sábado, 20 de julio de 2019

PLAYA O PISCINA


A la deriva –Setenta y seis días perdido en alta mar–, de Steven Calllahan (Capitán Swing)
Fotografía: Lucía Rodríguez

El verano discurre con sus calores, las alertas de los meteorólogos en la pequeña pantalla, las cervezas heladas, las granizadas de limón, los tintos de verano, los gin-tonic, los gazpachos, las rodajas de sandía, los espetos de sardinas, los aires acondicionados, las siestas y las escapadas a la playa o a la piscina. Hay quienes dicen que no es verano hasta que no empieza el Tour de Francia. Por si alguien no se había dado cuenta de que la ronda gala ya pasó su ecuador, los míticos The Beach Boys vinieron a corroborar el otro día en el Starlite de Marbella que estamos en pleno verano, una ola de surf californiano a la que pude subirme gracias a las entradas que me tocaron en un sorteo de la Fnac.

The Beach Boys en el Starlite Festival (Marbella, 11 de julio de 2019)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Al día siguiente fui con Lucía a la Casa Gerald Brenan de Churriana, a la clausura del ciclo Cantos Velados, dedicado a Gamel Woolsey, poeta, escritora y esposa de Gerald Brenan. Allí, en el jardín de los Brenan, intercambiaron canciones y poemas La Bien Querida y Alejandro Simón Partal. Alejandro abrió la noche con una poesía suya, un hermoso texto que hablaba del verano y que anoto aquí para que no se me olvide.


Bendecidos

Y de pronto, del suelo,
se han alzado los tomates,
como una pasarela de luces rojas
con las que se inaugura el verano.
El animal en celo. Alguien encala la casa.
De repente, un exceso de vida
se ha impuesto en nuestra rutina.
Podemos saltar al vacío o amar sin cautela,
desaparecer hasta que no podamos más,
pero solo salimos a la puerta
y nos sentamos al fresco.

Quiero decírtelo de la forma más sencilla,
sin laberintos: estamos bendecidos.

Ya nada va a poder con nosotros.

Alejandro Simón Partal

Este Poema pertenece al libro Una buena hora, con el que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Hermanos Argensola y que publicará la editorial Visor este próximo otoño.

 Tampoco se olviden de llevar un libro o una revista a la piscina o a la playa, de leer en definitiva. Precisamente, TALES –la revista del relato corto malagueña– nos trae en su número 11 un cuento titulado La piscina, de Jorge de Cascante.

TALES, la revista del relato corto. Fotografía: Lucía Rodríguez

 Además, el relato seleccionado para este número entre los más de doscientos originales recibidos, El Capitán, de Antonio Sancho Villar, es una historia que debe leerse junto al mar.


Quizás convenga aclarar que nadie en Ardiza había visto nunca el mar. Como mucho nos acercábamos en verano al embalse de Santa Águeda, sierra adentro, o quedábamos ensimismados durante el baño diario observando las profundidades de nuestras palanganas de hojalata, soñando con no se sabe qué… Porque sin haberlo visto nunca, ya estábamos todos enfermos de la nostalgia del mar. Alguna vez lo escuchábamos mencionar a los viajantes de comercio o a los artistas de legua que pasaban por la ciudad, y lo imaginábamos como una cosa inmensa e inalcanzable, como Dios mismo. Nada más.
 Así, el primero que vio aparecer a Ismael le puso el mote inevitable de el Capitán, por la sola razón de que venía acompañado de todos los signos que esperábamos ver en un hombre de mar. 
El Capitán. Antonio Sancho Villar

 También está relacionada con el mar la última novedad de Capitán Swing: A la deriva –Setenta y seis días perdido en el mar–, del estadounidense Steven Callahan; catalogado por la National Geographic Adventure como uno de los 100 mejores libros de aventuras de todos los tiempos. Steven tiene en la actualidad 67 años, una edad a la que seguramente pensó que no llegaría aquel invierno de 1982, cuando se hundió en el océano Napoleón Solo, su pequeño velero de menos de siete metros de eslora con el que participaba en una carrera en solitario a través del Atlántico.

