sábado, 30 de noviembre de 2024

LOS DIARIOS DEL OPIO


Los diarios del opio (Editorial Ariel, 2023), de David Jiménez
Fotografía: Pedro Delgado

Ahora que el otoño da sus últimos compases, retomo uno de los libros que leí esta primavera para escribir esta reseña. Se trata de Los diarios del opio, del periodista y escritor David Jiménez, publicado por la editorial Ariel en junio de 2023.

 «Tras las huellas de Orwell, Conrad, Kipling y otros grandes escritores que encontraron la perdición en Oriente» se lee en la portada, invitándonos de inmediato a sumergirnos en sus páginas.

David Jiménez (Barcelona, 1971)
Fotografía: Héctor Vila

 Como en una baraja de cartas infantiles, David Jiménez (Barcelona, 1971) ha emparejado a diez grandes escritores y viajeros con otros tantos países, destinos o lugares que quedaron asociados por distintos motivos a sus nombres.

Índice Los diarios del opio, de David Jiménez
Fotografía: Pedro Delgado

 Igual que sucede con los libros de relatos, uno puede leer este libro en orden o a salto mata atraído por tal o cual emparejamiento. Tras estudiar el índice, empecé por el final, por el único nombre del listado que no conocía: Tiziano Terzani.

El escritor, periodista y viajero Tiziano Terzani

 El escritor y reportero italiano resultó ser el autor de Un adivino me dijo, que según David Jimenez es uno de los mejores libros de viajes publicados sobre el sureste asiático, al que tendré que hacer un hueco en mi biblioteca.

Un adivino me dijo, de Tiziano Terzani

 Terzani, vivió entre 1990 y 1995 en Bangkok, la capital de Tailandia. Su hogar, la Casa de la Tortuga por el animal centenario que vivía en el estanque, era «un oasis de esplendor tropical en la jungla de cemento», una construcción de estilo tradicional tailandés que se convirtió en restaurante a su marcha, «harto de un progreso que detestaba». Hoy día, en el terreno que ocupaba la casa «en una bocacalle de la avenida de Sukhumvit» se levanta un nuevo bloque de apartamentos.

 Pensé en la casa museo de Jim Thompson –que visité en julio de 2018 cuando recalé en la capital de Tailandia para recorrer gran parte del sudeste asiático–, con su estructura de teca, su estilo colonial y los muebles orientales y las obras de arte asiático y antigüedades que le daban vida.

Casa Museo Jim Thompson. Bangkok (Tailandia)
Fotografía: Pedro Delgado

Casa Museo Jim Thompson. Bangkok (Tailandia)
Fotografía: Pedro Delgado

Casa Museo Jim Thompson. Bangkok (Tailandia)
Fotografía: Pedro Delgado

Casa Museo Jim Thompson. Bangkok (Tailandia)
Fotografía: Pedro Delgado

Casa de Jim Thompson en Bangkok (Tailandia)
Fotografía: Pedro Delgado

 La casa y el jardín daban a uno de los canales por el que había llegado en una barca de madera a motor. Perteneció al difunto James HW Thompson (Delaware, 1906), conocido como el Rey de la seda. Como en una novela de Maugham o de Paul Bowles, el empresario estadounidense desapareció misteriosamente en marzo de 1967 durante un viaje por Malasia.

Jim Thompson

 ¿Sobrevivirá para las futuras generaciones la casa de Thompson o le sucederá como a la de nuestro ilustre italiano?

 Terzani describió con desolación la transformación de Bangkok, donde el plan de urbanismo de las últimas décadas se podría resumir en una frase: se aprueban todos los proyectos que supongan un beneficio para la elite del país, incluida la Oficina de Propiedad de la Corona, el entramado a través del cual la familia real tailandesa acumula su fortuna. El escritor italiano desespera al ver cómo los canales de la Venecia de Asia –esas comparaciones, otra vez– son asfaltados e interminables atascos sustituyen a los trayectos en barca; los templos quedan arrinconados por los rascacielos, cada vez más altos; los mercados se desmantelan para hacer sitio a centros comerciales; y los puestos de comida callejera, que ofrecen una cocina inalcanzable para los restaurantes de los hoteles de lujo a un precio irrisorio, son desplazados para hacer sitio a cadenas de cafeterías y hamburgueserías. «Nunca fue bella, pero tenía su encanto», dice Terzani de la ciudad donde fue feliz, en compañía de su mujer y sus dos hijos.
 Hasta que dejó de serlo y se marchó.

