 

Cabras, cabritos, corderos
con ovejas apiñados,
solo los perros, despiertos
sobre el terraplén tumbados.

 

Se oye el cantar del garbón
con tres o cuatro palabras
en la loma y en el llano,
y en el mar las olas varias.

 

¡Escuchad, pues, otro canto
que abrasa mi corazón,
quema, ¿podré soportarlo?,
canta ahora el ruiseñor!

 

Astros y tierra, chitón,
¿escucháis la melodía?,
oíd y prestad oídos,
que es el ruiseñor quien trina.

 

Roncal, yo sé lo que ansía
la cadencia de tu trino,
y tanto abrasó mi alma
que incluso el sueño he perdido.
Del poemario Lulet e verës
(Las flores del verano), Bucarest, 1890
Naim Frashëri en una traducción de María Roces

 Sin duda, esta edición es una buena oportunidad de acercarnos a la poesía de Naim Frashëri, fundador de la literatura nacional albanesa.

 Y si les interesa dicha literatura, los invito a asistir el próximo 4 de junio, a las 19:00 horas, en el castillo Bil-Bil de Benalmádena, a la presentación en Málaga de Las muchachas que bailaron con la luna y otras leyendas de Gora (Libros de las Malas Compañías, 2025), de Namik Dokle, libro de leyendas que ya reseñé en este blog, al igual que su novela Las hijas de la niebla (2Sicilias Reino Editorial–Ginger Ape Books, 2022).

Presentación del último libro de Namik Dokle en Benalmádena

Nota: Pueden leer dichas reseñas clicando sobre los siguientes enlaces:

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2025/03/las-muchachas-que-bailaron-con-la-luna.html

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2023/07/las-hijas-de-la-niebla.html