viernes, 1 de enero de 2021

CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE CLARICE LISPECTOR


La escritora Clarice Lispector (1920-1977)

Supe de Clarice Lispector en el verano de 2004, cuando viajaba por Brasil. No recuerdo si fue en una librería de Belén, de Manaos o de Santarém, ni el título de la cubierta del libro donde se mostraba su retrato, pero sí recuerdo que su porte elegante y seguro, su mirada rasgada y sus rasgos, con esos pómulos marcados, me trajeron a la mente a la también escritora y periodista Oriana Fallaci.

Fotografías de Oriana Fallaci (AP)

 Pero no voy a hablarles aquí de la italiana sino de la ucraniana-brasileña de la que se cumplió el mes pasado el centenario de su nacimiento. Clarice Lispector vino al mundo el 10 de diciembre de 1920 en Tchetchelnik, Ucrania, en el seno de una familia judía que no tardó en emigrar a Brasil. Apenas tenía unos años cuando su familia desembarcó en Maceió, capital del estado de Alagoas. Allí todos los miembros del clan tomaron nombres portugueses, y a Chaya le cambiaron el suyo por Clarice. Había cumplido cinco años cuando la familia se mudó a Recife (Pernambuco), donde vivió una infancia feliz rota a los diez años por la muerte de su madre.

La pequeña Clarice con su padres y sus hermanas. Fotografía: Ed. Siruela

 En 1935 Clarice se fue con su padre y una de sus dos hermanas a Río de Janeiro. Allí estudió Derecho, pero, seguramente por su afición a la lectura y a la escritura, empezó a ejercer de periodista, colaborando con algunos periódicos y revistas. En 1944 publicó su primera novela, Cerca del corazón salvaje, con la que ganaría el Premio Graça Aranha. A partir de ahí, la literatura no dejaría de ganar peso en su vida, construyendo poco a poco una obra literaria de lo más personal, fuera de cualquier moda o corriente narrativa.

Clarice Lispector

 «Vivió en Milán, Londres, París y Berna con su marido diplomático. Volvió a Río en 1949 y retomó su actividad periodística, firmando con seudónimos como Tereza Cuadros, Helen Palmer o Ilka Soares. Publicó cuentos en la revista Senhor. Pasó ocho años en Washington con su marido y sus dos hijos, pero se separó en 1959 y regresó a Brasil. Publicó Lazos de familia, su primer volumen de cuentos, en 1960, Una manzana en la oscuridad en 1961 y La pasión según G. H., su obra más emblemática, en 1963. El 14 de septiembre de 1966, un trágico accidente marcaría para siempre su cuerpo y su obra: mientras fumaba en la cama, provocó un incendio que destruyó su casa y le dejaría graves secuelas físicas y psicológicas; desde entonces sufrió profundas depresiones. Murió en Río de Janeiro a los cincuenta y siete años.», se lee en la semblanza que ha escrito sobre ella Marta Salís para Viajeros (Alba Editorial), un volumen de 66 relatos de viajes reunidos y presentados por la misma Marta Salís, un tomo que todo amante de la literatura y los viajes debería de tener en su mesita de noche, y del que volveré a hablarles en otra ocasión cuando termine de leer todos sus relatos.

El idioma de la «f», de Clarice Lispector, en Viajeros (Alba Clásica Mayor)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 El relato de Clarice Lispector precede a uno de Richard Ford, y aparece en la página 815. Lleva por título «El idioma de la "f"» (A língua do «p»), publicado por primera vez en 1974 en el volumen de relatos El vía crucis del cuerpo (A via crucis do corpo). Tiene un aire de sketch cómico, nos cuenta Marta Salís, pero todos sus equívocos, absurdos y paradojas delatan un orden sexual y social violento y amenazador. El viaje siempre ha sido escenario de peligros, pero mucho más si la viajera es mujer.