 Cuando David Jiménez se mudó a Bangkok en 2004 para trabajar como corresponsal, Terzani acababa de morir en Italia.

Era parte de una generación de reporteros que quedaron marcados por su cobertura de las guerras de Indochina, muchos de ellos réplicas reales del Thomas Fowler de El americano impasible de Greene, con vidas personales complejas y tendencia a dejarse arrastrar por las pasiones ocultas de Oriente. Jim Pringle, otra leyenda de la época con quien entablé amistad al llegar a Tailandia, contaba que en la Camboya de los setenta los reporteros terminaban la jornada en Madame Chantal's, el fumadero de opio más infame del sureste asiático: «Nos quitábamos la ropa y nos poníamos un pareo, y simplemente nos recostábamos y charlábamos. Después de tomar una pipa, la tensión disminuía y el sonido de los bombardeos de los B-52 que oías era más y más débil».

 Tiziano Terzani sufrió un desencuentro con Oriente, aunque más tarde lograría reconciliarse con su querida Asia.

[...] cuanto más se occidentaliza la región, más se orientaliza el escritor; cuanto más materialista se vuelve Asia, más se abraza él al espiritualismo que siente desvanecerse ante sus ojos; y cuanto más caen las gentes del Este en el encantamiento de Hollywood, más da él la espalda al que se supone que es su mundo, el occidental. Empieza a meditar. Se desprende de lo material. Indaga en las supersticiones orientales, enfrentándolas a la razón de su cultura europea. Y mientras todos a su alrededor aceleran, en busca de más, más y más, él frena. Cuando se acerca el año 1993, recuerda lo que un adivino le dijo quince años antes en Hong Kong: «¡Cuidado! Corres un gran peligro de morir en 1993. No puedes volar ese año. No vueles, ni siquiera una vez».

 Las palabras de aquel adivino, que dio título a uno de sus libros, le animan a tomarse las cosas con calma y les vende a los editores de Der Spiegel las ventajas de un periodismo cocinado a fuego lento. Es así como Terzani recorre la inmensidad de Asia solo por tierra y mar sin tomar un solo avión.

 Redescubre su inmensidad inabarcable; vuelve a conectar con su calidez; encuentra personas y conversaciones fascinantes que nunca habría tenido en los aviones; y recobra la pasión por descubrir. Contempla las estrellas mientras surca los mares en barcos de madera, se empapa de humanidad en las estaciones de trenes y en los puertos, deja atrás la ansiedad de llegar cuanto antes y se siente dueño del tiempo y el silencio, esos grandes compañeros del viajero.

 Además, el vaticinio del adivino se vuelve certero, y en ese 1993 se estrella en Camboya un helicóptero de la ONU con periodistas, en un vuelo en el que habría estado de no haber hecho caso a aquel augurio.

En su año sin vuelos, Terzani busca regresar a Italia en el que será su viaje más largo, con paradas en Vietnam, China, Mongolia, Siberia y más allá. Siente la anticipación del viajero necesitado de su droga. Solo de imaginarse en la carretera, libre de compromisos, sin que nadie lo espere en ninguna parte, citado solo con la incertidumbre, un hormigueo recorre su estómago. ¿No es eso el viaje, una huida de todos y de uno mismo?

 En la historia de Tiziano Terzani, como en las de los otros autores que aparecen en el libro, David Jiménez intercala anécdotas propias que vivió al visitar esos escenarios y, dando saltos entre el pasado y el presente, nos muestra las complejidades sociales, políticas, culturales e históricas de cada región. A su vez, con la lectura, afloran en mi cabeza las aventuras que yo también viví en algunos de esos lugares, libre de compromisos, citado solo con la incertidumbre, como dice el texto anterior.

