Recién llegado a Tirana recibí un correo de mi hermano Marcial en el que me adjuntaba un artículo de Jorge Dezcallar sobre el pulso que están manteniendo Qatar y Arabia Saudí en Oriente Próximo. El texto aparecía en Página tres, la sección de opinión que tiene el diplomático en el diario digital El Confidencial. El tema me interesa, y aunque en mi blog de atletismo Calle 1 le he dado algo de caña a Qatar por asuntos deportivos, la postura hipócrita y el matonismo saudí hacen que esta vez me decante por los de Doha. Es por eso que pensé en escribir algo al respecto cuando hiciese algún alto en el camino, pero los días se sucedieron sin tiempo para ello. Ahora, ya de vuelta de mi largo viaje por Albania, les traigo aquí las doctas palabras de Dezcallar, fundamentales para entender el embrollo que se está montando en el Cercano Oriente.
¿Una crisis artificial?
Por Jorge Dezcallar
Han exigido unas condiciones a Qatar de tan imposible cumplimiento que no sabe uno si lo hicieron por arrogancia y para humillarle o porque en realidad no querían solucionar nada
Vista aérea de Qatar. (Reuters) |
Lo que parecía un rifi-rafe de patio de vecindad se fue convirtiendo con el paso de los días en una crisis seria que se añade a las muchas que ya hay en el Medio Oriente. Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, irritados con la política independiente de Qatar, han arrastrado en su enfado a Egipto, Bahrein y un par de países más y juntos le han impuesto un bloqueo político, diplomático, comercial y aéreo. Y para levantarlo le han exigido unas condiciones de tan imposible cumplimiento que no sabe uno si lo hicieron por arrogancia y para humillarle o porque en realidad no deseaban solucionar el problema. Como lo segundo no parece razonable, hay que concluir que la primera razón es la buena y eso significa no conocer a los catarías, que pueden ser pocos (200.000) y vivir en un país pequeño pero que tienen tanta dignidad como el que más.
En mi opinión, los motivos de irritación de Arabia Saudita, de los Emiratos y de Egipto son perfectamente comprensibles desde su punto de vista y tienen que ver, sobre todo, con la libertad informativa de que goza la cadena televisiva al-Jazeera en una región donde eso no se estila, y con las críticas que desde ella reciben. Al parecer es más fácil tratar de matar al mensajero que analizar y subsanar las carencias propias. Pero no es solo eso sino que están enfadados porque intentan formar una coalición sunnita contra Irán para complacer a los EEUU y la política independiente de Qatar se lo complica. Además Qatar acoge a refugiados políticos de sus países y exigen que se los entreguen, así como que se paren las obras de una base militar que los turcos están construyendo cerca de Doha; y como guinda quieren que Qatar deje de apoyar al terrorismo y en especial a los Hermanos Musulmanes, que el presidente egipcio al-Sisi quiere declarar como una organización terrorista sin lograr que los norteamericanos o los europeos atiendan su petición. Y luego había otras exigencias de menos calado. Casi nada.
La verdad es que la lista de refugiados en Qatar incluye a gentes tan diversas como la familia de Saddam Hussein, un hijo de Bin Laden, líderes talibanes, el anterior líder de Hamas, Khaled Meshal, o el clérigo al-Karadaui, la bestia negra del general al-Sisi de Egipto. A Meshal lo intentó matar el Mossad en Ammán en 1997 y solo la intervención del rey Hussein logró que los israelíes le enviaran el antídoto del veneno que le habían inyectado. Como en las películas. Confieso que no son el tipo de huéspedes que yo desearía encontrarme en el hall de mi hotel y también es cierto que desde Qatar se ha apoyado más o menos abiertamente a Hamas, a los Hermanos Musulmanes y a otros grupos sunnitas radicales en terceros países, a veces con la cobertura de organizaciones piadosas del ámbito privado, y eso no está bien, pero tendría más sentido que fueran otros quiénes se lo reprocharan. Sea como fuere, Doha haría bien en rectificar sobre este punto. Las relaciones con Irán son una cuestión de supervivencia para Qatar pues ambos países sacan el gas de la misma bolsa submarina, situada entre sus costas, y la deben gestionar conjuntamente. De ese gas vive Qatar. Y la base militar turca (un acuerdo de 2014 prevé estacionar en Qatar hasta mil soldados) es una cuestión de soberanía nacional.