Siguiendo la desventura del Napoleón Solo por el Atlántico desde una playa del Mediterráneo
A la deriva, de Steven Callahan (Capitán Swing)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Mis pensamientos regresan al Solo, a aquella noche, al estrépito, al agua invadiéndolo todo. Lo oigo, lo veo, siento el agua turbulenta elevarse por encima de mi cabeza. Sal, se está hundiendo. ¡Se está hundiendo! Un espectro de desesperación y de pérdida se me cruza ante la mirada. ¿Qué te ha pasado, Solo? ¿Te hice demasiado frágil, tesoro mío? ¿Chocaste contra un tronco o contra un contenedor de barco? Al hacerme esta pregunta, reflexiono que es muy poco probable que mi veloz barco chocase contra algo. La colisión vino por uno de los costados, no por la proa. El Solo se detuvo y yo subí ipso facto a la cubierta. De haber chocado contra un objeto flotante capaz de causar tal destrozo, lo habría visto. Debió de embestirnos algo muy grande, que debía moverse a gran velocidad. Desde la cubierta no se veía ningún barco. Debió de ser algo perteneciente al propio mar. Algo grande. Una ballena, quizá. Hace unos años, timoneando un trimarán de más de diez metros de eslora, choqué contra un cachalote, en plena corriente del Golfo. El propietario del trimarán, que viajaba a bordo, se había topado ya con otro cachalote en una travesía anterior, ese mimo año, también destino a las Bermudas. Tuvimos suerte. El casco quedó muy abollado, pero ni la ballena ni el barco sufrieron daños fatales. A los Robertson y los Bailey los echaron a pique sendas ballenas. Los cetáceos se alimentan cerca de la superficie por las noches, cuando asciende el plancton de mayor tamaño. Una ballena no habría reparado siquiera en el casco del Solo, que surcaba silenciosamente la superficie del ruidoso oleaje. Un choque a diez nudos con una ballena no demasiado grande, de treinta y cinco toneladas, por ejemplo, habría bastado para causar ese tipo de destrozo a mi barco. La ballena probablemente ni se inmutó.

 Afortunadamente, Steven sobrevivió para contarlo gracias a la balsa salvavidas que llevaba y a su ingenio. También al equipo de supervivencia que pudo recuperar del Solo antes de que se hundiese del todo. En aquella balsa inflable llegaría a recorrer mil ochocientas millas náuticas, constituyendo una dramática historia de supervivencia en el mar, un perfecto ejemplo de coraje y superación, un recordatorio de que "cada día es un regalo y no un derecho".

Steven Callahan en su balsa salvavidas. A la deriva (Capitán Swing, 2019)

La mañana del 8 de febrero la tormenta parece amainar ligeramente. Las olas continúan cayéndonos encima, algunas de cinco metros de altura e incluso más. Sin embargo, han desaparecido los rizos de espuma y el oleaje no embiste contra la balsa tan a menudo. Oteo el páramo líquido. No hay oasis, no hay agua que beber ni palmeras que den sombra. Como en el desierto, aquí puede encontrarse vida, pero es una vida que se ha desarrollado a lo largo de milenios para sobrevivir sin agua dulce.
***
En mi mente se dibujan fantasías en torno a la comida y la bebida, y mi imaginación vuelve una y otra vez al Solo, a toda la fruta, los frutos secos, las verduras y los litros y litros de agua dulce que transportaba en él. Me veo abriendo armarios y sacando comida. Hago planes de nuevo para salvar el barco, para trasladar los víveres a la balsa, para achicar el agua, para reflotarlo y volver a navegar en él.
 ¿Y si no me hubiera separado de él? ¿Y si no hubiéramos dejado las Canarias? ¿Y si…? ¡Para ya! No está. Se fue. Tu barco se fue. Concéntrate en el ahora, en sobrevivir.
***
El tiburón nada despacio alrededor y se sumerge bajo la popa. Se gira y, bocarriba, muerde uno de los lastres, haciendo que la balsa se agite cada vez que da una sacudida con su abdomen de tres metros. Benditos lastres. El tiburón quizá termine haciendo un agujero en el suelo, pero eso no dañará los flotadores, al menos no por ahora. ¿Debería probar a dispararle y arriesgarme a perder el arpón?
***
Han aparecido una variedad de peces más pequeños. Miden unos treinta centímetros de largo y tienen unas bocas pequeñas y apretadas y unas aletitas que parecen pequeñas manos en la parte superior e inferior del cuerpo. Veo sus grandes ojos redondos moverse de un lado a otro mientras se lanzan a toda velocidad bajo la balsa y picotean el fondo con sus poderosas mandíbulas. ¿Están intentando comérsela?

Leyendo A la deriva, de Steve Callahan en la playa. Málaga, julio de 2019
Fotografía: Lucía Rodríguez


Nota: Mil gracias a Alejandro Simón Partal por compartir ese poema inédito con todos nosotros.

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