El idioma de la «f»
Clarice Lispector
(1974)
Traducción Mario Morales
María Aparecida –Cidita, como la llamaban en su casa– era maestra de inglés. Ni rica ni  pobre: con suficientes recursos para vivir. Pero se vestía con refinamiento. Parecía rica. Hasta sus maletas eran de calidad.
 Vivía en Minas Gerais e iría en tren hasta Río, donde estaría tres días, y después tomaría el avión a Nueva York.
 La requerían mucho como maestra. Le gustaba la perfección y era afectuosa, aunque severa. Quería perfeccionarse en Estados Unidos.
 Tomó el tren de las siete rumbo a Río. Frío que hacía. Ella con saco de gamuza y tres maletas. El vagón estaba vacío, únicamente una viejecita durmiendo en un rincón bajo su chal.
 En la siguiente estación subieron dos hombres que se sentaron frente al asiento de Cidita. El tren en marcha. Uno de los hombres era alto, delgado, con bigotito y mirada fría, el otro era bajo, barrigón y calvo. Miraron a Cidita. Esta desvió la mirada, observó a través de la ventanilla del tren.
 Se sentía un malestar en el vagón. Como si hiciera demasiado calor. La muchacha inquieta. Los hombres en alerta. Dios mío, pensó la chica, ¿qué es lo que quieren de mí? No tenía respuesta. Y para colmo era virgen. ¿Por qué, pero por qué había pensado en su propia virginidad?
 Entonces los hombres empezaron a hablar entre ellos. Al principio, Cidita no entendió ni una sola palabra. Parecía un juego. Hablaban demasiado deprisa. Y el lenguaje le pareció vagamente familiar. ¿Qué idioma era ese?
 De repente entendió: ellos hablaban a la perfección el idioma de la «f». Así:
–¿Tufu yafa hafas vifistofo quefe bofonifitafa mufuchafachafa?
 –Sifi,  yafa lafa hefe vifistofo. Efestaba cofomofo quieferete.
 Querían decir: ¿tú ya has visto qué bonita muchacha? Sí, ya la he visto. Está como quiere.
 Cidita fingió no entender: entender sería peligroso para ella. El idioma era el que utilizaba, cuando era niña, para defenderse de los adultos. Los dos continuaron:
 –Quieferofo tifirarfamelafa. ¿Yfi tufu?
 –Yofo tafambiefen. Efen efel tufunefel.
 Querían decir que la iban a violar en el túnel… ¿Qué hacer? Cidita no sabía y temblaba de miedo. Ella apenas se conocía. Además, nunca se había conocido por dentro. En cuanto a conocer a los demás, ahí era cuando la cosa se complicaba. ¡Ayúdame, Virgen María! ¡Auxilio! ¡Auxilio!
 –Sifi sefe refesifistefe pofodefemofos mafatafarlafa.
 Si se resistiera, podrían matarla. Era así la cosa.
 –Cofon ufun pufuñafal. Yfi luefegofo rofobafarlafa.
 Matarla con un puñal y luego robarla.
 ¿Cómo decirles que no era rica? Que era frágil, cualquier gesto la mataría. Sacó un cigarro de la bolsa para fumar y calmarse. De nada sirvió. ¿Cuándo llegarían al próximo túnel? Tenía que pensar deprisa, deprisa, deprisa.
 Entonces pensó: si finjo que soy una prostituta, desistirán, no les gustan las vagabundas.
 Así que se levantó la falda, hizo unos contoneos sensuales –ni sabía que sabía hacerlos, era tan desconocida de sí misma–, se desabrochó los botones del escote, dejando los senos a medio mostrar. Los hombres de repente se espantaron.
 –Tafa lofocafa.
 Está loca, dijeron.
 Y ella contoneándose como no lo haría una sambista de escuela. Sacó de su bolsa el lápiz de labios y se pintó exageradamente y empezó a canturrear.
 Entonces los hombres se empezaron a reír de ella. Se les hacía graciosa la locura de Cidita. Estaba desesperada. ¿Y el túnel? Apareció el encargado de los billetes. Lo vio todo. No dijo  nada.
 Pero fue con el maquinista y le contó. Este dijo:
 –Vamos a darle un susto, la voy a entregar a la policía en la primera estación.
 Y llegaron a la próxima estación.
 El maquinista bajó, habló con un soldado cuyo nombre era José Lindalvo. José Lindalvo no era un hombre para bromas. Subió al vagón, vio a Cidita, la agarró brutalmente del brazo, tomó como pudo las tres maletas y ambos bajaron.
 Los dos hombres se reían a carcajadas.
 En la pequeña estación pintada de azul y rosa estaba una joven con una maleta. Miró a Cidita con desprecio. Subió al tren y este partió.
 Cidita no sabía cómo explicarle al policía. El idioma de la «f» no tenía explicación. La llevaron al calabozo de la delegación y ahí la ficharon. Le dijeron lo peor. Y estuvo en la celda tres días. La dejaban fumar. Fumaba como loca, tragando el humo y pisando el cigarro en el suelo de cemento. Había una cucaracha grande arrastrándose por el piso.
 Finalmente la dejaron salir. Tomó el siguiente tren a Río. Se había lavado la cara, ya no era una prostituta. Lo que le preocupaba era lo siguiente: cuando los dos habían hablado de tirársela, le dieron ganas de ser violada. Era una descarada. Sofoy ufunafa pufutafa. Era loo que había descubierto. Cabizbaja.
 Llegó a Río exhausta. Llegó a un hotel barato. Inmediatamente se dio cuenta de que había perdido el avión. En el aeropuerto compró el pasaje.
 Y caminaba por las calles de Copacabana, desgraciada ella, desgraciada Copacabana.
 Pues fue en la esquina de la calle Figuereido Magalhães donde vio un puesto de periódicos. Ahí estaba colocado el diario O Dia. No sabría decir por qué lo compró.
 Con un titular negro estaba escrito: «Joven violada y asesinada en el tren».
 Tembló toda. Entonces había ocurrido. Y con la muchacha que la había despreciado.
 Se puso a llorar en la calle. Tiró el maldito periódico. No quería enterarse de los detalles. Pensó:
 –Sifi. Efel defestifinofo efes ifimplafacafablefe.
 El destino es implacable.
«El idioma de la "f"» publicado originalmente en A Via Crucis Do Corpo de Clarice Lispector. Rocco Editorial. Copyright Paulo Gurgel Valente, 2018.
Copyright de la traducción Mario Morales (licencia editorial de Ediciones Siruela).
Copyright de la edición de Viajeros, Alba Editorial.