El caso es que el bloqueo ha aislado al emirato y le ha causado graves trastornos sin llegar a hacerle claudicar, y ha tenido la consecuencia de acercarle más a Turquía e Irán, que han acudido en su ayuda llevándole medicinas y comida y facilitando los sobrevuelos de sus aviones. Ahora el vuelo desde Madrid a Doha, pasando sobre Irán, dura veinte minutos menos que antes. O sea que han logrado lo contrario de lo que pretendían, lo que en castellano se llama hacer un pan con unas tortas.
Inicialmente Donald Trump, que cada día pone de relieve más carencias, salió en apoyo de Riad y de Abu Dhabi y en contra de Qatar, presumiendo de que lo ocurrido era la primera consecuencia de su visita en mayo a Arabia Saudita, donde asistió a una Cumbre Árabe centrada en luchar contra el terrorismo y en aislar a Irán, que es una de sus obsesiones. Y lo hizo sin pararse a pensar que en Qatar tienen los EEUU la base aérea más importante de la región, al-Udeid, donde hay estacionados 10.000 soldados, que resulta esencial para los combates contra el Estado Islámico y que es imposible sustituir en el contexto actual porque ningún otro país de la zona aceptaría hoy una base militar de esas características. Un amigo norteamericano me comentaba, sarcástico, que lo más probable es que Trump no supiera que esa base existía.
Pero como a nadie interesa que al-Udeid desaparezca y como la primera víctima de la crisis estaba siendo la misma coalición sunnita, comenzaron las gestiones de unos y otros para facilitar una salida diplomática que les permitiera a todos salvar la cara. Y a ello se dedicaron Omán y Kuwait, los europeos y los norteamericanos, sin demasiado éxito hasta que la CIA desveló que las pretendidas declaraciones del emir de Qatar, que estaban en el origen de la crisis y que el propio emir al-Thami siempre había negado, eran resultado de un burdo hackeo hecho desde los Emiratos Árabes Unidos. Una chapuza. El caso es que un par de días más tarde, sauditas y emiratíes han rebajado sus exigencias y de trece demandas muy concretas han pasado a media docena de peticiones muy genéricas que tanto pueden servir para acabar con el problema permitiendo que todo el mundo salve la cara, como para mantenerlo vivo o en estado latente durante el tiempo que deseen porque lo que ahora demandan es luchar contra el terrorismo y el extremismo, no dar refugio a terroristas, no interferir en los asuntos internos de los estados, no instigar al odio y la violencia y en definitiva cumplir con el Acuerdo de Riad de 2013.
En esa nebulosa cabe todo según convenga, desde silenciar a al-Yazeera y expulsar a los refugiados o no hacer nada. Y por eso su misma vaguedad facilita también su aceptación por parte de Qatar. De entrada Doha ha firmado con Washington un memorando para combatir el terrorismo, ha reformado su ley anti-terrorista de 2004 y ha prometido elaborar y mantener actualizada una lista de terroristas, y estas medidas han sido bien recibidas por todos y deben ayudar a calmar los ánimos y las suspicacias de unos y otros... a no ser que todo se complique con discusiones sobre qué es un terrorista y a quiénes incluir en la lista, que también puede pasar.
