Fue terminar La ley del desierto* de Laramie Ediciones y zambullirme en las páginas de Hondo de Louis L'Amour, novela publicada por Valdemar en la colección Frontera que regalé a mi padre hace muchos años.
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| Hondo, de Louis L'Amour Valdemar / Frontera |
La portada es un detalle de un cuadro del pintor estadounidense Frank McCarthy, una obra de 1986 en formato apaisado que lleva por título The Hostile Land.
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| The Hostile Land, obra de Frank McCarthy Imagen: Bradford's Auction Gallery |
«Regalo de mi hijo Pedro por mi 81 cumpleaños. 12. 12. 2016» se lee en la segunda página, escrito a lápiz con la preciosa letra gótica de mi padre.
La editorial ha tenido el detalle de incluir en el libro El regalo de Cochise, el relato que dio origen a la novela; una curiosa historia que nos cuenta Alfredo Lara, director de la colección Frontera de la editorial Valdemar, en las páginas de presentación.
En 1952, el actor John Wayne y el productor Robert Fellows compraron los derechos de El regalo de Cochise, aparecido en la revista Collier's y escrito por, hasta ese momento, casi un desconocido Louis L'Amour.
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| The Gift of Cochise by Louis L'Amour Revista Collier's |
Por aquellos días Louis L'Amour es un escritor incipiente, un admirador y aprendiz de Jack London, de ascendencia francesa por parte de padre e irlandesa en su rama materna, que ha sido marino mercante en los mares de Indochina, boxeador profesional por necesidad, soldado en la división de tanques del ejército de Patton durante la II Guerra Mundial en Europa y que, tras todas esas ocupaciones y algunas más, se intenta abrir paso como escritor en las revistas de relatos.*
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| Revista de relatos Collier's The Gift of Cochise by Louis L'Amour |
Wayne y Fellows pusieron el relato en manos de uno de sus guionistas de cabecera: James Edward Grand. Y le encargaron la dirección a John Farrow. Fruto de ello resultó Hondo que «aunque no es la mejor película de Wayne, sí es de aceptación bastante extendida que es el mejor de los western de John Wayne no dirigido por Ford o Hawks, y suele aparecer con regularidad en la lista de los 25 mejores westerns de todos los tiempos».
Cuando L'Amour vende los derechos de El regalo de Cochise a Wayne y Fellows, el autor se reserva el derecho de novelar el guión que va a hacer James Edward Grant para el film. Y lo hace. Y en 1953 aparecen simultáneamente, justo el mismo día, la película Hondo, protagonizada por John Wayne, y la novela de Louis L'Amour Hondo, con una frase promocional de John Wayne en la que afirma que Hondo es el mejor western que ha leído nunca.*
Primero leí el relato, de apenas veinte páginas, y nada más iniciarlo comprendí porqué John Wayne y Fellows habían comprado los derechos para el cine del mismo. Así, imaginé a Brigitte Bardot o a Farrah Fawcett –incluso a nuestra María Jiménez, para ser más patrios si aquello fuese un spaghetti western– en el papel de Angie Lowe, esa ranchera que espera con sus hijos el retorno de su marido asediada por los guerreros apaches de Cochise.
Tensa y pálida, Angie Lowe se plantó ante la puerta de su cabaña con una escopeta de dos cañones en las manos. Junto a la puerta había un Winchester 73 y sobre una mesa, dentro de la casa, dos Colts Walker.
Delante de la casa había doce apaches montados en ponis blancos desgreñados, y uno de los indios había alzado una mano, con la palma hacia fuera. El apache que montaba el bayo con manchas blancas era Cochise.
Junto a Angie estaban su hijo de siete años, Jimmy, y su hija de cinco, Jane.
Cochise, sin apearse del caballo, guardaba silencio; los ojos negros e inescrutables escrutaban a la mujer, a los niños, la cabaña y el pequeño jardín. Miró los dos ponis del corral y las tres vacas. Su mirada se alejó hacia el pequeño almiar de heno cortado en la vega y más allá, a los pocos novillos que había en el cañón.
En tres ocasiones los apaches habían atacado aquella cabaña solitaria y en las tres los habían rechazado. En total, habían perdido siete hombres y tres habían resultado heridos. Habían muerto cuatro ponis. Sus bravos informaban de que no había ningún hombre en la casa, sólo una mujer y dos niños, y Cochise había acudido para conocer a la mujer, tan certera con el rifle, que estaba matando a sus guerreros.
Estos eran los mismos que habían vencido en fuerza, astucia y velocidad al mejor de los ejércitos americanos, que superaba a los apaches en la proporción de cien a uno. Sin embargo, una mujer sola con dos niños los había vencido, y era apenas mayor que una niña. Y ahora estaba preparada para luchar. Hubo un destello de admiración en los ojos de Cochise mientras la evaluaban. Los apaches eran un pueblo guerrero y respetaban el carácter luchador.
–¿Dónde está tu hombre?
–Ha ido a El Paso.