¿Quién conoce mejor una flor ? ¿Quien lee sobre ella en un libro o quien la encuentra salvaje en la montaña?
Alexandra David-Néel

Pedro Delgado en el monasterio de Bagaya en Inwa
(Ava para los británicos). Myanmar (antigua Birmania)
Fotografía: Pedro Delgado hijo (agosto de 2018)

 El opio es el nexo de unión de todos los autores que aparecen en el libro, y en el caso de Terzani no podía ser menos.

Pero antes de abandonar Vietnam, se adentra en la noche oriental de los mil secretos y, arrastrado por las tentaciones que pierden al hombre blanco en sus viajes por el Este, pide a un conductor de rickshaw de Hanói que lo lleve a un fumadero de opio. ¿También tú, Tiziano? Encuentra lo que busca entre una maraña de casas desconchadas del centro, entra en una habitación con las paredes revestidas de bambú y enseguida reconoce el aire con sabor dulce y embriagador de la adormidera. Esparcidos por el suelo, jóvenes recostados y apoyados en almohadas de madera aspiran el elixir de Oriente. Se hace un sitio entre ellos, a la espera de que llegue su turno y la madame le entregue la pipa que lo hace levitar sobre todas las decepciones, borrar las fealdades que ha ido encontrando en el camino e imaginar que las cosas son como él querría.

 Leí cada capítulo del libro en la sala de espera del centro de rehabilitación al que llevo a mi padre. Y al salir de allí, camino de vuelta a casa, le desgranaba las anécdotas sobre los autores que acababa de leer, a los que él, salvo a Terzani, también conocía. Y junto a ellas, le contaba mis experiencias en Birmania, Laos, Vietnam, Tailandia, Camboya o India.

 El día que le comenté el apartado dedicado a Somerset Maugham e Indochina, salí de su casa con uno de los volúmenes de las obras completas del británico, una quinta edición de octubre de 1971, una de esas joyas en papel biblia y encuadernada en piel de la editorial Plaza & Janés. Un regalo que puse en un lugar bien visible en mi biblioteca. Del autor británico yo había leído algunos relatos, y me había hipnotizado la adaptación al cine de El velo pintado (John Curran, 2006).

 Ahora, en aquel tercer tomo, tenía al alcance de la mano El agente secreto, Rosie (Cake and ale), El paso del hombre (The narrow corner), La otra comedia (Theatre) y La imperfecta casada (Up at the villa).

Obras completas (tomo III) de W. Somerset Maugham (Plaza & Janés, 1971)
Fotografía: Pedro Delgado

 Por supuesto que no es una crítica a David Jiménez, pero he de decir que echamos de menos en su selección a Jack London y a Robert Louis Stevenson –el primero fue traficante de opio y el segundo, al que no le resultaba ajeno, habló de su contrabando en Los traficantes de naufragios–, London unido a Alaska y Stevenson a las islas de los Mares del Sur. Y una fotografía o un dibujo –o incluso un sello– de cada uno de los autores. Lo primero, daría para otro libro junto a otros descartes del autor. Y lo segundo, seguro que se podría añadir cuando se reedite la obra.

Kipling visto por Mikel Casal

 Más dejemos mi impertinencia a un lado y volvamos a los otros escritores que ha querido destacar muy justamente el autor: William Somerset Maugham, Joseph Conrad, Rudyard Kipling, George Orwell, Alexandra David-Néll, Martha Gellhorn, Graham Greene, Manu Leguineche y Nicolas Bouvier.

Protagonistas de Los diarios del opio, de David Jiménez
Montaje: Pedro Delgado

 Dice David Jiménez, en algún punto del libro, que «las verdaderas leyendas dejan que otros agranden su nombre», y eso es lo que ha hecho él, en su justa medida, con todos estos mitos de la literatura y el periodismo.

 A través de todos ellos, hechizados por la magia de Oriente, David Jiménez trata de descubrir cuál es el secreto oculto que ha empujado a viajeros, exploradores, reporteros y escritores hasta el Este desde tiempos de Marco Polo. ¿Lo desentrañará?

El misterioso Oriente estaba ante mí, perfumado como una flor, silencioso como la muerte, sombrío como un sepulcro.
Joseph Conrad