A mi juicio podemos estar ante una crisis con mucho de artificial, pues para empezar la desencadenó un correo electrónico falso, y aunque la política independiente del pequeño emirato de Qatar es para sus vecinos un irritante constante que ya ha provocado problemas en el pasado, uno se pregunta por las razones para hacer estallar la crisis en este momento y no en otro. Y se me ocurren dos razones: la primera es la reciente visita de Donald Trump a Riad. Los líderes árabes allí reunidos se habían distanciado mucho de los Estados Unidos desde que Obama dejó caer al egipcio Mubarak, y por eso recibieron con alivio a un presidente norteamericano que ya no les pedía democracia o respeto por los derechos humanos y que afirmaba cosas como que "busco aliados, no la perfección". Y así, reforzados por el respaldo de los EEUU, han pensado que era el momento oportuno para ajustar viejas cuentas con Qatar.
La segunda razón es tan vieja como la misma política y puede tener que ver con el deseo por parte del nuevo príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman, de crear una distracción en el mismo momento en el que se movía entre bastidores para apartar al que hasta ahora mismo ocupaba ese puesto, su primo Mohamed bin Nayef, y colocarse él mismo en primer lugar de la línea de sucesión al trono. No digo que haya sido así pero parece plausible porque, por lo que se va sabiendo, lo que ha sucedido en Riad ha sido un auténtico golpe de estado palaciego, hecho con alevosía, nocturnidad y el apoyo de su padre, el rey Salman, pues al parecer bin Nayef se resistió a ser cesado y ahora está en prisión domiciliaria en su palacio de Jedda.
Por eso, una vez que los americanos se han dado cuenta de que necesitan la base de al-Udeid, que dan prioridad a la coalición sunnita contra Irán, y que se ha consolidado el poder del nuevo heredero en Arabia Saudita, la crisis puede haber consumido toda su energía y llega el momento de buscar una salida Y en eso deberían estar unos y otros, dejando que tras la tempestad se imponga el buen sentido. Es lo que procuran las visitas de los ministros de Exteriores de los EEUU, Alemania, Francia y Reino Unido, y del propio presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Por eso es de desear que el bloqueo de Qatar desaparezca cuanto antes y eso será una buena noticia para la región, lo que no quiere decir que Doha no deba andarse con cuidado en el futuro porque su misma supervivencia, su independencia política y su pequeño tamaño así lo aconsejan. La prudencia es de rigor en su caso por simples razones de realpolitik.
Y mientras esta crisis tan extraña se cocía, he leído en algún lado que el flamante nuevo príncipe heredero saudita, de 32 años de edad, se ha comprado un yate de 500 millones de dólares. No sé si es cierto, pero si lo es comprendería que le moleste al-Yazeera.
La verdad es que la lista de refugiados en Qatar incluye a gentes tan diversas como la familia de Saddam Hussein, un hijo de Bin Laden, líderes talibanes, el anterior líder de Hamas, Khaled Meshal, o el clérigo al-Karadaui, la bestia negra del general al-Sisi de Egipto. A Meshal lo intentó matar el Mossad en Ammán en 1997 y solo la intervención del rey Hussein logró que los israelíes le enviaran el antídoto del veneno que le habían inyectado. Como en las películas. Confieso que no son el tipo de huéspedes que yo desearía encontrarme en el hall de mi hotel y también es cierto que desde Qatar se ha apoyado más o menos abiertamente a Hamas, a los Hermanos Musulmanes y a otros grupos sunnitas radicales en terceros países, a veces con la cobertura de organizaciones piadosas del ámbito privado, y eso no está bien, pero tendría más sentido que fueran otros quiénes se lo reprocharan. Sea como fuere, Doha haría bien en rectificar sobre este punto. Las relaciones con Irán son una cuestión de supervivencia para Qatar pues ambos países sacan el gas de la misma bolsa submarina, situada entre sus costas, y la deben gestionar conjuntamente. De ese gas vive Qatar. Y la base militar turca (un acuerdo de 2014 prevé estacionar en Qatar hasta mil soldados) es una cuestión de soberanía nacional.