La voz de Angie fue firme, aunque estaba asustada como nunca lo había estado. Había reconocido a Cochise por las descripciones y sabía que si él decidía matarla o apresarla, eso es lo que sucedería. Hasta entonces, los asaltos esporádicos que había repelido eran de pequeñas bandas de guerreros que atacaban la cabaña cuando iban de paso.
–Lleva mucho tiempo fuera. ¿Cuánto?
Angie vaciló, pero mentir no formaba parte de su naturaleza.
–Se fue hace cuatro meses.
Cochise meditó en la respuesta. Sólo un estúpido abandonaría a una mujer así, a unos niños como aquellos. Sólo había una causa que pudiera impedir su regreso.
–Tu hombre ha muerto –dijo.
Angie aguardó, su corazón batiendo con fuertes latidos rítmicos. Hacía mucho que pensaba que Ed había muerto, pero el modo como Cochise lo había dicho no daba a entender que hubiera sucedido a manos de los apaches, sólo que tenía que estar muerto porque en otro caso habría regresado.
En dicho relato, frente a Cochise, Angie y su marido –Ed Lowe–, cobra protagonismo Ches Lane, al que Lowe ha salvado la vida. Por supuesto, no les revelaré nada más de la trama, ni del relato ni de la novela que disfruté después en varias tardes de lectura.
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| Leonard Howard Reedy, acuarela sin título Imagen: Invaluable Sold at Auction |
El guión novelado por L'Amour, es decir, lo que acaba siendo la novela Hondo, no se limita a expandir los hechos narrados en El regalo de Cochise, sino que, manteniendo lo básico, introduce cambios muy sustanciales en la historia. En principio, el relato corto cuenta cómo Ches Lane decide socorrer a una joven mujer que ha quedado aislada en pleno territorio apache y... –no revelaremos más del relato–. En Hondo, la novela que deriva de él, los elementos románticos, bélicos e históricos –aunque con alguna licencia– se han acentuado notablemente. Por de pronto y respecto al relato previo, ya no se trata de Cochise y hacia 1872; la acción se ha retrasado casi diez años, hasta la campaña contra Victorio. En ese turbulento escenario Hondo Lane, correo y explorador del general Crook, llega al rancho donde Angie Lowe espera el retorno de su marido ausente.*
*(de la presentación de Alfredo Lara)
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| Cartela de la película Hondo, con John Wayne y Geraldine Page Imagen: Warner Bros. |
La novela, escrita con un respeto absoluto por los apaches y la figura del jefe Victorio, contiene todos los elementos y toda la épica que se le puede pedir a un buen western.
Achicando los ojos contra el resplandor del sol, trató de ver más allá de las ondas de calor. Al otro lado se encontraban las montañas, y ante ellas, entre las ondulaciones líquidas, asomaban los puntiagudos tallos de los saguaros, esos extraños signos de exclamación del desierto.
Ningún sonido perturbaba la tarde en declive, salvo el crujido del cuero de las sillas, el roce de los avíos, el tintineo de las herraduras contra las piedras, y tales sonidos iban siempre con ellos.
El sudor le abría regueros entre el polvo que le cubría el rostro, y la sal le había dejado el uniforme rígido y gris. El cuello le picaba por el calor y el polvo, y tenía las partes expuestas del cuerpo en carne viva debido al sol. En ningún lugar de aquella vasta extensión se apreciaba movimiento alguno. Aun así, los apaches estaban allí, en alguna parte.
La historia engancha desde el inicio y hace que uno quiera seguir leyendo a la conclusión de cada capítulo.
Llenó el primer cubo, luego el segundo. No se oía nada, y estaba examinando las colinas cuando algo la hizo mirar a su espalda.
Un indio había salido de entre los árboles y, a lomos de un poni jadeante y de aspecto fiero, la miraba fijamente. Ella no había oído nada ni notado ningún movimiento.
Apareció otro y luego otro más. Y, procedentes de entre los árboles, se materializaron como por arte de magia, hasta conformar una docena.
Hondo es también una historia de amor, una novela romántica que rezuma poesía en algunas de sus líneas.
Casi había anochecido cuando la tormenta remitió en el valle y ella salió. El aire estaba milagrosamente fresco y limpio. Respirar era como beber agua fría. El cielo seguía cubierto por un manto nuboso y los truenos retumbaban en el cañón entre las colinas lejanas, al oeste. Masas bajas de nubes colmaban los huecos de las colinas y anidaban en los desfiladeros. De cuando en cuando los abultados domos resplandecían incandescentes por efecto de un rayo distante.
Añadir que a Hondo Lane, correo y explorador del ejército, lo acompaña en la novela un perro –Sam–, un animal mestizo y de aspecto poco amigable que no aparece en el relato y tiene peso en la lectura.
Sam se asomó a la puerta, dudó y entró receloso. Un minuto después se tendía en el suelo, pero sin perder de vista a Hondo. Parecía peligroso y distante. No había nada en el perro que inspirara afecto, salvo, quizá, su absoluta resolución. Existía una curiosa afinidad entre hombre y perro. Ambos eran indómitos, criaturas nacidas y criadas para la lucha, afiladas y templadas por vendavales tórridos y largas marchas a través del desierto, desconfiados, peligrosos, y aun así buenos compañeros en una tierra dura.
