Gilgamesh, de Annamaria Gozzi y Andrea Antinori (Ediciones Siruela) Fotografía: Pedro Delgado |
Observábamos tan atentamente la Vía Láctea que cada estrella se convertía en cien, y cada una de las cien en otras tantas. Entonces nos hacíamos las eternas preguntas desde que el hombre se puso en pie en algún lugar de África, quizá en un rincón desolado del lago Turkana, de aguas de color jade infestadas de cocodrilos. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hay vida después de la muerte? Preguntas tan antiguas como la épica de Gilgamesh, el primer relato literario conocido, en el que el joven e impetuoso rey de Uruk, desesperado por la muerte de su compañero Enkidu, decide partir a los confines del mundo en busca de la planta de la inmortalidad.
Casualmente, después de leer estas líneas en El impulso nómada (Galaxia Gutenberg, 2021), las apasionantes memorias de Jordi Esteva, me topé con un álbum ilustrado que versa sobre el rey sumerio.
El encuentro ocurrió en la sección infantil de una librería, la portada llamó mi atención y me senté en uno de esos taburetes de colores que tienen allí colocados para los niños. Aquel era un álbum ilustrado en el que se conjugaban textos e imágenes, uno de esos libros que, según Babelia, gozan de tan buena salud en el ámbito de la literatura infantil.
Aunque conocía la figura de Gilgamesh, su historia se había difuminado en mi mente, como si una espesa niebla hubiera cubierto los actos de su vida, de ahí que me pusiera a leerlo.
Guardas de Gilgamesh (Ediciones Siruela, 2023) Fotografía: Lucía Rodríguez |
Gilgamesh, de Annamaria Gozzi y Andrea Antinori Fotografía: Lucía Rodríguez |
Inicio de Gilgamesh. Más allá del confín del mundo Fotografía: Lucía Rodríguez |
El libro se abre con un rey que llora y vela el cuerpo inmóvil de Enkidu, y los que hemos pasado por la devastación de perder a un amigo, empatizamos al momento con el rey Gilgamesh.
Había una vez un rey que lloraba.
Había perdido a su mejor amigo.
¿Cómo se puede perder un amigo?
Los amigos siempre están ahí.
–Enkidu –llamaba el rey–. Enkidu, responde.
Y al rey ya no le importaba nada ser poderoso y gobernar una ciudad toda dorada si su amigo seguía mudo. Inmóvil.
Nunca nos sentimos tan aturdidos y desvalidos, ni nos parece el mundo tan cruel y desapacible como cuando perdemos a un amigo. Es un dolor físico.
Abatido, Gilgamesh ya no puede permanecer sentado tranquilamente en su trono y, abandonando la ciudad dorada, se embarca en la aventura de buscar la inmortalidad.
Gilgamesh navegando hacia el confín del mundo Fotografía: Lucía Rodríguez |
Y cuando comprendió que nunca más despertaría, partió hacia el confín del mundo.
Porque se rumoreaba que más allá vivían un hombre y una mujer que nunca habían muerto ni iban a morir.
Gilgamesh quería conocerlos para recuperar a su amigo perdido y vencer el miedo a aquel sueño eterno. Un sueño que, algún día, le llegaría también a él.
–No vayas –le dijeron los sabios del reino–. Nunca nadie ha regresado.
Pero el rey se marchó.
Vagó durante días y atravesó las noches.
Su barba creció hasta cubrirle el pecho.
Su pelo se llenó de canas, se le hundieron las mejillas.
Y el rey seguía buscando.
Custodios de la Montaña del Sol Fotografía: Lucía Rodríguez |
Tras atravesar la Montaña del Sol por sus oscuras y peligrosas galerías, el soberano llegará al Jardín del Sol y a las playas donde, en un palafito, la cantinera de los dioses escancia vino en copas de plata. «Quien se ha marchado ya no puede volver. La vida que buscas, no la encontrarás. Bebe, olvida y regresa a tu ciudad», le aconsejará ésta. Pero Gilgamesh no cede en su empeño. Quiere conocer a quien nunca a muerto, y para ello está dispuesto a todo.
– [...] Estoy dispuesto a todo. Y ahora que ya casi he llegado, nada podrá detenerme.
–¿Que casi has llegado? –La mujer se rio–. Para llegar a la Lejanía, tendrás que cruzar el Mar de la Muerte, el más vasto de todos los mares, cuyas aguas están envenenadas. Nadie puede cruzarlo. [...]
–Ayúdame –suplicó el rey–. Enséñame a cruzar esas aguas.
A la mujer, que solo conocía las necesidades de los dioses, le sorprendió la desesperación humana del rey.
–Ve al bosque –le dijo–, construye una barca honda que te proteja. Luego corta ciento veinte pértigas para hacer los remos. Los necesitarás todos. Cada vez que una madera toque las aguas mortíferas, deberás soltarla y usar otra, y otra más...
El rey trabajó día y noche en el bosque, hasta que la barca y los remos estuvieron listos.
Gilgamesh preparándose para cruzar el Mar de la Muerte Fotografía: Lucía Rodríguez |
Gilgamesh cruzando el Mar de la Muerte Fotografía: Lucía Rodríguez |
No les contaré más para no desvelarles la historia, esa que el propio Gilgamesh mandó grabar en tablillas de arcilla para conservarlas en la memoria; un tesoro arqueológico que fue descubierto, a mediados del siglo XIX, en Irak, la antigua Mesopotamia, y que el inglés George Smith logró descifrar en 1870. «Soy el primer hombre que ha leído esto tras miles de años de olvido», dijo. Tras muchas excavaciones, viajes y estudios, se lograron reunir las tablillas que devolvían a la vida la epopeya de Gilgamesh, soberano de la ciudad de Uruk, la primera ciudad del mundo antiguo. Por cierto que las gestas de Gilgamesh están incompletas, pues aún quedan fragmentos de la saga durmiendo bajo tierra a la espera de ser descubiertos.
La última tablilla fue hallada recientemente y añadió información a los acontecimientos de una historia de la que se sigue hablando y que no deja de sorprendernos.
Gilgamesh. Más allá del confín del mundo (Ediciones Siruela) Fotografía: Lucía Rodríguez |
Porque es parte de la vida, la muerte abre y cierra Gilgamesh. Más allá del confín del mundo (Ediciones Siruela, 2023), de la escritora Annamaria Gozzi y el ilustrador Andrea Antinori, en una traducción del italiano de Ana Romeral Moreno. Unas páginas que nos hablan de la existencia, con su dolor pero también con su parte de luz.
Nota: Como no podía ser de otra manera, esta entrada está dedicada a los amigos ausentes.
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