El caso es que el bloqueo ha aislado al emirato y le ha causado graves trastornos sin llegar a hacerle claudicar, y ha tenido la consecuencia de acercarle más a Turquía e Irán, que han acudido en su ayuda llevándole medicinas y comida y facilitando los sobrevuelos de sus aviones. Ahora el vuelo desde Madrid a Doha, pasando sobre Irán, dura veinte minutos menos que antes. O sea que han logrado lo contrario de lo que pretendían, lo que en castellano se llama hacer un pan con unas tortas.
Inicialmente Donald Trump, que cada día pone de relieve más carencias, salió en apoyo de Riad y de Abu Dhabi y en contra de Qatar, presumiendo de que lo ocurrido era la primera consecuencia de su visita en mayo a Arabia Saudita, donde asistió a una Cumbre Árabe centrada en luchar contra el terrorismo y en aislar a Irán, que es una de sus obsesiones. Y lo hizo sin pararse a pensar que en Qatar tienen los EEUU la base aérea más importante de la región, al-Udeid, donde hay estacionados 10.000 soldados, que resulta esencial para los combates contra el Estado Islámico y que es imposible sustituir en el contexto actual porque ningún otro país de la zona aceptaría hoy una base militar de esas características. Un amigo norteamericano me comentaba, sarcástico, que lo más probable es que Trump no supiera que esa base existía.
Pero como a nadie interesa que al-Udeid desaparezca y como la primera víctima de la crisis estaba siendo la misma coalición sunnita, comenzaron las gestiones de unos y otros para facilitar una salida diplomática que les permitiera a todos salvar la cara. Y a ello se dedicaron Omán y Kuwait, los europeos y los norteamericanos, sin demasiado éxito hasta que la CIA desveló que las pretendidas declaraciones del emir de Qatar, que estaban en el origen de la crisis y que el propio emir al-Thami siempre había negado, eran resultado de un burdo hackeo hecho desde los Emiratos Árabes Unidos. Una chapuza. El caso es que un par de días más tarde, sauditas y emiratíes han rebajado sus exigencias y de trece demandas muy concretas han pasado a media docena de peticiones muy genéricas que tanto pueden servir para acabar con el problema permitiendo que todo el mundo salve la cara, como para mantenerlo vivo o en estado latente durante el tiempo que deseen porque lo que ahora demandan es luchar contra el terrorismo y el extremismo, no dar refugio a terroristas, no interferir en los asuntos internos de los estados, no instigar al odio y la violencia y en definitiva cumplir con el Acuerdo de Riad de 2013.
En esa nebulosa cabe todo según convenga, desde silenciar a al-Yazeera y expulsar a los refugiados o no hacer nada. Y por eso su misma vaguedad facilita también su aceptación por parte de Qatar. De entrada Doha ha firmado con Washington un memorando para combatir el terrorismo, ha reformado su ley anti-terrorista de 2004 y ha prometido elaborar y mantener actualizada una lista de terroristas, y estas medidas han sido bien recibidas por todos y deben ayudar a calmar los ánimos y las suspicacias de unos y otros... a no ser que todo se complique con discusiones sobre qué es un terrorista y a quiénes incluir en la lista, que también puede pasar.
A mi juicio podemos estar ante una crisis con mucho de artificial, pues para empezar la desencadenó un correo electrónico falso, y aunque la política independiente del pequeño emirato de Qatar es para sus vecinos un irritante constante que ya ha provocado problemas en el pasado, uno se pregunta por las razones para hacer estallar la crisis en este momento y no en otro. Y se me ocurren dos razones: la primera es la reciente visita de Donald Trump a Riad. Los líderes árabes allí reunidos se habían distanciado mucho de los Estados Unidos desde que Obama dejó caer al egipcio Mubarak, y por eso recibieron con alivio a un presidente norteamericano que ya no les pedía democracia o respeto por los derechos humanos y que afirmaba cosas como que "busco aliados, no la perfección". Y así, reforzados por el respaldo de los EEUU, han pensado que era el momento oportuno para ajustar viejas cuentas con Qatar.