–¿Qué puedo dar de comer a su perro?
–Nada, gracias. Se las apaña solo. Es más rápido que cualquier conejo.
–No es ningún problema –se volvió hacia la cocina y cogió un plato para llenarlo de sobras.
–Si no le importa, señora, prefiero que no le dé nada.
Ella lo miró con curiosidad. Cada vez le sorprendía más aquel hombre, tan extraño. No obstante, se sentía más a salvo con él en casa. No se parecía a nadie que hubiera conocido, ni siquiera en aquel territorio de hombres extraños y peligrosos.
Bastaba verlo moverse para apreciar que era diferente de los demás. Siempre despreocupado, siempre pausado, pero con un control de sus movimientos y una vigilancia que contradecían la actitud tranquila. Ella tenía la impresión de que vivía en continua vigilancia del peligro, sin permitir nunca que este lo alcanzara, pero siempre preparado. La mirada de la mujer cayó en la gastada cartuchera y en la pulida empuñadura del Colt. Las dos tenían una larga historia, no fruto del mero paso de los años, sino de usarlas para lo que estaban hechas.
–Creo que lo entiendo. No quiere que se acostumbre a aceptar comida de alguien que no sea usted. Bueno, yo la prepararé y usted puede dársela.
–No, señora. Yo tampoco le doy de comer.
Viendo la duda en los ojos de la mujer, dijo:
–Sam es independiente. No necesita a nadie. Quiero que siga así. Es una buena forma de ser.
Se sirvió otra ración de carne, junto con más patatas y salsa.
–Pero todo el mundo necesita a alguien.
–Sí, señora –Hondo siguió comiendo–. Qué lástima, ¿verdad?
***
Angie salió de la casa y lo vio reordenar la leñera para mantener el contenido a salvo de la lluvia. Mientras él trabajaba, el niño miraba a Sam, que los contemplaba desde las cercanías.
El niño vaciló, miró anhelante al perro y luego a Hondo.
–¿Lo acaricio?
–Haz lo que quieras, pequeño.
Dubitativo, el niño tendió una mano hacia el perro. Sam erizó el pelo y lanzó un mordisco. El niño retrocedió a toda prisa, asustado y a punto de llorar.
Angie se volvió enfadada hacia Hondo.
–Señor Lane, si sabía usted que el perro muerde, ¿por qué...?
–Señora Lowe –dijo Hondo con calma–, ya le había dicho al niño que no lo tocara, pero él seguía queriendo acariciarlo. La gente aprende a fuerza de mordiscos. Ahora el pequeño ha aprendido la lección.
Para ocultar su confusión, ella se dirigió al niño.
–¡Johnny, no vuelvas a tocar a ese perro!
Johnny miró a Hondo y este sonrió, poniendo una mano sobre la cabeza del niño.
–No pasa nada, amigo. Recibirás un montón de mordiscos en esta vida. Es mejor que te acostumbres. No te fíes de nada ni de nadie.
***
Sam apareció trotando. El perrazo había estado ausente ocupándose de un asunto propio. Por el mechón de pelo que le colgaba del extremo de la mandíbula, el asunto había tenido que ver con conejos. Tomó asiento a unas yardas y observó a Hondo. Los dos eran, en cierto modo, distantes, intocables, inalcanzables. Ella estudió al perro como si esperara aprender más del hombre.
–Es raro ese perro suyo.
–No es mi perro.
Ella estaba perpleja.
–Pero los dos van juntos.
–Está conmigo. Puede oler a un indio a media milla.
Si no vi de nuevo la película –la vi de niño, como casi todas las de John Wayne– fue porque no está en mi videoteca ni, de momento, en la programación de Filmin. Mas todo se andará. Por cierto, he encontrado un fotograma de la película en el que pueden ustedes ver al perro. Por supuesto, pinta muchísimo más fiero y salvaje el de la novela; «un perrazo brutal y feo», un bicho tan «amistoso como un puma», pero batallador y «tan extrañamente cortés» que sabe ganarse un hueco en el corazón del lector.
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| John Wayne y su perro Sam en Hondo Imagen: Warner Bros. |
Por cierto, la traducción de Hondo, impecable, corre a cargo de Jon Bilbao, traductor para la editorial Impedimenta de otro excelente wéstern, A lo lejos** de Hernán Díaz, que ya reseñé en este blog.
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| A lo lejos, de Hernán Díaz |
Además de traductor, Jon Bilbao es escritor y tiene publicada en la misma editorial una trilogía de temática western conformada por Basilisco, Araña y Matamonstruos que espero poder leer y reseñar algún día.
*Pueden leer la reseña del cómic La ley del desierto de Laramie Ediciones clicando sobre el siguiente enlace:
https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2025/10/la-ley-del-desierto.html
**Y si se quedaron con ganas de más, también pueden leer la reseña de A lo lejos de Hernán Díaz clicando sobre este otro enlace:
https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2020/06/a-lo-lejos-in-distance.html





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