 En apenas dos páginas, Clarice nos da una lección sobre cómo construir un relato. Y el cierre, magnífico, es de los que se te queda rondando por la cabeza. Dicen que hay mucho de autobiografía en sus escritos, y al hilo de ello viene lo que contó Olga Borelli, ayudante, secretaria y compañera en sus últimos años de vida. La anécdota la recoge Cristina Sánchez-Andrade, traductora de la última biografía de Benjamin Moser sobre la escritora, publicada por Siruela. El día antes de su muerte el 9 de diciembre de 1977, estando hospitalizada por un cáncer de ovarios, Clarice Lispector sufrió una fuerte hemorragia. Desesperada, se levantó de la cama y caminó en dirección a la puerta. "En ningún momento había sido informada de la gravedad de su enfermedad, pero cuando la enfermera le impidió que saliese, en un momento de extravagante clarividencia, ella le gritó: «¡Se muere mi personaje!, ¡se muere mi personaje!»".

Clarice Lispector

 Durante todas las mañanas de domingo del mes de diciembre, en pases de media hora y en grupos máximos de 6 personas, se ha venido celebrando un homenaje a Clarice Lispector en el Ateneo de Málaga. Yo asistí algo reticente al pase de las 12:30 del domingo 13 de diciembre, intrigado por el título del acto, Disco Lispector. Homenaje a Clarice Lispector, en el que se prometía música y baile. ¿Qué demonios tenía que ver la música disco con Clarice?, me preguntaba.

Disco Lispector, homenaje a Clarice Lispector en el Ateneo de Málaga
Vocalía de Acción Literaria, diciembre de 2020
 Fotografía: Lucía Rodríguez

 En la misma puerta del Ateneo nos obsequiaron con dos bonitos marcapáginas en los que aparecía el rostro de la homenajeada y alguna frase sacada de sus libros.

«Al final, ¿qué importa más: vivir o saber que se está viviendo?»
«Elegir la propia máscara es el primer gesto voluntario humano y es solitario»

 Y después nos acompañaron a la sala Muñoz Degrain. Una representación de la mesa de trabajo de la escritora fue lo primero que vimos al entrar, con una máquina de escribir, una pitillera, un encendedor, un cenicero, una botella de whisky, una taza de té o de café, un bolso y algunos de sus libros. Lucía se sentó en la silla del escritorio, y le tomé una fotografía con su móvil. Luego le pedí que fotografiase la mesa.

Representación del escritorio de Clarece Lispector en el Ateneo de Málaga
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Tras el escritorio, una cortina daba paso a una pista de baile con bola discotequera en el techo incluida, donde sonaban éxitos musicales, una selección de temas preparados por la periodista y dramaturga Vicky Molina y las poetas Cris Miranda y Lidia Bravo, organizadoras del evento, que no tardaron en invitarnos a bailar.

Disco Lispector, Ateneo de Málaga
Fotografía: Lucía Rodríguez

Disco Lispector, Ateneo de Málaga, diciembre 2020
Fotografía: Lucía Rodríguez

Disco Lispector en el Ateneo de Málaga
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Entre baile y baile, entre canción y canción, "la voz de Clarice" y sus labios moviéndose en la pantalla del fondo, contándote su vida a pinceladas, con textos sacados de una de sus últimas entrevistas. Otras veces, su rostro en grande junto a otras de sus frases, destacando sobre la pared como sentencias.

Disco Lispector en el Ateneo de Málaga
Fotografía: Lucía Rodríguez

Disco Lispector en el Ateneo de Málaga
Fotografía: Lucía Rodríguez

 La verdad es que las organizadoras se lo curraron, y la media hora se nos pasó volando; aunque salí de allí sin llegar a descubrir qué tenía que ver el dancing con la escritora. Quizás sólo se trataba de festejar el centenario con unos bailes, o tal vez se tarde más tiempo en olvidar lo que se aprende bailando. Vaya usted a saber. Lo importante es que durante el pasado mes han dado a conocer a una de las más enigmáticas escritoras del siglo XX, esa que me sedujo un día en una ribera del Amazonas.

 Si quieren leer su obra pueden empezar por la recopilación de sus cuentos, y si quieren saber más de ella lean Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector, de Benjamín Moser. Ambos libros publicados por Siruela.

 Y a todos los que han llegado al final de este artículo, en un día tan señalado como este, quiero desearles un feliz y próspero Año Nuevo 2021. Seguramente seguirá siendo un año cargado de incertidumbres, pero será cosa nuestra enriquecerlo con buenas lecturas, buenas películas e interesantes eventos culturales. ¡Un brindis por todos nosotros!

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