La segunda razón es tan vieja como la misma política y puede tener que ver con el deseo por parte del nuevo príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman, de crear una distracción en el mismo momento en el que se movía entre bastidores para apartar al que hasta ahora mismo ocupaba ese puesto, su primo Mohamed bin Nayef, y colocarse él mismo en primer lugar de la línea de sucesión al trono. No digo que haya sido así pero parece plausible porque, por lo que se va sabiendo, lo que ha sucedido en Riad ha sido un auténtico golpe de estado palaciego, hecho con alevosía, nocturnidad y el apoyo de su padre, el rey Salman, pues al parecer bin Nayef se resistió a ser cesado y ahora está en prisión domiciliaria en su palacio de Jedda.
Por eso, una vez que los americanos se han dado cuenta de que necesitan la base de al-Udeid, que dan prioridad a la coalición sunnita contra Irán, y que se ha consolidado el poder del nuevo heredero en Arabia Saudita, la crisis puede haber consumido toda su energía y llega el momento de buscar una salida Y en eso deberían estar unos y otros, dejando que tras la tempestad se imponga el buen sentido. Es lo que procuran las visitas de los ministros de Exteriores de los EEUU, Alemania, Francia y Reino Unido, y del propio presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Por eso es de desear que el bloqueo de Qatar desaparezca cuanto antes y eso será una buena noticia para la región, lo que no quiere decir que Doha no deba andarse con cuidado en el futuro porque su misma supervivencia, su independencia política y su pequeño tamaño así lo aconsejan. La prudencia es de rigor en su caso por simples razones de realpolitik.
Y mientras esta crisis tan extraña se cocía, he leído en algún lado que el flamante nuevo príncipe heredero saudita, de 32 años de edad, se ha comprado un yate de 500 millones de dólares. No sé si es cierto, pero si lo es comprendería que le moleste al-Yazeera.
***
Jorge Dezcallar, que tuvo la generosidad de escribir el prólogo de Carta desde el Toubkal, publicó en octubre de 2015 su primer libro, Valió la pena (Península), donde cuenta recuerdos de su vida como diplomático y director del Centro Nacional de Inteligencia.
Sinopsis de Valió la pena:
Jorge Dezcallar de Mazarredo quiso ser diplomático desde que, de pequeño, escuchaba fascinado las historias que le contaba su tío, el embajador Guillermo Nadal. Una vez que sus sueños se hicieron realidad, su carrera le llevó a Polonia, Nueva York, Uruguay –donde vivió un rocambolesco 23-F–, Marruecos –fue embajador ante Hasán II y Mohamed VI–, Roma –ocupaba la embajada del Vaticano cuando murió Juan Pablo II y el cónclave eligió a Benedicto XVI– y Washington, donde de nuevo vivió de cerca la historia con la victoria electoral de Barack Obama.
La familia real, seis presidentes españoles, ministros de todos los colores, personajes como Gadafi, Carter, Sharon, Chávez o Arafat... A todos conoció y trató Jorge Descalzar. Como director del Centro Nacional de Inteligencia, los servicios secretos españoles, fue además testigo de primera fila de los atentados del 11 de marzo de 2004. Y no tiene empacho en reconocerse "marginado, engañado y manipulado" durante aquellos días, con la aparente intención –desde luego nunca confesada– de que el CNI siguiera defendiendo la posible autoría de ETA ante la opinión pública en vísperas electorales. Una estrategia no de Estado, sino de partido, que Dezcallar critica aquí desde su insobornable independencia.
¿Cómo va la cosa ahora al cumplirse cinco meses del bloqueo?
ResponderEliminar“Arabia Saudí quiere doblegar nuestra política exterior con noticias falsas”.
Artículo de David Alandete para El País.
https://elpais.com/internacional/2017/11/04/actualidad/1509788035_379321.html#comentarios